Por Martiniano Massacanne
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Tanto en la teoría como en la política, se establecen y establecieron debates que marcan un rumbo, y por esto es importante dejar claro nuestros puntos de vista para que sirvan a la lucha de los explotados y oprimidos. La Revolución de Mayo es uno de esos debates.
En Argentina y el resto de América la independencia de los países de la región es un tema importante, y hay quienes desde muy temprano se dedicaron a sentar sus posiciones frente a otras corrientes burguesas o socialistas. El carácter de las llamadas revoluciones es el comienzo de los países que hoy conocemos, y entender como fue este comienzo nos permite entender muchos de los problemas que atravesamos hoy en día.
Sin duda, el tema se ha revalorizado al calor del cumplimiento de los 200 años de la independencia de varios países, entre ellos Argentina. En este caso, el gobierno se puso a la cabeza de diferentes actos que reivindicaban esa “gloriosa gesta” y muchos autores o políticos derramaron ríos de tinta para dejar en claro su postura. Pero ya antes de esto se ha hecho común, en el marco de la unidad de Latinoamérica que proponen algunos gobiernos de la región, la mención a hechos o héroes de estos procesos.
En Argentina y América, el carácter de la conquista es una discusión vieja. Desde el siglo XIX, autores liberales como Alberdi y Mitre ya opinaban sobre este tema. En el siglo XX esta discusión tomó otra importancia al calor del surgimiento de las corrientes populistas y de la clase obrera. Mariátegui ya intentaba dar una explicación del tema ante las posiciones del APRA, al igual que Milcíades Peña frente al peronismo tiempo después. Los intelectuales del PC o ligados a su teoría, junto a los revisionistas y nacionalistas (algunos de los cuales venían del PC, como Puiggrós) a mediados del siglo XX escribían sobre el carácter feudal de la conquista y la revolución capitalista, sin mencionar la cantidad de académicos que hasta el día de hoy han desarrollado esta cuestión, como Halperín Donghi y Chiaramonte. Hoy en la izquierda el tema ha vuelto a cobrar importancia en el marco del Bicentenario y la reedición por parte del gobierno nacional de viejos discursos.
Dentro de los intelectuales marxistas que se dedicaron a sentar alguna posición sobre este período podemos nombrar a Milciades Peña, quien dedico varios trabajos a entender el carácter de la conquista española de América y sobre la supuesta revolución social de Mayo de 1810.
Más allá de las críticas y límites que podemos marcarle, lo primero y más importante que hay que destacar de Peña es el hecho de que en sus obras se puede ver un claro objetivo: buscar un punto de vista independiente de los diferentes sectores de la burguesía. Es lo que Tarcus llama la historia trágica, en el sentido de que Peña nunca ve esperanzas en los diferentes grupos que se enfrentaron en la historia argentina, no apoya ningún grupo burgués, sino que marca sus límites de clase.
Este intento de una historia argentina independiente tiene como base teórica la teoría de la revolución permanente de Trotsky, que le permite mostrar, a partir de la cortedad de intereses de los grupos burgueses, que la única clase capaz de terminar con los males en Argentina es la clase obrera (aunque después de los bocetos de Historia del pueblo argentino adoptará una posición pesimista sobre el potencial de ésta).
Este punto es quizá de los más importantes y educativos para los que queremos entender la historia argentina y latinoamericana. También hay que dejar en claro sus límites y aciertos son parte de un trabajo abierto a posteriores investigaciones que no concluyó por su temprana muerte.
Para realizar su obra, Peña debió polemizar con las corrientes de su época. En primer lugar, los intelectuales liberales mitristas, que dominaban el discurso historiográfico del momento (y siguen manteniendo gran parte del discurso popular y escolar actual). Por el otro lado, los revisionistas nacionalistas y stalinistas que comenzaban a discutir las ideas dominantes y a ocupar los espacios de izquierda con su nuevo discurso.
Con los primeros era fácil discutir, ya que era una historia de héroes y villanos, para lo cual, entre otras cosas, tuvieron que ocultar pruebas.1 Así, los personajes encastraban en la teoría patriótica y antiespañola. Sus objetivos más chauvinistas se terminaron imponiendo en el imaginario popular como el discurso oficial.
Pero con los segundos el problema era más grave. El nacionalismo popular había comenzado a desarrollarse durante la década del 30 en toda América y generaba un nuevo discurso, con nuevas figuras e ideas. Peña debió combatir con corrientes americanistas que se apoyaban en Perón, Cárdenas o Haya de la Torre, que tenían una política de conciliación de clases. A medida que estas corrientes ganaban espacio en la izquierda, se generaban tensiones en todo el movimiento trotskista y de izquierda marxista para mantener la independencia de clase sin olvidarse de los problemas nacionales.
Esta tensión fue resuelta de diferentes maneras por los intelectuales marxistas. Algunos olvidaron (o al menos minimizaron) la independencia de clase, creando discursos más parecidos a un nacionalismo de izquierda o directamente sucumbieron a estas corrientes americanistas de conciliación de clases. Entre otros, el PC y los intelectuales que rompieron con él pero de tendencia stalinista, que han hecho escuela de la teoría del socialismo en un solo país y de una concepción etapista de la historia, contraria a la teoría de la revolución permanente. En la actualidad, el PC de Argentina apoya al kirchnerismo y es parte de él.
Podemos agregar aquí (lejos de la política del PC) a Liborio Justo y Antonio Mella, pero éstos nunca olvidaron la importancia de la revolución socialista. Otros menospreciaron los problemas nacionales y cayeron en un sectarismo de izquierda.
Milciades Peña, cuya obra es de valor innegable, a veces osciló entre ambos polos, a veces manteniendo posiciones algo sectarias para diferenciarse de los revisionistas nacionalistas (quizá el error más frecuente) y otras acercándose a concepciones nacionalistas.
La polémica con nacionalistas y americanistas sigue siendo muy actual. Los gobiernos de Chávez, Correa y Morales entre otros, han hecho resurgir discursos historiográficos muy similares a los de aquellos años. Las constantes menciones a Bolívar, los actos de Cristina Fernández rememorando a Rosas o el Bicentenario, el rescate de los levantamientos indígenas, etc., vuelven a poner sobre la mesa una serie de discusiones donde el nacionalismo toma fuerza y reedita viejas discusiones.
Dentro de estas cuestiones se vuelve a poner en primer plano la necesidad de dar la pelea por el resurgimiento del socialismo desde una perspectiva obrera e independiente (como lo hizo Peña), que ponga en el centro la necesidad de organizarse para tomar en nuestras manos las herramientas que ayuden a la transformación de esta sociedad en un verdadero camino socialista. Para ello es necesario discutir el rol de la burguesía y el carácter de nuestra revolución.
Qué fue la conquista es un tema que ha desvelado a más de uno. ¿Fue capitalista? ¿Fue feudal? Hoy, incluso, hay quienes plantean una tercera salida a este problema, marcando el carácter precapitalista de la formación social colonial. Peña en este punto tiene una visión confusa. Si bien marca correctamente que el carácter de la conquista no fue feudal, fue un capitalismo colonial, concepto que no desarrolla pormenorizadamente, y que se refiere a una sociedad en transición. En lo que respecta a la “Revolución de Mayo”, Peña también oscila entre negar todo tipo de revolución y hablar de una revolución política, siempre negando el carácter de revolución social.2
En esta discusión lo primero que tiene en cuenta es el marco mundial, o sea el desarrollo de la economía capitalista a nivel mundial, la expansión desde Europa al resto de los continentes de las relaciones capitalistas. El crecimiento o desarrollo de la economía capitalista mundial lo podemos ver en la expansión del mercado y las teorías mercantilistas que fueron integrando al mundo, de a poco, en una sola unidad económica. Habría que recalcar que todo esto se desarrolla en un período de transición, lo cual complejiza las cosas, ya que los hechos o relaciones suelen ser más híbridas y por lo tanto confusas. Este problema es minimizado por la mayoría de las corrientes que interpretan los hechos de Mayo y las “revoluciones por la independencia de América”.
La intervención en estas discusiones con una posición de independencia de clase es lo que nos permitirá ir desarrollando una historia que nos permita entender los procesos e intervenir en la actualidad para ir desplegando una verdadera perspectiva socialista.
Para ordenar la discusión trataremos los dos puntos mencionados (el carácter de la colonia y el de la revolución) por separado, para llegar a una conclusión de conjunto. Entender estos dos puntos nos permitirá fundamentar una posición. Aclaremos que para analizar estos puntos partiremos de las ideas generales de Peña sobre estos procesos.
La época de la colonia en América juega un papel importante a la hora de entender la actualidad de nuestro continente. Conocer el carácter de la administración establecida luego de 1492 es de suma importancia para entender las revoluciones que recorrieron los países en el siglo XIX. Por eso la discusión sobre qué fue la colonia ocupa un lugar central.
La época colonial se caracterizó económicamente por el comercio, la explotación de las minas, las artesanías, la ganadería y la agricultura. Pero estas actividades económicas, ¿eran unidades capitalistas, feudales o qué? Sin duda, las actividades ganaderas, agrícolas y mineras, junto al comercio, eran las actividades dominantes en todas las colonias (dentro del Río de la Plata deberíamos sacar la minería, ya que esta producción se limitó al norte del virreinato), habría que ver qué tipo de relación se establece dentro de estas actividades, entre ellas y el mercado mundial, etc.
Cuando los españoles ocuparon la zona de la actual Argentina (fenómeno tardío, por cierto), encontraron una realidad un tanto diversa a lo encontrado en el Perú. En primer lugar no había metales que explotar, en segundo había pocos indígenas que en general no estaban acostumbrados a la agricultura o al trabajo organizado. En esta zona, de las actividades mencionadas había dos que se destacaron: el comercio y, a finales del período colonial, la ganadería. La minería era casi inexistente en el Río de la Plata, pero el puerto de Buenos Aires era una de las principales puertas de salida del metal del Alto Perú.
