Llegó enero, cayó la cláusula RUFO, los buitres revolotean cada vez más cerca del suelo, el juez Griesa hace la plancha, no hubo corrida hacia el dólar y el gobierno espera sentado, mirando volar las hojas del almanaque. Tal parece ser el resumen, a primera vista, del estado de situación del pleito de la deuda externa. Pero debajo de la superficie hay más variables que se agitan y otras contradicciones que esperan, pacientes, su resolución, acaso para 2016. Pocos parecen suponer un escenario profundamente traumático para 2015, de modo que casi todos los interesados (kirchnerismo, oposición, buitres, inversores externos, capitalistas argentinos y hasta la burocracia sindical, como señalamos en nuestra última nota del año pasado) ya hacen cuentas de lo que les puede tocar a partir del gobierno que viene.
Buitres que vuelan bajo
Empecemos por lo que parecía más urgente, el entuerto con los buitres. Curiosamente, Griesa no muestra ningún apuro por hacer cumplir su propio fallo, y convocó a una audiencia con el Citibank recién para marzo. Esto detonó la furia de los buitres, que ya emprenden gestiones para que se aplique el llamado “Discovery”, ratificado por la Cámara de Apelaciones de Nueva York el 23 de diciembre pasado. Esa cláusula, que ya había sido aprobada por la Corte Suprema en su fallo de junio (el que dio comienzo a todo esto), consiste en lo siguiente: los abogados buitres pueden presentarse ante cualquier juez para que averigüe la existencia de bienes o activos de la Argentina en cualquier lugar de Estados Unidos. Si ese juez “descubre” esos bienes (de allí el nombre de la cláusula), debe remitir esa información a Griesa para que éste decida si corresponde embargar esos bienes o no. Los bienes en cuestión pueden ser desde activos de YPF hasta viviendas de funcionarios y diplomáticos, pasando (según la curiosa interpretación buitre) por cuentas de empresarios ligados al gobierno y hasta activos de Chevron, socia de YPF en Vaca Muerta.
Al margen de que el gobierno pueda ganar tiempo apelando a la Corte Suprema yanqui, con resultado obviamente negativo, lo que importa es si Griesa decide moverse con celeridad en búsqueda de embargos o continúa con su pachorra actual, que es toda una definición política. En el medio, el gobierno sigue con la idea de no proponer nada que los buitres quieran agarrar. Desde ya, el discurso oficial de “ofrecemos las mismas condiciones del canje 2005-2010”, como posando de guapo, es para la tribuna: el propio Kicillof explicó, en términos técnicos y sin hacer mucho ruido, pero a los oídos que entienden y deciden, que el gobierno está dispuesto a hacer una oferta mucho más sustanciosa. Pero como la distancia entre el reclamo buitre y esa oferta mejorada sigue siendo demasiado grande, para qué andar haciéndose los negociadores; mejor, aprovechando los vientos electorales, sacar pecho y anunciar lo que equivale a un corte de manga. Si las condiciones cambian (léase embargos de Griesa o, para el otro lado, un fallo favorable al país en los tribunales de Londres, en la versión europea del capítulo legal de la deuda), se verá. Mientras tanto, relato y circo.
Las reservas de Fantasyland
Otra de las “realidades” oficiales que pertenecen al territorio de lo mítico es la supuesta “recomposición de las reservas del BCRA” hasta la suma de 31.000 millones de dólares. En eso, el gobierno es tan cazador de títulos de diario como los patéticos opositores: con tal de conseguir ese titular, el titular del BCRA, Vanoli, no dudó en directamente clausurar las importaciones en los últimos diez días del año. Con eso, más los yuanes chinos que se cuentan como si fueran dólares, más los dólares depositados como en consignación en el Citibank por los pagos de junio y septiembre que, como el pago no se efectivizó, se siguen computando dentro de las reservas, más no devolver los dólares de importaciones anticipados por las empresas, más otros recursos de contabilidad creativa, el gobierno anunció con orgullo que “las reservas crecieron en 2014”. El que quiera creer, que crea.
