“De concretarse la apertura oficial de negociaciones, el gobierno deberá prepara ideológicamente el panorama interno. Según fuentes oficiales, el mensaje será que Cristina Fernández de Kirchner quiere entregar al gobierno que la suceda un panorama despejado en cuanto al reclamo de los fondos buitre y terminar su gestión con el 100% de la reestructuración del proceso de salida del default de 2001 cerrado. (…) Éstos serían los argumentos que se le explicarán a la militancia” (C. Burgueño, Ámbito Financiero, 15-10-14).
El gobierno, y la economía, siguen, en el fondo, pendientes de la cuenta regresiva hasta el 31 de diciembre de 2014, cuando venza la cláusula RUFO (que impide ofrecer antes de enero de 2015 condiciones mejores a las de los canjes 2005-2010). No en sí misma, sino porque es el último obstáculo legal para llegar a un arreglo con los acreedores que no entraron al canje de deuda. Es casi seguro que habrá negociación y que será larga y difícil. Es menos seguro que haya fumata blanca. Pero es muy probable que el gobierno tenga decidido ese rumbo. Sucede que las opciones se le agotan y el deterioro de las demás variables económicas sigue su marcha incesante: desde la situación de la industria hasta las cuentas fiscales, pasando por la siempre presente amenaza de nuevos cimbronazos cambiarios. Y mientras el gobierno deshoja la margarita, a la economía se le vuelan las chapas.
La industria (y el empleo) rechinan los dientes
Tanto el kirchnerismo como Cristina, últimamente, prefieren guardar prudente silencio sobre las bondades del modelo “productivo” o “industrial” que supuestamente habría puesto en pie su gestión. Más allá de las insuficiencias estructurales del “modelo” que ya hemos señalado muchas veces (ausencia de cambio real de perfil productivo; centro en una industria no esencial como la automotriz, y completamente extranjerizada; pavorosa dependencia de bienes de capital importados que comprometen la balanza comercial), hay razones de coyuntura para no mencionar el tema. Sucede que, según la mayoría de las estadísticas privadas (no muy seguras pero en todo caso más confiables que un INDEK que volvió a las andadas muy pronto), la actividad industrial en su conjunto cumple 16 meses en recesión (mayo 2013-septiembre 2014).
Un informe del estudio Broda sobre datos de FIEL (ambos neoliberales) compara esta recesión con las ocho últimas de la industria y encuentra que la actual supera en duración a la mayoría, aunque no en profundidad (la caída de la producción se estima en un 7,5% anual, contra un 8,7% anualizado de la recesión 1999-2002, que duró 27 meses). Y aunque tampoco supera en porcentaje de caída a la recesión post Lehman Brothers (todo 2008), sí ya es la recesión industrial más larga de toda la gestión kirchnerista (Ámbito Financiero, 21-10-14).
Lo malo es que todos los signos apuntan a que continuará, porque los factores que le dieron origen no sólo no se atenúan sino que se afianzan. Es el caso, entre otros, de la inflación, la caída del salario y el consumo, la restricción de importaciones y el crédito escaso y/o caro. Y las ramas más afectadas son justamente los que traccionan al conjunto del sector: automotores, metalurgia, construcción (ésta última, sólo sostenida por la inversión pública).
Ni hablar de la situación de las exportaciones de manufacturas, que pierden mercados con un peso revaluado, en términos reales, respecto del dólar (la inflación ya se comió la devaluación de enero) y del real brasileño, a contramano de la tendencia mundial del dólar a avanzar frente a las demás monedas. En efecto, mientras para el INDEK la inflación roza el 20% en lo que va del año, las mediciones privadas coinciden cerca del 30%. Si con buena voluntad hacemos un promedio, nos da el 25%, cifra que supera la devaluación dispuesta por Fábrega-Kicillof en enero.
Dólar y peso, atados con alambre
Como era de prever, el gobierno logró sacar del centro de la escena la cotización del dólar (o más bien, de los diversos tipos de dólar, ya no sólo el blue sino el “contado con liquidación”, el “dólar Bolsa”, y hay otros). Pero el mecanismo utilizado para aquietar las aguas del mercado cambiario tiene la sutileza de un bastón policial. En efecto, la serie de operativos y presiones contra casas de cambio, cuevas, operadores y bancos logró despejar la plaza y reducir al mínimo el nivel de transacciones, con lo que las cotizaciones se mueven poco. Pero no hace falta decir que esta realidad es artificial y no puede durar mucho. Tampoco es la intención del gobierno, que sólo busca ganar tiempo y mira correr los días en el almanaque como mira la hora un equipo chico que le gana a uno grande en su cancha. El minuto 90, claro está, es enero de 2015.
