Compartir el post "Otras Inquisiciones: breve obituario sobre Tulio Halperín Donghi"
En el pasado mes de noviembre falleció a los 88 años en Berkeley, California, en donde residía gran parte del año, el que para la Academia fue “el más importante historiador argentino del siglo XX”: Tulio Halperín Donghi.
Halperín había nacido en 1926 en un hogar de clase media con formación docente y una familia emparentada con figuras intelectuales importantes, como Alberto Gerchunoff, Coriolano Alberini y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros. Egresó del Colegio Nacional de Buenos Aires en 1944. Precisamente en los albores del peronismo, decide abandonar la carrera de Físico Química que cursaba y estimulado por la relación que mantenía su padre con José Luis Romero (quien ya había realizado su tesis doctoral en Historia) se convence de realizar estudios superiores en la Universidad de Buenos Aires donde se recibió de abogado, profesor y doctor en Historia (1955). También realizó estudios de posgrado en París y Turín. Fue profesor en las universidades de Buenos Aires, Nacional del Litoral y Oxford, entre otras. También dictó clases en las universidades de Berkeley desde 1972 y de San Andrés en los últimos años.
En su paso por Europa recibe una influencia que va a ser decisiva (además de la de José Luis Romero) la de Les Annales d’histoire économique et sociale, corriente historiográfica que habían iniciado los franceses Marc Bloch y Lucien Fevbvre y continuaba su discípulo Fernand Braudel. Grosso modo dicho, dicha escuela historiográfica intentaba realizar una historia total, con fuerte peso social y cultural, que la alejara de los paradigmas positivistas en boga como asimismo del marxismo institucional a los que acusaban de reduccionistas y le endilgaban el dejar de lado la autonomía que las distintas esferas de la realidad guardan entre sí. Sin embargo, será la política, el ámbito al cual le dedicará Halperín primordial atención. El primer trabajo suyo, un texto sobre Echeverría, como asimismo su tesis doctoral sobre el conflicto entre moriscos y cristianos en Valencia y fundamentalmente su obra “cumbre” Revolución y Guerra (1972) tienen esta fuerte impronta analítica. En este último trabajo (munido de un material documental inmenso, detallístico) si bien no rompe totalmente con la “novela política” liberal (también esgrimida por algunos marxistas y trotskistas actuales) de la existencia de una “revolución burguesa” en mayo de 1810, ese “relato revolucionario” está mucho más matizado y mediado por los avatares de la coyuntura externa. La carencia de una clase burguesa nacional, y para ese momento ni siquiera local, explica según él lo anterior. Hacia el final del trabajo, que se cierra en 1820, Halperín constata la emergencia de un sector productivo, terrateniente, ganadero, que se irá conformando como la clase dominante y dirigente del país en construcción. Pero ésta, al igual que la burguesía comercial porteña no quiere, ni puede, conformar una nación realmente autónoma. Con esa admonición se cierra el libro que en cierta forma recuerda lo afirmado por Milcíades Peña a finales de los años cincuenta.
Rastrear el origen de ese sector dominante lleva luego a Halperín, como dirá uno de sus prologuistas, a abandonar el análisis marcadamente político en aras de una aproximación económica para comprender la génesis de la clase terrateniente en el Buenos Aires de la tercera década del siglo XIX. Otro trabajo valorable es su estudio sobre las finanzas del estado porteño luego de la independencia, recurrentemente atravesado por distintas guerras; investigación, como él mismo señala, deudora de un célebre estudio que llevara a cabo Miron Burgin. De estos años también, son algunos trabajos sobre historiografía en donde la crítica al revisionismo histórico argentino (“decadentista” dirá él) presenta un Halperín muy filoso y con una ironía, que si bien siempre manejó con presteza, aquí se torna demoledora.
Lo más endeble y realmente molesto de leer, son sus trabajos sobre el siglo XX. Un liberalismo decimonónico y amalgamas varias, son algunas de sus manifestaciones, junto a un gorilismo extremo que lo lleva a perder totalmente el sentido de las proporciones históricas (el bombardeo de Plaza de Mayo por la Marina en 1955 es apenas un hecho menor, mientras la quema de iglesias en ese mismo año es un atentado filo fascista). Textos algunos de ellos escritos cuando la “democracia para ricos” ya estaba instalada hace años en nuestro país, siguen tomando como marco categorial axiológico y sin crítica alguna, la república burguesa, la división de poderes y la independencia de la justicia.
Allí está entonces una de las razones por las cuales la Academia y los grandes medios de comunicación “independientes” lo proclaman el gran historiador. Tomando términos como los de “campo intelectual y capital simbólico” creaciones del sociólogo francés Pierre Bordieu o de la denominada “inteligencia sin ligas” de Mannheim, se presenta a Halperín como el gran cientista social objetivo que no tiene compromisos con nadie salvo con las instituciones republicanas. Digamos con Borges, que debemos recordar a un escritor (y un historiador también lo es) por sus mejores páginas, aunque éstas no hayan sido excesivamente abundantes.
Guillermo Pessoa