De todos modos, para el equipo económico era una prueba importante arrancar el año con el dólar controlado, sobre todo recordando el tumultuoso enero del año pasado. Algo que se ha logrado, en parte, manu militari, apretando las clavijas y controles en el mercado del dólar paralelo, y en parte aprovechando el “cambio de expectativas” que se está produciendo en toda la clase capitalista argentina. Un cambio que, dicho rápidamente, implica una precaria pax cambiaria, no alentar corridas ni devaluaciones que en este momento no le convienen ya a nadie, sostener el rancho con las manos para que no se lo vuelen los vientos internacionales, que últimamente soplan bastante feo, y el 2016 será otro año… y otro gobierno.
Superávit comercial bajo fuego
Justamente, lo que a esta altura todo el establishment, gobierno incluido, ruega es que esos vientos no apaguen la vela prendida para que el alambre resista. El derrumbe de los precios del petróleo juega a favor y en contra: a favor, porque reduce la cuenta de importaciones de energía; en contra, porque desalienta entradas de inversiones importantes en el campo de la explotación de petróleo no convencional. El saldo de eso está por verse; en realidad, hoy el primer efecto de la zozobra petrolera es negativo por razones indirectas: genera un estado de incertidumbre y volatilidad en el terreno de las finanzas internacionales que, hoy por hoy, perjudica más bien a los países “emergentes”.
De todos modos, más preocupante en el plano externo es el rumbo que está tomando Brasil: el giro al ajuste de tipo más bien ortodoxo decidido por Dilma Rousseff sólo puede traer problemas para la Argentina en el corto plazo, que es el único que le importa al gobierno (nueve meses, para ser exactos). El lánguido andar de la economía del gigante vecino no augura nada bueno en materia de exportaciones argentinas, ya golpeadas por la revaluación relativa del peso respecto del real. Y todo indica que las futuras negociaciones bilaterales en materia comercial van a ser mucho más duras, satisfaciendo así un reclamo de amplios sectores de la patronal brasileña, harta de lo que considera una actitud contemplativa con la Argentina. Se trata, entre otras razones, de un reflejo de lo que sucedió en la balanza comercial de ambos países en el año que pasó: el tradicional déficit comercial de la Argentina prácticamente desapareció, porque aunque las exportaciones argentinas a Brasil cayeron un 14%, las importaciones lo hicieron en un 27%, látigo del BCRA mediante.
En el fondo, esto no es más que un síntoma de un panorama más general: la tendencia a la baja de la principal fuente de divisas del país, el superávit comercial. En 2014, esa reducción que se veía venir se logró impedir sólo al costo de restringir brutalmente las importaciones, lo que a su vez repercutió sobre la capacidad productiva (el grueso de las importaciones son bienes de capital, esto es, insumos industriales). El mantenimiento del superávit comercial necesario para sostener un excedente de divisas que a su vez sostenga la cotización del dólar se hizo al costo de reducir la cuenta total de comercio exterior, que desde hace tres años no para de bajar. Y eso se traduce en menos producción y menos empleo, que es la recesión que tuvimos en 2014 (poco importa lo que digan las cifras oficiales).
La pregunta es cuánto tiempo se puede sostener el esquema de superávit comercial exportando menos e importando todavía menos (a punta de pistola). Si la estructura productiva aguanta un año más de eso, entonces no habrá regreso al mercado internacional de crédito vía acuerdo con los buitres (así de ligadas están las cosas). Y en todo caso, se buscará acceder a alguna forma “local” de crédito vía la reedición de la fallida oferta de bonos de diciembre pasado. El criterio general del kirchnerismo, insistimos, es comprometer el “relato” lo mínimo indispensable mientras las variables económicas fundamentales (dólar, inflación, actividad económica) no se resientan tanto que comprometan las chances electorales.
En resumen: todo, desde el juicio de los buitres hasta el nivel de reservas del Banco Central, desde el saldo comercial hasta el porcentaje de inflación, desde el índice de desocupación hasta el valor del dólar, ha entrado en el año electoral de un gobierno en retirada cuya única preocupación es no irse haciendo un papelón que hipoteque su futuro como corriente política. Por ende, en este 2015 más que nunca, siempre que no asome una crisis inesperada de origen interno o externo, la marcha de la economía se manejará esencialmente con un solo gran instrumento que no será comercial, ni monetario, ni financiero, sino político: el alambre.
Marcelo Yunes