El comercio del Río de la Plata era, en pocas palabras, una actividad relacionada al mercado mundial, en el cual se vendían varias materias primas (plata en primer lugar; cuero, sebo, tasajo hacia finales del siglo XVIII) y se compraban artículos necesarios para la vida cotidiana (en especial de procedencia inglesa y esclavos). No olvidemos que era importante el comercio ilegal o contrabando, una actividad que frente al monopolio español se volvía muy lucrativa. El comercio entre las ciudades del virreinato se realizaba en caravanas; se viajaba días o semanas hasta llegar al mercado. Estos viajes eran realizados por “trabajadores enganchados” (semi asalariados) o esclavos.
Seguramente el comercio fue la actividad económica más importante de todas en las colonias americanas (junto a la minería), ya que aparte de ser una actividad muy lucrativa, era a su vez la que daba sentido al resto: la minería y la producción ganadera o agrícola eran muy beneficiosas por su relación con el mercado mundial donde se vendían los productos y se realizaba la ganancia.
Los comerciantes eran uno de los grupos dominantes de la sociedad, incluso en Lima, y muchos de ellos vivían del comercio monopólico o del contrabando. Pero el monopolio que impuso la corona española no hace que los comerciantes, que sólo perseguían las ganancias, fueran feudales. Eran mercantilistas, con la lógica de comprar y vender sólo para obtener una ganancia. Esto explica el contrabando: los mismos que comerciaban legalmente bajo el monopolio se dedicaban al comercio ilegal (tanto españoles como americanos).
Incluso los mismos comerciantes presionaban para que se flexibilizara el monopolio. Hubo muchas reales células que habilitaban las exportaciones de sebo, harina y otros productos a colonias no españolas. La primera fue en 1602, y en el período 1633-1655 se habilitaron otras 70 (Assadourian et al. 2012: 177). Pero discutir si el comercio de esa ápoca era feudal o capitalista, en pleno auge del mercantilismo, es una discusión de locos o soñadores.
La minería era la más relacionada al mercado mundial mediante el comercio, pero como dijimos se limitó al Alto Perú. De América, en especial desde el Alto Perú y México, partían grandes cantidades de metales preciosos hacia Europa. Pero además la minería hacia que la agricultura en esta zona apuntara más al mercado interno, a las grandes ciudades mineras como Potosí, que demandaban en especial alimentos y artesanías. Existían las exportaciones agrarias, pero eran escasas.
La ganadería era la otra actividad que marcaba el pulso de los territorios del virreinato hacia el siglo XVIII. En un comienzo ligada al comercio con las minas del alto Perú, mulas y cuero para sacos salían desde estas tierras rumbo al norte. Más tarde, la exportación de cuero ligará esta actividad al mercado mundial casi exclusivamente, sobre todo después de 1810. Pero, ¿cómo era esta actividad económica? ¿Qué relaciones establecía y bajo qué reglas se desarrollaba?
En sus comienzos, gracias a las necesidades del mercado, la producción de cuero se daba de forma bastante natural. El ganado cimarrón, descendiente de las primeras vacas traídas desde Asunción, Lima y Chile, se desarrolló en toda la zona del litoral y Buenos Aires debido a su clima y sus condiciones geográficas. Este tipo de ganado salvaje era aprovechado por los primeros “estancieros” o comerciantes dedicados a vender cueros.
¿Por qué las comillas en estancieros? El sistema de vaquerías, por el cual se explotaba el ganado cimarrón, consistía en pedir un permiso a las autoridades coloniales, contratar un grupo de gauchos o esclavos y salir a cazar este ganado por la Pampa. Esto de feudal tenía poco; se aproximaba más a una actividad capitalista o precapitalista en el sentido de que el objetivo era la ganancia por medio de la venta del cuero, y las relaciones eran la contratación de mano de obra o esclavos. Nada lleva a pensar en relaciones feudales en una actividad donde la mano de obra es contratada por un salario (en moneda y en especie). Sólo el hecho de que se necesite un permiso de las autoridades coloniales, en tanto representante de la corona, se puede asimilar a un atisbo de feudalismo, porque podríamos decir que se pide permiso a un señor para explotar ganado que le pertenece por estar en sus tierras. Pero, ¿define esto el carácter de la actividad? No, es sólo una cuestión legislativa, y por lo tanto una relación menor que no define la actividad misma.
Pero esta actividad sufrió cambios al comenzar el siglo XVIII, producto de la escasez y luego desaparición del ganado cimarrón. Ya a fines del siglo XVII las vaquerías debían recorrer grandes distancias y no traían consigo los grandes botines de antaño. “A fines del siglo XVII era necesario trasladarse a unas 60 o 70 leguas (290 o 340 kilómetros) de Buenos Aires para encontrar al ganado cimarrón, y a principios del siglo XVIII desaparece por completo”. Lo mismo vale, según Beato, para el resto del litoral y la Banda Oriental (ídem: 173).
Es a partir de este problema que surge un establecimiento de carácter capitalista o precapitalista, pero nunca feudal, la estancia (aunque su desarrollo completo es posterior a 1810). Como el ganado cimarrón empieza a escasear, los “estancieros” decidieron comenzar la cría de ganado (todavía de forma primitiva). La “estancia”, para la cría todavía natural de distintos tipos de ganado, pasa a ser la que marca el pulso de la economía.
Dentro de estos establecimientos predomina el trabajo asalariado y esclavo, aunque podríamos decir que era una mezcla de salario en moneda y en especie. Halperín Donghi reconoce la importancia del primero, por ejemplo, y Romano cree que el segundo estaba más desarrollado, pero lejos estamos de los siervos feudales, o de relaciones parecidas al feudalismo (Halperín Donghi 2011: 41 ss., y Romano 2004). Pero cuando decimos que esta actividad es capitalista, no opinamos que estos establecimientos funcionaran tal como lo hacia la industria europea de ese momento. Primero, no había salario en dinero o jornadas de trabajo al estilo capitalista; sólo mezcla de salarios en moneda, especie y algunos derechos de aprovechamiento de recursos naturales. En segundo lugar, la mano de obra necesaria todavía era poca. En tercer lugar, la falta de dinero o moneda circulante impedía el pleno desarrollo de las relaciones capitalistas. La falta de mano de obra y de monedas para los salarios, en una zona de “frontera” como el Río de la Plata, obligó al desarrollo de una mano de obra semi libre (atada por deudas principalmente), ya que las medidas coactivas no funcionaban, como hombres libres tenían movilidad espacial y buscarían mejores condiciones en otros lugares.
El mismo Chiaramonte dice sobre los “estancieros” de fines del siglo XVIII: “El terrateniente rioplatense, por lo menos en el litoral, se acercaba mucho más a la naturaleza del burgués que a la del señor feudal” (Assadourian et al 2012: 341). El estanciero manejaba su estancia con criterios netamente capitalistas, con relaciones que como mucho podemos llamarlas precapitalistas. Nada deja ver que este personaje sea feudal, y era uno de los dos sectores que dominaban la sociedad. La burguesía ganadera se desarrolla después de 1820, pero en estos años se encuentran los comienzos.
Las artesanías se especializaban en el mercado interno, complementando lo traído desde Europa, y no eran de gran calidad. Su importancia decaía a medida que penetraban las mercancías europeas, lo cual ubica a los artesanos contra el libre comercio. Algunas actividades podían asimilarse a una protoindustria, por el pago de salarios y la cantidad de trabajadores requeridos, como las curtiembres, astilleros, tipográficas (Romano 2004: 244). Pero era un sector mínimo, y con poco futuro.
Estas actividades no determinan que esta estructura económica pueda ser decretada como feudal o capitalista, pero lo que hay que recalcar es la extrema conexión de la economía de la época colonial con el mercado mundial, indiscutiblemente capitalista. El oro y la plata eran destinadas a España para la compra de mercadería extranjera o local; el cuero, sebo y demás productos ganaderos eran exportados, y el comercio, además de llevar estos productos a Europa, traía mercadería europea para vender en América.
La conexión con el mercado mundial no es aún determinante, pero perderla de vista es un grave problema. El objetivo de la producción americana era obtener ganancias en el mercado mundial, aportando al crecimiento del capitalismo a nivel mundial y a la acumulación capitalista local. Y la producción interna estaba dedicada a alimentar las actividades de exportación. El mercado mundial capitalista influyó en los objetivos y la conciencia de los productores americanos, y esto no es menor, aunque no sea decisivo para definir la estructura económica del virreinato.
En cuanto a la mano de obra, sin duda, cuando se discute el carácter social de la colonia, la encomienda y la mita son uno de los principales rasgos tomados para demostrar la existencia de feudalismo en el actual territorio argentino.
La encomienda fue la fuente principal de mano de obra al comienzo de la conquista; en nuestro territorio fue más importante en el noroeste, donde había una población indígena importante y acostumbrada al trabajo agrícola organizado, pero lo fue mucho menos en la zona del litoral y Buenos Aires, donde había poca población indígena y mucho más difícil de controlar.
Se caracterizaba por que los españoles “recibían” un grupo de indígenas para extraer de ellos el trabajo, o “recibían” el fruto de su trabajo, a cambio de la acción evangelizadora de los conquistadores; con el correr del tiempo se agregó el pago de un salario a los indios. A primera vista, nos recuerda el trato dado por los señores feudales a los siervos. Los indígenas eran obligados a trabajar para un amo español, mientras conservaban tierras para su supervivencia; podríamos decir que es similar a los siervos europeos.
Esto es lo que dicen las leyes, pero la realidad tomó un rumbo diferente. Los conquistadores quisieron reproducir el sistema feudal existente en Europa a pesar de que el rey buscaba limitar el poder de éstos, pero la transposición arrojó cambios en aquellos intentos que dieron por resultado otra cosa. Las relaciones sociales se comportaron de manera sustancialmente diferente debido a la nueva situación encontrada en América, por lo que el feudalismo no prendió en América como lo hace una planta trasplantada. La situación no era la misma que en Europa, en América se encontraron con una población originaria que fue conquistada y puesta bajo control de los españoles. Esta población conquistada no existía en España o Francia en los mismos años.
“La encomienda representa una modalidad de servicios de tipo feudal, pero al transformarse el encomendero en hombre de empresa revierte el signo…” (Miranda 1965). Lo mismo opina Vitale, al mencionar que la encomienda era más un negocio que un feudo, en el caso chileno (Vitale 1993). Eso fue lo que pasó con el intento de trasladar estructuras feudales a América: los objetivos mercantiles de la colonización pesaron más y transformaron la esencia de estas estructuras.
