José Luís Rojo
Compartir el post "A propósito del desinfle electoral del Partido Obrero en Salta"
“En oposición a ese polo del ajuste se presenta el Frente de Izquierda y desde ese punto de vista estamos entrando en una situación revolucionaria” (Altamira, Prensa Obrera 1363).
El domingo pasado fueron las elecciones definitivas en Salta para los cargos provinciales. Con los datos del escrutinio provisorio (99% de los votos contabilizados), Urtubey se alzaba con el 51.2%, Romero bordeaba el 30%, los radicales lograban ubicarse terceros con el 8.25% y el PO caía al cuarto lugar con el 6.22% (en las PASO de abril pasado habían salido terceros con el 7.29% en la provincia).
Respecto de la intendencia de Salta capital, el candidato del massismo, Sáenz, se alzó con el 41%, mientras que el candidato oficialista del FpV, Javier David, alcanzaba el 33%. En la ciudad capital el PO (con la candidatura a intendente de Pablo López) lograba el 12.45%, mientras que a la Legislatura obtenía el 12.7%. Caía así al cuarto puesto luego de obtener el primero en abril con el 14% y haber sacado un histórico 27% en noviembre del 2013 para la Legislatura capitalina (la misma se renueva íntegramente cada dos años[1]).
¿“Salta la trotska”?
¿Qué es lo que indican estos números?
Lo primero a señalar es la falacia de unos de los argumentos centrales del PO: que se vive un “derrumbe” del peronismo; o que al menos en Salta el Partido Obrero estaba en vías de “acabar” con el peronismo encaminándose sin obstáculos a ganar la intendencia de la ciudad capital.
Pues bien: a la sumo se podría decir algo conocido en las filas del trotskismo argentino: “el peronismo agoniza bajo una montaña de votos”… Un argumento que se mostró equivocado 40 años atrás y que sigue siendo errado hoy, al menos hasta que no ocurra una radicalización en regla de la lucha de clases.
Siendo que tanto Urtubey como Romero se consideran peronistas y son tributarios del aparato del mismo, es evidente que tal “derrumbe” no se ha efectivizado: ¡la obtención de más del 80% de los votos en toda la provincia y de más del 70% en Salta capital muestran que el peronismo está lejos todavía de “agonizar”!
El PO había hecho todo tipo de especulaciones en su balance electoral cuando las PASO provinciales de abril pasado; entre otras la afirmación de que “despejado” el camino al quedar varias leyendas por debajo del 1.5%, el porcentaje obtenido en dicha elección era “un piso” a partir del cual los votos no harían más que “aumentar”. Dicha afirmación no se verificó: los votos del PO, lejos de aumentar, cayeron, lo mismo que su proclamado tercer lugar: quedó cuarto…
Tampoco se verificó la idea, puramente “matemática”, de que a partir del primer puesto obtenido por el PO en la ciudad capital dos años atrás (noviembre 2013), la pelea por la intendencia estaba a la vuelta de la esquina: “podemos concluir que estamos a la altura, de acá a dos años, de disputar la intendencia capitalina” (Prensa Obrera, 1293).
Cuando en noviembre el PO realizó el autoproclamado “Congreso de los trabajadores y la izquierda” lo que se escenificó, en realidad, fue el plan de trabajo electoral del Partido Obrero para todo el año, cuyo punto central tenía que ver con el objetivo de ganar la intendencia salteña.
Evidentemente, ese objetivo no se logró.
El PO se dedicó a reemplazar el análisis político (¡y la centralidad de la lucha de clases en el mismo!), por un simple ejercicio de “matemáticas electorales” pensando algo así como que si se tuvo el primer puesto en una elección, eso “garantizaría” en la próxima ganar la intendencia; un análisis puramente numérico desvinculado de la dinámica real de la lucha de clases en la provincia y su ciudad capital, lucha de clases que más allá de determinados conflictos entre la docencia y otro varios más, no se caracterizó estos dos años por un conflicto que saltara a la palestra nacional.
Así las cosas, no se sabe en razón de qué factor que no fuera puramente “matemático formal” los votos deberían seguir subiendo, o, al menos, consolidarse en ese nivel sin desinflarse (como realmente ocurrió: ¡en la ciudad capital el PO cayó del 27% al 12.45% para una votación de la misma categoría!).
¿Una situación revolucionaria?
