La farsa de la independencia brasileña –

 

En otros artículos hemos dicho que las burguesías del Río de la Plata no fueron revolucionarias, como algunos quieren ver. Sí existieron grupos más radicales, que intentaron ir más allá. Pero nunca pudieron acaudillar alguna de las clases orgánicas del capitalismo. Los sectores de la burguesía, con suerte, buscaban la independencia siempre y cuando pudieran mantener los negocios que generaban el comercio exterior y/o la producción de algunas exportaciones.

Pero hubo un caso en Sudamérica que, podemos decir, fue el sueño de la burguesía agroexportadora o comercial: Brasil. Su independencia no generó grandes problemas internos, no perdió territorios al poder mantener la unidad (todo lo contrario, incorporó regiones), formó un gobierno fuerte… Pero, sobre todo, logró la autonomía sin que las clases más bajas o grupos radicales “perturbaran la paz” o “perjudicaran los negocios”. Sin tirar un tiro, consiguió la independencia.

Efectivamente, en 1822 se logró la independencia, conocida como el Grito de Ipiranga. No fue un movimiento político, no fue una guerra, ni un levantamiento. Fue una simple “declaración” en todo sentido. Sin pueblo, con el ejército, se aplaudió un discurso en el que el nuevo emperador decía que Brasil era libre de Portugal. Y con eso acabó todo.

 

Los antecedentes

 

Brasil no escapó a la ola de nuevas ideas liberales. En 1720 se produjeron “agitaciones” en la zona de Minas Gerais. La represión fue brutal, y fueron muertos los principales cabecillas en los enfrentamientos con el ejército.

En 1789, influidos por la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, Joaquim José da Silva Xavier, un ex oficial del ejército, devenido en dentista (llamado por eso el “Tiradentes”) encabezó una conspiración: la llamada “Inconfidencia Mineira”. En Vila Rica, población de Minas, comenzó a impulsar una conspiración (“inconfidencia”), aprovechando el sentimiento anti-portugués entre los perjudicados por los privilegios de aquéllos.

El movimiento de Villa Rica logró el apoyo de un grupo de estudiantes y poetas influidos por las nuevas ideas. Su lema era “la libertad, aunque tarde, vuelve su mirada a los débiles”. Era un grupo con ideas radicales, como los hubo en otros lugares, pero como tantos otros revolucionarios americanos, fue ignorado por la clase que decía representar (la burguesía agraria y comercial). Tiradentes, fue derrotado y rápidamente ejecutado, pero no así otros de sus seguidores, puesto que estos eran de mayor nivel social que el de “sacamuelas”.

Lo importante es que las presiones liberales, pro-independencia, de la época, estaban presentes y eran reprimidas brutalmente, sin que el grueso de las “clases altas” se jugase por la independencia.

Posteriormente, en 1817, se produjo un alzamiento en el norte que dio origen a la República de Pernambuco (duró apenas casi 3 meses). Pero ideas como igualdad de derechos, república y tolerancia religiosa se mezclaron con un claro pensamiento esclavista. Esas ideas de avanzada fueron derrotadas rápidamente por el ejército real. Evidentemente, los límites del esclavismo ayudaron a la derrota.

 

La independencia sin violencia

 

En 1808 ocurre un acontecimiento importante. Ante la invasión de Portugal por Napoleón, el rey y toda su corte se trasladan a Brasil. Esto significó más que un viaje. Brasil cambió su papel dentro del imperio portugués. Gracias a esta nueva, podríamos decir, “metrópolis provisional”, se produjo un impulso económico importante, la llegada de una burocracia estatal de más alta alcurnia, nuevos y grandes comerciantes y en general nuevos y más grandes recursos.

La nueva posición ocupada por Brasil trajo problemas entre los blancos portugueses y los blancos brasileños. Pero, además, ayudó al desarrollo de intereses locales ligados a la monarquía. Recordemos que desde 1808 a 1821, o sea 13 años, la corona y toda su corte vivieron en Río de Janeiro.

El problema estalló en 1821 cuando Juan VI debió volver a Portugal por las presiones que generaban allá los liberales (incluido un levantamiento) y los antiguos intereses metropolitanos. No todo el mundo estaba de acuerdo con la indefinida estancia americana del rey de Portugal. Sin otra alternativa, el rey y su corte regresaron a Lisboa a poner orden.

