Como dábamos cuenta en la edición anterior de SoB, la situación del Banco Central se aproximaba a un punto crítico, a caballo de la presión de los “mercados” contra el peso, la pérdida de reservas, la suba del dólar en todas sus variantes y las oscuras perspectivas inmediatas. En un intento por “renovar expectativas”, el gobierno decidió la salida de Fábrega y su reemplazo por Alejandro Vanoli, hasta entonces director de la Comisión Nacional de Valores (ente que regula la Bolsa). Veremos enseguida qué se puede esperar de este cambio.
Un soldado K más firme para las batallas que se vienen
Cuando Fábrega fue destinado al timón del BCRA, en la crisis de enero que terminó en devaluación, fue recibido casi con beneplácito por la oposición y los banqueros. De hecho, no recibió ninguna objeción cuando su designación fue tratada en el Congreso. Sin ser un neoliberal, Fábrega era un viejo conocido del mundo financiero, con largas y aceitadas relaciones con todos los figurones y bancos importantes. En el marco de las aguas turbias y agitadas del fisco kirchnerista en esta etapa, era visto por la City como alguien relativamente confiable y previsible. Este tipo de designaciones “profesionalistas” no son ninguna novedad en el kirchnerismo, que a veces busca cubrirse las espaldas con gente de ese perfil en puestos clave; el ejemplo quizá más saliente es Miguel Galuccio, el director de YPF.
Sin embargo, estos meses de zozobra financiera desgastaron buena parte de la capacidad política (y de resistencia) de Fábrega, con quien el ministro de Economía Axel Kicillof chocaba cada vez más. En particular, Kicillof bufaba contra la política de contener el alza del dólar subiendo la tasa de interés, recurso que consideraba recesivo. Y en el último tiempo, en el gobierno sospechaban que Fábrega no hacía lo suficiente para frenar las maniobras especulativas de la patronal argentina, deseosa de cubrirse contra una eventual devaluación (con su corolario de pérdidas financieras y estrangulamiento de importaciones). Fue eso lo que disparó la suba del dólar “contado con liquidación”, algo mucho más serio que el blue por los montos involucrados. La pasividad de Fábrega respecto de esa jugada decidió su suerte y su reemplazo por Vanoli.
El nuevo presidente del BCRA, sin ser un cuadro político, es un hombre del medio financiero mucho más comprometido con el “modelo K” que su antecesor. De hecho, se lo menciona como uno de los autores intelectuales de la nueva Carta Orgánica del Banco Central, que cambió los objetivos tradicionales de la entidad: de la “defensa del valor de la moneda” y el control de la inflación se pasó a la “defensa del empleo y la distribución del ingreso”, en línea con el discurso oficial y con la entonces titular del BCRA, Mercedes Marcó del Pont.
¿Cuál es el mensaje que lanza el gobierno con la designación de Vanoli? Simple: ratificación de la política “heterodoxa” y de la visión de Cristina-Kicillof, rechazo (por ahora) del curso devaluacionista que propone la mayor parte del empresariado y una apuesta a controlar el valor del dólar por otras vías. Pero esto abre paso a una serie de inconsecuencias y amenazas.
Muchos “dolarductos” de salida y pocos de entrada
Por lo pronto, una de las primeras medidas de Vanoli fue subir las tasas, contrariando el discurso anterior de Kicillof (pero con el evidente acuerdo de este ahora). Sucede que no hay magia: si los pesos en poder del empresariado no se direccionan al dólar, es porque se le ofrece alguna inversión en pesos de atractivo más o menos equivalente. Esa inversión no es, sin duda, en la producción de bienes y servicios (como lo atestigua la recesión actual y los pronósticos de que continúe en el futuro, más allá de los dibujos del INDEK). Por lo tanto, sólo cabía, al menos en lo inmediato, tentar a los inversores con tasas menos ruinosas respecto de la inflación: estaban por debajo del 20% con una inflación real que anda por el 35-40%.
No obstante, en la reunión de Vanoli con los banqueros el lunes 6, el flamante titular del BCRA mostró otras cartas. Descartó medidas antipáticas para el mundo financiero, como subir violentamente los encajes (porcentaje de los depósitos que los bancos deben tener inmovilizados como garantía), y confirmó otras, como la exigencia de mantener líneas de crédito a tasa subsidiada.(1) Además, despejó la idea de devaluar o de volver a restringir el llamado “dólar ahorro”. Esa liberación del cepo cambiario en cuentagotas, muy utilizada por sectores de clase media para comprar dólares en montos bajos, le está trayendo problemas al gobierno (pierde unos 300 millones de dólares mensuales en reservas), pero volver atrás sería peor en términos de demanda del blue.
Desde el comienzo de la crisis de la deuda tras el fallo de la Corte yanqui, que alimentó la presión cambiaria ya existente, el gobierno casi no tomó medidas estrictamente económicas. Y en el momento de tensión previo a la salida de Fábrega, el discurso oficial fue que no había problema económico o financiero, sino que atribuyó todo a la “especulación”. Pero este factor, sin duda existente, no explica todo. Y el gobierno no puede pretender resolver con controles policiales o administrativos una situación de desbalance financiero (y cambiario) evidente.
