Luego del secuestro de dos gerentes, los trabajadores ocupan la planta

Alejandro Vinet, SoB Francia

En los últimos días, la noticia del secuestro de dos gerentes de la fábrica Goodyear de Amiens, Francia, por parte de los trabajadores en lucha, recorrió los medios de prensa más importantes del mundo. No es para menos: no es cosa de todos los días ver medidas de esas características.

Sin embargo, más que centrarnos sobre la espectacularidad de la acción (razón por la cual fue tan difundida, y también por la que los trabajadores la realizaron), aprovecharemos la ocasión para destacar la lucha de los Goodyear y hacer un balance de la misma. Así, veremos que la medida tomada no es un rayo en un cielo despejado, sino la consecuencia de una lucha que ya lleva varios años.

 

La pelea en Goodyear

 

La última etapa de la lucha de los trabajadores de Goodyear empezó a comienzos de 2013, cuando la dirección de la empresa anunció el cierre de la planta de Amiens, lo que implica la supresión de 1.200 puestos de trabajo. Este anuncio se realizaba al mismo tiempo que el PSA hacia pública su decisión de despedir a 10.000 de sus trabajadores en Francia y cerrar la planta de Aulnay.

La pelea en Goodyear sin embargo venía desde lejos. Desde hacía años que los trabajadores peleaban contra el cierre de la fábrica, que la dirección anunciaba disminuyendo la carga de trabajo (dos a tres horas por día) y dejando morir lentamente la fábrica. Esto fue a la vez el “castigo” que la empresa impuso a los trabajadores luego de que estos se negaran en 2007 a aceptar modificaciones en los ritmos de trabajo.

Como desde 2007, los trabajadores de Goodyear dieron pelea. Así, a lo largo del año prepararon jornadas de huelga, movilizaciones a los juzgados donde se tramitaba la impugnación judicial al plan de liquidación, que recogieron la solidaridad de otros sectores en lucha como PSA y Sanofi entre otros.

El secuestro de dos gerentes el lunes pasado fue una etapa más de esta lucha. Luego de haberlos liberado, los trabajadores ocuparon la fábrica y continúan allí al momento de escribir esta nota. Por el momento no parece haber una solución a la vista, sobre todo luego de que el patrón del grupo estadounidense Titan, el que parece más cercano a retomar la fábrica, haya acusado a los trabajadores de “piratas” por la medida de fuerza, luego de haberlos acusado hace algunos meses de holgazanes.

Sin embargo, lo que hay que destacar es que hay una discordancia entre una medida de fuerza muy radical como la que han realizado, y la reivindicación planteada, que se limita a exigir un aumento en las indemnizaciones por despido que los trabajadores recibirán. Este “atraso” a nivel de las exigencias, que significa un retroceso incluso frente a la política anterior, se explica principalmente a través de dos factores: la relación de fuerzas más general y la política de la CGT, ampliamente mayoritaria en la fábrica.

 

Una relación de fuerzas adversa

 

A pesar de la disposición de lucha de los trabajadores de Goodyear, hay dos obstáculos importantes para la pelea. Más adelante nos referiremos a la política de las direcciones sindicales; en lo que queremos detenernos aquí es en la relación de fuerzas más general que rige en el país.

Porque lo que no se puede perder de vista es que desde el inicio de la crisis económica internacional, las diversas luchas obreras que ha habido en el país se han saldado casi de manera unánime con derrotas. Ese fue el caso de la última gran lucha obrera, la huelga general de 2010 contra la reforma de las jubilaciones, que luego de paralizar el país durante semanas se saldó con la aprobación del ataque antiobrero del gobierno.

Lo mismo ha sucedido con las peleas locales que se dieron contra el cierre de empresas, cuyo caso más emblemático ha sido el de PSA Aulnay, que luego de 40 días de huelga no ha logrado impedir el cierre de la fábrica. Esto es así porque todavía pesa la derrota del 2010, sumada al chantaje que significa la crisis mundial, y la sensación de que es imposible impedir los despidos. A esto se suma el hecho de que no ha habido fenómenos masivos que abran una dinámica más general de lucha, como es el caso en España y Grecia, donde el grado de movilización es mucho mayor.

Esto da como resultado que las luchas se desarrollen en condiciones muy duras, donde, en los casos en los que se puede romper con la idea de que lo único que puede hacerse es resignarse y agarrar la plata, la tónica han sido conflictos duros, con una patronal inflexible y un gobierno que juega claramente para los empresarios.

Desde este punto de vista, y sin ninguna intención de lavarle la cara a la política de los sindicatos, consideramos que el conflicto está muy desgastado y que, como en otras peleas de características similares, negociar una buena indemnización puede ser lo principal en la cabeza de los compañeros. Sin embargo, no se puede caer tampoco en un objetivismo craso y es por eso que nos dedicaremos ahora a analizar la política de la CGT local.

