Compartir el post "Parte de guerra en los frentes externo e interno"
Pasado el “evento de incumplimiento” del 30 de julio, todas las miradas están en el escenario que queda. Falta por resolverse, en un sentido, el enigma principal: si es posible que un “acuerdo entre privados” (buitres y banca internacional) resuelva la situación. Pero con el correr de los días, y en la medida en que no hay novedades por ese lado, crecen dos tendencias. Por un lado, los “mercados” dejan poco a poco de apostar a la solución negociada que hasta hace poco veían casi como un hecho, y por el otro, pareciera que el gobierno se va enamorando del default y presta menos atención a la posibilidad de un arreglo que a la toma de medidas que consoliden su situación en el marco actual.
El resultado del paulatino escepticismo que va ganando a los operadores de las finanzas respecto de una solución rápida al default es que las cotizaciones de los bonos y acciones, que no habían reaccionado a la altura de un verdadero default, aceleran su caída a cada día que pasa. El gobierno, por su parte, ya empezó a apretar el torniquete cambiario: el Banco Central cerró la canilla de venta de dólares para importaciones y virtualmente eliminó la apertura parcial del cepo en el caso de los monotributistas. Y la señal política del gobierno fue denunciar a los buitres, en particular al fondo Elliott, ante la SEC (organismo que regula la Bolsa yanqui), por “uso de información privilegiada”, esto es, comprar seguros contra default (CDS) y a la vez ser parte del organismo que decide si esos seguros se pagan (la ISDA).
En el medio, la negociación encabezada por el JP Morgan y otros bancos continúa. En realidad, los buitres tienen interés en que progrese y los bancos también. Para éstos, tener bonos de deuda argentina con o sin arreglo (esto es, con o sin default legalizado) representa una diferencia muy grande: por cada 100 dólares nominales, la cotización sin default puede ir a 105 o 110 dólares; con default, a 70 o 75. Este amplio margen explica que las conversaciones sigan a pesar del ¿aparente? desinterés del gobierno argentino.
Hay otras noticias del caso, como la confirmación de Pollack, el ex amigo de Kicillof, en su cargo de mediador; la dispensa de Griesa “por única vez” a que bancos y agencias de clearing liberen pagos de intereses a bonistas del canje (lo que no augura nada bueno para el pago de septiembre), y el ataque oficial al Bank of New York, que deja de ser aliado para pasar a ser cómplice del enemigo. Pero eso es menos importante que saber si el gobierno realmente tiene decidido “hacer el aguante” hasta enero, cuando se caiga la cláusula RUFO (1), o no.
Mientras de la negociación se conoce poco y nada, sí se sabe que avanzan las hostilidades en otros planos. Por ejemplo, es un secreto a voces que hay inversores que ya están operando para “acelerar” al menos algunas de las emisiones de deuda en default legal (se habla sobre todo de los bonos Par). La “aceleración” consiste en que si una cuarta parte de los acreedores de un bono lo reclama, pasados 60 días el Estado debe pagar inmediatamente el bono entero, es decir, no sólo los intereses sino también el capital, aunque ese bono tenga vencimiento original en 2018, 2022 o 2034. Hay unos 20 tipos de bonos del canje, según plazo, jurisdicción, moneda, tasa, etc. Si se “aceleran” todos los bonos afectados por el fallo de Griesa, hablamos de unos 30.000 millones de dólares, lo que conduce a un default no “judicial” como éste sino de verdad, es decir, por insolvencia. Si no hay arreglo con los buitres, es uno de los capítulos de la saga que habrá que seguir con más atención.(2)
Llueve más adentro que afuera
Si la situación externa tiene todas estas tormentosas complicaciones, el plano doméstico no está precisamente para tirar manteca al techo. En caso de confirmarse que el rumbo elegido por el gobierno es apretar los dientes y esperar que pase el invierno (y la primavera) hasta 2015, hay serios motivos de preocupación respecto de la marcha de la economía en esta situación.
