Por José Luis Rojo
“No había en Lenin ninguna precipitación, su genio era orgánico, obstinado, en ciertas etapas incluso dilatorio, pues era profundo” (León Trotsky, La juventud de Lenin[1]).
En nuestra columna de construcción partidaria queremos abordar un tema que es como un eslabón perdido respecto de otras cuestiones tratadas anteriormente. Tiene que ver con la apertura del trabajo político, con vencer cierta timidez a la hora de encararlo. Históricamente, en la tradición de las organizaciones revolucionarias, los oficios de apertura del trabajo político y de consolidación y/o captación de nuevos compañeros siempre dieron lugar a tipos distintos de militantes, con características diversas.
En el pasado estaba la idea que la apertura de trabajo político era, de alguna manera, siempre más simple, y más compleja la captación de nuevos compañeros. En los tiempos que corren, sin embargo, la realidad es que la apertura de un trabajo político, dar a conocer al partido y sus posiciones, tampoco resulta sencilla para las jóvenes generaciones. De ahí que dediquemos nuestra columna de hoy a esta problemática.
Política y psicología
El primer obstáculo es que a diferencia de otros momentos históricos, la política no siempre está en el aire. Que los acontecimientos políticos estén o no en el centro de la escena, que medien todas las relaciones por así decirlo, depende del grado de politización de la sociedad, lo que está determinado, a la vez, por la ocurrencia de grandes crisis económicas o políticas, o de grandes luchas de las masas explotadas.
¿Pero qué ocurre cuando esto no es así? Ocurre que muchas relaciones pasan oblicuas a la política; se observa más gente desinteresada por los asuntos generales, que no relacionan lo que les pasa con el contexto global.
En esas condiciones, abrir trabajo político, establecer un diálogo de esa naturaleza no es simple. Es que debido a este ambiente poco político, sobre todo cuando se trata de la militancia juvenil, los factores de tipo subjetivo o psicológico como la timidez –un simple rasgo de la personalidad– se extrapolan en grado tan desproporcionado que dificultan el trabajo político del militante.
Abrir trabajo político siempre ha dado lugar a una dificultad. La política revolucionaria no actúa en el vacío, está obligada a romper determinadas fuerzas inerciales, un estado determinado de cosas: Trotsky decía que la inercia es la más poderosa fuerza conservadora de la historia.
La apertura de un nuevo trabajo político (o un nuevo contacto, lo mismo da) necesita siempre romper con un determinado estado de cosas en el cual el punto de vista revolucionario no necesariamente está en la esfera de pensamientos de la persona o grupo dado. Si el ambiente general del actual período es menos político que otros, es natural que los factores subjetivos –la personalidad del militante o del grupo hacia el cual dirige su atención– tendrán más peso a la hora de la apertura del trabajo político. La cosa es cómo ayudar a romper esta inercia.
La realidad siempre es más rica
A la hora de la apertura de cualquier trabajo político hay que vencer dos fuerzas que actúan en sentido contrario de la actividad militante: a) las condiciones “menos políticas” en las que se opera hoy, y b) la mayor timidez relativa de los militantes juveniles a la hora de tomar contacto con otras personas. Ambas circunstancias remiten, en última instancia, a factores objetivos, hasta por el hecho evidente que la personalidad no se constituye en medio de un vacío político, sino en condiciones históricas determinadas que hacen que ciertos rasgos se agudicen más que otros: “La tendencia general del desarrollo de Lenin no era, a decir verdad, una excepción: a comienzos de los años 90, la joven generación de la intelligentsia en su conjunto giró bruscamente hacia el marxismo. Las causas históricas de este giro no eran tampoco un misterio: la transformación capitalista de Rusia, el despertar del proletariado, el callejón sin salida al que había llegado la marcha revolucionaria independiente de la intelligentsia. Pero no se debe hacer desaparecer una biografía en la historia. Es necesario mostrar cómo, de forma general, las fuerzas históricas y las tendencias se cristalizan en un individuo, con todos sus rasgos y peculiaridades personales” (El joven Lenin, ídem).
Tampoco es verdad que la “timidez” en la militancia sea algo nuevo; es una característica que traduce determinadas relaciones de fuerzas, las que salvo en momentos de crisis y lucha de clases suelen tener algún grado de adversidad que hay que romper.
En el haber de las organizaciones hay sinnúmero de experiencias al respecto. El autor de esta nota recuerda una anécdota personal en la década del 80 cuando en el marco de una campaña estudiantil en la facultad de Ciencia Exactas de la UBA, los militantes del equipo partidario estaban asustados detrás de la mesa sin atinar a salir hacia afuera a hacer campaña. Lo que los presionaba era una situación de crisis partidaria en aquel momento, que los había puesto a la defensiva a la hora de arrancar con la campaña, pero también presionaba la falta de oficio, el temor o timidez a la hora de salir a difundir la lista en cuestión y otras trabas clásicas cuando se trata de romper la inercia y lanzarse a la actividad. Y lo que estamos señalando vale también para un trabajo en puerta de fábrica, el piqueteo del periódico en una zona obrera, o lo que sea.