Como señalamos en la edición anterior, los conductos por los cuales salen dólares del país son más numerosos, más anchos y a mayor presión que los conductos que los traen. A decir verdad, los ingresos de divisas están prácticamente confinados a un superávit comercial cada vez más artificial. La vía de los préstamos externos (la gran apuesta del gobierno a principios de este año) sigue prácticamente cerrada, y la de las inversiones no repunta, lo cual era de esperar en este contexto. Por lo tanto, para sostener las salidas de divisas por a) importaciones (con las restricciones conocidas), b) pagos de la deuda, c) los canales de fuga legales o semilegales que quedan, d) dólar ahorro y turístico, y otros rubros (entre los cuales no se encuentra la remesa de dividendos a las casas matrices, casi anulada por el gobierno al costo de espantar inversiones), la única caja que aguanta es la del BCRA. Demasiado poco.
Aquí entra el plan de contingencia del kirchnerismo para sobrevivir hasta enero, cuando ¿vendría el arreglo con los holdouts? A juzgar por el guiño de la ministra de Industria Débora Giorgi a los capos de las automotrices en su reunión de la semana pasada, cuando les rogó que “aguanten hasta febrero” (BAE, 3-10-14), pareciera que la gran estrategia es, parafraseando al finado liberal Alsogaray, “hay que pasar la primavera”.
Apostando todo a cartas dudosas
El gobierno sabe que las semanas que vienen, hasta fin de año, serán críticas, y que en ellas se jugará buena parte de la eventual estabilidad (o inestabilidad) con que comience 2015, lo que influirá en las perspectivas electorales también. Teniendo eso en cuenta, asombra un poco lo precario de los instrumentos con los que el kirchnerismo espera capear el temporal económico (por la recesión), financiero (crisis de la deuda) y cambiario (presión del dólar) que se avecina de aquí a fin de año.
En efecto, el oficialismo tiene por ahora la decisión tomada de no devaluar porque “no es que el dólar esté atrasado, sino que las demás variables están desalineadas” (tal es el argumento). Sobre esa base, el contrapeso a la presión dolarizadora, en ausencia de nada mejor, lo darían los siguientes factores. Primero, el gobierno confía en una liquidación de divisas de parte de los productores agrarios y cerealeras en el orden de los 6.000 millones de dólares entre octubre y diciembre. Segundo, espera que la licitación de la tecnología 4G para celulares, en la que intervendrán las principales operadoras del país, a principios de noviembre, aporte otros 2.000 millones de dólares. Tercero, se espera que se destraben créditos de algunos organismos multilaterales (BID, Corporación Andina de Fomento y Banco Mundial) por unos 1.300 millones verdes. A esto se sumaría un control redoblado sobre las operatorias cambiarias, ya no sólo las cuevas del blue sino las mesas del contado con liquidación (G. Laborda, Ámbito Financiero, 6-10-14).
Pues bien, si es verdad que todas las apuestas del gobierno de aquí a enero están cifradas en esas fuentes de ingresos (y no hay muchas más), hay que decir que ese eventual logro está atado a la evolución favorable de demasiadas variables.
Por empezar, para que los sojeros se decidan a liquidar sus dólares con la intensidad que el gobierno necesita tendrían que cambiar su conducta actual. De los 500 millones de dólares por semana que calcula el equipo económico, los exportadores, en las últimas semanas, vienen liquidando la mitad o menos. Es verdad que, como reconoció el inefable Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria, el tiro de la especulación les salió por la culata: esperando la devaluación, retuvieron producción pero en el medio les bajó el precio de la soja. “Perdimos nosotros y perdió el país”, fue la confesión de Buzzi. ¡Bellísima gente! Pero una cosa es que sea mal negocio retener granos en silobolsas y otra es liquidar dólares en la mano a $8,50.(2) Eso requiere de un grado de optimismo que hoy en día sólo tiene el gobierno. Tal como viene la cosa, de esos 6.000 millones que esperan Vanoli y Kicillof no habría que dar por seguro más de la mitad.
En cuanto a la licitación de la tecnología para celulares 4G, hay varias cosas en duda: primero, el monto de inversión involucrado; segundo, que llegue en tiempo y forma; tercero, que no haya presentaciones judiciales y otros posibles entuertos que demoren el asunto. Y con que el proceso se dilate sólo unas semanas, adiós la entrada de 2.000 palitos verdes antes de enero.
Por último, la cifra de posibles acuerdos con el BID, la CAF y el BM es por ahora más expresión de deseos que realidad. La caja más gorda de todo eso es la del Banco Mundial, pero es justamente la más bloqueada políticamente por EE.UU. y la UE.
¿No hay más nada? Bueno, es posible que entre algo de la inversión china en las represas santacruceñas. Y existe una gestión de un banco brasileño y otro chino interesados en encaminar la cuestión de los holdouts-buitres (sobre todo si gana Dilma). Salvo que el gobierno saque algún conejo de la galera, de verdad que el panorama financiero de aquí a fin de año no muestra mucho más.
Al kirchnerismo le juega a favor que todo el mundo, desde la gran patronal hasta la oposición de derecha y toda la burocracia sindical (¡y hasta el PO!), tiene interés en que Cristina termine su mandato sin crisis traumáticas. Pero la economía tiene su propia dinámica, lo que incluye las corridas bancarias o cambiarias y los ataques de pánico. No es nada seguro que a partir de enero todo se acomode. Tampoco lo es que en estos tres últimos meses de 2014 todo quede bajo control, aun crujiendo. Lo que sí es seguro es que el gobierno va a vivir este trimestre como un prisionero en su celda, tachando los días que faltan hasta el momento en que pueda salir a respirar un aire financiero no contaminado de amenazas.
Marcelo Yunes
Notas