“¡Fuera, ladrona!”, le gritaron por la mañana expositores y trabajadores que aguardaban a la mandataria para la inauguración del XXI Salón Internacional de la Construcción, en San Pablo. La feria todavía no había abierto al público, pero la enardecida reacción de la gente, que ya estaba dentro del pabellón de exposiciones, obligó al equipo de seguridad de la presidenta a hacerla entrar por un camino alternativo” (La Nación, 11-03-15).
El proceso político que se está viviendo en la Argentina parece tener algunos paralelos con lo que está ocurriendo en Brasil, aunque en este último caso, paradójicamente, la situación luego de reelecta Dilma Roussef, parece ser más grave. En ambos casos se observa como desde la oposición patronal se intenta “forzar” los límites del actual ciclo político hacia un desenlace a la derecha de las relaciones políticas que se vivieron en la última década. Este fue el contenido principal de la crisis Nisman en nuestro país, más allá que esta parece estar comenzando a agotarse encaminándose los desarrollos, más decididamente, hacia la campaña electoral.
Se viene un nuevo ajuste
La base material del debilitamiento de Dilma es el deterioro económico que se vive en el país hermano. Varias de las coordenadas que caracterizaron la economía en la última década, están cambiando para peor. La escalada mundial del dólar, sumada a la tendencia de China a perder dinamismo, está metiendo una presión a la baja en los precios de las materias primas.
Dilma Roussef acaba de anunciar un duro ajuste económico, que ya le esta produciendo dolores de cabeza. Si en la Argentina la situación económica luce algo más estabilizada, esto ocurre en función de que al menos una parte del ajuste económico ya fue llevado adelante por el gobierno de Cristina el año pasado, entre otros factores (ver nota en esta misma edición).
De todos modos, hay un elemento “estructural” que se hace presente y está llamado a perdurar en el próximo período: el ajuste económico (combinado con un nuevo ciclo de endeudamiento internacional) procede porque las rentas extraordinarias obtenidas a partir de los súper precios de las materias primas tienden a agotarse con cada día de pasa vaciando las arcas del estado (y los subsidios a los empresarios).
Alguien tendrá que pagar el final de la “fiesta” y por ahí aparecen las ideas de devaluación de la moneda, “sinceramiento de las variables económicas”, aumentos del transporte y las tarifas, y todo el coctel de medidas de ajuste económico que se pondrán adelante gane quien gane la próxima campaña electoral: Scioli, Macri o Massa (de todos modos, se verá el alcance de estas medidas, y qué “espaldas” demostrará tener quien pretenda llevarlas adelante[1]).
La crisis más grave en una década
Insistimos en que tiene su importancia echar una ojeada a la coyuntura en Brasil. Se puede decir que incluso ya reelecto, el gobierno de Dilma Roussef pasa por una coyuntura más delicada que en nuestro país el de Cristina. Es que el gobierno del PT se encuentra asediado, simultáneamente, tanto desde la derecha como desde la izquierda, lo que podría considerarse el “peor de los mundos”.
Entre los de arriba y como preocupación cara a la oposición patronal, está el escándalo del esquema de corrupción en la petrolera Petrobras, la principal empresa del país. Esquema que alrededor de una serie de negocios vinculados a obra pública, servía como caja de recaudación para la campaña electoral del PT y sus aliados (¡un esquema por el cual el PT se habría embolsado nada más y nada menos que unos 120 millones de dólares en los últimos años!).
Esta circunstancia, aberrante en sí misma, está generando un renovado repudio al gobierno del PT de parte de las clases medias y medias altas, desatando una suerte de movimiento por el juicio político al gobierno de Dilma (Impeachment) que tendrá expresión en el cacerolazo que está convocado para el próximo domingo 15.
Pero los problemas del gobierno brasilero no terminan aquí, ni mucho menos. El hecho es que como hace años no se veía en el país hermano, crece el cuestionamiento por la izquierda al gobierno del PT dando lugar a luchas obreras de importancia. Aquí se debe anotar que una parte importante del electorado obrero de dicho partido se inclinó por el voto castigo en las recientes presidenciales, siendo que dicho partido perdió las elecciones en algunos de sus bastiones más tradicionales (las localidades obreras que rodean la ciudad de San Pablo).
