Por Ale Kur
Compartir el post "Baltimore: nueva ola de protestas antirracistas"
El 19 de abril fue asesinado en la ciudad estadounidense de Baltimore un joven afroamericano de 25 años, Freddie Gray. Los autores del homicidio fueron “agentes de la ley”: policías que, como en tantas otras decenas de casos, detuvieron a un “sospechoso” (quién sabe de qué) y decidieron ejecutarlo preventivamente. Por supuesto, la mera categoría de “sospechoso” ya incluye el poseer piel oscura.
El asesinato de Gray produjo una masiva oleada de indignación, especialmente entre los miembros de la comunidad negra. Fueron varios días de enormes movilizaciones y revuelta popular, desafiando a seis días de toque queda y la presencia de miles de miembros de la Guardia Nacional que mantuvieron prácticamente una ocupación militar de la ciudad. La solidaridad se extendió a lo largo y ancho de todo el país.
Esto no es algo que ocurra por primera vez. Cientos de casos similares de violencia policial contra los negros y latinos ocurren en Estados Unidos.
A fines del año pasado, uno de estos casos salió a la luz en el mundo entero, tras la revuelta en la ciudad de Ferguson y las protestas multitudinarias en todo el país. Una segunda oleada estalló luego en la ciudad de Nueva York, tras otro asesinato policial[[1]].
En este sentido, las protestas de Baltimore no configuran una novedad en sí misma, ni por su desencadenante ni por su reacción. El elemento novedoso, en todo caso, es que por primera vez las protestas hayan logrado la imputación judicial de los policías acusados por el asesinato. Esto no significa que necesariamente vayan a ser castigados, pero rompe con uno de los grandes tabúes del Estado norteamericano: la absoluta inmunidad de los miembros de sus fuerzas represivas.
Pero la novedad más de fondo no es lo anterior, sino la frecuencia con la que comienzan a salir a la luz los casos de violencia policial, el hartazgo acumulado en la comunidad negra, y la sistematicidad de la respuesta popular. Empieza a darse la situación en la que cada nuevo caso que ocurre desata un torbellino de indignación, movilizaciones y revueltas.
El movimiento negro tiene una larga tradición en EEUU. En las décadas de los 50 y 60 éste conquistó que se reconozcan formalmente los derechos civiles, es decir, que el racismo no se exprese en forma de leyes de segregación. Sin embargo, el racismo tiene raíces y expresiones mucho más profundas que la mera segregación legal. Por esta razón, las revueltas de los negros (en especial, de los sectores más empobrecidos) vienen estallando una tras otra. Varias fueron emblemáticas: Watts en los 60, Los Ángeles en los 90, etc.
Es cierto que algo cambió luego de la conquista de los derechos civiles: surgió una pequeña “clase media negra” y hasta algún sector de importantes millonarios, que pudo incorporarse al sistema de diversas maneras. Más aún, algunos de ellos avanzaron en el sistema político: como funcionarios, dirigentes, etc. Obama es una de las principales expresiones de ello.
Pero los derechos formales-legales no destruyeron el núcleo duro de la segregación racial: los enormes bolsones de pobreza, los “guettos” en los cuales se amontonan los afroamericanos que no tuvieron la fortuna de ascender socialmente. Es decir, la gran mayoría.
La existencia de estos reductos de pobreza “de color” no es desconocida para el mundo: es ampliamente retratada por la cultura popular. Cientos de películas y series transcurren o reflejan a los suburbios negros de las grandes ciudades. Hasta géneros musicales enteros nacieron y se referencian en los “guettos”: el hip-hop es quizás el máximo emblema.
Existe por lo tanto una forma de segregación racial que está determinada por la clase social: es decir, el amplísimo grupo social definido por ser al mismo tiempo negro y pobre. Un sector social enorme, que configura el escalón más bajo de la sociedad estadounidense: allí no hay ni hubo nunca ningún “sueño americano”, ni ninguna “democracia ejemplar”. Sólo existe la realidad más cruda del capitalismo imperialista: altísimas tasas de desocupación, salarios que no alcanzan para pagar un alquiler (y mucho menos los estudios), y la brutalidad policial que se ensaña con una juventud sin futuro.
El caldo de cultivo para el estallido
Esta realidad está presente hace décadas en la sociedad norteamericana. Pero fue agravándose cada vez más. En las décadas de los 70 y 80, el proceso de desindustrialización comenzó a afectar particularmente a los sectores negros que trabajaban en los centros manufactureros tradicionales. Este proceso continuó en las décadas posteriores, y pegó un salto en calidad tras la gran crisis de 2008. Allí se dispararon las tasas de desempleo y se deprimió aún más el salario.
Por otra parte, la brutalidad policial también fue en aumento. Si bien las fuerzas de “seguridad” estadounidenses siempre tuvieron un marcado carácter racista (y profundamente antiobrero y antipopular), éste también pegó un salto en calidad a partir de la década de los 90. Allí el infame alcalde neoyorquino, Rudolph Giuliani, introdujo un nuevo método para intentar contener al delito: detener y apalear preventivamente a cualquier persona sospechosa, para luego dejar que se pudra en la cárcel.