Una situación que es relativamente nueva, porque combina dos variables que casi nunca antes fueron juntas. No es ninguna novedad estar sin crédito externo; ésa ha sido la norma de los once años de kirchnerismo, cuya única fuente de financiación por fuera de la recaudación de impuestos han sido algunos préstamos de Venezuela, algunos pases financieros del Banco de Francia al BCRA y no mucho más. Tampoco es nuevo para este país estar con relativamente pocas reservas en divisas y sometido a la penuria de dólares; ésa ha sido la norma de casi todo el siglo XX. Lo que tiene pocos antecedentes es estar a la vez sin crédito y con muy bajas reservas.
El kirchnerismo, a lo largo de toda su gestión, casi no ha recurrido al crédito, pero desde un comienzo gozó de una recomposición de las reservas en divisas que le dieron tranquilidad financiera a lo largo de más de un lustro. Hasta 2011, para ser precisos (aunque las señales de deterioro venían de uno o dos años antes). En verdad, fue justamente para remediar esta situación que Cristina dio un violento giro pro mercado: acuerdo con el CIADI, pago al Club de París, negociación con el FMI por el tema INDEC, pago a Repsol y la convocatoria a las petroleras multinacionales para invertir en Vaca Muerta fueron los hitos de esa política que se sostuvo coherentemente durante casi dos años… hasta ahora.
Todas las medidas citadas tenían un objetivo muy claro: volver a los mercados financieros con emisión de nueva deuda pública. Ese ingreso de divisas por emisión de deuda, si bien echaba por tierra la fábula oficial del “desendeudamiento”, le iba a permitir al gobierno llegar a octubre de 2015 con algo de oxígeno financiero (rápidamente traducible en político). Si la saga con los buitres termina en pelea, ese objetivo queda seriamente cuestionado.(3) Desde el punto de vista del frente externo, estos cinco meses hasta enero pueden ser una eternidad. Y desde el punto de vista interno, también. Veamos por qué.
Primer problema: el nivel de actividad económica. La Argentina ya está en recesión. Se calculaba una baja del orden del 1,5% del PBI para 2014, incluso acordando con los buitres. Sin arreglo, esa cifra va a empeorar. Entre las mayores restricciones a las importaciones (que ya empezaron, como vimos) y el encarecimiento del crédito para empresas nacionales y extranjeras, el nivel de producción industrial deberá seguir cayendo. Además, la industria más importante, la automotriz, no repunta. Aunque ADEFA habla de “estabilización”, en el mejor de los casos ésta es el resultado de una baja del 23% en lo que va del año (y de un 31% en julio, que según Pignanelli iba a ser el mes del “comienzo de la recuperación”). Y esa baja en la producción es todavía mayor en las ventas internas y al exterior. La economía brasileña no da signos de mejorar, y con eso queda en cuestión todo el renglón exportador de la industria automotriz.
Segundo problema: la inflación. Al margen de que la credibilidad del nuevo índice de precios del INDEC ya está seriamente comprometida, el primer semestre dio por arriba del 15%. Es verdad que, más allá del “maquillaje soft” oficial de cifras, la inflación puede haberse desacelerado un poco, pero esto obra pura y exclusiva de la recesión. El escenario de estanflación (estancamiento más inflación) es ahora casi optimista, porque lo que tenemos es recesión más inflación (aunque no ya del 40-50% anual como en enero sino de “apenas” el 30%).
Sin embargo, esa desaceleración de la inflación se puede abortar en función del tercer problema: la presión cambiaria. La escasez de dólares será resultado inevitable de que no hay regreso al endeudamiento y se debe hacer frente con las reservas del BCRA a los pagos de la deuda ya establecidos (¡ni hablar si el frente buitre depara nuevas sorpresas desagradables!). Eso va a ejercer presión a la devaluación, presión que en rigor ya existía desde antes por el curso inflacionario. Y si el dólar oficial, o el blue, o los dos, se disparan, detrás de esa suba va a seguir la inflación… pero no los salarios, ya que el gobierno se niega violentamente a siquiera pensar en reabrir paritarias.