En primer lugar, el encomendero lucró con el trabajo indígena, y prefirió utilizar sus derechos para obtener ganancias aprovechando las ventajas del mercado. Lo obtenido de la explotación era comercializado en el mercado interno, en las grandes ciudades mineras o incluso exportado a Europa, tal como lo hace cualquier capitalista. Otros optaron por utilizar a los indígenas de sus encomiendas como si fueran esclavos, en el sentido de que prefirieron alquilar o vender a sus encomendados a otros españoles para que realicen otras tareas. Los casos de indios encomendados alquilados en Mendoza para trabajar en Chile son comunes: “Quedó así expuesto, en toda su desnudez, el carácter de renta que tuvo la encomienda hispano-colonial” (Fradkin y Garavaglia 2009: 36). Ninguna de las dos actitudes se relaciona con el feudalismo, están más emparentadas con el mercantilismo, que tiñó la conquista.
Assadourian, por ejemplo, hablando de los encomenderos, hace referencias a su “espíritu de ganancias”, los llama “señores en potencia” o habla de su “actitud señorial”, pero nunca los declara señores al estilo europeo, Intentan ser señores en formas y actitudes, pero sabemos que eso no determina que lo sean (Assadourian et al. 2012: 81-84). Los objetivos comerciales comenzaron a desviar los objetivos feudales, lo cual no es raro porque eso mismo pasaba en Europa para fines del siglo XVII.
Dentro de la encomienda podemos ver que se utiliza sin ningún problema el pago en metálico de salarios, ya sea para los indígenas alquilados o para los que permanecen bajo el dominio del encomendero original. Incluso eran comunes los trabajos fuera de la encomienda para complementar los ingresos, en especial cuando se obliga por ley el pago en metálico de las prestaciones en vez de su pago con trabajo. “Lanzada al mercado una masa de trabajadores potencialmente libres cuyos servicios podían ser arrendados por los productores y comerciantes españoles cada vez que sus intereses empresarios requerían su empleo (…) fue introducida la noción de salario como natural remuneración de la fuerza de trabajo indígena” (ídem: 89, la cursiva es nuestra).
Los indígenas, encomendados o no, establecían contratos de trabajo (aunque no podamos equipararlos completamente a los contratos de trabajo del capitalismo) que establecían salarios muy bajos (cf. Assadourian et al. 2012: 212-13 y 233, y Fradkin y Garavaglia 2009: 49). Estos contratos y el pago en el marco de la encomienda prefiguran un mercado capitalista de mano de obra, ya que todavía no podemos hablar de un asalariado libre que participa dentro del sistema ofreciendo su fuerza de trabajo. Todavía muchos indígenas se veían inmersos en obligaciones de las encomiendas y eran usados por los encomenderos (aunque fuera para alquilarlos).
En 1601, las Ordenanzas de Alfaro prohibían la venta de los indígenas encomendados, lo cual demuestra otra práctica que poco tenía que ver el feudalismo. Otras leyes de la época especifican que los “salarios” debían pagarse en metálico y no en especie, mostrando el carácter extendido de esta relación capitalista. También había ordenanzas que limitaban las relaciones entre los encomenderos y los encomendados, ya que muchos eran tratados casi como esclavos domésticos y de hecho los conflictos contra los indios proveían esclavos.
Por último, y sobre la existencia de feudalismo para la época de las revoluciones del 1800, hay que aclarar que la encomienda empieza a ser suprimida por la misma corona española a partir de 1720, sin mencionar que la caída de la población indígena hacía menos importante la encomienda (Romano 2004: 170). Mostrando el carácter de transición de la época, es la misma corona feudal la que elimina lo que algunos consideran la mano de obra feudal.
Otro sistema importante de mano de obra, aunque su peso es importante sólo en el norte de nuestro territorio, y emparentado con la encomienda, es la mita, que no es igual a la existente en el imperio inca antes de la llegada de los conquistadores. La mita desarrollada por los españoles, en especial la ordenada por el virrey Toledo, establecía el trabajo obligatorio de todos los aborígenes de determinada edad en tareas organizadas por el Estado o privados (en especial en las minas) durante un tiempo determinado y a cambio de un salario.
A primera vista podemos decir que esta mita estaba teñida de espíritu feudal, pero no dejó de ser sólo eso, otro intento de copiar relaciones feudales que nunca llegaron a cristalizar. El trabajo en la mita establecía también el pago de un salario a cambio de su trabajo, un trabajo obligatorio, pero remunerado bajo leyes capitalistas. Sus objetivos eran comerciales y muchas veces los indígenas eran tratados de forma más parecida a un esclavo que a un siervo.
Para cerrar, y volviendo al plano legal, los indios nunca fueron considerados por la Corona española como siervos, eran indios libres vasallos directos de la corona.
Además de estas formas, la esclavitud ocupó un lugar importante ante la falta de indígenas encomendados en el Río de la Plata. Ellos se encargaban del trabajo doméstico y de trabajos rurales que requerían gran esfuerzo. Fue más importante en el norte del virreinato del Río de la Plata, en la zona de Buenos Aires la presencia de esclavos era menor.
El conchabo fue otra forma de moldear esta sociedad. La burocracia virreinal (el feudalismo, para algunos) promulgó varias leyes que obligaban a todos los habitantes “vagos y mal entretenidos” a trabajar en las estancias o chacras. Así, la burocracia “feudal” buscaba crear mano de obra capitalista o precapitalista, ¿Cómo se explica esto si no reconocemos una sociedad en transición precapitalista? Estas medidas eran para todas las castas, mostrando la poca importancia del sistema de castas luego del 1700. Agreguemos, como dijimos antes, que por la gran cantidad de tierras, la cercanía de la frontera y otras opciones, las medidas coactivas tuvieron poca eficacia.
La propiedad de la tierra es otro de los puntos que nos pueden ayudar a definir el carácter de la formación colonial. Al llegar a estos pagos, la tierra abundaba, pero ante la falta de mano de obra para trabajarla, no fue tan valorada. La merced (tierras dadas a los conquistadores por sus servicios por el rey) existió en España y América, pero en este continente no implicaba derechos adicionales sobre quienes trabajan en ella. A partir de 1591, ante diversas dificultades económicas y de control sobre la tierra, la corona comienza a cobrar “alquileres” (Romano 2004: 86). Las dificultades para controlar el acceso a la tierra en un “nuevo mundo” lleno de oportunidades hicieron que entre las formas de tenencia de la tierra tuvieran un desarrollo importante las ocupaciones de tierra, que a mediados de la colonia llegó a ser más importante que la merced. A tal punto que la misma corona terminó por venderlas a sus tenedores, creando (en grado muy poco significativo) un conjunto de propietarios individuales. O sea que predomina la propiedad privada y la merced sin derechos más que algún tipo de propiedad feudal.
En cuanto hablamos de la sociedad, si hubiera feudalismo, esperaríamos ver señores feudales con títulos de nobleza y siervos, pero no encontramos nada de eso. Lo otro que esperaríamos ver sería una sociedad de castas que encubran la división de clases, pero esto era secundario.
Todos los autores serios y expertos en el tema concuerdan que los que dominaban la sociedad eran los comerciantes y los estancieros, más allá de ser españoles o americanos, porque la división derivaba de las relaciones de propiedad, como en una sociedad capitalista. El sistema de castas fue importante hasta el desarrollo completo de las relaciones mercantiles, momento en el cual las relaciones de casta pasan a segundo plano en la sociedad. Sólo en el Estado siguieron predominando, en el sentido de que los americanos no tenían los mismos derechos que los españoles para ocupar cargos. Las relaciones mercantiles borraban en la sociedad cualquier diferencia entre españoles y americanos, aunque sólo para los “blancos”.
Durante el siglo XVIII las elites urbanas se fueron renovando: los antiguos fundadores y encomenderos dieron paso a los comerciantes, los nuevos depositarios de la riqueza y el status social. Los comerciantes, para la época de las revoluciones del siglo XIX, eran sin duda la elite de la sociedad. Quizá esto se debió a las reformas borbónicas, ya que esta nueva elite se volvió intermediaria en los circuitos comerciales.
Las transformaciones ocurridas impidieron que en América, o por lo menos en la zona del Río de la Plata y actuales territorios argentinos, cristalizara un sistema feudal como el que había en Europa. A pesar de los intentos de crear un sistema de este tipo, los objetivos mercantiles predominaron y rápidamente se cambiaron los señoríos por el comercio o la producción para él. Hasta importantes historiadores como Romano deben reconocer, aun diciendo que hay feudalismo, que éste estaba en completa decadencia y la “economía monetaria” estaba transformando el supuesto régimen feudal (Romano 1978).
En una sociedad dominada por las relaciones mercantiles, en la cual la principal división eran las relaciones de propiedad y riqueza, en la cual las actividades económicas dominantes eran el comercio y las estancias, en la cual las formas de reclutamiento de mano de obra predominantes eran el salarios (aunque mitad en moneda, mitad en especie y algunos derechos) y los esclavos, no se puede hablar de relaciones feudales ni de feudalismo de algún tipo.
Marx ya examinaba este tema y decía que las colonias no son capitalistas porque producen para el autoconsumo, en referencia a Australia y los futuros Estados Unidos. La América española no tenía este objetivo, sino todo lo contrario: su producción era preferentemente para exportar. En la misma tónica, Marx también dice que es capitalismo formal, ya que las colonias españoles producen para el mercado internacional con mano de obra esclava o semi esclava y ésta era dominada por terratenientes (Marx 1956: 468-469).
Quizá la discusión sea si había un capitalismo tal cual lo conocemos hoy o un sistema precapitalista en plena acumulación capitalista. Pero nunca la discusión puede ser que había feudalismo en las tierras rioplatenses. En nuestro caso, creemos que lo que se desarrollo en el Río de la Plata era un sistema y una sociedad precapitalista en transición, en un período de acumulación capitalista mundial.