Del terreno salteño pasemos al nacional. En la reciente conferencia de prensa en el Hotel Bauen donde el PO e IS lanzaron su forma presidencial para la (posible) interna del FIT, Altamira se despachó con definiciones de cierto interés.
Enunciaciones cuya característica principal fue pasar por arriba de todos los factores mediadores de la situación política para arribar a conclusiones simplistas.
Lo primero: planteó un escenario de “polarización” entre los tres candidatos del ajuste y el FIT. Señaló que el FIT debería conquistar el cuarto lugar electoral, pero que en virtud de la similitud entre estas tres candidaturas patronales, su lugar sería, realmente, el “segundo”.
Altamira hizo un pase mágico de términos que no es lícito. Uno puede acordar en que desde el punto de vista de clase, y dada la ubicación más o menos objetiva conquistada hasta ahora por el FIT, como principal fuerza de la izquierda el FIT sería la primera fuerza entre las que “polaricen” con los candidatos del ajuste.
Pero el problema es que este análisis no puede tener una traducción política y mucho menos electoral, acorde, si no se viene un gran ascenso de la lucha de clases.
Esto, sencillamente, porque en momentos en que las encuestas le dan un 36% a Scioli, un 30% a Macri y un 20% a Massa, Altamira no logra pasar la mitad de un dígito (un resultado que, de obtenerse, sería electoralmente extraordinario para la izquierda, pero no mostrará esa “polarización” de la que habla Altamira, al quedar muy lejos de los candidatos patronales).
Es decir: ¡nadie espera la polarización de la que habla Altamira! La que ya está instalada es la de Scioli con Macri; una polarización que más allá de que sea falsa desde el punto de vista social, no deja de marcar una serie de matices, que tampoco se pueden desconocer.
Lo segundo: Altamira habló de la “gran crisis que se viene” como si estuviera próxima una gran crisis general. En nuestra editorial anterior hemos señalado que la transición electoral que se está viviendo en este fin de ciclo es desacostumbradamente “tranquila” para otras experiencias similares en el país. Al mismo tiempo, señalamos también que las relaciones de fuerzas entre las clases no han sido probadas y si lo fueran, se podría esperar un gran enfrentamiento entre las clases.
Seguramente Altamira espera este enfrentamiento, igual que nosotros. Pero lo visualiza sin hacer ningún análisis concreto, enamorado de sus habituales caracterizaciones catastrofistas.
Pasa que si todos los analistas anticipan algún tipo de ajuste para el año que viene (de shock o gradualista, según quien gane), de todos modos es unánime la lectura de que no se espera una crisis similar a la del 2001, que el escenario es cualitativamente diferente a ese.
En datos recogidos por la prensa los últimos días se habla de que la economía “volvería a crecer en el 2016” a un ritmo promedio del 2% (la industria lo haría al 3.0%). Sin dejar de ser cifras modestas, no marcan un escenario de catástrofe como habitualmente grafica el líder del PO.
Existe un dato objetivo respecto de los márgenes de maniobra que hoy tiene la burguesía, mayor que diez años atrás. Es que el país redujo enormemente su endeudamiento en divisas respecto del PBI, razón por la cual existe margen para financiarse en el exterior en cuanto acuerde con los buitres.
Ese y otros “amortiguadores” tiene en lo inmediato la burguesía en la Argentina, lo que hace prever un escenario quizás más mediado de la lucha de clases del que prevé el PO (aunque esto dependerá de si se desafía realmente a los trabajadores como señalamos en nuestra edición anterior).
Condiciones objetivas
Nos queremos referir, todavía, a una definición dada por Altamira: señaló que la situación política es “revolucionaria”, y como prueba de la misma puso los votos del FIT. Agregó, además, que la actual generación tiene planteado el desafío de colocar a dicho frente como “alternativa de poder”; que eso es lo que está en juego en el debate en su seno.
Aquí salta un problema que es común tanto al PO como al PTS: su olvido de la lucha de clases para los análisis de conjunto de la dinámica del FIT[2].
Altamira parte de establecer una relación mecánica entre los votos de la izquierda y la situación en su conjunto. Esta relación admite todo tipo de desigualdades aunque, llegado un punto, si la situación de las luchas no es de alza, muy probablemente esos votos se terminen desinflando sin remedio.
