Por José Luis Rojo
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“(…) ha habido centenares de asambleas en todo el país para elegir delegados y elaborar plataformas. Esas asambleas contribuyeron decisivamente a trazar un balance de la situación de los trabajadores y de sus luchas en cada zona del país y sacar conclusiones, no sólo en el plano reivindicativo sino también en el del método de trabajo y de la acción política. De este modo, la marcha al Congreso del Luna ha sido el escenario de una intensa politización. Cambia un escenario donde el trabajador es una masa pasiva a la que manipulan los candidatos tradicionales a veces en forma directa, a veces a través de la burocracia sindical. Aquí, en este Congreso, la clase obrera viene y participa como protagonista de la elaboración de su propia política” (Jorge Altamira, conferencia de prensa realizada el martes 4 de noviembre para anunciar la convocatoria al Congreso del Luna Park).
El Partido Obrero realizó su tan anunciado acto en el Luna Park. Con una presencia estimada en 8000 asistentes provenientes de todo el país, el activo militante rondaría la cifra de unos 2000, mientras que el resto de los asistentes, previsiblemente, eran integrantes del Polo Obrero. Las comisiones se formaron desde la mañana (movimiento obrero, estudiantil, juventud, comisión política) para dar lugar a las 17 horas al ingreso del resto de los convocados.
Si nos detenemos sumariamente en los números, hay una primera cuestión a remarcar: aunque para los parámetros de la izquierda en nuestro país 8000 asistentes no es algo insignificante, tomando en consideración los números que reunía el viejo MAS, sigue siendo una cifra exigua: este partido se lanzó en el mismo Luna Park en 1983 con una cifra similar, pero que por añadidura era de militantes y simpatizantes políticos; no compañeros y compañeras reclutados sobre una base movimentista. Esto por no recordar iniciativas como las del estadio de Atlanta, Ferrocarril Oeste o la gente sumada en el acto del NO con una Plaza de Mayo colmada, cifras que damos comparativamente como para establecer una medida de las cosas.
Pies de barro
Esto nos lleva, directamente, a un segundo problema, de mucha mayor importancia estratégica aun: el de la composición “estructural” del acto. Desde el lanzamiento del “Congreso” el carácter que se la daba al mismo auguraba un fracaso: anunciarlo como “el” evento para la “fusión de la izquierda con el movimiento obrero” es de tal desproporción que solamente puede conducir a un sinsentido, algo que no es serio como objetivo tal. Primero, porque para que se operara tal “fusión” haría falta que tal “movimiento obrero” se hiciera presente en el acto; al menos una parte de la vanguardia del mismo. El PO nos debería demostrar que en el acto estuvieron presentes, al menos, delegaciones de una centena de compañeros del neumático, de los petroleros privados del sur, de Aluar, del gremio gráfico, de Lear y así de seguido para que pudiera mentarse tal “fusión” (un objetivo difícil para cualquier organización en las condiciones dónde, por añadidura, no está en curso un gran ascenso de las luchas).
Pero si esto es complejo para cualquier corriente en la actualidad (el PTS tiene un trabajo relativamente mayor en el seno de la vanguardia obrera, aunque con la tara de la reducción sindicalista del mismo), tal fusión podría facilitarse a partir de un esfuerzo sistemático de estructuración de militantes en el seno del proletariado, cosa que el PO se ha negado redondamente a hacer. Existe el grave problema que por el carácter del actual período histórico, poco político, es difícil resolver dicha “fusión” desde afuera de la clase obrera y sus luchas, aunque la “fuerza gravitatoria” de un éxito electoral y una mayor “visibilidad” atraigan aquí o allá algunos dirigentes sindicales de manera individual.
Pero esa es, precisamente, una de las apuestas estratégicas del PO: la búsqueda de una ampliación de su influencia política desde afuera de la experiencia en sus luchas cotidianas (estuvo ausente en Gestamp, participó epidérmicamente en Lear). Insiste que eso sería “sindicalismo” y que su abordaje es “político”: parado desde un punto de mira “en las alturas” (la figuración del Partido Obrero en la actualidad como el partido más conocido de la izquierda), grandes porciones de los trabajadores “irían a sus pies” ante la primera gran crisis.
Señalemos que aquí se agregan dos problemas más. Uno, que dichas grandes crisis se hacen esperar; es muy difícil de momento diferenciarse en el Congreso del resto de la oposición patronal (cosa para la que no colabora en nada la política del PO y el FIT en su conjunto, la mayor de las veces pegados o disueltos entre la derecha); para algo así hay que tener un comportamiento revolucionario en dicho ámbito de el que el FIT parece carecer (el repudio en solitario de Zamora cuando la visita de Bush padre a la Argentina fue una de esas oportunidades para hacerse ver diferente de todos los demás partidos).
