Compartir el post "Llamamiento por un reagrupamiento internacional de los revolucionarios sobre bases independientes a todo gobierno burgués"
Nuestra corriente internacional acaba de realizar su reunión anual en Buenos Aires que tuvo por centro los desafíos que nos plantean la construcción de la misma en Europa. Con la participación de compañeras y compañeros de Brasil, Costa Rica, Honduras, Argentina, España y Francia y saludos provenientes de varios países, votamos el siguiente llamamiento internacional. Este convoca a reagrupar las fuerzas de izquierda del movimiento trotskista internacional, en estos momentos en los que cada día que pasa se abren más las posibilidades constructivas para las corrientes que sostienen un punto de vista de intransigente de independencia de clase de los trabajadores.
La crisis internacional del capitalismo ha generalizado y llevado a todos los rincones del globo un período caracterizado por la entrada en escena de una nueva generación obrera, popular y juvenil que esta haciendo sus primeras experiencias de lucha contra el capitalismo globalizado y en particular contra las consecuencias de esa crisis. De esta manera, el ciclo histórico iniciado por las movilizaciones altermundialistas y por las revueltas que sacudieron America Latina al comienzo del siglo XXI, se confirmó con la irrupción del movimiento de los indignados en el Estado español, las decenas de huelgas generales en Grecia, la primavera árabe y las movilizaciones masivas que han cubierto sucesivamente las diferentes partes del globo.
Esta situación ha acelerado la expresión de la crisis económica en el terreno político, llevando al agotamiento cada vez mayor del “progresismo” latinoamericano, la caída de dictaduras históricas en Medio Oriente, la crisis del bipartidismo clásico en Europa. El resultado de estos desarrollos es que se ha abierto una situación de inestabilidad, una gran oportunidad para la intervención de la izquierda revolucionaria detrás de un programa de independencia de clase.
Esta situación ha tenido un impacto directo sobre la izquierda revolucionaria. Por una parte, ha permitido que la misma intervenga en la situación abierta, esforzándose por influenciar las luchas en curso, incluso impactar en el terreno electoral en determinados casos. Pero al mismo tiempo, ha generado una serie de debates estratégicos: la estrategia revolucionaria a adoptar, el tipo de partidos a construir, el balance de la última década de movilizaciones, y más en general de la experiencia revolucionaria del siglo XX, una experiencia de la cual debemos extraer lecciones hacia el porvenir.
Es en este marco que han comenzado a delinearse algunas divisorias de agua en la izquierda mundial. Ellas parecer obsoletas algunas divisiones y fragmentaciones heredadas del pasado, en la medida que pueda procesarse un debate y una intervención política y constructiva común entre corrientes provenientes de tradiciones diferentes. Es sobre la base de esta situación política que hacemos este llamado a abrir las discusiones sobre una intervención unificada frente a la crisis capitalista internacional.
Un ciclo de rebeliones populares y de recomienzo histórico
El marco más general del desarrollo de la lucha de clases actual, es el período abierto a partir del principio del siglo XXI, que nuestra corriente ha caracterizado como un ciclo de rebeliones populares. Esta definición fundamental (que nos parece de gran utilidad) tiene como objetivo remarcar que estamos en un ciclo de un signo distinto al que se abrió con la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética.
Sin duda, la caída del Muro significó en lo inmediato un fuerte retroceso de las organizaciones de izquierda y del movimiento obrero, y constituyó un aliciente a la contrarrevolución neoliberal desencadenada años atrás, que avanzó sobre conquistas históricas de la clase trabajadora. A esto hay que agregar, en un sentido más estratégico, lo que hemos dado en llamar crisis de la alternativa socialista, producto de la caída del “socialismo realmente existente” y de una ofensiva ideológica de la burguesía alrededor del “fin de la historia”, el “fracaso del socialismo” y el capitalismo como único horizonte posible.
