A diferencia de la gran mayoría de los ciclos de charlas o grupos de estudio sobre la dialéctica, Hegel y la filosofía marxista, el punto de partida ha sido el interés mostrado por compañeros de una comisión interna combativa, de filiación política e ideológica diversa. Prueba de su interés genuino y de su amplitud es que se contactaron con los compañeros del Nuevo MAS en razón de que conocían que nuestra organización viene prestando atención y elaborando materiales sobre estos temas desde hace años. Sin formalismos inútiles pero con seriedad, rápidamente nos pusimos de acuerdo en los aspectos operativos y coincidimos en que lo importante era comenzar los encuentros e ir definiendo su funcionamiento a partir de la dinámica que adoptaran.
Con una asistencia promedio de unos 20 compañeros, en su abrumadora mayoría trabajadores de la Emfer y otras fábricas de la zona, vamos ya por el cuarto encuentro, que combina lectura, discusión y exposición en proporciones variables. Antes de pasar a una síntesis de parte de los temas trabajados en este ciclo, acaso no esté fuera de lugar señalar que, en lo personal, se trata de una de las experiencias de estudio más novedosas, gratificantes y apasionantes que me haya tocado vivir. Y aunque coordine el grupo en cuanto a los materiales y temas, lejos de ponerme en el lugar de dueño del saber, no dejo de aprender un solo minuto con los aportes agudos e inesperados (y a veces regocijantes) de los compañeros.
La primera inquietud y en verdad el motor de todo el ciclo de encuentros es el interés por la dialéctica, forma de pensamiento que ha sido llevada al lugar de arcano misterioso del marxismo, o bien es despreciada por incomprensible o anticientífica (aun entre quienes se dicen marxistas). Contra los esquematismos al estilo de los manuales de filosofía del Partido Comunista de la URSS, que han sido lamentable lugar común en la cultura de izquierda en general, propusimos un abordaje que no parta de las famosas “leyes” de la lógica dialéctica. Más bien, buscamos rescatar la dialéctica como método para captar y entender las contradicciones de toda realidad, los múltiples aspectos que presenta todo lo existente. La dialéctica, en suma, como forma de pensamiento que busca dar cuenta de totalidades complejas y polifacéticas, cambiantes, dinámicas, contradictorias, con una historia previa y un eventual devenir posterior.
Se la ha llamado una lógica del contenido, donde el método dialéctico de aproximación al objeto replica la naturaleza dialéctica misma del objeto a conocer. Es también una lógica del movimiento, pero no mecánico (para Hegel, el movimiento mecánico es el que se origina desde el exterior de la cosa) sino creador, automovimiento, inmanente, generado desde el interior de la cosa a partir de sus propias contradicciones, que son el motor de todo lo viviente.
Otro aspecto importante es el costado “gnoseológico” o epistemológico (esto es, referido a la capacidad de conocer) de la dialéctica. Casi por definición, la dialéctica de Hegel parte de un invencible optimismo en cuanto a la posibilidad de conocer y dominar la realidad (aunque en clave idealista, como veremos). Esto, que podría considerarse un resabio del racionalismo o el Iluminismo del siglo XVIII (en los encuentros trabajamos en parte el contexto histórico-filosófico de Hegel), tiene por el contrario una rotunda actualidad, en la medida en que el posmodernismo ambiente y el malsano sentido común de hoy apuntan más bien en la dirección opuesta. Esto es, hacia subrayar el elemento caótico de la realidad, su cualidad caleidoscópica, pero no para llegar a descubrir las verdades esenciales que superan la mera apariencia, sino para justificar el abandono de la urgente necesidad de comprender, y de allí transformar, el mundo en que vivimos.
Alguien ha dicho, malintencionadamente, que si para los socialistas Marx es el Evangelio, Hegel es algo así como el Antiguo Testamento. Pero si eliminamos de la analogía el componente dogmático y la tomamos en sentido puramente histórico, la comparación no es tan descabellada: es imposible penetrar a fondo en la dialéctica marxista sin estar familiarizado con la obra de Hegel.(1) Marx se formó como sucesor de Hegel hasta transformar a Hegel en un precursor de Marx. Se trata de una herencia de la que el marxismo está orgulloso, porque no existiría si no la hubiera asimilado y superado… dialécticamente, es decir, conservando y a la vez avanzando sobre lo conservado.
Junto con la dialéctica como método general, acaso el principal legado del pensamiento hegeliano al marxismo (al menos, al marxismo tal como lo entendemos desde nuestra corriente) es la dialéctica histórica de sujeto y objeto.
Toda la filosofía de Hegel, y en primer lugar su obra más rica y poderosa, la Fenomenología del espíritu, es una especie de recorrido del sujeto (entendido en Hegel no como una persona individual, pero tampoco en su íntegra materialidad, sino sólo como autoconsciencia “general”, lo que él llama “espíritu”) por reencontrarse con el objeto (esto es, el mundo de la realidad humana), comprenderlo como su propia obra, reconocerlo como suyo, como algo no ajeno ni separado del objeto.
Esta fusión, desde ya, se da en Hegel en términos puramente idealistas: la obra es la de la consciencia, y la reapropiación del objeto no es material sino sólo como saber filosófico. Pero el intento, el programa, la concepción de la realidad humana como devenir en la historia real, como creciente autorrealización del sujeto que hace suyo su propio mundo, al que deja progresivamente de ver como ajeno, son tan novedosos y tan grandiosos que no pudieron menos que inspirar al pensamiento más revolucionario de nuestra época, el marxismo. En efecto, éste propone “saltar del reino de la necesidad al reino de la libertad”, de la prehistoria a la verdadera historia humana emancipada. Porque es también herencia de Hegel concebir, como lo plantea el socialismo marxista, que la tarea del género humano es en el fondo la realización de su propia libertad.