Pero existe un problema más de fondo: el mecanismo histórico del bolchevismo y las corrientes revolucionarias, más allá de sus desigualdades, siempre ha sido el opuesto al que pregona el PO: el salto en calidad se ha logrado cuando la ubicación en las alturas aparece totalizando una construcción y los vínculos que “reticularmente” se han venido construyendo desde abajo entre los núcleos más concentrados del proletariado y que al referenciarse “arriba” con una figura partidaria o una representación parlamentaria, permiten ampliar en mucho esa construcción “orgánica”.
Claro que estas referencias no se han construido solamente por vía parlamentaria, sino en momentos de grandes conmociones; en todo caso la presencia parlamentaria es una enorme palanca para una construcción en el seno de la clase siempre y cuando el “trabajo gris y cotidiano” del que hablaba Lenin se lleva delante de manera consecuente. De este trabajo orgánico en el seno de la clase obrera es lo que carece el PO: este es el primer problema estratégico que lo caracteriza y que de su organización “un ‘gigante’ con pies de barro” (que todo lo apuesta al “número” en detrimento de la calidad).
La negativa a aprender de la experiencia
El otro gran problema de estrategia que debilita al PO cuando este cree estar fortaleciéndose, es la estrategia electoralista que anima sus pasos. Hemos criticado esto en estas páginas; pero nos interesa dedicarnos aquí a otra faceta de este mismo problema, faceta que se hizo presente en el acto del Luna Park.
En los discurso se delineo una suerte de “plan de trabajo” para ampliar la influencia del PO. La cosa es así: hay algo que señala el PO que es correcto y otra que está radicalmente errada. Lo correcto (¡y que no puede ser despreciado por ninguna de las corrientes de la izquierda en nuestro país!), es que se está en un período donde una franja minoritaria pero real de las masas explotadas se está desplazando electoralmente hacia la izquierda y de lo que se trata es de cómo aprovechar revolucionariamente este fenómeno. El PO ve esto con claridad y está muy bien: sería de una ceguera criminal no tratar de aprovecharlo.
Pero el problema q ue lo cruza de cabo a rabo es que su aprovechamiento de este fenómeno no es, precisamente, revolucionario. La marca de su orillo es el tan mentado “electoralismo de izquierda”. Esto puede tener varias manifestaciones. Pero en el caso que nos estamos refiriendo se trata de una concepción donde las ganancias partidarias se proyectan sobre una base sólo electoral. El PO parece decir “tenemos un plan”: sacar muchos votos, obtener una mayor representación parlamentaria, disciplinar a sus aliados en el FIT, ganar la intendencia de Salta, forzar una constituyente provincial, demostrar “como pueden gobernar los trabajadores” (atención con el equívoco de pensar el gobierno obrero de una intendencia como un “gobierno revolucionario”) y, de esta manera, adquirir influencia de masas y quedar a las puertas del poder. En síntesis: todo un plan sobre bases parlamentarias (no de organismos de poder de los trabajadores).
Seguramente el señalamiento que estamos haciendo aquí de la estrategia del PO es demasiado “estilizado” (se dice así de los análisis que toman los lineamientos esenciales de las cosas y dejan de lado todo lo demás); pero estamos seguros que mucho de lo que estamos señalando aquí está en la cabeza de su dirección como “plan estratégico”.
¿De qué es lo que carece este plan? Sencillamente: ¡carece de todo lo esencial para una estrategia revolucionaria! Insistimos. No es que no deban aprovecharse las posibilidades que brinda la proyección electoral: no hacerlo sería criminal y derrotista de las propias posibilidades. Pero presentar un plan sobre una base puramente electoral es pan para hoy y hambre para mañana. Esto si no se logra un anclaje orgánico –y no puramente numérico- en el seno de la clase obrera, olvidarse que estos no son más que puntos de apoyo secundarios –¡incluso el gran logro histórico que significaría obtener una intendencia!- frente a lo principal que es la forja del partido en los grandes combates de la lucha de clase directa, única manera de mover realmente “las palancas de la sociedad”.
Es decir: hacerse fuertes en el seno los organismos de la clase obrera, derrotar “una a una” a la burocracia sindical, lograr una “fusión” entre el proceso político más general y la obtención de la dirección efectiva de porciones siempre crecientes del proletariado más concentrado del país.