La población conquistada nos da un sustrato diferente al europeo. Los intentos de reproducir el feudalismo no tuvieron éxito; en cambio, la presión del mercantilismo tiñó las relaciones del Virreinato del Río de la Plata, y la necesidad de mano de obra llevó al desarrollo de la esclavitud (en especial en las zonas donde no se pudo controlar la mano de obra indígena como el virreinato). Esto dio forma a relaciones precapitalistas, pero no feudales.
En consonancia con Henryk Grossmann, el mercado mundial era la única realidad: desde el comienzo los países “ricos” o desarrollados viven de los “pobres” o no desarrollados, el comercio internacional se estructuró para aportar al crecimiento capitalista europeo. Ése fue el objetivo de todas las relaciones en América: el comercio mundial.
El hecho de que era una sociedad en transición es importante. No sólo América estaba en transición al capitalismo; Europa y el mundo lo estaban. ¿Por qué no iba a estarlo América? Las relaciones de producción, sociales, la economía en su conjunto estaban atravesadas por el período de acumulación originaria y el desarrollo de las relaciones mercantiles.
La revolución de Mayo en el Río de la Plata la podemos enmarcar en el ciclo de revoluciones de América Latina (México, Caracas, Quito, etc.). Pero difícilmente se pueda insertar este hecho en el ciclo más general de las revoluciones burguesas que ocurrieron en Europa y Estados Unidos pocos años antes, más allá de las influencias que puedan haber ejercido en nuestra revolución. Es verdad que Marx consideraba que para estos años todavía la burguesía era revolucionaria, y en esto coincidimos, pero sólo valdría para los lugares donde la burguesía y la clase obrera tenían algún desarrollo real (aunque sea en un estadio artesanal), y como vimos en el virreinato casi no existía clase obrera y la burguesía se circunscribía al comercio y una muy incipiente burguesía rural.
Algunas corrientes historiográficas ven en los hechos de Mayo una revolución burguesa o social, o en su defecto una revolución democrática, una revolución que transformó estos territorios en todas sus estructuras e insertó a las provincias de la futura Argentina a la sociedad moderna burguesa. Como ejemplo de una revolución social que cambió radicalmente toda la estructura de un país podemos nombrar la de Haití, ocurrida más de una década antes de 1810, donde los esclavos se liberaron, aterrorizaron a los terratenientes y pelearon contra las principales potencias de la época. ¿Pasó esto mismo en el Río de la Plata?
El punto de partida de la revolución son, sin duda, las invasiones inglesas (1806-1807): el intento de una potencia de tomar la capital del virreinato llevó a la creación de las milicias y a la vez llevaron a una mayor tensión los intereses de los comerciantes exportadores/importadores. También conllevó la destitución de un virrey y el nombramiento de otro por el cabildo (por primera y única vez). Además, la formación de milicias dio la oportunidad a los criollos de armarse. De paso, diremos que la resistencia la encabezó Santiago de Liniers, un francés que detestaba la revolución francesa.
A esto hay que sumarle los precedentes de los alzamientos de Tupac Amaru y Tupac Catari, que mostraron la debilidad del “gran imperio español”, así como los levantamientos en el Alto Perú de 1809. Otro hecho importante es la influencia de la caída de la corona española por el ataque francés y la consiguiente revolución española de 1808 para resistir la invasión napoleónica. Los continuos problemas entre las potencias, las constantes guerras, llevaron al desgaste económico del imperio español, tal como describe Horowicz en El país que estalló. Antecedentes para una historia argentina.
Años antes, la creación del Virreinato del Río de La Plata cambió los circuitos mercantiles e hizo de la región una de las principales en materia de comercio, y dio comienzo al crecimiento de la ciudad de Buenos Aires (que paso de aldea a ciudad). Gran parte de los cambios se debieron a las reformas borbónicas, que favorecieron en mayor medida a los españoles. La creación de una burocracia propia generó tensiones sociales entre los comerciantes locales y Lima, por un lado, y por el otro, entre los comerciantes, “ganaderos” y profesionales con los burócratas nombrados desde España y defensores de los intereses de la corona.
Todas estas tensiones terminaron de estallar en la conocida “semana de Mayo” (aunque el sistema estaba herido de muerte luego de la primera invasión inglesa, desde la creación de las milicias porteñas y el reemplazo del virrey por el cabildo), donde un sector de la elite porteña, con apoyo de una movilización controlada desde arriba, con las milicias, logró derrocar a los representantes de la corona para nombrar los suyos. Lo que se buscó fue desplazar a la burocracia en nombre de los intereses de los comerciantes y “ganaderos” librecambistas, pero los cambios sólo ocurrieron en el gobierno, en la estructura política; lo demás queda casi intacto. La raíz de todo siguió como antes de la colonia en las nuevas Provincias del Sur, ahora con la burguesía a cargo del Estado.
En nuestra opinión, la burguesía mercantil necesitaba sólo controlar el Estado, lo que le daba completo acceso al control del sistema de finanzas y al mercado mundial. El primer round llegó luego de la primera invasión, cuando el cabildo de Buenos Aires (controlado por los comerciantes portuarios) reemplazó al virrey por Liniers, héroe de la reconquista, hecho nunca antes registrado en las colonias españolas.
¿Pero fue esto una revolución social? Para que esto ocurriera debía haber un cambio profundo en las estructuras económicas, sociales y políticas. Fradkin y Garavaglia reconocen que “los meses siguientes al triunfo de Suipacha constituyeron en el Alto Perú la fase más radical de la revolución iniciada en Buenos Aires” (Fradkin y Garavaglia: 229). Recordemos que varios meses después de esta batalla, Castelli hace su ceremonia el 25 de mayo de 1811 y declara el fin de la servidumbre. Pero esto se circunscribió al Alto Perú, donde la mita y la encomienda tenían mucho peso, y el hecho de que se limite a las provincias del norte puede ser interpretado como una maniobra militar: levantar la retaguardia del enemigo, cosa que también hicieron los españoles, y buscar aliados. Esta medida, de paso, tuvo el efecto contrario: la elite local siguió el camino de otras revoluciones como la de México (cuya elite ya había dado muestras de no estar por un cambio muy radical en los levantamientos de 1809): se inclinaron por el statu quo y la reacción. En el mismo sentido, Halperín Donghi dice que en Salta “la revolución contra el rey adquiere carácter de lucha social” más que en ningún otro lado (Halperín Donghi 2002: 20). Siguiendo esto, el mismo autor piensa que sólo se buscó la revolución social en el norte del virreinato; en el resto se buscó mantener el statu quo con algunos cambios políticos. El epicentro de la gran revolución de Mayo quedó ajeno a cualquier lucha social. Ya habíamos visto que esta “revolución” no terminó con ningún feudalismo, ya que este sistema no existía en el Río de la Plata para esos años, de modo que el cambio radical en la estructura no existió. No podemos hablar de revolución social.
Ahora bien, ¿fue una revolución democrática? ¿Cambió la estructura política de la región? Un cambio obvio es el hecho de que la burocracia virreinal fue despojada de todo poder sobre el Estado; el rey de España perdió el control de hecho sobre el Estado del antiguo virreinato, lo hayan querido o no los revolucionarios porteños.
El objetivo de transformar la sociedad o de la independencia sólo existió en algunas personas, porque no era el principal objetivo, que como hemos dicho era controlar el Estado. Di Meglio, autor de moda del revisionismo nacional y popular, nos dice que “el primer objetivo de los revolucionarios de 1810 fue el autogobierno, en principio dentro de la monarquía”; como se ve, este punto está claro hasta para quienes buscan una revolución para esta nación (Di Meglio 2010). Como los cambios ocurridos en la zona los encabezó la burguesía mercantil, mostrando este claro objetivo, subió todos los impuestos menos el de la importación (Assadourian y Palomeque 2010: 68). Para esto querían y necesitaban el Estado.
Pero si hablamos de revolución democrática, es necesario dejar claro que estos mismos revolucionarios que peleaban por la libertad y el pueblo se encargaron de separar la provincia de Paraguay mediante imposiciones económicas como los impuestos y las continuas agresiones políticas, como la no invitación a la asamblea del año XIII. También se encargaron de separar a la Banda Oriental: Alvear le ofreció a Artigas la independencia y luego el Directorio apoyó la invasión portuguesa a ese territorio. La independencia era sólo para los territorios controlados por la burguesía mercantil. La integridad del territorio poco importaba para estos revolucionarios que supuestamente buscaban imitar la revolución francesa (cuya política fue totalmente opuesta).
Los ejes democráticos son difíciles de demostrar. No hubo una democracia burguesa más o menos consolidada y real hasta pasado los años 1860. Hubo algunos intentos, pero circunscriptos a Buenos Aires y limitados en el tiempo, la mayoría de las veces muy controlados y limitados a determinados sectores.
Para que haya democracia debe haber gente dispuesta a luchar por ella y ejercerla, y la revolución no se caracterizó por que las masas hayan salido a las calles y tomado las armas, con excepción de las milicias, que fueron las muchedumbres controladas, aunque cabe reconocer que dentro de ellas había una cierta democracia. Además, a los pocos años de la revolución se buscó su transformación en ejército de línea (quien estuvo a la cabeza de esta tarea fue Belgrano), terminando con cualquier embrión de “democracia popular”. También hay que decir que las milicias las controlaba Saavedra, el líder del ala conservadora de la revolución.
Varios autores dicen que la revolución movilizó a las masas y que éstas participaban activamente. Si miramos las juntas que se formaron luego de la revolución de Mayo de 1810, la participación dista mucho de ser masiva o popular. Horowicz reconoce la escasa participación del “pueblo” incluso el 25 de mayo, y que se limitó a las muy controladas milicias (Horowicz 2004: 157 y 142n). En lugares como Tucumán, La Rioja, Corrientes o Tarija hubo pocos participantes en las elecciones; en Mendoza y San Juan la votación fue secreta (incluso en Mendoza hubo ballotage), aquí participaron 165 y 140 votantes respectivamente. La cosa se pone peor en otros lados: en Salta votaron 60 y dos meses después, en otra, 102 (Fradkin y Garavaglia 2009: 232). Lo que todos sabemos es que el 25 de mayo había 450 invitados, de los que fueron 200 al cabildo, lo que nos muestra una gran participación de la elite porteña. En cambio, el “pueblo” (o mejor dicho, las milicias) se quedó afuera, éstas no intervinieron más que como grupo de presión.
