Primera parte: La calificación
“Varios profesores obedientes habían logrado construir con las palabras de Stalin toda una teoría, de acuerdo con la cual el precio soviético, a la inversa de los del mercado, estaba dictado exclusivamente por el plan o por directivas; no era una categoría económica sino una categoría administrativa […]. Estos profesores olvidaban explicar cómo se pueden ‘dirigir’ los precios sin conocer el precio de costo real, y cómo se puede calcular este si todos los precios, en lugar de expresar la cantidad de trabajo socialmente necesario para la producción de los artículos, expresan la voluntad de la burocracia.” (León Trotsky, La revolución traicionada)
Se preguntará el lector por qué arrancamos una nota sobre educación con una cita sobre la economía soviética en épocas del estalinismo. Pues bien, la cita expresa en el terreno económico un problema que los docentes vivimos a diario en el terreno pedagógico: tener que calificar no en cuanto a la adquisición de saberes reales, sino con números que expresen la voluntad del gobierno de querer hacer ver que hay educación de calidad donde no la hay. Una vez respondida la pregunta, profundicemos ahora un poco sobre este tema.
Se supone que la calificación es la expresión numérica (también las hay con letras) de la adquisición de saberes sobre un tema determinado. Debemos partir de esa base para discutir los criterios actuales de evaluación y las intenciones gubernamentales al respecto. Se supone también que la escuela nos debe brindar las herramientas básicas y específicas para desenvolvernos en el mundo “adulto”.
En esos preceptos nos vamos a apoyar para analizar el plan de los distintos gobiernos para “desalfabetizar” a los jóvenes. Queremos aclarar que cuando hablamos de “desalfabetización” lo hacemos utilizando toda la amplitud del término, no solo refiriéndonos al mismo desde la capacidad de escritura. Así las cosas, nos encontramos actualmente en una acalorada discusión sobre la importancia de la calificación de los estudiantes (que se envalentonó ante la imposición de nuevas formas en la escuela primaria) y la relación que se entabla entre calificación, integración, contención y calidad educativa.
Hoy el kirchnerismo intenta hacernos ver un mundo educativo de fantasía en el cual la tenencia de una netbook por parte de los estudiantes, y la sola presencia de los mismos en la escuela, los “integra al sistema educativo” y, por lo tanto, la calificación es secundaria o innecesaria en términos reales.
Desde un punto de vista semántico, la permanencia en la escuela es sinónimo de integración, pero desde un punto de vista material basado en la función social de la escuela no tiene una lógica lineal. Debemos preguntarnos entonces: ¿es lo mismo ser que parecer? Como decíamos anteriormente, existen una serie de relaciones entre la realidad social, el rol de la escuela y la cantidad de chicos que hay en ella. Hay que estudiarlas profundamente para sacar conclusiones que se acerquen a un análisis serio de la “calidad educativa”. Al respecto el kirchnerismo intenta convencernos de que se aprende con el único requisito de permanecer dentro de un aula: esto es FALSO. La formación de cualquier tipo no se transmite por osmosis, es necesario para que se complete el proceso de enseñanza-aprendizaje que, entre otras cosas, convivan las ganas de enseñar y las ganas de aprender.
En relación a las últimas, debemos decir que hoy nos encontramos con un grave problema: hoy la escuela no es vista como un factor de ascenso social, y por lo tanto las ganas de aprender por el solo hecho de aprender solo se presentan en un número mínimo de estudiantes. Esto no es culpa de los estudiantes, sino de los sucesivos gobiernos que han destruido el sistema educativo. Así las cosas, no podemos pretender que los chicos, que están en proceso de formación (pedagógico y psicológico), “quieran saber” si no saben qué y para qué les va a servir. Es responsabilidad de los “adultos” marcar el camino si no queremos que la obligatoriedad de la educación tome forma represiva (tenés que estar ahí sin saber por qué) y no progresiva (tenés que estar para adquirir herramientas que te van a servir en el presente y a futuro).