No tener una estrategia así, aunque se parta de muy atrás, reduce toda la estrategia “revolucionaria” a una quimera, sino un chiste: ¡en Francia, en Alemania, en todas partes insistía Trotsky que la fortaleza de un partido no se mide por los votos que obtiene en las elecciones, sino por los organismos de base del proletariado que dirige de manera efectiva!
Lamentablemente, el PO parece reproducir, punto por punto, la “estrategia” del viejo MAS, que al menos soñaba con ganar la gobernación de la provincia de Buenos Aires para desde ahí lanzarse al poder… Un partido que dirigía cientos de comisiones internas y que era cualitativamente más orgánico de lo que es hoy el PO; si el estallido de este partido fue una tragedia que retrasó el desarrollo revolucionario de la vanguardia en nuestro país por varios años, el PO parece encaminarse a reproducir esto, lamentablemente repetimos, como una farsa (Marx dixit).
La lucha por la dirección del proletariado
Dejamos para el final el problema específico de cómo hacer avanzar la recomposición de los trabajadores. El trotskismo argentino se caracteriza por una serie de discusiones clásicas. Recordamos algunas que señalaba Nahuel Moreno y que eran atinadas. Una era el interrogante de por dónde podría venir una nueva dirección de la clase obrera: si por lo sindical o por lo político (o por alguna “fusión” de ambas instancias). Otra el señalamiento de un rasgo característico del proletariado argentino: su combatividad sindical aunada a su orfandad política. Todo sobre la base de un país políticamente muy rico que combinaba un desarrollo cultural de la sociedad, la clase media y el proletariado de nivel “europeo” junto con unas bases materiales endebles que hacían de la Argentina un país en crisis permanente: de ahí el histórico dinamismo de su lucha de clases.
Estos señalamientos nos permiten desarrollar una última reflexión. Primero, la Argentina sigue siendo ese tipo de país y, agregamos nosotros, en las condiciones de un ciclo político muy progresivo que sigue abierto desde el 2001 y que hace a una de las “mecas” del trotskismo internacional en la actualidad.
Segundo, la emergencia de una nueva generación obrera, en manos de la cual está el futuro, que si ya no es “peronista”, no se referencia ideológicamente como antaño, sigue caracterizada por una conciencia reivindicativa que le cuesta elevarse a los problemas políticos más generales. Es verdad que la izquierda viene de obtener más de un millón de votos y que ha conquistado posiciones en el seno de la vanguardia obrera, estudiantil, del movimiento de mujeres y en los barrios populares. Pero también es cierto que sigue revelándose como muy difícil un progreso sustancial en la conciencia de los que participan en estas experiencias (¡y ni hablar de la base obrera como tal!). Se dirige más reivindicativa que políticamente y esto es lo que genera el peligro que las posiciones ganadas se vean vaciadas de todo contenido revolucionario. Está claro que una oleada de radicalización podría llenarlas de mucho mayor contenido; pero esta radicalización no depende de nosotros sino de condiciones objetivas que no solo son nacionales, sino internacionales, con lo cual resolver el problema del inveterado sindicalismo de nuestra clase, sigue siendo un hueso duro de roer.
De todas maneras, nos interesa subrayar el punto tres: ¿por dónde viene la emergencia de un proceso de nueva dirección revolucionaria (para definirlo de manera algo reduccionista, pero este es un debate que no podemos hacer aquí)? ¿Viene del plano “político” más general como defiende el PO, o desde un terreno más “sindical”? La verdad es que se está expresando por las dos vías simultáneamente, pero de manera muy desigual y de una forma que no está escrito por anticipado que vayan a “cruzarse” (encontrarse) realmente.
Perder de vista este desarrollo desigual, perder de vista esta “simultaneidad sin mecánica fusión” como se está expresando hasta el momento, condenaría a la corriente que apostara unilateralmente, a perder la partida estratégica. Si el “politicismo electoralista” del PO puede conducir a un callejón sin salida, el sindicalismo del PTS puede terminar en un vaciamiento a-político de las experiencias que está encabezando.
Ambas corrientes están marcadas por un tipo u otro de reducción de la política revolucionaria que parece contar poco y nada con la necesidad de una maduración política de la propia clase y que invita a un trabajo orgánico cada vez más político que no se adapte a los elementos de atraso de nuestra clase.
Esta última es la apuesta estratégica del nuevo MAS, partido que parte de reconocer que su “trabajo de organización” es más inmaduro que el de sus competidores (trabajo en el que debemos esmerarnos por avanzar), pero que goza de una enorme confianza en la fortaleza de su política y de su enfoque estratégico.