Creced y multiplicáos, dijimos y las máquinas crecieron y su multiplicaron.
Nos habían prometido que trabajarían para nosotros.
Ahora nosotros trabajamos para ellas.
Multiplican el hambre las máquinas que inventamos para multiplicar la comida.
Nos paralizan los autos que inventamos para movernos.
Nos desencuentran las ciudades que inventamos para encontrarnos.
Los grandes medios, que inventamos para comunicarnos, no nos escuchan ni ven.
Somos máquinas de nuestras máquinas.
Ellas alegan inocencia.
Y tienen razón
“Espejos”
Eduardo Galeano había nacido en Montevideo en 1940. Antes de dedicarse al periodismo y a la literatura, incursionó en varios oficios: fue obrero manual, dibujante, vendedor de corretaje y empleado bancario. A los 14 años vendió su primera caricatura política al semanario El Sol, del Partido Socialista. Comenzó su carrera periodística a inicios de 1960 como editor de Marcha, un semanario influyente no sólo en Uruguay sino en toda América Latina especialmente en esa década, y que tuvo como colaboradores a Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti, Manuel Maldonado y los hermanos Denis y Roberto Fernández Retamar.
Contemporáneo a esto, en 1971 publica una de las obras más conocidas “Las venas abiertas de América Latina”, recibiendo pocos años después el Premio Casa de las Américas de Cuba por dicho trabajo. El mismo, es el que por su estructura, más se asemeja a un ensayo historiográfico y como decía un crítico conservador fue “la Biblia de la izquierda antiimperialista” durante mucho tiempo. Ya volveremos sobre esto. Otros libros, ya más “hijos” de un estilo propio con una fuerte impronta poética y compuesta por textos breves, son también “Memorias del fuego” (1985), “El libro de los abrazos” (1989), “Patas arriba, la escuela del mundo al revés” (1998) y “Espejos” (2008). Además de cientos de artículos dedicados al fútbol y luego recopilados en libros.
Producto del golpe cívico militar uruguayo a mediados de 1973, se exilió en la Argentina, donde fundó la revista “Crisis”. Con la llegada de la dictadura videlista, su lugar de refugio fue España, más precisamente Barcelona, volviendo diez años después al Río de la Plata. En octubre de 1985, junto a Benedetti, Hugo Alfaro y otros periodistas y escritores que habían pertenecido a Marcha, funda el semanario Brecha, del cual continuó siendo integrante de su Consejo Asesor hasta su muerte.
En relación a “Las venas…” en marzo del año anterior, en el marco de la Segunda Bienal del Libro realizada en Brasil, Galeano afirmó: “Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima (…) No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado. Ese libro intentó ser una obra de economía política, sólo que yo no tenía la formación necesaria. No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada”. 1
Valoramos la honestidad intelectual del escritor oriental. “Las venas…”, como otro gran boom de ventas de esa época “Los conceptos elementales del materialismo histórico” de la chilena Martha Harnecker, ambas “biblias” de gran parte de la izquierda latinoamericana; adolecían de los mismos males: un mecanicismo teórico e historiográfico sumamente marcado, conceptos a los que se les quitaba complejidad para -supuestamente– divulgar mejor y como decía Engels “intentaban evitarle al lector el estudio sesudo de la historia”. Podríamos decir, para hacer una crítica justa, que son a su manera “hijos de su tiempo”: cierto ascenso de masas, vanguardias que creían que “el mundo marchaba hacia el socialismo”, el ejemplo cubano y la guerra de Vietnam como algunos contextos epocales, inducían a caracterizaciones que se repetían como meras consignas agitativas. 2
Años después con el advenimiento de las dictaduras en la región y el derrumbe de los socialismos reales, muchos de aquellos “relatos” trastabillaron. Si bien Galeano siguió fiel políticamente a expresiones como el Frente Amplio en su país y otras similares en América Latina, jamás renegó de una crítica visceral al capitalismo como sistema mundial. Si le sumamos lo que pensamos fue una “revisión” a lo que se entendía en su época (y en las organizaciones con las que simpatizaba) por marxismo, lo condujo a matizar y complejizar algunos de los análisis mecánicos pasados y a reivindicar a figuras como Trotsky o Rosa Luxemburgo y caracterizar mucho mejor a Stalin y los llamados sistemas soviéticos. En “Espejos”, su ante último libro, esto se ve de manera clara.
Y en esos postreros trabajos (“Patas arriba” y el recientísimo “Mujeres” que vuelve una vez más sobre un tema recurrente de su obra: la crítica al machismo y la discriminación al homosexual y a la lesbiana) está el mejor Galeano.3 Una prosa breve que combina la denuncia más extrema con un lenguaje claro pero poético a la vez. Quien pasó por sus páginas, comprende que toda sociedad de clases es una sociedad de explotación y que se recubre con un velo ideológico y jurídico que lo legitima. La denuncia mordaz que esos libros exponen ayuda a desenmascarar la hipocresía de esa validación. ¿Que faltó una propuesta concreta como salida a lo anterior? Es cierto y no es una ausencia menor. Pero como señalamos en relación a otros escritores, lo mejor será recordarlos por sus mejores páginas y no por aquellas más débiles o insuficientes.
Guillermo Pessoa
1.- Citado en Ámbito Financiero, 14/4/15.
2.- La justa y necesaria condena del imperialismo en “Las venas…”, simplificaba su contenido hasta expresar “relaciones” e “interdependencias” tan vulgarizadas que resultaban falsas. Por citar sólo una: aquella de que “el imperialismo con su proyecto y realidad industrial, impide e impedirá, cierto desarrollo industrial en la periferia”. La dominación imperialista es mucho más compleja que esa definición rudimentaria. Reconfortan entonces las palabras del último Galeano: “yo no poseía una verdadera formación en economía política para cuando escribí el libro”.
3.- Digamos también que “hay lealtades que suelen pagarse caro”. En la extensísima lista de países en donde se estigmatiza e incluso condena penalmente la homosexualidad, no figura Cuba, que durante mucho tiempo fue pionera en esa condena, haciendo alarde de una casi sacrosanta “rectitud sexual”.