Mientras tanto, el Banco central ya no sabe de qué disfrazarse, en su misión casi imposible de, a la vez, atajar el dólar, sostener el peso, financiar al Estado y no perder (demasiadas) reservas.
Aunque hace menos ruido que el dólar, no hay que descuidar la situación del peso. Porque no olvidemos que a la economía argentina no sólo le faltan divisas extranjeras, sino pesos reales, es decir, genuinamente respaldados por crecimiento de la producción. Lo que tenemos hoy, en cambio, es un Estado cuyo déficit fiscal creciente (aunque disimulado con argucias contables) sólo puede taparse con préstamos del BCRA, es decir, emisión sin respaldo. Y, como señalamos más de una vez, el límite económico (y legal) para que el Banco Central siga financiando al Tesoro con papel pintado no está lejos. No es de extrañar: aunque un cálculo preciso es imposible dado el caos y los engaños estadísticos (de los K y también de los estudios de economistas), hoy el déficit fiscal real no debe bajar del 5% del PBI, lo que es muy alto en términos internacionales y es un bochorno para el modelo de los “superávits gemelos” (¿se acuerdan?).
Préstamos frescos, como es sabido, nada hasta no arreglar con los holdouts (ver más abajo). Inversiones, poquito; encima, la caída del precio del petróleo aleja momentáneamente el interés por Vaca Muerta. Entonces, ¿cómo se sostiene el esquema? Con emisión de Letras y Notas del BCRA, con pases bancarios, con préstamos poco o nada declarados del Banco de Acuerdos de Basilea o el Banco de Francia (a pagar a los premios), con dibujo contable… No importa. Lo que sí importa es llegar a enero, y ahí se verá. O se improvisará.
Es el marketing, estúpido
Una palabra siempre repetida en el discurso oficial es “historia”. Todo el tiempo se nos recuerda que “este gobierno va a pasar a la historia por…”. Lo curioso del caso es que esa vocación por el bronce y la medalla olímpica se sostiene sin importar mucho de qué disciplina se trate. En una época éste iba a ser el gobierno que “se le plantó al FMI desde una posición soberana”. Después resulta que en realidad “compró soberanía” con el pago de los 10.000 palos verdes cash en 2006.
Luego vino lo del “desendeudamiento”, que sonaba muy bien hasta que alguien descubrió que el kirchnerismo asumió con 130.000 millones de dólares deuda, pago (según propia confesión de Cristina) 190.000 millones, y ahora debemos… unos 230.000 millones. De modo que ahora hay un nuevo campeonato para pasar a la historia: el de “reestructurador exitoso de la deuda”. Es un título más complicado y menos atractivo que “medalla de oro en desendeudamiento”, pero al menos suena más progre que “campeón de los pagadores seriales”…
Sucede que, ya en 2015 y con la campaña electoral bien lanzada, el kirchnerismo necesita darle a su tropa un poco de mística. Si llega la decisión de ir a un arreglo con los holdouts (buitres incluidos), cerrar de una vez el capítulo default y volver a los mercados internacionales (y sólo Cristina decidirá si se hace o no), hay que “venderla” a la sociedad pero en primer lugar al propio kirchnerismo. Es así que un operador oficialista reconocía que “estamos preparando cómo envolver ideológicamente un eventual anuncio” de arreglo con los acreedores (Ámbito Financiero, 15-10-14).
Una vez superada la amenaza de la cláusula RUFO, hay todo un menú de opciones para resolver el entuerto con los buitres y el resto. Podría haber desde arreglo directo hasta recompra del paquete de deuda por parte de un amplio espectro de bancos interesados (desde la gran banca internacional hasta bancos argentinos, pasando por chinos y brasileños). Pero como dice un analista, “el problema oficial hoy no es la oferta sino la manera en que un eventual futuro acuerdo se le plantearía a la militancia. La hipótesis es que se presentará una renegociación con los fondos buitres como un éxito (no se les pagará el 100%), y además podría camuflarse con la intervención de terceros, es decir, bancos extranjeros. El dilema entonces no es la oferta, sino el marketing” (ídem). De todas maneras, conviene no exagerar el tono de angustia de los operadores del oficialismo: el estómago de “la militancia” K, a esta altura, está bastante acostumbrado a la ingesta de sapos.
Marcelo Yunes