Por Martiniano Rodríguez
La fragmentación de la soberanía en el sur del continente
Históricamente, en especial por los historiadores revisionistas nacionalistas, se ha hablado de la Patria Grande, de la unidad de los países de Sudamérica y demás. Siempre la culpa de que no hubiera un gran país sudamericano era del imperialismo inglés (la gran potencia mundial). Todos los que añoran no tener hoy en día un gran Estado en estas tierras sureñas, se quejan de que fueron los ingleses quienes con artimañas, sobornos y poder, generaron una situación de fragmentación que debilitó a esta zona como futura “potencia”.
Pero cuando hurgamos en la historia de nuestro país, o de los países hermanos de Sudamérica, vemos una situación bastante diferente. Que los ingleses hicieron todo lo posible para que sus intereses fueran representados, y que la fragmentación territorial los favorecía, eso es innegable. Algunos ponen en vidriera algunos cómplices locales, los vendepatria.
Pero, para ellos, también hubo un sector de la burguesía que buscaba terminar o consumar la revolución burguesa con una gran unidad (Bolívar, San Martín, como principales ejemplos). La verdad es que este sector, si existió, fue muy pequeño. Hubo algunos que buscaban objetivos más grandes que el de pequeños países dependientes de los ingleses. Pero fueron principalmente algunos intelectuales, ya que, como tal, la clase burguesa de esta zona (netamente comercial y recién después de 1830 agropecuaria) estaba completamente atada al imperialismo inglés y además enfrentada internamente.
El caso de la independencia de Uruguay muestra la actuación del imperialismo inglés y de sus diversos cómplices locales. Pero también revela las peleas internas de una burguesía comercial que buscaba echar a España pero ante todo asegurar sus negocios, incluso frente a otros sectores de la misma burguesía comercial.
Pasando en limpio
Por eso, desde antes de 1810, incluso, la relación entre la ciudad de Montevideo y el otro puerto del Plata, Buenos Aires, no fue una relación fácil. Los hechos que se precipitaron luego del 25 de mayo de 1810, aumentaron las tensiones entre ambos puertos competidores.
Buenos Aires, como capital del Virreinato del Río de la Plata, era la cuna de la burocracia española y la futura burocracia porteña. Pero en Montevideo estaba la burocracia militar, netamente española. Por lo que entre los cabildos de ambas ciudades comenzaron a haber diferencias, al punto que Montevideo se volvió el centro de la resistencia de España.
En la campaña uruguaya apareció un caudillo, Artigas, que se puso a la cabeza de la lucha contra los españoles en esa zona, al mismo tiempo que se alió con los porteños para derrotar a éstos en Montevideo.
Simultáneamente, Artigas inició una pelea política frente a los atropellos de los mismos porteños que buscaban monopolizar los negocios de todo el ex Virreinato. Fue el comienzo de la pelea entre federales y unitarios. Artigas comenzó con los reclamos de autonomía provinciales, libertad de navegación (ya que Buenos Aires controlaba la entrada a los ríos Paraná y Uruguay) y federalización de los fondos de la Aduana.
Por esos reclamos, y su accionar político sobre otras provincias, es que se formó la “Liga Federal” o “Liga de los Pueblos Libres”. Esto llevó a romper las pocas relaciones que había entre Buenos Aires (que organizaba el Congreso constituyente de Tucumán, que se reuniría en 1816) y Artigas, cuyos aliados fueron expulsados de ese Congreso.
Sólo para aclarar: Artigas, a pesar de los ofrecimientos de Alvear, nunca quiso independizarse del resto de las provincias. Por eso la Liga Federal abarcaba Corrientes, Entre Ríos, Córdoba y las ciudades de las Misiones (todavía no era provincia). Con estos aliados intenta presentarse en el Congreso que se reúne en Tucumán en 1816 con la idea de plantear la independencia.
Pero Artigas y su “Liga Federal” eran un grave problema para el monopolio del puerto de Buenos Aires. La nacionalización de la Aduana le quitaría a Buenos Aires el principal recurso de todas las provincias: los impuestos de la Aduana. Recordemos que, gracias a la Aduana, Buenos Aires triplicaba en ingresos a otras provincias e incluso prestaba a otras provincias que vivían en déficit crónico. La libre navegación de los ríos rompería el monopolio del puerto bonaerense, con pérdidas económicas importantes y de poder.
En definitiva, Artigas era un problema para los diferentes gobiernos adictos a los comerciantes de Buenos Aires (sea el Triunvirato o los Directorios Supremos), hasta al punto de ofrecerle la independencia a la Banda Oriental (nombre de Uruguay en esos años), algo que Artigas rechazó de plano.
El enfrentamiento pasó de las discusiones a la guerra abierta. (En uno de los tantos combates, cae prisionero Dorrego; allí conocerá la doctrina federal y abrazará su causa). Con el apoyo de caudillos, gauchos e indios, el caudillo oriental mantendrá a raya a los ejércitos de Buenos Aires, al mismo tiempo que denunciaba que esos soldados deberían combatir a los españoles.
