Por Martiniano Rodríguez
Es poco sabido aquí, y sobre todo reconocido, que antes del 25 de mayo de 1810, dentro del Virreinato del Río de la Plata, hubo otros intentos de formar “Juntas” (como la “Primera Junta” de aquella fecha en Buenos Aires).
Así fue en la ciudad de La Plata (o Villa de Plata, o Chuquisaca, hoy llamada Sucre) en la actual Bolivia. En ese entonces, con el nombre Alto Perú, era parte del Virreinato. La variedad de nombres se debe a que en La Plata (hoy Sucre), existía una de las más antiguas y prestigiosas universidades del imperio colonial español, la “Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca”, fundada en 1624. Los acontecimientos de 1809 quedarían también en la historia como la “Revolución de Chuquisaca”. Acotemos que la Universidad de Buenos Aires fue creada recién en 1821, dos siglos después…
En 1809, en La Plata y en la ciudad de La Paz (actual capital de Bolivia) un levantamiento criollo puso en peligro el control por los españoles del territorio del Alto Perú. Es un acontecimiento poco mencionado en Argentina. Pero vale recordarlo, entre otros motivos porque demostró una vez más lo endeble que eran las alianzas entre “la burguesía” y los “sectores populares” en estos territorios. Curiosamente, los hechos comenzaron en La Plata el 25 de mayo de 1809; o sea un año exacto antes de nuestra “Primera Junta”.
La revuelta se inicia como una disputa entre autoridades españolas y un grupo de letrados de ideas radicales.
Las autoridades españolas en La Plata –en la persona de García León de Pizarro, gobernador intendente– aparentemente tenían el proyecto de llevar al trono a Carlota, hermana de Fernando VII. Rey de España hasta 1808, Fernando había sido depuesto y encarcelado por Napoleón. Su caída fue un hecho que influyó como desencadenante al comienzo del proceso de independencia de las colonias españolas en América. Su hermana Carlota, con quien algunos querían reemplazar a Fernando, era esposa del rey de Portugal, que en esos momentos se encontraba en su colonia de Brasil adonde había llegado con su corte escapando de Napoleón. A estas candentes cuestiones políticas también se sumaron otros roces ideológicos, en torno a la religión, por ejemplo.
Las disputas fueron subiendo de tono. La rebelión estalló en La Plata-Chuquisaca y La Paz, y en la primera los criollos depusieron al Gobernador Intendente y al Arzobispo, dando paso a una movilización “popular”. Ésta logró la disolución del ejército regular y que el poder pasara a manos de un grupo de criollos. A partir de esa fecha, las milicias de las ciudades comenzaron a reemplazar a las tropas regulares. Los cabildos abiertos tomaban decisiones sin esperar a las autoridades “superiores”.
Para algunos, esto fue un intento revolucionario de los criollos, un antecedente de la revolución del 25 de mayo de 1810, ocurrida en Buenos Aires. Y a simple vista parece un antecedente revolucionario del 25 de mayo porteño. Pero veamos más en profundidad.
Los reclamos y las medidas “revolucionarias”
En primer lugar, lo que llevó al levantamiento fue el proyecto de algunas autoridades de imponer a Carlota, como ya se dijo. El alzamiento se presentó, en definitiva, como una defensa de la monarquía de Fernando VII.
A pesar de estar prisionero, Fernando podía regresar (como efectivamente sucedió) y en estas tierras había un sentimiento de que a su vuelta podría haber más autonomía en las colonias. Para sumar, cuando el Cabildo destituyó a las autoridades, nombró una Junta, la llamada “Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo”. O sea que, como sucedería en Buenos Aires en 1810, la Junta gobernaba en nombre del rey preso. No buscaban la independencia, sólo autonomía. De hecho, la destitución de las anteriores, fueron acompañadas por los gritos de “¡Viva el rey!” y “¡Muera el mal gobierno!”. Y se obligó a los españoles a jurar fidelidad a Fernando VII.
Al controlar las ciudades, con cierto apoyo popular, las medidas que se tomaron fueron el libre comercio con Buenos Aires y el Virreinato del Perú (o sea, con Lima), se revocó a todas a las autoridades y suprimió el ejército (en su lugar se formaron milicias).
Pero no se dijo ni una palabra de independencia, igualdad de castas, o alguna medida verdaderamente radical. La elite de ambas ciudades tomó el control. Pedro Domingo Murillo, miembro de la elite paceña, se hizo cargo de comandar las milicias.