 

La política de los sindicatos

 

Desde el comienzo del conflicto, la CGT ha tenido una política vacilante, cuyo eje principal ha sido la pelea judicial. Como dijimos, estuvo cruzada por huelgas y movilizaciones, pero siempre orientadas a obtener resoluciones favorables a las impugnaciones que se habían realizado frente a la justicia.

Esto llevó a depositar confianza en una instancia que, como sabemos, rara vez falla a favor de los trabajadores, y tuvo como resultado que el reciente revés judicial que sufrieron (sus denuncias fueron desestimadas) fuera un duro golpe para los trabajadores, que llevó a la situación actual, en que la se encuentran simplemente negociando las primas de despido.

Esto es la consecuencia del hecho de que, más allá de la impugnación judicial que había presentado, la CGT local no tuvo ninguna política estratégica que apuntara a continuar la producción en la planta, más allá de los vaivenes de la crisis y de las excusas que los patrones pudieran presentar, cuando se llenan los bolsillos con millones de euros aumentando los ritmos de producción.

Parte del zigzagueo de esta organización ha sido el proyecto de crear una cooperativa para resolver este problema. Pero esto solo solucionaba la situación a medias, ya que la cooperativa solo comprendía un sector pequeño de la producción, y hacer producir una fábrica de neumáticos, sector altamente desarrollado y dominado por verdaderos gigantes multinacionales, no es algo sencillo, en el sentido de que la presión de la competencia capitalista se haría brutal.

Estos límites derivan para nosotros de lo que ha sido el límite central de la política de la CGT: su negativa a comprometer al gobierno, exigiendo la nacionalización bajo control obrero de la planta. Esto hubiera obligado al poder político a dar una respuesta, en el contexto de su promesa de “acabar con el desempleo”, y sobre la base de que la pelea de Goodyear tuvo mucha repercusión mediática. Era la manera de asegurar la producción del sitio, de evitar cerrar partes de la producción y despedir trabajadores.

Es que el dirigente local, Mickaël Wamen, forma parte de un desprendimiento del PCF, cuya política frente al gobierno de Hollande ha sido el de un “apoyo crítico” e intentar que “vuelva hacia la izquierda”. No es para nada sorprendente que la CGT haya establecido una muralla absoluta entre lo sindical y lo político, sin exigir nada al gobierno. Pero esto es precisamente lo que ha permitido que todo quede en el terreno puramente económico, de los accionistas, la rentabilidad, la cooperativa o no, la posibilidad de que otro patrón tome el sitio. Y en este terreno, el más fuerte para la burguesía, es en el que los trabajadores de Goodyear han sufrido un revés, expresado en la sentencia judicial desfavorable que da vía libre al plan de liquidación de la empresa.

 

La lucha de Goodyear tiene que triunfar

 

En una Francia que ve aceleradamente cómo su tejido industrial se destruye, con la consecuente precariedad que eso implica para miles de trabajadores que terminan en las calles, la lucha de Goodyear se ha transformado en un símbolo de la resistencia obrera, en una muestra de que los trabajadores no se van a resignar. Es por eso que el resto de los sectores en lucha se han solidarizado con esta pelea, y su triunfo es cada vez más necesario. Hay que reorientar la pelea haciendo eje en el gobierno y exigiendo la nacionalización bajo control obrero de la planta. Si tanto promete Hollande “invertir la pérdida de empleo”, puede empezar salvando el trabajo de 1.200 obreros industriales, que representan a su vez cientos de empleos indirectos. Hay que poner al poder político contra las cuerdas y hacerle pagar su inmovilismo.

Además, es necesario exigir a las centrales sindicales un plan de lucha en serio: la CGT nacional, que se pinta de rojo para los días de fiesta y lanza discursos altisonantes contra la patronal, no movió un dedo por la lucha de Goodyear y pretende dejarla morir como ya ha hecho con la de PSA Aulnay. Una victoria de los trabajadores de Goodyear sería un paso adelante para todos los sectores en lucha y ayudaría a revertir la relación de fuerzas adversa.

De lo que se trata ahora es de rodear esta pelea de solidaridad, porque la patronal no quiere dar el brazo a torcer. Junto con esto, hay que pelear por una política diferente, que se centre en la lucha contra el gobierno y la burocracia sindical, para imponer el mantenimiento de la fábrica y no solamente primas de despido más altas. En el contexto de la crisis internacional y de los ataques cada vez más pronunciados contra los trabajadores, si ganan los trabajadores de Goodyear, ganamos todos.

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