La caída de la URSS significo el trastocamiento a escala planetaria de relaciones sociales, económicas y políticas. No sería materialista desconocer las profundas huellas que este hecho ha dejado en el movimiento obrero actual. De la misma manera es de decisiva importancia llevar adelante una elaboración teórica y estratégica que permita comprender por qué los estados donde el capitalismo había sido expropiado, llegaron a esa situación.
Pero lo que caracteriza principalmente la situación actual no son las derrotas heredadas del pasado –cuyos efectos aún persisten–, sino la entrada en escena de una nueva generación, que viene protagonizando las enormes luchas que hemos nombrado. La incipiente recomposición del movimiento obrero, juvenil y militante, es la base material de un reinicio de la experiencia histórica de los explotados y oprimidos que viene ocurriendo. Esto, con todos sus límites, plantea batallar por el relanzamiento de la lucha por el socialismo.
Las rebeliones populares de América Latina y su posterior generalización (luego de la crisis económica comenzada el 2008) al resto del globo, están siendo un gran laboratorio de la lucha de clases, de clarificación y evolución política de amplios sectores. Al hacer sus primeras experiencias de lucha, esta nueva generación no está atada a los partidos tradicionales, presenta rasgos antiburocráticos y combativos, y se encuentra abierta e incluso simpatiza con la izquierda.
Estas caracterizaciones nos sitúan en un terreno distinto a corrientes como la actual dirección mayoritaria del Secretariado Unificado que pone en el centro, de manera unilateral, únicamente los rasgos negativos del período. Para los dirigentes de esta corriente, viviríamos unos “años treinta en cámara lenta”, marcados por el ascenso del fascismo y la debacle sin más del movimiento obrero… Son incapaces de ver el recomienzo de la experiencia histórica que se está viviendo, el punto de inflexión que ocurre bajo nuestros ojos en relación al derrotismo de los años ‘90: las potencialidades de las nuevas generaciones que están marcando el tono del período actual. Comprender que si bien la caída del stalinismo abrió en lo inmediato las puertas a la ofensiva neoliberal, en términos estratégicos significo la caída del aparato burocrático contrarrevolucionario más fuerte del siglo XX, y la posibilidad de un relanzamiento de la lucha por el socialismo en su sentido más auténtico.
No se trata de debates abstractos, desligados de las tareas que nos plantea la lucha de clases. Al contrario, la caracterización del período es un punto de partida esencial a la hora de definir qué orientación deben darse los revolucionarios para hacer avanzar la experiencia de la amplia vanguardia, incluso de grandes sectores de los trabajadores y elevar la conciencia de clase. Precisamente y como hemos señalado, la agudización de la lucha de clases ha reabierto el debate estratégico en la izquierda revolucionaria, debate que parecía “clausurado” dos décadas atrás.
La reapertura del debate estratégico
Tanto la llegada al poder hace una década de gobiernos burgueses “anormales” en America Latina (Chávez, Evo Morales, Lula) como la reciente victoria de Syriza y el ascenso de Podemos, han reabierto el debate sobre la estrategia revolucionaria. Estos gobiernos han puesto al orden del día la discusión sobre cómo llegar al gobierno, sobre qué bases, y como emprender las transformaciones sociales necesarias para abrir la vía hacia el socialismo.
Desde ese punto de vista, no partimos del “grado cero” de la estrategia, como se supo decir equivocadamente años atrás, cuando puntos de referencia esenciales se veían perdidos en medio del torbellino de la incomprensión de las razones de fondo de la caída del stalinismo. Además del riquísimo patrimonio histórico de la experiencia revolucionaria de la clase obrera, contamos con el balance de una década de experiencia “progresista”, encarnada centralmente en el chavismo. Es sobre la base del posicionamiento de las diferentes organizaciones frente a este fenómeno, y de las enseñanzas que esta experiencia ha dejado, que debemos afrontar los desafíos que se nos plantean en Europa.
Con la llegada del chavismo al poder, amplios sectores de la izquierda revolucionaria capitularon al proyecto del “Socialismo en el Siglo XXI”. Con la idea de que se trataría de un “gobierno en disputa”, o de que “objetivamente” (por la presión de las masas, del imperialismo, etc.) se vería obligado a “ir más lejos de lo que deseaba”, el chavismo fue presentado como el primer paso en la transición al socialismo; un gobierno “anticapitalista”.
