“La Argentina es un país políticamente muy rico que combina un desarrollo cultural de la sociedad, la clase media y el proletariado de nivel ‘europeo’ junto con unas bases materiales endebles que hacen del mismo un país en crisis permanente; de ahí el histórico dinamismo de su lucha de clases” (José Luís Rojo, “El Luna Park del PO y los problemas de estrategia de los revolucionario”, Socialismo o Barbarie periódico n° 313).
El próximo sábado 6 nuestro partido realizará un acto para trazar el balance del año que se cierra y las tareas que se vienen en el 2015. Aprovecharemos para proclamar la pre-candidatura presidencial de nuestro compañero Héctor “Chino” Heberling y para hacer un llamado al FIT y Luís Zamora a presentar una alternativa socialista unificada en las presidenciales que se avecinan.
En este contexto, nos interesa llevar adelante aquí una reflexión sobre las perspectivas del país en un momento donde se aproxima un recambio presidencial que debido a la estabilización coyuntural que se vive podría dar lugar a entender que el mismo se transitará de manera “mansa y tranquila”…
“Golpismo judicial”
Veamos primero someramente la coyuntura. La misma no se ha modificado demasiado de lo que venimos analizando en estas páginas. El fin de año se recorre con una suerte de “estabilización” dónde el centro de la escena está ocupada por las pugnas en materia judicial: los allanamientos del juez Bonadio a las oficinas de HOTESUR S.A. (empresa hotelera de Cristina Kirchner), la denuncia de Capitanich de que estaría en curso una “estrategia de golpismo activo” alrededor de los pasos del juez y chisporrotazos por el estilo que, en verdad, no mueven demasiado el amperímetro.
Mientras tanto, el gobierno acentúa los cuidados para evitar estallidos sociales en navidad y se desarrollan un conjunto de reclamos salariales parciales (el paro de transportes por tres horas este jueves 27, los paros bancarios y de docentes de provincia de Buenos Aires, etcétera) reclamando bonificaciones de fin de año, la eximición del pago del impuesto a las “ganancias” en el aguinaldo y/o adelantos de pagos a cuenta de futuras paritarias.
En cualquier caso, la mayoría de los trabajadores parecen estar a estas horas más con la cabeza en las fiestas y las vacaciones que se avecinan que en otra cosa, y la estabilidad del gobierno no debería pasar mayores zozobras por el lado cambiario en las próximas semanas. Esto en la medida que se confirme lo que los “mercados” esperan: la apertura de una negociación con los fondos buitre que permita un arreglo en el verano.
Vientos de inestabilidad
Pero nos interesa desarrollar aquí un análisis que vaya más allá de la coyuntura. Lo primero a tener en cuenta es el contexto internacional. Es que una estabilización duradera de la Argentina depende de la evolución de las coordenadas económicas y políticas globales. Pero hete aquí que en ambos terrenos se observa una tendencia a la crisis y la inestabilidad.
Es verdad que la crisis económica iniciada en el 2008 no dio lugar a desarrollos tan catastróficos como en los años ‘30 del siglo pasado. No vivimos en un mundo caracterizado por una sangrienta competencia entre estados, la partición proteccionista del mercado mundial, la emergencia de guerras de “alta intensidad” y tampoco todavía por revoluciones. Los pronósticos más “catastrofistas” no se han confirmado hasta el momento.
Sin embargo, la crisis no se ha cerrado; los últimos datos de la economía mundial muestran el retorno de una crisis que nunca se había ido del todo. El magro crecimiento de la economía del norte del mundo (con Estados Unidos creciendo, pero la Unión Europea y Japón estancadas), sumado esto al descenso en el crecimiento del producto de China y la caída en el precio de las materias primas, son datos que certifican lo que estamos señalando: el “viento de cola” se terminó; las condiciones para las economías latinoamericanas están llamadas a empeorarse.
Si de la economía nos movemos a la geopolítica y las manifestaciones de rebeldía en obra internacionalmente, el panorama para el sistema tampoco luce demasiado alentador. Se está mostrando a cielo abierto la debilidad hegemónica de los Estados Unidos en un mundo caracterizado por un desorden creciente en materia de asuntos mundiales.
