Siguen las tribulaciones de la economía K
Una vez más, el gobierno anunció otro plan para hacer como que hace algo contra la imparable suba de precios de la canasta familiar. Esta vez, escaldado por el fracaso de operativos anteriores, se cuidó mucho de hablar de “congelamiento”. Después de todo, no valía la pena sacar a Guillermo Moreno por la puerta para que sus chantadas volvieran por la ventana. No, esta vez los precios no van a estar congelados; van a estar solamente “cuidados”.
Otro índice de cautela es la cantidad de productos incluidos en el acuerdo. ¡Qué lejos quedaron aquellos listados de 10.000 productos de la época de Moreno! Es cierto, en la segunda versión se redujeron a 500. Pero parece que para las cadenas de supermercados seguía siendo mucho, así que la lista actual de precios “cuidados” es de menos de 200 artículos.
Lo gracioso es que el gobierno pretende sumar a los supermercados asiáticos, que son más chicos y de proximidad, para darle más aire a un acuerdo que a una semana de anunciado ya levantó infinidad de quejas por incumplimiento. Pues bien, las cámaras de supermercados asiáticos ofrecieron “cuidar” una lista de ¡30! productos (no falta ningún cero), a lo que el gobierno retrucó pidiendo que por favor la lista llegue al menos a 50. A este paso, el próximo intento de control de precios va a consistir en una promesa verbal de que ocho productos no van a aumentar demasiado.
No hace falta ni aclarar que hecho el acuerdo, hecha la trampa. El gobierno trató de darle aire de cosa importante publicando en los diarios, con fotitos y todo, la lista completa de artículos para que el consumidor lleve a su supermercado y controle. Inútil. Pasó lo de siempre: algunos productos estaban escondidos, otros tenían precio más alto y otros directamente estaban fuera de stock. Según la relación de cada cadena de supermercados con el gobierno, estas tres variables cambiaban de proporción. Pero que alguna tuviera todos los productos disponibles al precio acordado habría sido un milagro que no se verificó en ninguna parte.
Tampoco hace falta aclarar que para el gobierno todo funciona magníficamente. Al menos eso dijo el sucesor de Moreno en la Secretaría de Comercio, Augusto Costa, para quien “en la primera semana de implementación el cumplimiento es perfecto” y “no hay problemas de abastecimiento” en las góndolas. ¡Ése es mi pollo!, debe haber dicho Moreno, otro habitante de Kirchneylandia, desde su exilio forzado.
Para colmo, ya la misma lista venía con trampas. La mayor de ellas es que varios productos tenían precios que ya implicaban un colchón para algunos meses (o semanas, más bien). Cuanto mayor fuera ese aumento de base, mayor era la posibilidad de encontrarlo en la góndola. Tal es el aporte del empresariado a “la mesa de los argentinos”.
En resumen: un acuerdo nada ambicioso de muy pocos artículos, de los cuales algunos aumentan de entrada, con precios no congelados sino “administrados” (que lo descifre quien pueda), con artículos que aparecen a mayor precio o no aparecen, mientras la cantidad de productos realmente disponibles pasa de los cinco dígitos a dos. Un nuevo gran éxito de la arrolladora gestión del hiperactivo jefe de gabinete Jorge Capitanich y su ministro de Economía Axel Kicillof, con la bendición de una presidenta que habla menos, pero todo lo ve.
La inflación y el dólar siguen su marcha
Por supuesto, la razón de fondo de que el acuerdo fracasara casi antes de empezar es que todo el mundo quiere cubrirse del avance inflacionario. Al margen de la curiosidad por ver qué dirá la nueva medición del INDEC a partir de febrero (el “índice Moreno” termina ahora), se conocieron dos mediciones que dieron un aumento anual en 2013 del orden del 28%. Es cierto, se trata de la “inflación Congreso” (es decir, de la oposición de derecha) y el índice de la consultora Econviews, del neoliberal Kiguel. Pero sin duda están más cerca de la realidad que el ridículo 10,8% del INDEK.
Esta cifra, que debe considerarse un piso de la inflación del año pasado, ya deja en la zona roja no sólo a la amplia mayoría de los trabajadores en negro (el 35% de la fuerza laboral) sino a buena parte de los trabajadores en blanco que tuvieron paritarias y todo. Por lo pronto, la gran mayoría de los estatales salió perdiendo, y lo mismo ocurre con muchos gremios privados, cuyos acuerdos estuvieron por debajo de ese 28%.
Como hemos señalado en varias ocasiones, los factores que influyen en la inflación son muchos y diversos, y en cada caso hay que establecer cuáles son los de mayor peso. Parece fuera de duda que hoy uno de esos factores es la expectativa de los “agentes económicos” (léase el empresariado) respecto de la evolución de la cotización del dólar. Es imposible suponer una tendencia firme a la baja de la inflación mientras todo el mundo espera que el dólar siga subiendo. Y eso es lo que pasa hoy.