Esta posición era el resultado de dos unilateralidades: un abordaje “objetivista” de la cuestión del poder y una caracterización errónea del período histórico.
El objetivismo consistía en considerar que, aun en ausencia de la clase obrera en el centro del proceso, con sus propios organismos y partidos defendiendo una perspectiva claramente socialista, estos gobiernos podían ser, por las condiciones y contradicciones objetivas, un puente hacia la transición al socialismo. Esta concepción, en alguna medida, siguió un esquema teórico que en el movimiento trotskista de la segunda posguerra, hizo estragos.
La otra unilateralidad ha sido la caracterización del período, que ya describimos, particularmente en la mayoría del SU. Estaríamos atravesando el período más desfavorable desde los años treinta, con una espiral de crisis del movimiento obrero y la izquierda, y la perspectiva inmediata del fascismo. En tales circunstancias, y ante la falta de perspectivas revolucionarias, las delimitaciones estratégicas entre reformistas y revolucionarios no serían de actualidad. Sería un crimen de sectarismo tenerlas en cuenta. Y, más aun, no aliarse permanentemente al reformismo (y hasta fusionarse orgánicamente con él en el seno del partidos amplios), como defensa frente a los ataques capitalistas.
Hoy en día estas organizaciones aplican los mismos razonamientos a Syriza y Podemos. De manera posibilista se plantea que la perspectiva “anti-austeridad” sería la única posible (perspectiva, por lo demás, inconsecuente e insuficiente en los marcos del capitalismo).
De esta manera –sumado al argumento de la “dinámica ascendente” o la “simpatía” que generan estas organizaciones–, se diluyen las necesarias críticas y delimitaciones políticas y programáticas y también la necesidad de independencia de clase frente a todo gobierno capitalista, aunque sea de “izquierda”. En ese camino, la mayoría del SU ha tomado la equivocada decisión de votar la “disolución jurídica” de Izquierda Anticapitalista, su sección española, aceptando el antidemocrático marco estatutario de Podemos, lo que impide toda confrontación con la dirección reformista de este partido.
Nuestra corriente considera equivocada esta ubicación. Coincidimos en la caracterización que los gobiernos “progresistas” latinoamericanos (en cierta medida, también, Syriza y Podemos), son un subproducto de las movilizaciones masivas que han sacudido esos países. Se trata de una expresión política distorsionada, indirecta, de estas rebeliones y protestas. Reflejan la búsqueda de amplios sectores de una ruptura por izquierda con la situación y los partidos actuales. De ahí que no dejen de expresar fenómenos progresivos, que deben ser comprendidos por la izquierda revolucionaria, evitando todo sectarismo respecto del proceso de búsqueda política de amplios sectores juveniles y de trabajadores, a la izquierda de las formaciones tradicionales.
Pero es un grave error identificar mecánicamente estos fenómenos por abajo con su expresión institucional, los gobiernos reformistas o “progresistas”. El papel estratégico de estas formaciones es precisamente la reabsorción reformista, en los marcos del sistema capitalista, de las movilizaciones populares: sacar a la gente de las calles para meterla en las urnas, en los cuentos de hadas de la “democracia participativa”, que en definitiva redundan en inhibir el desarrollo de su propia acción independiente, la posibilidad de crear organizaciones independientes a las instituciones parlamentarias del sistema.
Tal es, por ejemplo, el balance, de 15 años de gobierno chavista: ninguna modificación estructural del país, y un deterioro económico-social que ha contribuido a un crecimiento peligroso de la derecha.
Esto no implica sectariamente negarse a participar y dar una pelea en estas organizaciones, en especial cuando agrupan realmente amplios sectores de vanguardia y de izquierda bajo formas que exceden al aparato reformista como tal. Tal es el caso de Podemos, cuya base es movimentista, con elementos de asambleas populares extendidas (como en Madrid), al menos hasta el momento que lleguen al gobierno.