Para aclarar un poco el tema, hablemos entonces de cuáles son las intenciones o planes que tienen los sucesivos gobiernos burgueses en cuanto a la educación de los sectores populares y cuáles son las que tenemos los socialistas revolucionarios.
Nosotros queremos elevar al ser, lograr que el ser humano saque lo mejor de sí mismo y lo ponga a trabajar para el bien común y su propia felicidad, pero sabemos que eso es imposible dentro de un sistema basado en la explotación del hombre por el hombre que bombardea constantemente la idea del “sálvese quien pueda”. Claro que no podemos, ni debemos, esperar a la instauración del socialismo mundial para tener una postura hacia el rol de la educación, pues sería realizar un análisis abstracto de un problema materialmente actual. En consecuencia, creemos que el rol progresivo de la educación en la transición al socialismo es el de brindar herramientas que sirvan para avanzar hacia la autodeterminación de las personas y la clase, pero en un país donde, como hemos dicho, la educación no es vista como una herramienta de progreso, sino como un dique de contención para “no caer más bajo”, necesitamos de la calificación como herramienta de presión para que los saberes se adquieran y el ser humano comprenda su capacidad de autodeterminación.
En la otra vereda, la burguesía pretende hacer del “como sí” una costumbre que la lleve a tener una masa dócil y moldeable a sus intereses. Por eso reduce la calificación a una mera operación algebraica donde la adquisición de saberes se reduce a tener un 7. La calificación es un criterio de medida, por eso es importante discutir qué medimos y no caer en la trampa de discutir números en forma abstracta. Se parte de los saberes que se quieren alcanzar para discutir la numeración, no de la numeración necesaria para que cierren los números según “los saberes que hay en el mercado”.
Si como mínimo pretendemos que un estudiante egrese sabiendo comprender un texto, darle sentido a una oración, realizando operaciones matemáticas básicas, etc. (todas herramientas de uso diario), no podemos prescindir de una calificación acorde a la enseñanza que brindamos. Si un estudiante sabe escribir y otro no, es inverosímil que ambos estén aprobados en practica del lenguaje. Quien no sabe escribir es “como si” supiera hacerlo, solo para que en el escritorio de los gobernantes den bien los números estadísticos. Esto nada tiene que ver con incluir, esto es excluirlo del derecho a saber.
El gobierno puede sacar miles de leyes y normativas para presionarnos sobre la calificación de los estudiantes con el ardid discursivo de la “integración con calidad educativa”, pero, como decía Trotsky, “El derecho jamás puede elevarse sobre el régimen económico y el desarrollo cultural de la sociedad, condicionada por ese régimen”.[1]
Sabemos que el tema es aún más profundo. Las presiones que reciben los docentes de parte de los directivos e inspectores, el hecho del deterioro de la visión del rol docente por parte de la sociedad aumentado por el discurso gubernamental que nos trata de vagos, las problemáticas socioeconómicas de los estudiantes, etc., nos ubican en un terreno difícil, pero la verdad es revolucionaria y hay que decir las cosas como son: de nada sirve “hacer como si” las políticas educativas fueran progresivas cuando año a año vemos deteriorarse el aprendizaje de la juventud, y aquí no hablamos de pruebas PISA, hablamos de lo que se ve a simple vista, lo que vemos los docentes en el aula y lo que ven los padres en las casas. No se puede seguir barriendo la tierra bajo la alfombra.
Desde la Lista Gris Carlos Fuentealba y como militantes revolucionarios queremos una escuela contenedora, inclusiva, que comprenda los problemas y “presione” para solucionarlos, no una escuela contenedor que agrupe pibes como un club social y que en nombre de sus problemas los naturalice y profundice.
En nombre del progresismo nos hablan de buena educación para todos y todas cuando en realidad no son más que lobos con piel de cordero.
Diego B
[1] Totsky, La revolución traicionada.