No era la primera actividad militar de Murillo. Tres décadas atrás, el joven Murillo se había distinguido en la sanguinaria represión a la rebelión indígena contra la opresión de criollos y españoles, encabezada por Tupac Amaru y Tupac Katari. Sus méritos y empeño en la masacre de originarios le valieron el ascenso a teniente de milicias.
Una vez controladas las ciudades de La Paz y La Plata, se quemaron las listas de deudores al Estado colonial (una medida beneficiosa para los criollos y su elite) y se repartió dinero entre los sectores populares. Esto fue quizás lo más cercano a una medida popular, cosa mínima que suelen hacer otros levantamientos realmente populares.
El proceso duró apenas tres meses. En La Plata la represión no fue tan dura como en La Paz. Allí hubo fusilamientos, frente a la negativa de volver a ponerse bajo las órdenes del Virrey del Río de la Plata. Algunos miembros importantes de la rebelión lograron escapar, como Bernardo de Monteagudo, quien luego sería parte de la escena política en la ciudad de Buenos Aires.
Conviene recordar que las milicias de Buenos Aires fueron enviadas al Alto Perú y reprimieron la sublevación. Estas mismas milicias porteñas, un año después, serían las representantes de las masas en la “revolución” de Buenos Aires.[[1]]
Asimismo, hay que recordar que la elite de La Plata y La Paz –que en 1809 encabezó la supuesta movilización popular revolucionaria reprimida a sangre y fuego por las mismas autoridades españolas–, en 1811 se opondría duramente a Castelli, que en la lucha contra los españoles había tomado medidas favorables a los indígenas, decretando el fin de la servidumbre y el tutelaje, y dándoles derechos políticos iguales a los criollos. Esa oscilación es también una radiografía de los sectores sociales que se harían con el poder después de la independencia.
[1].- Caviasca, Guillermo: “La guerra de la independencia”, Cooperativa Grafica El Río Suena, Buenos Aires, 2011.
En resumidas cuentas, lo ocurrido en el Alto Perú en 1809 tiene similitudes con lo de 1810 en Buenos Aires. Ambos procesos muestran el rol que jugó la burguesía, especialmente comercial, en estas tierras. Algunos quieren ver en ella una burguesía revolucionaria, que luchó por la igualdad del blanco con el indio, por la independencia, etc. Pero en ambos “procesos revolucionarios” vemos cosas muy diferentes de esta imagen idílica.
Las Juntas que se formaron luego de destituir a las autoridades coloniales españolas, dejaban en claro que gobernaban en nombre del rey preso Fernando VII, en quien muchos depositaban esperanzas de cambio, como dijimos. Ninguna de las dos juntas habló de independencia ni de igualdad de derechos. Esas medidas no estaban en la cabeza de la mayoría. Es verdad que algunos hombres ilustrados, como Monteagudo en 1809 o Moreno en 1810, creían avanzar hacia algunos cambios verdaderamente radicales. Pero las medidas realmente tomadas distan bastante de esas metas.
Más allá de los individuos y sus deseos, cualquier medida de fondo requiere apoyo de alguna de las clases orgánicas de la sociedad, en este caso de la burguesía. Las medidas tienen que ser aceptadas e impuestas por la mayoría de los que conservan el poder. Nada de esto pasó en 1809 ó 1810. La burguesía demostró, al igual que en otras partes, que cuando la sociedad puede sufrir alguna transformación que no la beneficie, saca a la luz su cara más conservadora.
El fin de la esclavitud o la igualdad con los indios (o sea, sus manos de obra más baratas y oprimidas), no sólo podía obligarla a pagar salarios más o menos altos. Tendría además que aceptar que indios y negros también participasen de las decisiones políticas. ¡O algo muchísimo peor! Una revolución de los esclavos negros (como fue la independencia de Haití), o una rebelión indígena como la de Tupac Amaru o de Tupac Katari que los expulsara del poder.
El principal miedo de esta burguesía era perder sus riquezas, sus tierras, sus negocios comerciales. Antes que provocar la furia de “los de abajo”, incitándolos a luchar por la independencia, prefirió, en principio, seguir siendo colonia pero con una mayor autonomía. Prefería eso, a jugar con el peligro de que la sociedad fuese transformada en perjuicio de unos pocos.
Como ejemplo no sólo tenemos a Buenos Aires, que tardó seis años en declarar la independencia y mucho más en terminar con la esclavitud. También tenemos los hechos de México en 1810, donde los mismos que complotaron contra el virrey, se aliaron a él cuando los indígenas decidieron tomar el asunto en sus manos sin consultar.
M. R.