Compartir el post "Crisis cambiaria y devaluación, una medida reaccionaria y antipopular"
No era cuestión de si iba a suceder, sino cuándo. El esquema cambiario instalado desde la segunda asunción de Cristina, en octubre de 2011, está en pleno proceso de desmantelamiento. Y con él, todos los indicadores de la economía argentina (que nunca dejaron de estar estrechamente vinculados al dólar, que simboliza su relación con el mercado mundial) se sacuden hasta los cimientos. Por lo pronto, para los trabajadores y sectores populares, la cuestión del dólar significa en concreto más inflación, pérdida de poder adquisitivo del salario, conatos de desabastecimiento e incertidumbre de cara a las próximas paritarias. Y por lo pronto, para el empresariado, significa que empiezan a bajar el costo salarial en dólares, ganando competitividad en relación con el mercado externo. Sin duda, no todos salen ganando de la misma manera. Pero está a la vista quiénes salen perdiendo seguro: nosotros.
Entretelones de una crisis anunciada
El detonante fue el principio de corrida cambiaria contra el peso que tuvo lugar el 15 y 16 de enero. La cotización del dólar oficial saltó en dos días de 6,88 a 8 pesos por dólar. Como se recordará, el esquema del nuevo equipo económico (bueno, no tan nuevo) asumido tras las elecciones preveía una serie de minidevaluaciones diarias que llevaran al dólar, gradualmente, a un valor más alto en términos reales; esto es, por encima de la inflación. En virtud de este arreglo, el dólar había subido unos 90-95 centavos desde principios de noviembre. De esta manera, como señalamos desde estas páginas, por primera vez desde 2003 la tasa de devaluación superaba a la de la inflación, lo que se llama depreciación real del tipo de cambio.
Esta idea, presentada en su momento como un modelo de racionalidad, rápidamente dejó de convencer a los grandes actores económicos. Todos tenían alguna objeción: o la devaluación era demasiado lenta, o demasiado previsible, o lo que fuere. El resultado es que después de un primer momento de expectativa por la “gestión Capitanich-Kicillof”, todo siguió su marcha: la inflación, la suba del dólar blue y, sobre todo, la caída de reservas.
El gobierno, en verdad, tenía un plan. No pasar el invierno, como decía el finado liberal Alsogaray, sino pasar el verano. Es decir, aguantar los cachetazos del mercado cambiario hasta fines de marzo o comienzos de abril, cuando comenzara la liquidación de los dólares de la cosecha gruesa de soja. Llegado ese punto, recomponer las reservas lo más posible, abrochar las paritarias de los gremios clave y, ahí sí, hacer una devaluación “definitiva”, no una mega devaluación pero tampoco un ajustecito, algo del orden del 15-20% que llevara el dólar, justamente, a entre 8 y 8,50 pesos. Hecho esto, se iba a intentar convencer a la burocracia sindical de que esa devaluación no se iba a trasladar a los precios, por lo que había que dejar las paritarias firmadas como estaban. En suma, no un Rodrigazo sino un Rodriguito.1
Este plan tenía demasiados supuestos, y demasiado optimistas. Suponía que no iba a haber problemas con la liquidación de los dólares sojeros. Suponía que las paritarias iban a estar resueltas para esa fecha. Suponía que no iba a haber problemas graves después. Y, sobre todo, suponía que las cerealeras iban a cumplir el acuerdo que hicieron con el gobierno a mediados de diciembre.
Ese acuerdo consistía en que las cerealeras le liquidarían al BCRA unos 1.800 millones de dólares a lo largo de un mes. El gobierno no iba a pagar esos dólares al cambio oficial de diciembre (en ese caso, las cerealeras ni se sentaban a discutir), sino que se comprometía a pagarlos en abril o mayo al tipo de cambio de ese momento, más el 4%. No era un gran negocio para las cerealeras, pero teóricamente no perdían nada. Esos dólares se iban a liquidar al Banco Central no de un saque, sino en cuotas semanales de 400-500 millones de dólares. Esos dólares (y no los de las reservas) eran los que iba a usar el BCRA para tratar de sostener el esquema gradualista hasta fines de febrero. Pues bien, en un mes las cerealeras liquidaron sólo 300 millones de dólares. Nada.