Y cuando nos referimos a la estabilidad de cada uno de los países, se observa un crecimiento evidente del descontento popular; a la larga lista de rebeliones populares que se han vivido en los últimos años podemos agregarle el movimiento de indignación que se vive hoy en México a propósito de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, el levantamiento de la población negra en los EE.UU. indignada por la impunidad en Fergusson, y otras tantas manifestaciones de rebelión que atañen a cada vez más países.
Si del mundo nos trasladamos a nuestra región, además del deterioro económico ya señalado, es para subrayar que en general se mantienen las relaciones de fuerzas creadas cuando las rebeliones de comienzos del nuevo siglo en Argentina, Bolivia, Venezuela y otros países, por no olvidarnos últimamente del desigual pero de toda maneras muy concreto ingreso en este ciclo político de países gigantes como Brasil y México.
Así las cosas, la estabilización que se está viviendo en la Argentina coyunturalmente, difícilmente pueda prolongarse de manera indefinida: al próximo gobierno le esperan acechanzas de importancia, un largo listado de problemas postergados que de una u otra manera pueden significar importantes choques de clase; esto sin menoscabo que el “año electoral” que se avecina seguramente va a actuar como un poderoso factor de mediación.
Una recuperación parcial de las instituciones
Profundicemos el contexto nacional. Las tendencias no dejan de ser contradictorias. Es indiscutible que desde el 2001 la burguesía logró una estabilización relativa del país, así como una recuperación relativa de las instituciones: hoy día nadie vocea “Que se vayan todos”. La población se prepara para votar en las presidenciales como supuesta herramienta para definir el curso de las cosas.
Esta realidad ocurre sobre el fundamento material de una recuperación relativa de la economía desde el “punto muerto” de la catástrofe económica del 2001 y que había llegado a dejar en la calle casi a la mitad de la población activa. El millón de personas que ingresaban diariamente a la Capital Federal a “cartonear” son un testimonio más que suficiente del grado de catástrofe económica a la que se había llegado.
Aquí hay dos consideraciones a realizar para completar el cuadro de las perspectivas. La fragilidad estructural de la economía argentina no se ha modificado un ápice respecto de las últimas décadas. La restricción de divisas que se vive hoy (la incapacidad para generar los dólares suficientes para sus transacciones con el mercado mundial) remite al clásico mecanismo de un país dependiente cuyo débil entramado económico redunda en un periódico estrangulamiento por falta de dólares.
Luego está el carácter relativo de la recuperación de institucionalidad. Aquí hay otro problema para los de arriba: la Argentina es un país “movilizado” que desde el 2001 que ha experimentado una enorme variedad de movimientos de lucha, movimientos que se siguen recreando ahora sobre todo alrededor de los progresos de la izquierda en el seno de los sindicatos obreros; un país muy politizado para los estándares internacionales, lo que explica, además, el peso creciente que ha ido adquiriendo esta misma izquierda. En particular la izquierda trotskista que amenaza consagrar su hegemonía sobre las otras variantes de la misma, algo que no pasa en otros lugares del mundo y es un factor político de inmensa importancia estratégica.
Lo anterior no quita que la institucionalización de las relaciones de clase y políticas no hayan avanzado. El finado Antonio Cafiero puso el dedo en la llaga cuando en su homenaje a Néstor Kirchner destacaba que este había “recuperado la institución presidencial”. Además, en un mundo donde todavía no está a la orden del día la revolución social, dónde las relaciones políticas aparecen mediadas por la democracia capitalista (la que es considerada universalmente como el mecanismo para “decidir” los problemas), es evidente el valor que tiene la misma como mecanismo de contención, como herramienta para evitar una radicalización ulterior de los desarrollos (mecanismo de contención donde instituciones como la burocracia sindical conservan un rol de primer orden).