Pero esta intervención debe tener como perspectiva estratégica la de pelear sistemática contra la orientación reformista de sus direcciones. No olvidar que esta intervención sólo será revolucionaria si se pone al servicio de avanzar en la conciencia política de la clase trabajadora, en la construcción de organizaciones revolucionarias independientes alternativas a las reformistas.
De ahí que, como parte del balance de la experiencia revolucionaria del siglo XX y de los últimos diez años, reafirmemos que una estrategia revolucionaria independiente es indispensable. La experiencia histórica ha demostrado que sin intervención independiente de la clase trabajadora, sin que ella avance en elevarse como clase dirigente, con sus propios organismos y partidos, ninguna transición al socialismo es posible.
En esta perspectiva, ningún atajo histórico o “puente objetivo” conducirá al socialismo. La tarea central de nuestras organizaciones es pelear porque la recomposición política de los trabajadores avance en un sentido revolucionario y por construir partidos revolucionarios independientes del reformismo.
Convoquemos una Conferencia Internacional de las corrientes revolucionarias
El ciclo de rebeliones populares ha abierto una serie de debates entre sectores del trotskismo, incluso en el seno de las diversas corrientes internacionales que le dan expresión. La agudización de la lucha de clases a nivel internacional (ahora sobre todo en países de Europa) viene acelerando la expresión de estos procesos de potencial realineamiento. Este elemento, sumado a una serie de características de la situación actual, plantea la necesidad y posibilidad de avanzar en un reagrupamiento a nivel internacional de corrientes revolucionarias.
En primer lugar, se vive una recuperación relativa de la izquierda en general y el trotskismo en particular. No solamente hay un cierto resurgimiento (ante la opinión pública mundial) de figuras más “ecuménicas” de nuestra tradición como Marx, sino que Trotsky aparece como la figura que no se “manchó las manos”, que fue “fiel a los principios” en medio de los “desastres del siglo pasado”. Esta relativa autoridad política (a determinada escala), se ha combinado con el crecimiento (aun desigual, con alzas y bajas) de la extrema izquierda en algunos países en la última década.
Por otra parte, maduran condiciones políticas para un reagrupamiento que no estuvieron presentes cuando del ascenso del chavismo a principios de este siglo. A comienzos de los años 2000, hubo tentativas de discusión entre diferentes corrientes revolucionarias, por ejemplo en ocasión de los Foros Sociales Mundiales. Estas tentativas, que tenían la sana preocupación de responder de manera unificada desde la izquierda revolucionaria a los procesos que comenzaban a desarrollarse, se frustraron.
Principalmente, como señalamos, porque la mayoría de las organizaciones trotskistas se encandilaron en mayor o menor medida con el chavismo y su proyecto del “Socialismo del Siglo XXI”. Esto abortó las discusiones con corrientes que como la muestra, defendieron la independencia política frente a estos gobiernos.
Esto se sumaba a las ilusiones en Europa sobre los llamados “partidos amplios anticapitalistas”, de las que Rifondazione Comunista fue en esos años el principal modelo.
Hoy en día, la situación europea presenta otras características. En primer lugar, porque la tradición socialista en general es más fuerte en Europa que en Latinoamérica, debilidad que le facilitaba las cosas al populismo reformista en este último continente.
Segundo, porque sectores de importancia de la izquierda revolucionaria (en particular al interior del SU) están defendiendo, en tiempo real, una posición independiente frente al gobierno de Syriza y el ascenso de Podemos. Nos hemos encontrado en una misma posición con muchos compañeros y compañeras en relación a la política para el proceso griego, lo que constituye un punto de partida esencial para cualquier proyecto de reagrupamiento de los revolucionarios.
Este proyecto cobra más vigencia aun ante las nuevas e inmensas tareas que se nos abren, y ante el hecho evidente que ninguna corriente del trotskismo actual puede proclamarse “la IV Internacional”. De ambos lados del Atlántico hay tendencias que se califican así. Pero su falta de “medida”, su visible “restricción continental”, hace más desproporcionado este planteamiento.