Así, el BCRA tuvo que salir a tapar el ataque contra el peso sólo con sus alicaídas y menguadas reservas. La pulseada se volvió insostenible, y el gobierno dejó correr la devaluación hasta el valor que le pareció que sí podía sostener: el que tenía pensado para mayo.
¿“Golpe de mercado”?
La expresión viene de la época de la crisis del gobierno de Alfonsín, y designa una especie de conjura de los principales actores del mercado para reventar la política económica de un gobierno. El kirchnerismo salió a hablar de “conspiración” y puso en la mira al titular de la Shell, que habría sido la punta de lanza de un operativo devaluacionista del que el gobierno sería víctima. Por supuesto, no hay ningún margen para que hasta el kirchnerista más rabioso diga que esto fue una jugada genial pensada por el gobierno. El intento de victimización se apoya sobre un hecho incontrovertible: la devaluación no fue prevista, sino forzada.
Aclaremos: las conspiraciones y los golpes de mercado existen y existieron.2 De hecho, el gobierno sabe perfectamente que hubo –y abortó– docenas de ataques especulativos contra el peso en los últimos años. Lo que no dice es que si antes frenó esas intentonas, es porque tenía con qué. Por ejemplo: si algún especulador buscaba, con alguna operación, hacer subir la cotización del dólar, el BCRA lanzaba a la rueda de operaciones cambiarias de ese día 100, 200 ó 500 millones de dólares (la “ficha” del Central, le decían) a la cotización que el BCRA quería defender. Nadie tenía espalda para pulsear con el Central, todo el mundo tomaba nota de que no había margen para hacerse el vivo, y la cotización se quedaba, por un buen tiempo, en los valores que el gobierno quería. Hasta la siguiente jugada, que terminaba de la misma manera. Este jueguito duró años.
Lo que sucede ahora es que, simplemente, el BCRA gastó demasiadas fichas en los últimos dos años. Y de lo que todos tomaron nota es de que el Central ya no podía permitir que todos los días volaran 100 ó 200 millones de dólares de las reservas. No cuando éstas ya habían caído por debajo de la “masa crítica” de los 30.000 millones de dólares. No hay más que hacer la cuenta: a ese ritmo de desgaste, las reservas desaparecen en cuestión de menos de seis meses.3 En esas condiciones, el gobierno prefirió adelantar a la fuerza su plan antes que seguir pulseando con el “mercado” y perdiendo reservas a lo loco para terminar cediendo después en peores condiciones. Ahora bien, que el gobierno haya establecido el corte en 8 pesos no significa, como veremos, que este cuento termine aquí.
El intento de victimización del gobierno es una verdadera burla, por muchas razones de las que sólo elegiremos dos. Primera: ¿víctima de quién? ¿Del mercado del dólar paralelo, que según el gobierno no existía y era insignificante, además de ilegal? ¿Víctima del establishment? ¡Pero si es el mismo establishment al que le estaban enviando señales amistosas a toda hora y de todos los colores: CIADI, Club de París, FMI, Repsol, hold outs y sigue la lista!
Segunda: es mentira que sencillamente “el mercado se lo llevó puesto” y el gobierno tuvo que rendirse ante los hechos. Es mentira que no podía hacer otra cosa. ¡Claro que podía y puede, pero la cuestión es que ha decidido tomar otro rumbo, el del acercamiento a los mercados y el de hacer los deberes para volver a tomar deuda! Al convalidar la devaluación, al santificar esta transferencia legal de recursos que hacen el Estado y la mayoría del pueblo argentino a los empresarios exportadores, el gobierno no hace más que ratificar un curso a la derecha que en el fondo quiso implementar mucho antes.
Tan “ortodoxo” y de derecha es este camino que el propio Macri, único político argentino en el foro neoliberal de Davos, cumbre del establishment internacional, dijo desde Suiza que le parecía una gran noticia, “sobre todo para los exportadores”. Como siempre que Macri habla sin apuntador atrás, después tuvieron que arreglar un poco sus declaraciones; no era cosa de perder perfil opositor. Pero resulta tan significativo como la suba de las empresas argentinas en Wall Street después de la medida, aun a pesar de la zozobra internacional que hay respecto de los “mercados emergentes”.