Pero de todas maneras subsiste algo tradicional en nuestro país: la permanente dinámica a un “choque estructural” entre una base económica débil y una formación política y cultural de sus clases sociales que no pueden encontrar satisfacción a sus elevadas aspiraciones y que, periódicamente, de una manera u otra, se resuelven mediante grandes crisis.
Transformar a la izquierda en una fuerza histórica
Es aquí donde se insertan los dos fenómenos más revolucionarios que ha vivido el país en los últimos años: la emergencia de una nueva generación obrera, juvenil, del movimiento de mujeres y militante, y el peso relativamente mayor que ha ido adquiriendo la izquierda revolucionaria en un conjunto de terrenos.
Cuando hablamos de la nueva generación militante (para decirlo resumidamente) nos referimos a la experiencia de lucha que ha venido acumulando una amplia franja de vanguardia de los trabajadores, de la juventud, del movimiento de mujeres y de la militancia de la izquierda en las condiciones de unas relaciones de fuerzas creadas por la rebelión del 2001 y que una de las mayores críticas que le achacan a los k los patrones, es que no fueron capaces de revertir.
Es sobre esta base que ha ido progresando la izquierda, logrando posiciones de vanguardia entre extendidos sectores no sólo de los trabajadores en general, sino del proletariado industrial, cierta hegemonía en la principal universidad del país, una ubicación entre el movimiento de mujeres envidiable así como una proyección electoral con pocos antecedentes que atañe al millón de votantes de manera más o menos estable en las últimas elecciones, por centrarnos solamente en algunos de los aspectos más salientes de su influencia.
Pero atención: esto no debe llevar a confusión: se trata todavía de un amplio peso de vanguardia, no de una real influencia orgánica de masas; dónde se ha ido más allá es en el terreno electoral y la participación en los medios. Pero esto no tiene todavía una traducción mecánica en el terreno orgánico. Todas las corrientes de la izquierda revolucionaria (tanto el FIT como nuestro partido) obtenemos muchos más votos que el peso orgánico que tenemos en las relaciones de fuerzas estructurales. Esto es así a pesar de la diaria autoproclamación ombliguista de varias de las tendencias de la izquierda que no pueden explicarse porque a pesar de obtener determinada “visibilidad” y determinada cantidad de votos, no logran traducir esto en partidos que dejen de ser, realmente, de amplia vanguardia; esto sigue siendo un duro hueso de roer hasta por la “despolitización” relativa de las franjas que van más allá de la juventud respecto de otros períodos históricos en nuestro país (traducido: la dificultad a la hora de captar trabajadores y trabajadoras de mediana edad por así decirlo).
Una de las explicaciones de esta realidad es que no se vive, todavía, un gran ascenso de la lucha de clases y, menos de menos, la suficiente radicalización política en el seno de la vanguardia y más allá.
En todo caso, todavía funcionan los diques de contención establecidos por las direcciones de las grandes masas: nos referimos a los sindicatos tradicionales sean del color que sean, o al peronismo como tal que sigue “representando” política-electoralmente a los grandes agregados de los trabajadores a la hora de las elecciones.
Un partido nacional
En todo caso lo que si es real, es que la influencia de la izquierda trotskista ha ido avanzando en nuestro país y no está claro como en las actuales correlaciones de fuerzas este progreso podría ser cortado. Es posible que todavía reste un período de importancia de acumulación “cuantitativa” hasta lograr un salto revolucionario en calidad, lo que ameritaría una gran crisis general. Pero también es cierto que no se ve la manera (salvo que la burguesía logre hacer retroceder las relaciones de fuerzas en obra) que en lo inmediato la burguesía pueda hacer retroceder esta progresión.
En todo caso, las perspectivas más generales del país auguran, efectivamente, un escenario favorable para que este desarrollo continué; se trata, entonces, de lograr hacerlo de la manera más orgánica posible, construcción que ante una agudización en regla de los acontecimientos podrían transformarla, realmente, en una fuerza histórica. Nuestro partido debe esforzarse y trabajar a brazo partido para ponerse a la altura de los enormes desafíos que estan por delante. Parte de este esfuerzo es transformar al Nuevo MAS en un partido cada vez más nacional.