El moderado enigma que había inmediatamente después de las elecciones en cuanto a qué medidas económicas se iban a tomar (incluida la estrategia con el tipo de cambio) se resolvió por la vía de los hechos. El famoso desdoblamiento de la cotización del dólar, descartado formal y públicamente, ya se impuso. ¿Cuántos tipos de cambio realmente relevantes hay? Al menos cuatro, y perspectivas de más.
El primero es el tipo de cambio oficial, cuya tasa de devaluación es definitivamente muy superior a la inflación real. Desde principios de noviembre (5,90 pesos) al 15 de enero (6,71), es decir, dos meses y medio, la devaluación fue del 13,7%. Anualizado, ese índice de devaluación es del 66%, que llega al 80% si se toma el último mes o mes y medio. Primer aporte del gobierno a la “competitividad” del capitalismo argentino: bajar los salarios reales medidos en dólares.
A eso se suma el “dólar turista”, que ya existía y ahora se encareció: es el dólar oficial más el 35%. La idea es bajar el drenaje de divisas que representa el turismo argentino en el exterior, gracias a un dólar relativamente barato. Algo que empieza a pasar, pero demasiado lentamente. Cotización al 15 de enero: 9,05 pesos.
La gran novedad es el “dólar Bolsa”, o dólar MEP, operatoria que Moreno había prohibido y que el actual equipo económico alentaba con todo hasta que se asustó un poco. El objetivo era quitarle mercado al “blue” con una operatoria legal, que es comprar bonos en dólares que se liquidan en divisas en el mercado local (a diferencia del “contado con liqui”, hoy fuera de moda, que implicaba liquidar bonos de ese tipo en el exterior). El problema es que los inversores se entusiasmaron tanto que su cotización se acercaba demasiado a la del “blue”, con lo que al gobierno le salía el tiro por la culata. Valor al 15 de enero: entre 9,46 y 9,75 pesos según el bono.
Y queda, claro, el “dólar blue”, ilegal, que anda casi en los 11 pesos. En verdad, la cotización del blue sigue bastante de cerca el llamado “dólar convertibilidad”, es decir, la cuenta que da dividir el monto de las reservas por los pesos circulantes (la llamada base monetaria). Esa cuenta da hoy arriba de 12 pesos.
Con este panorama, las reservas del BCRA aguantan como pueden en el límite de los 30.000 millones de dólares, al precio de pedirles dólares prestados a las cerealeras. Endeudamiento, bah. Como nadie prevé que esta espiral se termine, nadie espera que la inflación baje. Y ese “nadie” incluye a los trabajadores y la burocracia sindical, lo que nos lleva al punto siguiente.
La burocracia de la barra de hielo y las paritarias calientes
Mala temporada para ser burócrata sindical, que pinta como el jamón del sandwich entre las exigencias de “racionalidad” del gobierno y empresarios a coro, por un lado, y la bronca de los trabajadores que ven cómo su ingreso es devorado por la inflación, por el otro.
La primera mala noticia fue en diciembre pasado con la “paritaria armada” de los policías. Más allá de algún peligroso intento de desconocer el aumento otorgado a punta de pistola (Entre Ríos y Chaco), el 40 o 50% que recibió el personal policial echó leña al fuego de las paritarias de trabajadores de verdad que se están por venir. Los cortes, la inflación y la escalada cambiaria tampoco ayudan ni un poquito a que los trabajadores vean “razonable” nada que esté por debajo del 30%. También aquí, aquel globo de ensayo del gobierno de intentar paritarias por debajo del 20% suena tan ridículo que parece haber sido hace años. Pero no: fue a comienzos de diciembre.
Curiosamente, mientras arrecian las reuniones de “unidad” y los rumores de unificación de las CGT y las CTA (en todo, en parte, mezclados, no mezclados, se dice de todo), al mismo tiempo se hace más difícil que cada sector burocrático salga bien parado. La primera involucrada, la burocracia del gremio docente, ve con ansiedad que se le acerca la fecha de inicio de clases. Moyano intenta un acercamiento al gobierno vía el petrolero Guillermo Pereyra (¿qué dirá su “nuevo socio” combativo, el Pollo Sobrero?). Yasky, de la CTA oficialista, se pone a la derecha de Caló, de la UOM y la CGT oficialista, al decir que con una paritaria trimestral (una propuesta salida de la desesperación cegetista) “los trabajadores estaríamos en el peor de los mundos”. El gobierno, por su parte, opera para tirarle un hueso a la burocracia vía obras sociales, a cambio de al menos un poquito de “prudencia salarial”.
Vaya que está preocupada la burocracia, que pasado el momento de entusiasmo gratis después del reclamo policial, ahora se agarran la cabeza, porque no hay cifra que la deje bien parada ante las dos partes a las que deben responder, de una u otra manera: patronal-gobierno y su base de trabajadores. A diferencia de otros años, el porcentaje de “equilibrio amigable” no va a ser nada fácil de encontrar. Y eso significa que una de las dos partes va a salir de la paritaria masticando bronca y con ganas de molestar a la otra. Sea como fuere, todos: gobierno, patronales, burocracia y trabajadores, van a tener que hacerse a la idea de que la temperatura de verano no va a terminar para la fecha de las paritarias. Más bien, va a ponerse más caliente todavía.
Marcelo Yunes