Durante las dos décadas que siguieron a la generalización de esta política de “tolerancia cero” (es decir, no tolerar que alguien que posea piel oscura), las cárceles norteamericanas se abarrotaron, a tal punto de ser insostenibles inclusive desde el punto de vista financiero. EEUU es uno de los países con más alta tasa de personas encarceladas en relación al total de la población. Por supuesto, las personas “de color” forman el segmento proporcionalmente más golpeado por esta política.
La combinación de todos estos elementos es el caldo de cultivo perfecto para el estallido de enormes tensiones sociales. Todo lo que hacía falta era un detonante.
Y el detonante, en un sentido político, fue la acumulación de experiencias que vienen desarrollando diversos sectores de la sociedad norteamericana, a partir de la gran crisis de 2008. La irrupción del movimiento Occupy Wall Street significó un punto de inflexión, como desarrollamos en un artículo anterior[[2]] publicado en estas páginas.
Más de conjunto, en todo el planeta emergió una nueva generación de jóvenes que irrumpió en la escena política con grandes movilizaciones. Desde la Plaza Tahrir del Cairo, los Indignados de España, los estudiantes chilenos, etc. Lo que desde Socialismo o Barbarie caracterizamos como un ciclo mundial de rebeliones populares, originado por la crisis económica global. Y que se abrió paso multiplicando su poder de llegada gracias a las “redes sociales” y las nuevas tecnologías de la comunicación.
Estas coordenadas mundiales y locales generaron una nueva sensibilidad política en grandes sectores de la población. Cada nuevo caso de violencia policial es denunciado, “viralizado” en las redes sociales y provoca grandes protestas, que derivan en enfrentamientos y en movilizaciones aún más masivas.
Otro factor es el desarrollo de un nuevo activismo, que interconecta diversas problemáticas: los colectivos antirracistas tienen fuertes vínculos con los colectivos por el aumento del salario mínimo, los colectivos contra los ajustes y la desigualdad social, etc.
Estados Unidos
Este movimiento cada vez mayor tiene un enorme valor político y un gran potencial de desarrollo. Sin embargo, es fundamental preguntarse cuáles son sus perspectivas estratégicas, es decir: cómo pretende transformar la realidad.
Una de las conclusiones políticas de los últimos años es que el racismo no se soluciona con el mero avance institucional de personas de origen afroamericanas. El “presidente negro” Obama no movió un dedo para solucionar la pobreza estructural y la violencia institucional que sufren los negros en EEUU. Más aún, actuó como un perfecto “blanco racista” al salir a condenar a los jóvenes revoltosos de Baltimore por su “violencia”, sin que se le haya escuchado denunciar por “violenta” a la institución policial que viene desarrollando una política de ejecuciones sistemáticas.
La misma ciudad de Baltimore es un ejemplo perfecto del avance institucional de los afroamericanos: la alcadesa, la fiscal y una parte muy considerable de la fuerza policial local son negros. Incluidos tres de los seis policías imputados por el asesinato de Gray.
Esto debería alcanzar para demostrar que no se trata simplemente de un problema del “color de piel” de los miembros del aparato del Estado capitalista y racista. El problema es precisamente el contenido político y social de ese Estado. Toda la maquinaria estatal está construida sobre la base de explotar y oprimir a la clase trabajadora. En EEUU, gran parte de esa clase proletaria está compuesta por negros y latinos: por eso la función objetiva de los “funcionarios negros” del Estado capitalista es oprimir a sus propios hermanos.
Por otro lado, no se trata tampoco de reformar los procedimientos policiales o de “educar a la policía”, como viene anunciando el propio gobierno de Baltimore para descomprimir la situación. El racismo y la brutalidad es la esencia del Estado norteamericano, configurado de esa manera durante siglos y determinado por su contenido de clase.
La salida de fondo es la disolución de esos aparatos represivos y la abolición de todos los elementos que llevan a un régimen de “segregación racial”: empezando por acabar con la desocupación, aumentar el salario mínimo, solucionar el problema de la vivienda y garantizar el acceso masivo a una educación pública, gratuita y de calidad. Es decir: acabar con todo el régimen político, económico y social capitalista estadounidense.
Para lograr esta perspectiva, la única salida estratégica pasa por una alianza entre el movimiento antirracista, los movimientos por los derechos de los inmigrantes, el movimiento por el salario mínimo y los movimientos juveniles (como los Occupy, entre otros). Y el verdadero salto cualitativo sólo puede venir del ingreso a escena de los grandes batallones del movimiento obrero, en especial de la poderosa industria norteamericana, rompiendo con décadas de inmovilismo.
[1]Desde las páginas de Socialismo o Barbarie venimos cubriendo y analizando estos diversos estallidos: ver notas de Rafael Salinas en SoB 301 (“La rebelión de Ferguson”), 315 (“Estalla la bronca tras la farsa judicial que absolvió al policía asesino del joven afroamericano Michael Brown”) y 316 (“EEUU – Crecen las protestas antirracistas de costa a costa”).
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[2]“EEUU – Toma impulso el movimiento por los 15 dólares/hora de trabajo” en SoB 327, por Ale Kur.