El rechazo o descontento que se expresó el año pasado en el terreno electoral, comienza a “desembarcar” en el terreno de las luchas. Esto venía ocurriendo desde tiempo atrás (ver las huelgas del año pasado de los barrenderos y colectiveros). Pero con el comienzo de este año llegaron conflictos como el de la gigantesca Volkswagen, una planta que posee 14.000 trabajadores, y donde frente al intento patronal de despedir unos 2000 trabajadores, la burocracia de la CUT (oficialismo del PT) tuvo que volver sobre sus pasos (había aprobado anteriormente dichos despidos) y convalidar que los trabajadores (efectivos y despedidos) se metieran dentro de la planta, llegando a ocuparla y saliendo victoriosos luego de 8 días de pelea continua. Algo similar ocurrió en General Motors en febrero (de 3000 a 4000 trabajadores), una planta dirigida por el CONLUTAS, coordinación sindical orientada por el PSTU de Brasil.
No podemos aquí resumir el conjunto de luchas que están en curso y la bronca que ha causado entre los trabajadores el ajuste anunciado por Dilma Roussef, pero si insistir que la combinación del desborde del gobierno por derecha e izquierda es lo que le está dando un particular “vértigo” a la crisis política en Brasil, cosa que por ahora no es la dinámica en nuestro país.
¿Y por casa como andamos?
La situación en la Argentina no es tan grave como en Brasil. La crisis en torno al caso Nisman luce parcialmente reabsorbida (aunque, atención, podría tener nuevos coletazos), cediendo lugar al inicio de la campaña electoral. Como lo que manda es, en definitiva, la capacidad de movilización, el hecho es que la marcha de jueces y fiscales el 18 F no tuvo la envergadura necesaria para desestabilizar al gobierno, lo que permitió que este contragolpeara con la jornada del 1 M cuando la apertura de sesiones en el Congreso, que mostró que el kirchnerismo siguen movilizando –incluso espontáneamente- una base social de importancia.
Además, si estratégicamente la economía nacional está afectada no solo por las taras propias de los límites estructurales del progresismo, y las “ajenas” del retroceso general de las materias primas, la coyuntura económica luce “estabilizada” producto de una serie de circunstancias entre las que cuentan el “factor estabilizador” de la leve recesión que se vive, que de todos modos no ha dado lugar a una crisis general porque no ha llegado a afectar, cualitativamente, el nivel de empleo (el activo más importante con el que cuenta hoy el kirchnerismo y que seguramente pretenderá hacer valer en la campaña electoral).
El gobierno está maniobrando con la dirigencia sindical con un mix de convalidar aumentos que no expresen un retroceso demasiado abierto del salario real (ver el caso de la paritaria docente), al tiempo que con la promesa que entre julio y agosto impondría algún tipo de cambio y / o modificación en el impuesto al salario de manera tal de exigir –atento a esta posibilidad- que los sindicalistas moderen sus pedidos a algo menos del 30% de aumento.
El caso argentino donde la crisis política no está desarrollándose en simultaneo con un salto en la conflictividad social, le coloca límites más claros al deterioro del gobierno, un gobierno que a estas horas parece estar recuperando la iniciativa y acercándose a la ronda electoral en una situación que muchos envidiarían para una gestión que carga en sus espaldas con 12 años ininterrumpidos en el gobierno nacional, y que con estas ínfulas seguramente le disputará la Plaza de Mayo a la izquierda el próximo 24 de marzo.
La UCR deshoja la margarita
En el terreno electoral, las miradas están puestas a estas horas en lo que pasará en la Convención Nacional de la UCR el próximo 14 de marzo. Retomando comparaciones con Brasil, se podría decir que al radicalismo le pasa algo similar a lo que le ocurre en el al PMDB (Partido Movimiento Democrático Brasilero): se trata de uno de los principales de los partidos patronales de ambos países, que parecen estar condenados a ir de comparsas de otras formaciones, sin poder colocar un candidato presidencial de peso.
No creemos equivocarnos si señalamos que el PMDB es la organización territorialmente más grande de Brasil; sin embargo, desde hace décadas no logra colocar un presidente de su propia sigla. En el caso del radicalismo, si bien no es el partido más grande (rango que ostenta el peronismo), es todavía el segundo mayor partido de la Argentina, pero está caracterizado por el mismo “síndrome” que su homólogo brasilero: desde 1983 no llegó a gobernar más de 8 años, siendo el resto de la gestión repartida entre los dos mandatos del menemismo y los tres del kirchnerismo.
Para colmo, en su convención deberá resolver de quién irá de segundón: si se inclina por Macri (o Macri y Massa, algo menos probable), amenaza tener una ruptura por la “izquierda”; si no da este paso, se condena a una candidatura testimonial que posiblemente le dificulte conservar el territorio y la representación parlamentaria.
Parte de la crisis del radicalismo es como se ha deshilachado hasta la extinción el fallido proyecto del UNEN, proceso que ha llegado hasta su remate con la renuncia de Binner a la candidatura presidencial, y que dependiendo de un conjunto de circunstancias, podría alimentar electoralmente la izquierda.