En este marco aparece el concepto de alienación, de tanta importancia para el marxismo, cuyo linaje le viene directamente de Hegel y la Fenomenología. Es verdad que en Hegel la alienación aparece como un momento no sólo necesario sino positivo, algo que Marx luego cuestionará. Pero, también aquí, es necesario captar el costado abiertamente revolucionario de una necesaria exteriorización de la actividad del sujeto, su despliegue en la historia. Un movimiento que Hegel, en su peculiar terminología (que también debimos abordar en los encuentros), llama el paso del ser en sí al ser fuera de sí, ser que crea su objeto, como momento necesario para llegar al ser para sí, la autoconsciencia que se reconoce en unidad con su objeto.
En este proceso, por el cual el hombre es a la vez instruido por y constructor del mundo, la mediación esencial no es otra que el trabajo, cuya alta dignidad humana (en el sentido de constituir el “ser genérico” del hombre, como dirá luego Marx) Hegel es acaso el primero en reconocer, aunque soslaya el aspecto de alienación como privación, que desarrollará Marx.
Una definición que le podría caber al grupo que se encuentra cada jueves por la tarde en la UNSaM es el de, como quería Lenin, “amigos materialistas de la dialéctica hegeliana”. Pero es necesario comprender bien en qué consiste el idealismo de Hegel, contra las vulgatas lamentables de la época stalinista. No se trata en absoluto de “negar la existencia de la realidad exterior” (versión extrema que, en todo caso, sólo podría achacarse al irlandés Berkeley), sino de que Hegel (cuyo conocimiento de la realidad exterior, natural y humana, era muy considerable para su época) subsume el movimiento del sujeto, en último análisis, exclusivamente al plano de la consciencia. Por esa razón su filosofía adopta un sesgo conservador, de conciliación con la realidad, en la medida en que el grandioso despliegue del espíritu alcanza su final en el saber absoluto (Fenomenología del Espíritu) o filosófico (Enciclopedia). Se podría aplicar a Hegel la frase burlona de Marx contra los economistas burgueses: “Hubo historia, pero ya no la hay”. Porque ese extraordinario autodesarrollo del sujeto termina en el regocijo de la contemplación del camino recorrido, un saber retrospectivo, que mira hacia atrás. O, según la bellísima pero conservadora figura de Hegel, “el búho de Minerva [es decir, el saber] sólo levanta vuelo en el ocaso”. Y agrega que “la filosofía llega siempre demasiado tarde”, esto es, sólo puede conocer el devenir pasado del mundo, pero no actuar, no ser parte de su transformación activa hacia el futuro. Aquí asoman las grandes diferencias filosóficas entre Hegel y Marx. El punto de vista del fundador del socialismo científico es tan dinámico y atado a la historia como el de su genial precursor. Pero, a diferencia de Hegel, Marx no limita ese automovimiento del sujeto histórico: ni en el tiempo (no se detiene en el presente, como en Hegel, sino que es prospectivo, apunta al futuro) ni en el plano de su realización, que excede la mera consciencia para abarcar toda la materialidad de la vida social. Y esto sucede porque el sujeto de Marx no es un vaporoso “espíritu”, sino una fuerza social material, la clase trabajadora, cuyo horizonte de transformación excede los límites del capitalismo. Su actividad no se reduce al saber (el búho de Minerva), sino que es, como en el Fausto de Goethe, obra y autor contemporáneos de Hegel, un hacer (“en el principio era la acción”, dice Goethe, contra “en el principio era el Verbo” de la Biblia). Claro que ese hacer, en Marx, no es el fruto puro de la voluntad, sino que está mediado por circunstancias que están, todavía, fuera del control del sujeto. Este punto es esencial para esquivar las unilateralidades del subjetivismo y el objetivismo. Como observa Ernst Bloch en su profundo comentario a la obra de Hegel: “La autarquía del factor subjetivo conduce a la propaganda anarquista de la acción, a la aventura del puro activismo, como algo carente de mediación con las tendencias objetivas. Pero el automatismo de un factor objetivo (…) lleva a (…) que la tendencia objetiva encierra en sí una Providencia y sólo se requiere de los hombres como espectadores [o como meros catalizadores, aceleradores de una tendencia objetiva que igual se impondría por sí sola. MY]. Pura teoría de la acción y pura teoría del automatismo son igualmente falsas, pero la segunda es más seductora con su materialismo vulgar debido al mecanicismo con que resulta eliminado el sujeto” (Sujeto-Objeto. El pensamiento de Hegel). La dialéctica de Hegel, tanto en la naturaleza como en la historia humana, opera, en el fondo, a ciegas; el sujeto sólo puede aspirar a comprender sus leyes y su resultado final, pero sin poder intervenir en ellos. Y ese sujeto no es un ser social concreto, sino un espíritu que sobrevuela la historia. La dialéctica de Marx, en cambio, propone, por primera vez, la tarea de dotar a la dialéctica de una dirección consciente, de un fin, de una tarea futura que le cabe a un sujeto histórico real, material.(2) Y esa dialéctica materialista, anclada a un sujeto social concreto, no es otra cosa que la teoría, el programa y el movimiento real de la revolución obrera y socialista.
1 – Una versión simpática y un poco extrema de esta verdad es la conocida frase de Lenin de que “para entender realmente El capital de Marx es necesario haber conocido y entendido primero toda la Lógica de Hegel”.
2 – Una exposición muy útil a este respecto es la del marxista británico John Rees en la introducción a su The Algebra of Revolution, libro que hemos traducido parcialmente en otras oportunidades.