Lo que nos conduce al cuarto problema: la penuria de divisas y la caída de reservas. En este punto, casi todas las noticias son malas. Dólares por préstamos no van a entrar. Y la caja del BCRA no da abasto para todo, porque tapa un agujero y nacen dos. Por ejemplo, bajó el drenaje de divisas por turismo (devaluación y “dólar turista” mediante), pero subió verticalmente la cuenta de importaciones de energía: de enero a julio, 7.300 millones de dólares, un 36% más que el año pasado, y eso con un invierno casi veraniego. Las importaciones energéticas, de hecho, superan por primera vez (26% del total) a las del sector automotriz (19% del total, hoy en recesión y sujeto a mayores restricciones de divisas).
A eso se deben sumar los pagos de deuda (insistimos, sin contar sorpresas espantosas como el citado fallo del CIADI a favor de los bonistas italianos). Para colmo, el año que viene tal vez haya una baja de ingresos de agrodólares; los precios de la soja, el maíz y el girasol están muy por debajo de los del año pasado por la buena cosecha yanqui. El recurso de financiarse con pases del Banco de Basilea o el de Francia no da para todo, como tampoco el swap con el banco central chino. Así, las proyecciones dan una caída de reservas hasta fin de año desde los 29.000 millones de dólares actuales a unos 24.000 (el Deutsche Bank, más pesimista, habla de menos de 20.000). ¿Cómo se aguanta una corrida bancaria como la de enero pasado con esas espaldas flacas, justo en el momento en que se supone hay que arreglar más pagos a los buitres?
No se trata de hacer de profeta del desastre, al estilo Carrió, o de esperanzarse, como la oposición de derecha, con la tormenta económica perfecta. Se trata, más bien, de constatar que está lloviendo bien fuerte y que están por caer piedras, pero mientras tanto el gobierno pide a la población que salga a agitar al sol sus banderitas argentinas. Como en el cuento de la hiena, Cristina ¿de qué se ríe? ¿De que las encuestas le dan que mejoró un poco su imagen mientras se vienen más privaciones, angustia y penuria para los trabajadores argentinos?
Marcelo Yunes
Notas
1. Digamos que esa famosa cláusula ahora está bajo fuego de la oposición, que acusa al gobierno de haberla usado como chantaje para que los acreedores entren al canje y ahora no sabe cómo sacársela de encima. Puro cinismo, porque en general no lo criticaron en su momento (como tampoco la idea de aceptar la jurisdicción legal Nueva York, algo que hizo hace poco el “progresista” Correa en Ecuador). Lo irónico del caso es que el artículo 4 de la ley 26886 de 2013, que reabrió el canje en momentos en que el gobierno todavía decía que a los buitres no les iba a pagar nada, pone explícitamente una cláusula estilo RUFO para beneficio de los acreedores que entraron al canje. Pero, a diferencia de la cláusula RUFO del canje, no pone ninguna fecha de vencimiento. De modo que si se busca llegar a un arreglo con los buitres, en enero de 2015 o antes, es imprescindible eliminar ese artículo de la ley o se cae todo (Ámbito Financiero, 5-8-14).
2. Otro tema que puede volverse candente es una inminente sentencia en el CIADI a favor de 50.000 bonistas italianos que hicieron juicio contra el Estado argentino por 2.800 millones de dólares. Éstos también son holdouts (no entraron al canje), pero no son exactamente buitres (aunque el abogado de los bonistas, Nicola Stock, se les parece bastante). El mismo asesor legal de los europeos que entraron al canje, Tulio Zembo, reconoce que el juicio está perdido para el país; la sentencia puede ser cosa de unos meses (Ámbito Financiero, 4-8-14). Otro garrón financiero para el BCRA…
3. Por esa razón, algunos neoliberales dicen en voz alta lo que varios de la oposición rumian en voz baja: que el único prestamista en serio que queda es el FMI. Cumple varias condiciones: a) no está impedido de prestar (nunca hubo default con el FMI y Argentina no sólo no le debe sino que es “acreedor”, porque paga cuota y no pide préstamo); b) es políticamente comprensivo con la situación argentina; hasta denunció virulentamente a los buitres, y c) al Fondo le vendría bien como lavada de cara después de tanto descrédito que sufrió con la misma crisis argentina y otras posteriores. Pero difícilmente esta alternativa seduzca al gobierno: no se le planta cara a los buitres ni se agitan banderitas “soberanistas” para después pedir la escupidera nada menos que al FMI.