Tampoco existió el idílico paraíso de igualdad que buscan muchos. En sus memorias, Beruti (uno de los líderes de la “revolución popular”) dice que en septiembre de 1811 las autoridades a cargo de vigilar la plaza no dejan entrar mulatos, negros ni gente común (Halperín Donghi 2002: 175). De hecho, Halperín Donghi deja claro que la elite logró controlar la plebe y observa muy correctamente que no surgieron líderes o héroes populares. En un momento donde las masas están movilizadas y tienen cierta libertad, lo habitual no es la ausencia de líderes salidos del pueblo sino todo lo contrario. Las milicias de negros y blancos siguieron separadas en Cuyo hasta después de 1825, en la misma tierra en que San Martín organizaba su ejército. Una muestra más de que la participación no fue masiva ni popular, y cuando hubo cierta participación fue en forma controlada, como grupo de choque o presión en determinadas fechas, pero nada por fuera de lo organizado, nada espontáneo, algo que siempre está en las revoluciones donde las masas se lanzan a la calle por la causa.
Consideremos algunos de los hechos importantes. El intento de Álzaga de derrocar a Liniers el 1 de enero de 1809 comienza con un “tumulto popular”. Según Halperín Donghi, que está a favor de la teoría de “las masas”, no eran más de un centenar (en una ciudad de 40.000 a 50.000 habitantes). El mismo autor señala para el 21 de mayo de 1810 que había “sin duda menos de 1.000 personas” (cuatro días antes de la gloriosa revolución), y para el 24 de mayo las milicias populares contaban con 3.000 milicianos (el punto más bajo desde 1806) (ídem: 152 y 163). Ninguno de estos datos muestra una gran masa activa que participa y hace suya la revolución, y cuando se habla de más de 1.000 personas es porque actúan algunos cuerpos milicianos (siempre bajo las órdenes de los oficiales). Y todo esto sólo en la ciudad de Buenos Aires; en el interior la revolución no generó gran expectativa en un principio.
Para algunos autores la conexión entre las masas y la “revolución” son los impuestos indirectos. Casualmente, contra lo que se quejaban los sectores populares que formarán las montoneras, sin mencionar que esto no es voluntario, es sólo el pago obligatorio de un impuesto (Macías y Parolo, en Fradkin y Di Meglio 2013: 163). Para otros autores como Assadourian, “los combatientes independentistas sólo luchaban contra el drenaje (de dinero) cuyos efectos se consideraban negativos, mientras pretendían modificar y/o destruir el sistema de recaudación fiscal y el monopolio comercial” (Assadourian y Palomeque 2010: 64).
Gabriel Di Meglio, defensor de la participación popular, en un estudio sobre las masas deja claro que hay tres formas de participación: las fiestas, las milicias y cuando los alcaldes de barrio movilizaban (Di Meglio 2001). O sea, siempre controladas por personas de la elite o el mismo Estado. En el mismo artículo, el autor cita a Beruti diciendo que la plebe no era el pueblo (en referencia a la movilización del 5 y 6 de abril de 1811), y eso que representaba al ala radical de la revolución, los morenistas. Di Meglio, en otro artículo, reconoce que no es fácil ver un motín sin oficiales, mostrando lo controladas que estaban las milicias (en Fradkin, ed. 2006). Participación hubo, politización hubo, pero con el correr de la revolución, al haber pocas mejoras y muchos problemas por la guerra, no fueron tan significativas como algunos quieren creer.
En definitiva, el “pueblo” participó principalmente encuadrado en las milicias, que eran democráticas en su interior, pero que no dejan de ser un cuerpo ordenado y con un escalafón que respetar. Esto nos lleva a otra cuestión: no es lo mismo que se unan a las milicias para poder discutir e intervenir en política o que se unan por otras concesiones. En primera instancia algunos pueden haber recorrido el primer camino, pero el segundo camino parece el más habitual.
Las milicias que participaron en la guerra contra los españoles no se movilizaban principalmente por motivos políticos. Muchos esclavos se unían a ellas a cambio de la libertad personal, no por objetivos patrióticos. Otras milicias eran compuestas por sectores de la elite, que quizá sí estaban más comprometidas políticamente. Por último, otras milicias estaban compuestas por sectores populares y medios, que se acercaban principal, aunque no únicamente, por razones económicas: el sueldo, el no pago de impuestos o los beneficios que obtenían del saqueo.3 Estos autores lo único que demuestran es que la participación es sólo en términos militares en las milicias.
Para muchos las milicias eran una forma de complementar sus ingresos; el sueldo era respetable (14 pesos según algunos), lo que facilitaba su formación. Para otros fue el comienzo de una verdadera carrera militar. En referencia a Salta, las conmutaciones de arriendos y fueros judiciales fueron importantes para la formación de las tropas de Güemes (Fradkin y Garavaglia 2010: 250). El “Motín de las Trenzas” de 1811 fue la resistencia de los milicianos a perder sus privilegios y pasar a ser tropa de línea; lo que se jugaban no era la democracia interna, sino exención de impuestos, límites frente a la ley y demás privilegios.
El mejor ejemplo de lo conveniente de unirse a las milicias es la gran cantidad de negros esclavos que antes y después de 1816 se sumaron a ellas. La razón es simple, y no tiene mucho que ver con el patriotismo: al finalizar su compromiso serían libres. Se puede ver en muchos esclavos que participaron en el ejército de Artigas que luego lucharán para el imperio brasileño, que les aseguraba mantener su libertad.
En la disputa entre Saavedra y Moreno podemos ver también a qué llaman “masas” los autores que hablan de una revolución social con alta participación. Si seguimos los argumentos, veremos que en la disputa Saavedra gana sólo cuando mueve las milicias bajo sus órdenes; en la semana de Mayo es la figura que determina para dónde van los eventos gracias a ese control. El hecho ocurrido en abril de 1811 (Halperín dice que no eran más de un millar) fue organizado por los oficiales de las milicias de Patricios (Caviasca 2011: 39). Ahora bien, cuando Moreno (o su grupo luego de su muerte) deciden “atacar”, nunca es con un movimiento de población importante; la instauración del Triunvirato se debió a un golpe de mano (por no decir de Estado). Saavedra pudo imponerse la mayoría de las veces por su control sobre las milicias, que eran un sector de la población controlada. Deberían incluir a Saavedra entre los héroes populares y reivindicarlo como representante del pueblo en esos años.
Yendo al punto democrático, en honor a la verdad los oficiales de las milicias de color eran blancos. Hay indicios de que muchas veces en la elección de los oficiales la democracia no era tan amplia; la igualdad era igualdad para “los hombres de bien”. El mismo Belgrano dice que tuvo “arreglar” o redireccionar los votos para que no salgan electos hombres “oscuros” y “sin mérito” (Belgrano 1960: 960). Debido a esto, los líderes de las milicias eran miembros de la elite y no del pueblo (como menciona Halperín Donghi).
Asimismo, en cuanto al eje democrático y el carácter masivo de la revolución, ya con el cambio comercial ocurrido a mediados del siglo XVIII con la creación del Virreinato del Río de la Plata el interior se veía muy perjudicado por la introducción de mercaderías extranjeras (Halperín Donghi 2002: 24ss.). Es por esto que es muy difícil que los artesanos apoyaran una revolución que tenía como ideal el libre cambio.
Si tenemos en cuenta que la revolución no movilizó a las masas que se verían perjudicadas, que cuando lo hizo estaban controladas mediante las milicias, que en las decisiones importantes el pueblo nunca tuvo un canal claramente democrático, que las medidas más radicales se tomaron en un territorio que luego se perdió para la revolución, es difícil hablar de una revolución social, de una revolución que barrió las diferencias sociales, que destruyó las antiguas estructuras económicas o que creó nuevas instituciones políticas donde las masas movilizadas podían canalizar sus reclamos. Ni siquiera se buscó la igualdad entre todos los cabildos, ya que Buenos Aires siempre buscó imponerse como único poder. Nada de esto pasó en el grado que muchos suponen; los cambios fueron relativamente marginales en comparación con las verdaderas revoluciones, fallidas o triunfantes.
Para el Río de la Plata debemos tener en cuenta que la colonización era reciente con respecto a otros puntos como Perú, por lo que las relaciones feudales que sí pudieron intentar desarrollarse en otros lugares (pero que no lograron imponerse), acá ya no tenían cómo intentarlo de nuevo. El Litoral, la Banda Oriental y Buenos Aires se desarrollaron principalmente en torno de relaciones comerciales ligadas al mercado mundial. Esto significa que las relaciones de explotación estaban teñidas o relacionadas con las existentes en la Europa en transición al capitalismo. El mismo Caviasca, que defiende la tesis del feudalismo y revolución social, dice que la esclavitud y la servidumbre no eran importantes porque se utilizaba la mano de obra más flexible y clientelar, con mucha importancia para la mano de obra asalariada, sea en dinero o en especie, temporaria o fija (Caviasca 2011: 24).
En una revolución social debería cambiar la forma en que se extrae el sobreproducto social. En este punto podemos ver que antes de Mayo de 1810 las formas eran precapitalistas, pero no feudales, ya que estaban demasiado teñidas por las relaciones comerciales capitalistas del mercado mundial. Estos límites complicaban el desarrollo de una burguesía manufacturera, pero la explosión comercial ayudó al desarrollo de ésta en el comercio. Por esto es que preferimos hablar de una sociedad precapitalista o capitalismo colonial, donde las fuerzas productivas no estaban lo suficientemente desarrolladas como para que se forme una clase burguesa productiva y una clase obrera con intereses nacionales, y por la falta de éstas mismas es que no se puede hablar de revolución social. ¿Qué clase buscó cambiar la sociedad en 1810?