Nos parece que el PO (y el PTS también, en cierto modo), tiene en su cabeza una analogía con el ascenso electoral del MAS boliviano, el chavismo en Venezuela, o más próximamente en el tiempo Syriza en Grecia y Podemos en España…
Pero como ya hemos escrito en estas páginas, la analogía con esos procesos es demasiado mecánica. Primero, son muy distintas las condiciones objetivas: en Venezuela, Bolivia, Grecia y, en mucho menor medida, España (¡aunque su desempleo del 25% del PEA no es un dato menor!), se vivieron crisis generales bajo el signo de una inmensa catástrofe económica-social que no tienen nada que ver con la situación actual del país.
Es verdad que en el 2001 nuestro país vivió una situación de ese tipo. Pero esa crisis se reabsorbió y una característica fundamental de todos los procesos políticos es su desigualdad, que no siempre se logra “el grado de condensación de los factores” que pueda dar lugar a una situación revolucionaria. Hoy, en la Argentina, esos factores aún no están.
Segundo, está el factor de la crisis del sistema de partidos. Tampoco las cosas aquí son comparables hoy con Venezuela, Bolivia a comienzos de la década pasada o de Grecia y España hoy. En Venezuela y Bolivia se liquidaron literalmente los partidos anteriores: no quedó nada de ellos. En Bolivia, recordemos, el gran partido tipo el peronismo aquí era el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) de Paz Estensoro: ¡no quedó nada de él!
Si de Venezuela y Bolivia vamos a Grecia y España, la cosa es así: en Grecia quedó reducido a la nada el PASOK, el partido socialista tradicional. Es verdad que en la Argentina la centro izquierda muestra un quiebre histórico y que en parte esto lo está capitalizando la izquierda, lo que es algo extraordinario.
Pero la centro izquierda no era una fuerza fundamental del bipartidismo del país, como sí lo era el PASOK en al país helénico.
Sí es verdad la crisis histórica que vive la UCR desde la salida de Alfonsín en 1989 y de la cual, hasta hoy, no se ha podido recuperar; sin embargo, sólo una porción menor de dicho partido evoluciona, genéricamente, a izquierda: no es casual que la flor y nada haya acordado con Macri y que el resto se haya disciplinado.
Concomitante con esto, está la lucha de clases directa y la radicalización de amplios sectores. Ambos procesos están aún en un bajo nivel.
Se vive una transición desacostumbradamente tranquila para los parámetros del país (¡aunque en estos días la lucha de clases vuelve a meter la cola!) y, a la vez, el grado de politización (por no hablar de radicalización) atañe a sectores muy valiosos de la amplia vanguardia, de las nuevas generaciones obreras, estudiantiles y del movimiento de mujeres, pero todavía no a franjas de masas de los trabajadores.
Una situación revolucionaria requerirá de un ascenso en regla de la lucha de clases, de una crisis económica general, de una radicalización de al menos porciones minoritarias de las masas; ese será el escenario para la transformación de la izquierda en una fuerza histórica, para una situación revolucionaria.
Para ese escenario hay que trabajar. Los votos a la izquierda son útiles para eso; el electoralismo desenfrenado del FIT no sirve a esos objetivos[3].
[1] Debido a este cuarto puesto, aun a pesar del buen porcentaje obtenido en términos generales, el PO pasaría de ser la primera minoría con 9 ediles a obtener 3 sobre un total de 21. En cuanto a su representación en la Legislatura provincial, sumaría un diputado más a los 3 que ya posee, un logro de importancia a pesar del retroceso electoral general sufrido en la elección.
[2] El PTS es chistoso porque cuando trata de quitarle el cuerpo a los resultados del PO en Salta, afirma que éste “no integra el FIT porque el PTS no cuenta aún con personería e IS con militantes”… De todos modos, y más allá de que esta es una chicana de aparatito, lo sustantivo es que tampoco cuando el PTS festeja los resultados electorales relativamente magros del PO en dicha provincia, vincula esto a nada que tenga que ver con la lucha de clases; en realidad, no pasa balance alguno sobre el fenómeno, sólo festeja la caída del PO como moneda de cambio para su interna con él.
[3] Este electoralismo asume la forma en el PTS de una repugnante autoproclamación que no es parte de las mejores tradiciones del movimiento trotskista. Una simple cita de entre miles pinta de cuerpo entero esta actitud: “(…) Octavio Crivaro candidato a gobernador de Santa Fe que fue una personalidad clave a la hora de derrotar el fraude electoral (…) o la destacada presencia de Myriam Bregman en la crisis Nisman y en la reciente campaña de la Ciudad de Buenos Aires” (“Un PASO en falso de IS”, Ruth Werner). ¿En qué planeta ocurrió todo esto?