Y cuando decimos que el gobierno podía hacer otra cosa, no nos referimos, por supuesto, a que tome las medidas que proponemos los socialistas revolucionarios del Nuevo MAS, empezando por la nacionalización del comercio exterior. Nos referimos a que podía hacer, por ejemplo, lo que el propio kirchnerismo vendió siempre como “relato”.
He aquí lo que proponen, desilusionados e indignados, unos kirchneristas que se tomaron ese “relato” en serio, el “Periodismo militante” de la agencia Paco Urondo. En su editorial del 27 de enero escriben: “Este instrumento, la devaluación no controlada, siempre va en detrimento de los sectores populares y la masa trabajadora. (…) Debido a lo dramático de la medida, es urgente una batería de medidas que contrarreste lo decidido. Esto es: más ingresos directos a los sectores populares. Seguramente existan en el flamante equipo del Ministerio de Hacienda quienes puedan diseñar estas respuestas. Valgan estos ejemplos de la historia nacional: suba de retenciones, la Junta Nacional de Granos, gravar la renta financiera. (…) La conducción política de la economía que lleva adelante Cristina Fernández de Kirchner deberá aparecer en todo su esplendor para que los sectores populares no sean los perjudicados de una decisión con demasiados malos recuerdos en la Argentina. Confiamos en que esto se haga, y pronto” (Ámbito Financiero, 28-1-14).
Uno puede sonreír ante tanta candidez política (y preguntarse por qué se olvidan, entre los “ejemplos de la historia nacional”, lo más parecido a una nacionalización del comercio exterior, el IAPI del primer gobierno de Perón). Pero nos tememos que, como mucho, lo que va a “aparecer en todo su esplendor” será algún intento desganado e infructuoso de que los “Precios cuidados” no se violen de manera demasiado evidente. A no engañarse: la “épica kirchnerista” sólo sobrevive en militantes incautos cada vez más desencantados. El “cristinismo” de hoy no es otra cosa que rabioso pragmatismo peronista en condiciones desfavorables.
¿Y esto cómo sigue?
Estamos viviendo la primera semana post devaluación, de modo que hay que esperar todo tipo de evoluciones en la situación económica y política. Hay que insistir en un punto: si tomamos como punto de partida el nuevo equipo económico, la devaluación del dólar oficial orilla el 35% en algo más de dos meses. No hace falta creer los pronósticos de la agencia Moody’s, que estima un dólar oficial a 12 pesos a fin de año, es decir, un 50% adicional de devaluación, y una inflación por encima del 30% anual (francamente, los dos pronósticos, tomados juntos, son o muy incoherentes o muy optimistas). La cuestión es otra, que es la que marca toda la historia económica argentina de los últimos 80 años: cuánto va a acompañar la tasa de inflación a la tasa de devaluación (lo que se llama en la jerga índice de pass through).
Todos vimos cómo los comercios de todo tipo, desde las grandes cadenas de electrodomésticos hasta el minimercado de la esquina, respondieron a la devaluación de la misma manera: remarcar, suspender precios y/o desabastecer (para no hablar de los que directamente ni abrieron). Nadie en su sano juicio tiene la menor expectativa de que el acuerdo de precios, que ya desde antes hacía agua por todos lados, detenga la inflación. Además, los “Precios cuidados” son 194, en algunos artículos de consumo masivo de algunas marcas. Pero la economía tiene muchísimos más precios; algunos directamente atados al dólar, otros a medias, otros indirectamente.
Uno de los resultados de la devaluación es que la paritaria, se haga cuando se haga, sencillamente no tiene referencia. El aumento salarial que se pacte en paritarias va a definir los ingresos para la inflación futura. Pero es a esa variable a la que nadie se atreve a ponerle cifra. ¿Quién puede definir una paritaria por el 30, el 35 o el 40% como un buen acuerdo, cuando la inflación real de enero va a rondar el 5%, lo que, si se sostiene, da el 80% de inflación anual? Tampoco hace falta esperar tanto: ya en las próximas semanas, antes de que termine el verano, la presión de los precios sobre salarios sin paritarias va a ser insoportable.