La gran mayoría de las actividades económicas, o al menos las más importantes, se relacionaban con el mercado. No era necesaria una revolución muy radical para que la burguesía mercantil terminara de afianzar este vínculo. Desde la creación del virreinato la elite porteña y del resto de las provincias se dedica al comercio; algunas complementan esto con la producción de mulas o vinos, y posteriormente cueros. De hecho, la revolución de Mayo no cambió en casi nada la relación de los comerciantes con el mercado mundial, o lo que cambió no favoreció a la burguesía comercial de las provincias. No existía una clase que propusiera otro tipo de desarrollo capitalista más que el ligarse al mercado mundial, cosa que en el siglo XIX podemos ver claramente. Era la burguesía comercial la que encabezó la revolución, su objetivo era ligarse al mercado mundial sin importar si era bajo el control de otra metrópolis. Necesitaban, como dijimos, sólo el control de los resortes del Estado.
La otra clase, los hacendados, siguió siendo una parte importante de la sociedad, y esto ya era visto por Mariátegui. Pero todavía no podemos hablar de una burguesía agraria, no hasta pasado 1820. Este sector, menos importante que el mercantil pero que para 1810 ya tenía su peso, casi no participa de la independencia, y se inclina hacia gobiernos conservadores que aseguren su negocio como antes de 1810.
En definitiva, no había una clase con intereses nacionales, ya que su relación con el mercado mundial hacía que todas las clases miraran hacía el exterior. La burguesía en América era comercial, y cuando estaba ligada a la producción sus intereses apuntaban a comerciar sus productos, principalmente en Europa.
Las elites que antes dominaban la sociedad continuaron luego de la revolución, como reconoce Halperín Donghi para Entre Ríos (una de las provincias importantes económicamente por su exportación de cuero). Analizando Santa Fe, demuestra que la constitución de 1819 mantiene gran parte de las instituciones de la colonia. Las elites comerciales exportadoras (españolas o americanas) siguieron gobernando una sociedad que miraba para Europa, y sin duda ya antes de 1810 dominaban la sociedad (aunque mirara un poco más a Lima). Hablar de un cambio en quienes dirigían la economía y la sociedad es un absurdo, nadie serio (de izquierda o derecha), historiador o contemporáneo de los cambios, se atreve a cuestionar esta idea.
Todo esto no significa que no hubo cambios en la sociedad, la economía y la política. En primer lugar, no se puede negar que se eliminó una forma de Estado: la colonia española o Virreinato del Río de la Plata. Este cambio implicó como mínimo el acceso completo al poder de una clase que ya lo ejercía pero con límites; se eliminó un obstáculo para comunicarse con el mundo directamente. No más impuestos que perjudicaban el libre comercio, no más monopolio, no más obstáculos en los circuitos económicos. En la sociedad, si bien la igualdad entre las castas tardó y la revolución no se jugó radicalmente en este aspecto, es verdad que se consiguieron en su transcurso algunos adelantos. Los cambios, en todo caso, ayudaron a completar un proceso en curso desde antes; afianzaron el poder y los negocios de una clase que ya era la dominante hacía varios años.
Lo primero a considerar a la hora de entender qué fueron las colonias españolas de América es que se originan en una conquista. América era un vasto continente con culturas originarias que iban desde las más desarrolladas, como los incas o aztecas, hasta tribus nómades sin mucho desarrollo material. Una población heterogénea como ésta fue conquistada a sangre y fuego por españoles y portugueses (aparte de otras potencias europeas). Como decía Marx, hay tres posibilidades: la población conquistadora impone su modo de producción, o adopta el modo de producción del pueblo conquistado, o se realiza una nueva síntesis entre ambos.
En el caso que analizamos, fácilmente podemos descartar la segunda opción; la primera opción es un poco más difícil de descartar, pero tampoco fue el rumbo de los hechos. La población sometida no fue obligada a trabajar feudos, fue sometida y obligada a trabajar a la fuerza aprovechando viejos sistemas reformulados (como la mita o yanaconazgo) o directamente a la fuerza (como a los esclavos o aborígenes tratados casi como esclavos). Los conquistadores se impusieron como la casta superior de la población con todos sus privilegios con un solo objetivo: obtener ganancias. Debido a esto es el trato que le daban a los encomendados, tratados por momentos casi como esclavos, vendidos o alquilados.
La conquista de América llevó el tercer camino, una nueva síntesis de diversos modos de producción. Primero recordemos que ya la potencia conquistadora, España, era un país en transición; el feudalismo español estaba cada vez más horadado por el naciente capitalismo. Esto se mezcló en América con el modo de producción de las principales culturas originarias y con el esclavismo (producto de la masacre de los indígenas). Volvemos al caso de la mita incaica o la importante utilización de mano de obra esclava. Esta síntesis de formas productivas hace que las formas sean confusas y difíciles de clasificar. Pero dentro de toda esta síntesis, hay que decirlo, cada vez más se impone el capitalismo en su forma comercial.
La conquista creó en la sociedad una división entre un pueblo conquistado y otro conquistador, donde el segundo toma lo necesario para explotar al primero. Cualquier relación que sirviera para comercializar los recursos de este continente era utilizada sin pruritos. El feudalismo europeo en ningún caso se desarrolló con una población sometida ni formas de esclavitud extendidas; en América cambian las cosas, a lo que se suma el estado transicional del mismo feudalismo europeo.
Otro aspecto a tener en cuenta para caracterizar la colonia es la forma de explotación que se desarrolló luego de la conquista. En primer lugar, se puede decir que nunca existió servidumbre tal como se conocía en Europa, atada a la tierra por deberes feudales y con obligación de trabajarla por coerción extraeconómica. Por otro lado, el feudalismo no es el único que utiliza esa coacción como “estímulo” para trabajar. En América se prefirió la gran propiedad productiva, no la mediana o pequeña de Europa. Esto implica una mayor producción y a mayor escala que en la Europa feudal, y también demuestra el desarrollo de las fuerzas productivas que podemos reconocer en las nuevas formas de organizar el trabajo y nuevos descubrimientos para aumentar la producción.
También se puede decir sin temor a errar que no existía en ningún rincón de América una clase obrera industrial. Pero sí podemos afirmar que existía el salario. Esta relación no implica por sí sola la existencia de capitalismo, pero además no era “pura” o tal como la conocemos hoy en día. Peña retoma el concepto de Bagú de salario bastardeado, que es lo más aproximado. El salario en metálico era completado con otros trabajos; los mitayos cobraban por su trabajo en la mita pero además en el tiempo libre trabajaban libremente. También se completaba el salario con derechos como la utilización de lo que sobraba del ganado cimarrón o parcelas: una mezcla de salario en metálico, salario en especie y algunos derechos (con evidentes variantes según tiempo y lugar).
A esta relación de explotación hay que agregar la esclavitud y obligaciones extraeconómicas como la mita, el yanaconazgo y la encomienda, estas últimas atravesadas por relaciones mercantiles, y por lo tanto tendiendo todas a través de las décadas a crear un mercado asalariado mucho más capitalista.
La falta de clase obrera, sumada a una situación de conquista que introdujo mano de obra a gran escala y a la estrecha relación con el mercado mundial y la producción para él nos dan una formación precapitalista donde las relaciones capitalistas se desarrollaron hasta dar paso a un modo capitalista de producción (de hecho, no había otro camino). Como decía Peña, un capitalismo colonial.
La conquista de América por parte de las potencias europeas no dio como resultado feudalismo (aunque haya sido la intención de los conquistadores). Esta mezcla de tipos de mano de obra, formas de explotación y potencias en transición llevó a un desarrollo precapitalista, a una situación de transición en algún sentido más adelantada que en las mismas metrópolis. No fue una conquista feudal ni capitalista, no se desarrolló ninguno de esos dos modos de producción en estado puro, pero todo llevaba a que se terminara imponiendo el último por medio de una lenta (pero indetenible) transición que asimiló distintos tipos de mano de obra, relaciones de explotación, etc. Ni los intentos feudales ni los esclavistas dieron origen a un modo de producción estable, debido, principalmente, a la presión del mercado mundial.
Muchos autores dan poca importancia al mercado mundial, aun cuando la economía de las colonias se orientara a la producción para éste. Su fuerza no es algo sobrenatural, sino que los mismos mercaderes intentan comerciar con los territorios coloniales, y la falta de mano de obra y la imposibilidad de usar sólo la coacción para producir las llevaron a formas salariales. También podemos nombrar la presión de Inglaterra por abrir nuevos territorios al comercio.
Cuando Marx analiza China muestra cómo el comercio de opio fue creando una crisis social, no sólo por los desastres que puede causar esta droga, sino también por la desmoralización y el desarrollo de nuevas relaciones que horadaban la soberanía del país. Lo mismo pasaba con el comercio de tejidos de algodón, lo cual originó problemas sociales vinculados a la desocupación (“La revolución en China y Europa”). Ambos comercios fueron establecidos a la fuerza luego de las llamadas Guerras del Opio (algunos años antes Inglaterra intentó conquistar Buenos Aires con un sentido parecido).
En Formaciones económicas precapitalistas, Marx desarrolla mejor esta cuestión, y dice claramente que el desarrollo del valor de cambio (aun por intermedio de los mercaderes) disuelve la producción orientada a la creación de valores de uso y va creando un mercado de trabajo (Marx 2009: 110). Las colonias americanas dedicaron la mayor parte de su economía a la producción de valores de cambio, indiscutiblemente.
El mercado mundial, por medio de agentes concretos como los comerciantes, los embajadores y los soldados, fue transformando las relaciones en América de acuerdo con sus necesidades, incluso con formas de mano de obra no asalariada si era necesario. El mercado mundial era lo único que no estaba en transición: era netamente capitalista, y estaba en plena expansión.
Para algunos, dar importancia al mercado mundial es caer en el circulacionismo. Sin entrar de lleno en esta discusión, hay algunas consideraciones que hacer. “Las industrias del transporte, del almacenamiento y de la distribución de las mercancías (…) deben considerarse como procesos de producción que continúan dentro del proceso de circulación” (Marx 2008: III, 264). El valor se produce en la esfera de la producción pero se realiza en la esfera de circulación. No hay capital sin los dos procesos. En El capital, Marx también desarrolla la idea de que en estos siglos que estamos tratando la expansión del comercio llevó al colapso de los viejos modos de producción (ídem: 321-322). En esta etapa del capitalismo naciente, como también dice Marx en La ideología alemana, la manufactura ocupa un lugar secundario con respecto al comercio (Marx-Engels 1982: 63). Son dos etapas del mismo proceso, no circulacionismo.
