A 13 años de las jornadas del 19 y 20 D –

 

 

13 años han pasado de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. Al son de «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo» cientos de miles de vecinos, trabajadores, mujeres y desocupados salieron a las calles tirando abajo al gobierno de De la Rúa y poniendo en cuestión hasta en sus cimientos el régimen político: por un momento, el poder estuvo en las calles.

 

Pasados algunos meses de «furor», habiendo fracasado la maniobra de Duhalde de imponerle una salida represiva a la crisis (asesinatos de Kosteky y Santillan mediante), llegó el kirchnerismo con la idea de «no polarizar», «aquietar las aguas», apaciguar las cosas mediantes concesiones progresistas y así, de esta manera, estabilizar el país.

 

Combinado con un cambio en el escenario económico internacional, caracterizado por un aumento sideral del precio de las materias primas, Néstor Kirchner logró presidir una recuperación económica que creó empleos y recuperó en parte los salarios. De esta manera, avanzó en estabilizar relativamente al país, obra que continuó su esposa Cristina.

 

Sin embargo, hubo dos cuestiones fundamentales que no lograron resolver. La primera, estructural, de la que ya hablamos en ediciones anteriores, es su incapacidad para hacer de la Argentina una nación realmente independiente, para resolver los problemas de fondo que hacen a un entramado industrial frágil, dependiente, no integrado, una tara del desarrollo económico capitalista del país que ningún gobierno burgués logró darle una salida de fondo.

 

Pero junto con esto, está el problema al que nos queremos referirnos en este editorial: cómo las relaciones de fuerzas creadas en el 2001, si bien reabsorbidas por así decirlo, no han sido hasta el momento resueltas en lo esencial. La Argentina es un país con una conflictividad atípica para los estándares internacionales, y esto es así no sólo por elementos que hacen a la tradición del país, si no también porque el país es un país movilizado dónde el nivel de conflictividad se mantuvo a lo largo de la última década en patrones elevados para la media internacional.

 

Estas relaciones de fuerzas es lo que el kirchnerismo no pudo revertir en estos años, y es un poco el «mandato» que tiene el gobierno que viene con las presidenciales del 2015: lograr una modificación en el «punto de equilibrio» de dichas relaciones de fuerzas más a la derecha que lo que están hoy.

 

Claro, este objetivo es más fácil enunciarlo que resolverlo realmente. Cuando Macri denuncia «los negocios de los derechos humanos» apoyándose en la corrupción existente en el seno de Madres de Plaza de Mayo para enchastrar toda la lucha contra el genocidio cívico-militar de la última dictadura, o cuando Massa dice que «hay que dar respuesta a todos los derechos humanos» incluyendo en estos a la «inseguridad y la inflación» al tiempo que hay que «cerrar el capítulo del pasado», es evidente que expresan la molestia de la burguesía a propósito de que el tema de la represión militar siga bajo el escrutinio público y que buscan inclinar las cosas más hacia la derecha, llevar a un punto más desfavorable para los de abajo las relaciones de fuerzas.

 

Pero esta tarea no les será fácil. Primero, habrá que ver qué sale del resultado electoral. Segundo, ateniéndonos a que seguramente cualquier gobierno que encabece Scioli, Macri o Massa tratará de encontrar ese punto de equilibrio más conservador (haciendo pasar un ajuste incluso mayor al de los K, limitando el derecho a la protesta, redoblando la persecución sobre el activismo obrero independiente etc.), en todo caso se verá si lo logran o no.

 

Grandes combates de clases pueden aventurarse si intentan ir por ese lado: Macri ha hablado de que «liquidaría la inflación en un año», algo que supondría un ajuste recesivo brutal; habría que ver si está dispuesto a pasar realmente de las palabras a los hechos.

 

En cualquier caso, tanto el contexto nacional como el regional e internacional, nos hacen suponer que cualquier equilibrio más conservador en las relaciones de fuerzas, no va a ser sencillo de imponer.

 

Y esto último por otra razón adicional, estratégica: una nueva generación obrera, juvenil y del movimiento de mujeres se ha puesto de pie y está comenzando a hacer sus primeras experiencias de lucha.

 

En realidad, la herencia más estratégica del Argentinazo ha sido, paradójicamente, la nueva generación obrera que entró a trabajar en las fábricas y que hoy cuestiona de manera creciente a la burocracia sindical, así como la explotación patronal y el propio gobierno K.

 

Paradójico decimos porque la creación de empleo fue una medida obligada, impuesta al gobierno burgués de los K para aplacar los ánimos en un país que estaba literalmente estallado. La presión de las luchas de una enorme porción de trabajadores desocupados organizados en movimientos piqueteros combativos llevó -entre otros factores- a un determinado giro en las políticas económicas; dio lugar a una recuperación, recuperación que se traduce hoy en esta nueva generación obrera que hace parte de las filas de muchos lugares de trabajo.

 

En un sentido, esa es la herencia que dejaron los grandes movimientos piqueteros.

 

Las luchas obreras más intensas de este último año así lo atestiguan: la composición generacional de luchas heroicas como Gestamp y Lear (amén de incluir compañeros de mayor edad), es más bien joven.

 

Pero no se trata solamente de estas peleas. En muchas de las fábricas más concentradas del país el promedio de edad ha bajado y si bien los nuevos compañeros vienen sin experiencia, casi cortados sus vínculos con las generaciones anteriores, por la presión de las circunstancias van adquiriendo conocimientos y apreciaciones sobre su situación de explotados, que más temprano que tarde terminarán explotando en grandes luchas, sobre todo si el entorno económico se sigue deteriorando.

 

No hablamos sólo de las nuevas generaciones obreras: hay que tener en cuenta también a las nuevas generaciones juveniles, estudiantiles, del movimiento de mujeres y militantes que nutren las filas de una izquierda revolucionaria, que más allá de las enormes diferencias entre nuestras organizaciones, se muestra en ascenso. 

 

Este es también un desarrollo que parte del Argentinazo: cómo en la última década se han venido fortaleciendo -de manera sistemática- las posiciones de la izquierda revolucionaria, de la izquierda cuya tradición de referencia es el trotskismo, la izquierda que llevó adelante de manera consecuente el combate antiestalinista y no transó con ningún sector burgués y burocrático.

 

Esta es la izquierda que se viene fortaleciendo en nuestro país. Esto más allá de la dura lucha de tendencias que llevamos adelante entre nuestras organizaciones, pero que no quitan este avance de conjunto. Más bien, le otorgan una determinada calidad política. Un crecimiento que se verifica entre la amplia vanguardia obrera y de trabajadores, en el movimiento estudiantil y de mujeres, y, a ojos vista, en el terreno electoral.

 

Sobre la base de una estabilización relativa del país cuyos fundamentos no son del todo sólidos, es de aventurar un escenario de grandes choques de clase a mediano plazo; un escenario que encontrará una izquierda revolucionaria fortalecida de la cual es parte nuestro partido.

 

La mejor herencia del Argentinazo es entonces esta generación que se está poniendo de pie y que si logra ser ganada masivamente para nuestras organizaciones, y si logramos construir nuestros partidos como organizaciones con influencia orgánica entre amplias porciones de los trabajadores, se podría dar el quiebre histórico de construir a la izquierda como una fuerza de masas que cuestione el monopolio de la burguesía sobre los explotados y oprimidos.

 

Eso ya abriría un capítulo quizás insospechado en las condiciones de los años ’90 y para el cual las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 fueron el eslabón necesario.

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