Pero esto ya hace a las perspectivas políticas, que se tratan aparte. En lo estrictamente económico, parece seguro que asistiremos a una aceleración de la inflación. O, si se quiere usar el término técnico, un fuerte pass through de la devaluación, una constante de la historia económica de este país.4
Y eso se debe no sólo a que aumentarán los precios de los bienes de consumo que se importan, los que se exportan, los que tienen componentes importados y los que no, pero aumentan por las dudas. Otra de las calamidades que se vendrá con la devaluación son los tarifazos. Y esta vez en regla, por dos razones. Primero, una de las medidas “ortodoxas” que toda la patronal le reclama al gobierno y que éste ya viene pensando cómo implementar es reducir los subsidios: plata que deje de poner el Estado la pondrá el usuario. Y segundo, los costos de la generación de energía están atados al dólar. Como ya señalamos en otras oportunidades, la errática política energética condujo a perder el autoabastecimiento, y en 2013 la balanza comercial de energía dio un rojo de 6.200 millones de dólares, muy por encima de los 3.800 millones de 2012. Se importa más gas y combustible, y salvo que los subsidios aumenten en vez de disminuir, la diferencia en la cotización del dólar también deberá pagarla el usuario.
Ahora bien, ese sufrimiento que le espera a los trabajadores y sectores populares, ¿servirá al menos para que las cuentas del Estado alcancen un equilibrio, que las reservas del BCRA se recompongan y no haya otro patatús fiscal, cambiario o de deuda? Digámoslo sintéticamente: no.
En cuanto a la caída de reservas, no está nada claro que la devaluación la revierta o al menos la detenga. Aún es pronto para saberlo, pero las primeras señales son que el BCRA sigue drenando dólares. Si el gobierno logra convencer al empresariado de que la nueva cotización se sostiene, tal vez afloje la presión sobre el peso. Pero si continúa vaciándose la caja del Central, hay más convulsiones en el horizonte cercano.
Justamente, lo más grave de esta crisis no son los resultados presentes, sino la sensación de que no hay ningún desenlace a la vista. Más bien, parece sólo el comienzo de una nueva fase de la crisis económica (que se transformará en política a la vuelta de la esquina). Todos los desarrollos de la economía argentina de los últimos dos años conducían a una devaluación. Esa devaluación se ha producido, pero no es el final del camino. Puede ser sólo la primera devaluación entre otras, puede ser el comienzo de una verdadera espiral inflacionaria al estilo de los años 70 y 80, y puede ser también el comienzo de una nueva etapa política. Una sola cosa es segura: el declive de la economía kirchnerista ha entrado en una fase irreversible.
Marcelo Yunes
Notas
1. Como se explica en nota aparte de esta edición, el Rodrigazo fue la reacción obrera a una maniobra del ministro de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, que intentó hacer pasar una devaluación del 100% con paritarias del 15%.
2. Uno muy célebre fue el de la India en 2004, inmediatamente después de la victoria de Sonia Gandhi en las elecciones. La agitación desplegada por el establishment, hundimiento espectacular de la Bolsa incluido, fue tan brutal, el chantaje fue tan alevoso, y Sonia Gandhi fue tan pusilánime, que sencillamente la ganadora no asumió el cargo de primera ministra. ¿Quién subió al gobierno, entonces? El candidato favorable a los mercados, que había perdido. Así funciona la “democracia más populosa del planeta”.
3. En realidad, en menos tiempo todavía. Porque hay que tener en cuenta que esos “30.000 millones de dólares” que se declaran como reservas no están atesoradas bajo la forma de billetes o barras de oro. Sólo una tercera parte, o la mitad (con muy buena voluntad) de las reservas son líquidas, esto es, dinero en la mano. El resto son títulos, bonos, canjes y otros instrumentos financieros que no se pueden poner sobre la mesa en una corrida cambiaria.
4. Hay una excepción importante: la devaluación de 2002 fue del 200%, pero no se trasladó en absoluto en esa proporción a los precios. Sucede que se dio en el marco de cinco años de recesión y un 25% de desocupación, por lo que no había margen para aumentar los precios un 200%: como decía el economista burgués John Maynard Keynes, en una economía en depresión el mecanismo tradicional de oferta y demanda es incapaz de regular los precios. Por supuesto, nada de eso ocurre hoy: la desocupación es relativamente baja y la economía, aunque se desaceleró bastante en los últimos dos años, creció mucho en el período anterior.