Ante el regreso en 1821 del rey a Portugal, el miedo se apoderó de los burgueses brasileños y los portugueses que se habían asentado (incluso enriquecido) en las ciudades americanas. ¿Qué pasaría con sus nuevos privilegios, negocios, etc.? ¿Qué pasaría con los intereses creados en 1808? ¿Brasil volvería a ser colonia en todo sentido? Y frente a los hechos que ocurrían en el Río de la Plata, ¿qué pasaría con el desarrollo de nuevas ideas y los cambios en la región? ¿Se mantendría la paz interna?

Ante las presiones debido a las dudas, Juan VI deja como regente a su hijo Pedro. Era una especie de garantía de que Brasil sería tratada en igualdad con Portugal; o sea que la situación no iba a cambiar.

La realidad es que esta “garantía” no ayudó mucho. Los liberales brasileros y algunos sectores que querían eliminar las diferencias entre blancos portugueses y blancos americanos[1], comenzaron a conspirar o presionar por reformas. Como muestra de lo que podía cambiar, el rey de Portugal había adherido en 1815 en el Congreso de Viena al tratado por el cual se eliminaría la esclavitud gradualmente. Esto no satisfacía a los esclavistas. Pedro quedó entre la espada y la pared, entre su padre en Portugal y los liberales y esclavistas brasileños.

Acá es donde se cumple el sueño de la burguesía comercial y agraria, la independencia sin ningún tipo de problema, movilización o conflicto que desarticulara la vida económica de la ex colonia. Ante las presiones, en 1822, Pedro se declara emperador de Brasil (¿con consentimiento de su padre?), en el llamado “Grito de Ipiranga”.

Ipiranga es un pequeño río cerca de San Pablo, donde Pedro recibió la noticia de que no sería más regente de Brasil, sino un simple “representante” de Lisboa. Se dice que, ante esta noticia, gritó “¡independencia o muerte!”. Pero en ese lugar no había nadie que se opusiera a la independencia, porque nadie quería perder sus derechos y privilegios adquiridos. Así que lo de “muerte” era sólo una exclamación. Es que no habría ni guerra ni lucha. Lo de Ipiranga no fue más que un acto, con un discurso de una sola frase. Obvio que no menor al declarar la independencia. Pero, al mismo tiempo, aseguraba una transición tranquila y sin conflicto.

Fue una salida conservadora, sólo comparable con la de Iturbide en México que también se declaró emperador… aunque después de una lucha sangrienta contra el movimiento de independencia encabezado por sectores populares.

Esta salida conservadora se debió a los componentes sociales en juego en Brasil. En primer lugar, los 13 años que vivió el rey de Portugal y su corte, dejaron una burocracia y un ejército sin muchos deseos de cambio y muy aristocráticos.

En segundo lugar, y más importante, Brasil era una sociedad esclavista; es decir que la burguesía agraria y/o comercial no tenía intereses en cambios  sociales o políticos muy profundos que perjudicaran y pusieran en peligro su poder y sus negocios, basados directa o indirectamente en la explotación de los esclavos.

Además, la revolución de Haití daba el ejemplo de haber liberado a los negros luego de una larga y sangrienta guerra social. ¡Eso no debía ocurrir en Brasil! Era mejor apoyar una independencia negociada como el “Grito de Ipiranga”, que un levantamiento que llevara a la guerra, el caos social y económico, y la temida liberación de los esclavos. ¡Mejor una transición en paz, que darles armas y derechos a los afro-brasileños!

Al igual que el resto de las burguesías sudamericanas, la brasileña esquivó así cualquier cosa que se acercara a una verdadera revolución social. Se negó a transformar la sociedad otorgando libertad a los esclavos, se negó a buscar otro camino que no fuera ser el socio menor del imperialismo inglés y seguir exportando un par de productos agrícolas. Por esos motivos, se inclinó por una monarquía constitucional que le garantizase algunas libertades mientras controlaba a los sectores oprimidos.

Podemos decir que en Brasil se repite la historia del Río de la Plata, aunque de forma más conservadora incluso. Una burguesía comercial y exportadora prefiere ser socia menor de los capitales extranjeros y del Imperio Británico, que ubicarse a la cabeza de una revolución social y de independencia que transformase la sociedad e iniciase un camino de desarrollo autónomo.

La salida conservadora fue la norma. En Brasil, esto llegó al extremo con hasta una parodia de independencia: el “Grito de Ipiranga”. La burguesía privilegió sus negocios a una transformación verdadera.

 

Martiniano Rodríguez

 

[1] El problema de los privilegios fue común a todas las colonias, y es lo que algunos interpretan como el “derecho a la igualdad”. El dilema es que sólo hablaban de igualdad entre los blancos. Solamente un pequeño grupo aceptaba la igualdad de blancos, indígenas y afro-americanos.

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