La relación entre el comercio y la producción se ve más claramente en el sistema de putting out europeo. Esta relación, en la cual los campesinos comenzaban a dedicarse a la producción de telas, es el mismo comerciante quien la inicia, busca a los campesinos, les facilita las materias primas y luego recoge el producto terminado para comercializar. No es circulacionista dar al comercio la importancia que tiene en el surgimiento y desarrollo del capitalismo.
El mercado mundial es posible por el aumento de la producción y las fuerzas productivas europeas. En América también hubo aumento de las fuerzas productivas, pero por presión exterior, o sea del mismísimo mercado mundial. A partir del siglo XVII se incorpora el proceso de amalgama en la minería, aparecen las estancias, saladeros, etc., todo en función de aumentar la producción o de producir lo que necesita el mercado europeo.
El hecho de que la economía americana estuviera orientada a Europa hizo que no fuera necesario un mercado de trabajo 100% libre, y tampoco necesitaba un mercado nacional, porque producía en mayor medida para Europa. Pero generaba capital y ayudó a desarrollarlo al integrarse al mercado aunque sea con relaciones precapitalistas. Por la falta de clase obrera (entre otras cosas) no podemos hablar de capitalismo, pero podemos decir que era precapitalista en tanto las colonias americanas ayudaron al proceso de acumulación originaria aportando capital.
Teniendo en cuenta esta situación precapitalista, donde la clase obrera no existía pero sí había una burguesía comercial y la economía colonial permitía el desarrollo del capitalismo, podemos entender que la conocida como Revolución de Mayo no fue una revolución social ni democrática.
En primer lugar, para hablar de una revolución social tiene que haber alguna clase dispuesta a revolucionar la sociedad. La única burguesía existente era la comercial, que no necesitaba muchos cambios para que sus negocios siguieran arrojando enormes ganancias. En el marco de un sistema no estable precapitalista, el comercio tenía un solo impedimento, el monopolio. Para eliminar esto no era necesario terminar con la dominación española; de hecho, durante muchos años (en especial durante la guerra) hubo libre comercio. Hasta podemos suponer que el tiempo que tardaron los revolucionarios en declarar la independencia estaba relacionado con la posibilidad de pasar a ser una colonia con mayor autonomía. Inclusive, hubo planes de ser colonia inglesa en algunas cabezas “revolucionarias”.
La burguesía comercial no estaba dispuesta a llevar adelante grandes transformaciones sociales, no por lo menos hasta descartar otras salidas menos problemáticas o que perjudicaran menos sus negocios. ¿Para qué emprender transformaciones sociales que le den libertades a la mano de obra que explotaban por pocas monedas? ¿Para qué crear un mercado nacional si vendían principalmente en Europa y a la elite americana?
El cambio dentro de las clases explotadas más significativo fue la libertad de vientres, de los hijos nacidos de esclavos. Para esa medida tardaron tres años y sólo para los nacidos de los esclavos (la principal forma de obtener la libertad era enrolándose en los ejércitos). Para el gaucho se mantuvo la papeleta de conchabo, o sea la obligación de trabajar para alguien. Los tributos a los aborígenes se fueron eliminando según la zona y la evolución de la guerra. El problema de la esclavitud no es menor: ese solo cambio, de haberse dado de inmediato y para el 100% de los esclavos, podía marcar el carácter social de la revolución (cf. la importancia del problema de la esclavitud en Vilaboy 2011). En palabras de Di Meglio: “Las aspiraciones igualitaristas fueron poco satisfechas”.
Los cambios ocurridos luego del 25 de Mayo no fueron muchos y fueron más bien políticos. Se terminó con la colonia y el monopolio, pero la burguesía comercial ya tenía un gran control sobre la sociedad y la economía, y por ende sobre el Estado colonial. Más de una vez, en momentos difíciles, los virreyes debieron aceptar la idea del libre comercio. La burguesía comercial no necesitaba hacer una revolución social, sólo necesitaba cambios políticos para acceder a los puestos más importantes, lo cual con autonomía ya es suficiente. Por eso es pertinente hablar de una revolución desde arriba o política, completamente controlada por una elite comercial. Pero al mismo tiempo debía mantener el control sobre el territorio del antiguo virreinato para mantener sus negocios, por eso Buenos Aires buscó todo el tiempo imponerse y derrotar cualquier intento de cambio que no la favoreciera. El mejor ejemplo del intento de control fueron las expediciones de la Primera Junta a Córdoba, Paraguay y el Alto Perú, que no eran precisamente para parlamentar, sino para aplastar la resistencia a la revolución política que inició exclusivamente la ciudad portuaria, o detener cualquier desborde.
La propiedad de la tierra siguió en manos de los terratenientes, que estaban empezando a formar parte de la burguesía (aunque fue un proceso más lento) y las minas quedaron en manos de los mismos dueños, al igual que el comercio. Antes y después de 25 de Mayo la sociedad siguió muy parecida, sólo faltaba la burocracia nombrada desde España.
El carácter limitado de las reformas en la denominada “revolución” no se debió a una macabra maniobra inglesa o a líderes revolucionarios traicioneros, sino al carácter mismo de la burguesía del Plata: netamente comercial, orientada hacia Europa y sin intereses nacionales más que la explotación de la riqueza de este suelo. Creer lo contrario es disculpar los límites de la burguesía “nacional” que aún hoy domina en nuestra sociedad, y de esta forma se puede explicar el carácter atrasado del capitalismo que surgirá tiempo después en Argentina. La economía del Río de La Plata luego de la revolución política siguió siendo similar: exportación de metales y materias primas de fácil acceso, primero plata y después cuero y carne salada (el producto más elaborado y más parecido a una industria).
En resumen, el Virreinato del Río de La Plata era una formación precapitalista inestable en camino al capitalismo, donde podemos encontrar diversos tipos de mano de obra, desde la esclavitud hasta los asalariados, pero todos atravesados por un objetivo comercial vinculado al naciente capitalismo. Esta economía primaria, atada al mercado mundial, dio lugar a una burguesía comercial (es muy difícil decir que había una burguesía terrateniente antes de 1810) completamente ligada a este mercado, sin intereses nacionales. Esta misma burguesía encabezó una revolución desde arriba por cambios políticos pero no sociales, creando una nueva formación política que desde el principio estaba dominada por los intereses del mercado mundial.
Dentro de la izquierda argentina hubo y hay diversas posturas con respecto a la revolución de Mayo y la colonia, que inevitablemente repercuten en las posiciones políticas actuales.
En lo que se refiere a la posición nacional y popular se puede nombrar a Norberto Galasso, ubicado del lado de la defensa de los gobiernos de los Kirchner. Su visión, que apoya su posición política actual, es que la revolución de Mayo fue un enfrentamiento entre liberales y absolutistas, no una revolución antiespañola y separatista, esto es, el mismo choque que se daba a nivel mundial. El ala más radical fue derrotada en este proceso y la revolución fue recorriendo un camino hacia la dependencia y el atraso, producto de que el liberalismo de esta región era sólo económico. Además, fue una revolución popular, aunque no democrática. Otros intelectuales que podemos ubicar dentro de esta postura enfatizan un poco más el carácter nacional y democrático.
Para estos revisionistas nacionales y populares no hubo causas endógenas (o a lo sumo reconocen unas pocas, como la idea del libre cambio); fue parte de una lucha mundial entre dos ideas. En esta región, los comerciantes habrían intervenido para guiar la revolución hacia la dependencia, pero esto es disculpar a la “burguesía” local, sus límites, negar que desde el principio se ubicó como socia menor del capital extranjero por propio interés.
En el campo de la izquierda, los teóricos del maoísta Partido Comunista Revolucionario (PCR) sostienen una teoría que es el comienzo de su posición histórica de claudicación a diferentes alianzas y sectores burgueses considerados progresistas (similar a la esgrimida por el PC pro soviético). En el programa del XI Congreso del PCR en 2009 se dice que es una “revolución inconclusa” que terminó por instalar a comerciantes y terratenientes, que perpetuaron el atraso argentino. Esta revolución inconclusa fue una revolución democrática contra un estado colonial feudal. Para completar esta revolución es que hay que apoyar gobiernos o movimientos burgueses progresistas para eliminar los resabios feudales. Por esto apoyaron a los sectores rurales encabezados por la Sociedad Rural y la Federación Agraria Argentina contra el gobierno de los Kirchner.
Para esta postura, habría una revolución que quebró la relación entre la colonia y la metrópoli, gracias a factores internos como la rebelión de Tupac Amaru o las invasiones que ayudaron a formar milicias. Es decir, fue la participación popular lo que terminó esta relación (Vega 2010: 30). Fue una revolución anticolonial, de independencia nacional, pero no democrático burguesa, aunque sí social por la participación popular y el final de las relaciones serviles (ídem: 34). Hubo dos tendencias en este hecho, una más radical y otra más conservadora; la segunda fue la que condujo los destinos del nuevo país surgido en 1810, pero para truncar el desarrollo capitalista.
De esta forma se justifica su posición política actual, aunque para ello haya que distorsionar la realidad y hablar de feudalismo en el siglo XIX. Esta aristocracia es la culpable de que la revolución democrático burguesa no se pudiera completar, frente a un sector que pretendía el desarrollo del capitalismo. Como vimos, esa clase con ánimos tan radicales no existió en estas tierras (a lo sumo podemos decir que existió un grupo radical), sin mencionar que podemos discutir que existiera feudalismo a principios de la colonia (aunque no coincidimos), pero es una locura discutir su existencia en el siglo XIX.
Una postura diferente es la del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Para ellos, y siguiendo algunas sugerencias de Milcíades Peña, no hubo revolución social aunque sí política, ya que fue dirigida contra una burocracia. También, y siguiendo con su lógica, retoman a Liborio Justo que opinaba que hubo un grupo de revolucionarios que querían ir más allá: el Moreno del Plan de Operaciones, Castelli, etc. Las razones por las que no hubo revolución social es que no había una clase con intereses nacionales, además del hecho de que no había feudalismo, ya que la burguesía tenía grandes negocios durante la colonia; sólo ampliaron su poder. Para Feijoo los revolucionarios ni siquiera perseguían la independencia (Feijoo y Grossi, 2010). En definitiva, mantienen gran parte de los aportes de Peña, pero con algunos matices y aportes de Justo.