Sin embargo, convendría no festejar por anticipado: las tendencias electorales están todavía muy confusas, sin una resultante clara. Es que una de las consecuencias más claras que ha dejado la crisis en torno a Nisman es que el panorama electoral luce hoy mucho más polarizado que cuando comenzaba el año (al menos, en lo que se podía anticipar para las PASO).
Todas las encuestas muestran que el principal beneficiario de la crisis ha sido Macri; por primera vez ha pasado al frente de las mismas. Por su parte Scioli, mantiene un alto nivel de adhesión, aunque bajo el fuego de una interna con el kirchnerismo (donde seguramente Randazzo terminará como vice del ex motonauta), al tiempo que en un cómodo tercer lugar, se defleca Massa. De cualquier modo, si nos atenemos a los escenarios dramáticamente cambiantes de la elección en Brasil el año pasado, podríamos decir que todavía es muy pronto para sacar conclusiones apresuradas de cómo serán las tendencias en definitiva.
Cómo se expresarán estas tendencias político-electorales en agosto, falta muchísimo para saberlo. ¿Dominará entre los trabajadores un “voto conservador” atento a los temores –reales o supuestos- de perder el empleo, una dinámica de “voto castigo” a Massa o Macri (menos probable es este último), o, incluso, una franja de amplia vanguardia obrera votara nuevamente por la izquierda?
Lo que está claro es que en lo inmediato hay dos grandes pruebas electorales: las PASO a Jefe de la Ciudad en la Capital Federal y las elecciones a gobernador en Neuquén, donde nuestro partido ya está saliendo con fuerza a poner en pie la campaña por Manuela Castañeira y Alcides Cristiansen a ambos cargos ejecutivos respectivamente.
Una campaña electoral donde con la enorme fuerza de nuestra joven generación partidaria, buscaremos enfrentar el obstáculo que significa el mecanismo proscriptivo del piso electoral sumado a la falta de espacios gratuitos de radio y TV en ambos casos.
Hay que romper la polarización entre los de arriba. Todos a la marcha del 24 de marzo
Pero antes que se concrete esa primera escala del combate electoral (y de la pelea por romper la polarización entre los de arriba para obtener una importante votación para la izquierda; pelea donde, además, debemos enfrentarnos con el intento del FIT de monopolizar todo el espacio de la izquierda clasista), está la batalla en las calles del 24 de marzo que viene.
Atento a lo planteado por el propio gobierno, seguramente intentará copar la Plaza de Mayo en beneficio de su discurso de los derechos humanos. La militarización de los conflictos de Gestamp y Lear, el mantener el frente del Ejército de un jefe como Milani acusado de delitos de lesa humanidad, el haber llevado adelante la maniobra de “disolver” la ex SIDE sólo para poner en pie una nueva agencia de inteligencia, hacen de la próxima marcha del 24 una jornada de lucha de enorme importancia.
Pero más allá incluso de lo anterior, está el hecho que luego de la importante movilización por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora del pasado lunes 9, la marcha del 24 será la principal expresión desde la izquierda como alternativa tanto al 18 F como al 1 M. Se tratará de una jornada independiente de ambos bandos patronales, que levantará un conjunto de reivindicaciones de los de abajo y donde el Nuevo MAS le agregará entre sus banderas, ante el eventual agravamiento de la crisis, la necesidad de que en la Argentina se rediscuta de arriba abajo su ordenamiento económico, social y político por intermedio de una Asamblea Constituyente. Porque en nuestro país hace falta pasar un balance de los 12 años del kirchnerismo que sea independiente de todo sector patronal y se oriente hacia el planteamiento de la necesidad de una alternativa socialista: que son los trabajadores los que deben gobernar.
Con estas banderas pondremos en pie una enorme columna militante del Nuevo MAS, a la que invitamos a participar a los muchos nuevos compañeros y compañeras, obreros y estudiantes que se están acercando a nuestro partido y que nos han acompañado en nuestros esfuerzos por el triunfo de la histórica lucha de Gestamp, junto al movimiento de mujeres en cada lucha de importancia que viene dando, así como junto a la juventud estudiantil en los colegios, facultades y terciarios de todo el país.
[1] A este respecto, la idea de Macri presidente es muy “linda”, pero subsiste el problema de cómo hacer para gobernar sin el apoyo directo de los sindicatos intentando, a la vez, imponer un duro ajuste económico. Scioli (y de alguna manera también Massa), no tendría un problema de este tipo, aunque habría que ver el tipo de ajuste que estaría dispuesto a llevar adelante.