Alvear, quien dominaba la situación de política de la ciudad de Buenos Aires, buscó sacarse de encima este gran problema. Para eso, aparte de ofrecer la independencia, buscó la solución en el Congreso de Tucumán. Este Congreso, además de declarar la independencia, en reuniones secretas pactó una invasión de Brasil (gobernado aún por la monarquía de Portugal) a la Banda Oriental. Aprovechando algunos embajadores que estaban en Río de Janeiro (capital en ese entonces), buscando algún príncipe para declarar una monarquía en el Río de la Plata, pactaron que Brasil (que desde el principio de la independencia buscaba conquistar las tierras de la Banda Oriental, Colonia fue fundada por ellos como consecuencia de su avance) invadiría esas tierras. Una claudicación más de una supuesta burguesía revolucionaria, a quien le importaba más mantener sus negocios que preservar la unidad territorial.
Los hechos se precipitaron. A pesar de los reclamos de Artigas, debió enfrentar solo a las tropas de Brasil, y terminó exilándose en Paraguay. Obviamente, fue derrotado por la supremacía de un ejército veterano, más numeroso y bien armado. El tratado firmado en 1817 por Manuel García en representación de Buenos Aires, decía que el límite entre Brasil y las provincias del sur sería el río Uruguay, o sea que entregaba toda la Banda Oriental. Se creaba la provincia portuguesa-brasileña de Cisplatina. La burguesía del puerto de Buenos Aires entregaba sin pelear parte de los territorios del Virreinato (importantes económicamente, pero llenos de caos a su entender).
En 1825 empezaría la gesta de los 33 Orientales. No todos estaban a favor de dejar en manos del Imperio de Río de Janeiro a la Banda Oriental. Dentro de ella, pero también en Buenos Aires, había quienes querían echar a Brasil, una vez que Artigas estaba derrotado y exiliado.
La naciente burguesía ganadera veía en estas tierras grandes negocios. Por eso creía que, una vez pacificada por los brasileños, la Banda Oriental debía volver a su poder. Lavalleja y Oribe, antiguos aliados de Artigas, desembarcaron y organizaron la insurrección, la gesta de los 33 Orientales (esa fue la cantidad de invasores que llegó en 1825). En agosto de ese año, la conocida Asamblea o Congreso de Florida, tomó una decisión contradictoria: la Banda Oriental volvería a formar parte de las Provincias Unidas del Sur. Buenos Aires aceptó de buena gana esta medida tomada por los dirigentes orientales, y estalló la guerra con el Imperio de Brasil.
Mal que les pese a los nacionalistas uruguayos, ninguna de las dos gestas que reivindican tenían como objetivo la creación de un país independiente. Ni los 33 Orientales ni Artigas son el germen de un nacionalismo uruguayo. Ambos combatieron contra los portugueses para volver a ser parte de las Provincias Unidas del Sur, la futura Argentina.
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No es difícil explicar cómo después de Artigas y la gesta de los 33 Orientales, aparece en el mapa Uruguay. Es que la burguesía del Río de la Plata era dependiente desde el inicio de la burguesía industrial europea, en especial la inglesa.
La aceptación de la Banda Oriental como parte de las Provincias Unidas del Sur desató la guerra con Brasil. Más allá de cómo iba el conflicto –haciendo un promedio de lo que dicen diferentes autores, se puede afirmar que nos iba bien–, el gobierno de Rivadavia decide negociar. Fue en esa negociación que el diablo metió la cola; o sea, los imperialismos europeos.
Brasil, antes y después del dominio de Portugal, siempre quiso acceder al estratégico Río de la Plata. Desde la colonia, con idas y vueltas, había avanzado sobre la Banda Oriental. A eso se suma que, en medio de los diversos procesos de independencia, el imperio inglés (que dominaba los mares y por lo tanto el comercio mundial) buscaba controlar el comercio de estos nuevos países. Por todo eso, las negociaciones no fueron fáciles. El Río de la Plata era demasiado importante.
Las cuatro partes decidieron más allá de los resultados militares. En 1828 se dispone la creación de un Estado que, con su puerto y su soberanía, dividía el Río de la Plata en dos. Esto favorecía a Inglaterra y a Brasil (que no tenía acceso directo al Río).
Con esto, no hay que pensar que uno adhiere a teorías conspirativas de que los ingleses son los únicos culpables de la división. La verdad es que la burguesía de la futura Argentina no movió un dedo para impedirlo. Tampoco, la del futuro Uruguay. Poco les importaba la unidad territorial si eso afectaba los negocios comerciales y rurales. Por esas mismas razones, tampoco se intentó mantener la unidad con Paraguay, por ejemplo.
La burguesía de la Banda Oriental vivía años de guerra que perjudicaban el campo y el comercio. Los porteños bonaerenses veían la dificultad de los barcos para circular por esa zona en guerra. Lo mismo, los ingleses.
Era hora de poner fin a esto y volver a los negocios. Y si “mamá” Inglaterra decía “¡basta!“, sus socios menores locales (las burguesías) obedecían. En definitiva, las burguesías locales fueron cómplices de esta división, mostrando una vez más su carácter lacayo, no revolucionario.