En la actualidad, y en medio de grandes debates, han aparecido nuevas obras desde la izquierda que intervienen con dos posturas diferentes en estos debates, como los libros y artículos editados por la organización político-cultural Razón y Revolución (RyR), y el libro La revolución clausurada, de Cristian Rath y Andrés Roldán, del Partido Obrero.
RyR ha reeditado una vieja teoría, pero utilizando conceptos marxistas para adaptar la historia liberal o revisionista.4 Para Harari y su grupo, la revolución enfrentó a la burguesía (los hacendados) contra los feudales (los comerciantes monopolistas). Las invasiones inglesas habrían roto el monopolio del poder de los feudales en la zona, con la creación de las milicias criollas, pero sin que la burguesía pudiera capitalizar esto, de modo que ambos intentaron imponer su monopolio sobre el Estado con levantamientos armados. Digamos que existía una especie de empate entre ambas fuerzas sociales. Este empate se rompería el 25 de Mayo de 1810, cuando la burguesía, junto a las masas, logra tomar el poder y abrir la fase capitalista en estos territorios.
Esto último, el desarrollo del capitalismo, se podría apreciar a largo plazo, y es lo que marca que fue una revolución capitalista. Para Razón y Revolución, la burguesía cambió a largo plazo todas las relaciones de la sociedad: hay crecimiento económico con mano de obra asalariada, crece la población, se va formando una república, etc.
El enfrentamiento entre las dos clases antagónicas, la burguesía contra los “feudales”, tiene una parte real y otra no tanto. La burguesía existía, como reconoce y desarrolla Harari; había un sector ganadero que vivía de vender en el mercado mundial, eso es innegable, además de los comerciantes. Pero cuando hablamos de hacendados, como se los llamaba, no eran más que cazadores de vacas; a lo sumo criaban su ganado de forma natural, y menos que menos empleaban gran cantidad de peones, aunque se estaba desarrollando la estancia. Los estancieros, es decir, dueños de las tierras que se dedicaban a criar ganado y contratar mano de obra, empiezan a tener peso dentro de la política local sólo a partir de 1810. Entonces surge la pregunta: ¿qué burguesía es la que hace una revolución social para abrir paso al capitalismo? ¿Los comerciantes?
Por otro lado, decir que había feudalismo es demasiado. Como bien reconoce Peña, el feudalismo no pudo ser trasladado mecánicamente a América y menos al Río de la Plata donde para los siglos XVIII las relaciones capitalistas ya estaban muy extendidas. No se puede hablar de feudalismo en un lugar cuya riqueza dependía de vender cueros en el mercado mundial capitalista. Para Harari y su grupo, ese feudalismo puede verse en el sector de los comerciantes que se enriquecían con el monopolio, una punción política sobre el comercio.
El feudalismo estaría representado sólo por estos comerciantes monopolistas y burocracia estatal, ya que correctamente no se habla de señores feudales que realmente no existieron. El problema es que los comerciantes no eran todos exclusivamente monopolistas; muchos se dedicaban al contrabando también. Además, creer que son una clase feudal es un problema: el feudalismo esta ligado a la explotación de la tierra con siervos, no a la explotación de los privilegios comerciales que otorgaban las monarquías. Pero lo fundamental es que todos los comerciantes, incluso los monopolistas, especulaban comercialmente en el mercado mundial, que era innegablemente capitalista.
Por otra parte, los compañeros no atribuyen la revolución a ninguna causa exógena. El mercado mundial no tendría importancia, las revoluciones europeas tampoco, la guerra napoleónica menos. Todo queda en las brillantes cabezas de la burguesía nacional.
Algunas de las críticas ya han sido desarrolladas por Peña en su discusión con Ramos y los revisionistas, hace varios años. Es una visión muy cercana al nacionalismo revisionista más clásico, bastante alejada del marxismo dialéctico. Pero lo peor es que esta posición les permite a esta agrupación negar el carácter semicolonial de Argentina, ya que la revolución burguesa triunfó (Harari en El Aromo 54). Esto es un grave retroceso en el tiempo, una vuelta atrás y una claudicación al nacionalismo popular tan de moda hoy en día, o peor aún, al mitrismo.
La postura de Rath y Roldán en su libro retoma algunos aspectos de Peña, pero no comparten gran parte de su teoría, lo que los lleva a una posición diferente. Un punto importante del libro es que incorpora a las causas o antecedentes las rebeliones indígenas y las comuneras del siglo XVII, además de la influencia del mercado mundial y las invasiones inglesas. Parten de la idea de que la colonia no era feudal, y que específicamente en la zona del Río de la Plata las relaciones capitalistas eran muy importantes. Incluso, en más de una oportunidad se dice que el Río de la Plata era una zona de desarrollo capitalista.
Por su concepción de la colonia, Mayo fue una revolución burguesa, pero no social ni democrática. No cambió casi nada, y la verdadera revolución social, representada sobre todo por Artigas, fue violentamente sofocada por los “revolucionarios” conservadores de Mayo. Artigas cobra mucha importancia para esta teoría, como representante de una alternativa social y política ante el conservadurismo de los comerciantes de Buenos Aires; él será el que encabece “las masas oprimidas con un programa radical”. Con la derrota de la Liga de Pueblos Libres organizada por Artigas se clausura la verdadera revolución, que desde la independencia en 1810 se buscaba cerrar a cualquier precio. Para ellos es una especie de segunda revolución.
Se pueden marcar algunos problemas, aunque es un buen aporte a la discusión. En primer lugar, la importancia de la revolución de Mayo está un poco exagerada en cuanto a la participación de las masas. Aunque se niega la idea de revolución social, consideran que las masas campesinas, artesanos y demás, aportaron toda su fuerza. Surge la pregunta, ¿qué buscaban las masas arriesgando su vida por una revolución que no les prometía nada? De hecho, reconocen que la revolución perjudicó en lo inmediato a las masas pobres (Rath y Roldán 2013: 96). Otra cuestión es el problema de la tierra, que por momentos parece un problema nacional pero por otras es sólo una cuestión importante en la Banda Oriental.
La figura de Artigas se vuelve muy importante, ya que encabeza la verdadera revolución social acaudillando las masas oprimidas con un programa de cambio social radical burgués. Pero quizá las esperanzas que depositan en él son excesivas. Es verdad que representaba el ala más radical y que su programa contenía elementos muy avanzados, como la expropiación de la tierra y su posterior reparto. Pero no dejaba de estar apoyado, y gran parte de su fuerza se debía a ello, por la clase ganadera en formación, y eso era un gran límite. Rath y Roldán reconocen que gran parte de su alianza se disgrega cuando comenzó el reparto de tierras, porque en el fondo peleaban por terminar con el monopolio político y económico de Buenos Aires, nada más. No era una alternativa, era un grupo que planteaba ir un poco más allá, romper el monopolio económico y el centralismo político. El mismo Artigas llegó a confiar en Álvarez Thomas cuando se rebeló contra el Directorio y ocupó su lugar. Lo mismo pasa con sus lugartenientes que fueron abandonando la causa; el mejor ejemplo son López y Ramírez, que derrotaron a Buenos Aires en 1820 como se los ordenó Artigas, pero luego negociaron con los comerciantes del puerto. No había clases con intereses nacionales ni en Buenos Aires ni en la Banda Oriental.
El apoyo a Artigas no fue una revolución social, sino más bien un levantamiento de los sectores empobrecidos o perjudicados por el monopolio de la ciudad portuaria y por los escasos cambios que generaba la revolución. Se fueron radicalizando con el tiempo por las medidas antipopulares de la revolución conducida desde Buenos Aires, la pobreza que generaba la guerra y por supuesto sectores que luego de años de guerra querían obtener alguna demanda. La Banda Oriental, donde Artigas tenía sus más fieles seguidores, sufrió la guerra contra la resistencia española, luego contra los federales artiguistas y por último la invasión portuguesa (consensuada con Buenos Aires, por cierto).
Los hechos ocurridos durante la “semana de Mayo” no dejaron de ser una revolución política, un cambio en la estructura política, el acceso de una clase al control total del Estado. Pero eso era lo único que perseguían en un principio, para poder acceder al mercado mundial sin ningún impedimento, sin necesidad de contrabandear. Al no haber una colonia feudal, al estar extendidas las relaciones mercantiles, y por ende no haber una clase feudal que despojar, la revolución no fue social, como algunos pretenden. Los cambios se circunscribieron al plano político.
Allá por 1789, en Francia estallaba una verdadera revolución social, democrática y popular. El 12 de julio de ese año estalla una verdadera revolución popular: el 14 es tomada la Bastilla por la gente, hay linchamientos durante varios días en Paris, en las provincias hay saqueos y motines (lo que da lugar a “el gran miedo”), se forman milicias para defenderse del rey, París es dividida en comunas donde se reunían a discutir, etc. Esto es una verdadera revolución popular, con el pueblo saliendo a la calle (con sus límites y sus desbordes). Nada de esto ocurrió en Buenos Aires (ni hablar del resto de las provincias) en los seis años que se tardó en declarar la independencia. No se trata de copiar formatos de revolución, pero la francesa muestra cómo el pueblo estuvo en las calles con sus demandas, realizando actos que marcaron el rumbo de la historia. En seis años, por estos pagos, no sucedió nada de esto; sólo la participación controlada por medio de milicias.
Peña aportó a esta discusión, con sus límites, pero sin duda desde un punto de vista general acertado. Por eso es importante retomar su lectura y desarrollar algunos de sus puntos de vista. Desconocerlo y desmerecerlo es dejar de lado una de las tradiciones historiográficas marxistas más importante de nuestro país, y quizá de toda América. Es hora de retomar y profundizar críticamente este importante aporte, en momentos en que las revoluciones de independencia están en discusión por las corrientes nacional-populistas y de izquierda.
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