Partamos de una enseñanza universal: como la mayoría de los temores a la hora de hacer campañas, la timidez se demuestra infundada: la realidad es siempre menos hostil que lo que creemos a primera vista; siempre hay mayores posibilidades, más recursos a ser explotados, más fibras a ser tocadas: ¡la realidad siempre es más rica de lo que pensamos, nos da más posibilidades de las que presuponemos!
Entre los trabajadores anidan reservas de solidaridad que muchas veces no logramos explotar, hasta por el tamaño de nuestras organizaciones o, simplemente, por falta de experiencia, pero el hecho es que cuando nos lanzamos a una actividad de apertura política, casi siempre nos llevamos una grata sorpresa.[2]
Vencer la timidez
Además de los obstáculos e inercias políticas, entre las jóvenes generaciones se manifiesta otro problema: la timidez como rasgo del desarrollo de la personalidad. ¿Cómo vérselas con este factor? La cosa es más simple de lo que aparece a primera vista. Está vinculado a los “grupos de pertenencia” característicos de la juventud. Dichos grupos hacen a los factores identitarios de cada joven, que se afirman positivamente en relación a su grupo y negativamente, por así decirlo, en relación a los demás.
Es probable que en determinados contextos históricos dichos grupos se constituyan de manera más política, pero, seguramente, otras tantas veces se afirman alrededor de determinadas sensibilidades subjetivas que tienen poco o nada que ver con la política. Esto ocurre hasta por el hecho de que en un partido uno hace amigos, pero un partido no es un grupo de amistad: la amistad aparece generalmente a posteriori del vínculo político.
¿Qué pasa cuando se trata de establecer vínculos que vayan más allá del núcleo de las amistades? Preguntarse la cosa es en parte comenzar a solucionarla: si en la amistad lo que pesa es la afinidad personal, en la actividad política el campo de acción debe extenderse hacia el conjunto: ¡hay que hablar con todo el mundo!
Cuando se hace una actividad política se debe buscar el vínculo más objetivo, que se construye no en razón de determinados rasgos subjetivos, sino de hechos y posiciones políticas.
La timidez como rasgo de personalidad se puede comenzar a vencer en la medida que cada joven militante comprenda que lo que se pone en juego en la apertura de un trabajo político no es su subjetividad sino las posiciones que sustenta el partido, aunque, claro está, esto sea más fácil de enunciar que de lograr: “La prevención contra los desconocidos (…) es en general, como se sabe, característica de la juventud (…). Es posible que el vello de la timidez no hubiese desaparecido aun en este joven presuntuoso (Lenin); en todo caso, en esta timidez se afirmaba así la tendencia a no desgastarse por gente que no valía la pena” (ídem)[3].
Trabajar en equipo
De todas maneras, hay un elemento irreducible que hace a la personalidad de cada militante, algo imposible de racionalizar por fuera de la experiencia de cada uno de ellos y vinculado a la experiencia del conjunto del partido y la situación política como un todo. En todas las épocas ha habido militantes que por sus características son más extrovertidos y otros con mayor timidez, entre otros rasgos (más “políticos” o más “organizativos”, o lo que sea).
Por esto mismo, entre otras cosas, el trabajo en las organizaciones revolucionarias siempre es en equipo, al cual colaboran los distintos rasgos de la militancia. De ahí que en los equipos partidarios deban combinarse “abridores” y “consolidadores”, políticos y organizadores, agitadores y propagandistas, etcétera, y así debe ser: buscar esta combinación de rasgos de personalidad política para avanzar en el trabajo partidario del frente que se trate, haciendo madurar a la propia militancia y el partido en la actividad.
[1] Recomendamos vivamente a toda la joven militancia leer los brillantes fragmentos de Trotsky sobre Lenin, una serie de textos no concluidos pero que dan un agudo retrato del gran dirigente de la Revolución Rusa, con agudas enseñanzas para las nuevas generaciones partidarias.
[2] Un clásico a este respecto son las campañas de legalidad partidaria; es universal que entre los sectores populares, los trabajadores, la juventud, la generalidad de las veces el sentimiento democrático se impone.
[3] En la juventud, muchas veces, la timidez se encuentra vinculada a un rasgo sectario, a cerrar las inmensas posibilidades que abre la realidad (o determinada persona) de manera apresurada, por anticipado. Requiere experiencia saber qué o quién vale la pena y qué no desde el punto de vista político.