En tercer lugar, a diferencia de los procesos latinoamericanos, ha surgido rápidamente una oposición real por izquierda a las nuevas organizaciones reformistas europeas.
En Grecia, esto se refleja –de manera distorsionada- en las peleas internas en Syriza en torno al acuerdo con la UE, la oposición de su ala izquierda con hechos significativos como la carta de Manolis Glezos, por no hablar de la existencia fuera de Syriza de una coalición genéricamente de la izquierda revolucionaria como Antarsya.
En el Estado español, la dirección de Podemos ha tenido desde el principio una oposición interna organizada, en la cual la izquierda revolucionaria juega un rol.
Ambos fenómenos no son sino la punta del iceberg, la expresión “superestructural” de un fenómeno por abajo: el hecho que en Europa parece haber condiciones favorables para que una alternativa por izquierda a estas organizaciones encuentre un eco importante en la vanguardia.
Y lo anterior ocurre de manera simultánea al hecho promisorio que luego de una larga década de experiencias con el progresismo latinoamericano, están creciendo en determinados países como la Argentina, algunas de las principales organizaciones de la izquierda revolucionaria de la región. Se trata de los casos del FIT y el Nuevo MAS (que se encuentra fuera de dicho frente electoral). Un crecimiento que se observa no solamente en el terreno electoral, sino en el seno de la nueva generación obrera, en el pujante movimiento de mujeres de dicho país, en el movimiento estudiantil.
Estas son las bases materiales para que, en el actual contexto de recomienzo histórico de la experiencia de los explotados y oprimidos, la izquierda revolucionaria avance en una intervención común frente a la crisis capitalista y las luchas en curso, que haga del marxismo revolucionario una fuerte corriente en el seno de la clase trabajadora.
De lo que se trata es de confluir para superar la fragmentación histórica del movimiento trotskista y dar pasos en la refundación de la Cuarta Internacional sobre la base de las tareas del presente y también, a un nivel más programático, de las enseñanzas dejadas por la experiencia recorrida durante el siglo pasado. Una confluencia que se aplique a la lucha de clases, a la construcción estratégica de nuestros partidos en la clase obrera, manteniendo a la vez un criterio no sectario con luchas como la de las mujeres, que viven también un resurgimiento y una sensibilidad creciente a nivel internacional, y que se trata de integrar y ligar a las luchas de la clase trabajadora.
Esto plantea, en primer lugar, la necesidad de convocar, como están planteando sectores del SU, a una Conferencia Internacional de corrientes revolucionarias, que aborde la actual situación mundial y plantee tareas políticas para reforzar una intervención común en la crisis, sobre criterios de independencia de clase.
La misma sería la ocasión de poner las diferentes experiencias que cada una de nuestras corrientes ha recorrido, al servicio de construir una verdadera organización internacional y contribuir a un salto cualitativo del trotskismo como corriente política de la clase trabajadora.
En segundo lugar, sabemos que entre diversos sectores del trotskismo se ha comenzado a debatir informalmente (entre ellos, el PSTU de Brasil), la posibilidad de crear una publicación marxista internacional para intercambiar experiencias y aprovechar esa mayor “recepción” del marxismo revolucionario que parece verificarse entre sectores más amplios que los habituales.
Si dicha publicación lograse recoger la elaboración teórico-política de diferentes corrientes en una perspectiva revolucionaria, independiente y no ecléctica, podría ser también una iniciativa progresiva para avanzar en la elaboración común de las corrientes del trotskismo y de darse ámbitos de debate necesarios para ir hacia una confluencia mayor.
Planteamos entonces estas dos propuestas a las corrientes revolucionarias que se sientan identificadas y estén dispuestas a dar pasos en común para superar la fragmentación histórica del movimiento trotskista. Reafirmamos la necesidad de construir un llamado común a una Conferencia Internacional que discuta éstas y otras iniciativas, y siente las bases para una colaboración mayor entre nuestras organizaciones.