Comisión Política Nuevo MAS



 

 

 

Argentina: la pelea por una alternativa socialista

 

 

“El fin de ciclo tiene que ver con la intención de la patronal y el imperialismo de que esta ‘anormalidad’ se acabe. De ahí la pretensión de un gobierno más ‘amigable’ con los mercados, ‘menos tolerante’ con el conflicto social; y con respecto a las relaciones internacionales, acabar con eso de llevar adelante acuerdos non sanctos con países como Irán. La crisis que se está viviendo hoy se inscribe en este ‘tironeo’ acerca de hacia dónde se inclinará el fiel de la balanza del fin del gobierno K: ¿hacia la derecha o hacia la izquierda? De ahí la importancia de tener un programa de conjunto frente a la actual crisis” (Socialismo o Barbarie 319).

 

Este texto es una versión modificada del presentado a la Conferencia Nacional del Nuevo MAS en febrero-marzo de este año. 

 

  1. El impacto del caso Nisman

 

1.1 La muerte de Nisman conmociona al país

 

El fallecimiento del fiscal Nisman ha conmocionado el país. Luego de su denuncia al gobierno por el encubrimiento de Irán en el caso AMIA, su muerte se ha instalado en el centro de la escena nacional y ha desatado una durísima pugna entre los de arriba, lo que le plantea a la izquierda revolucionaria terciar con una política independiente.

El análisis y la política frente esta crisis es materia de polémica en el seno de la izquierda. El encubrimiento en relación al atentado terrorista de la AMIA ha sido siempre un rasgo central de todos los gobiernos capitalistas desde aquel momento, incluidos los K. Al mismo tiempo, la acusación lanzada por Nisman contra Cristina no puede ser separada de su evidente intencionalidad: ser funcional al final de ciclo que vive el país, hacer girar la situación política y geopolítica de la Argentina hacia la derecha, a la subordinación a los EE.UU. y al sionismo.

En general, lo que se observa en la izquierda, y sobre todo en el PO, es que carece de este enfoque general, amén del problema que venimos señalando de la falta de un abordaje global de la crisis, que cuestione el régimen de dominación en su conjunto.

El estallido de este caso, en este momento, no ocurre por casualidad: estamos en una coyuntura internacional marcada por el atentado a Charlie Hebdo y su utilización por parte del imperialismo para hacer girar la coyuntura internacional alrededor de la islamofobia, como ya hemos señalado. ¿Cómo podría ser abordada esta cuestión sin tener en cuenta este contexto internacional?

Por otra parte, el gobierno tampoco se puede vestir de cordero: amparó y trabajo con Nisman y Stiuso a lo largo de toda una década, aún a sabiendas de que el segundo había trabajado en la ex SIDE desde 1972; fue impulsor de la pista Irání siguiendo a pie juntillas la política internacional de los Estados Unidos, solo para girar al famoso Memorándum cuando este giró a acuerdos con el gobierno de los Ayatolas, pero sin tener las espaldas ni el consenso burgués para hacer algo así.

El conflicto en torno al caso Nisman ha abierto una crisis política de insospechados alcances que roza la crisis institucional y que es materia de una puja mediática entre gobierno y los grandes multimedios todos los días, casi hasta el hartazgo.

De alguna manera vivimos la misma dificultad para poner sobre la mesa una posición independiente como cuando ocurrió el conflicto con el campo años atrás; cuestión que conviene sobremanera a la burguesía, que pretende cerrar el “campo político” para cualquier otro reclamo o posición independiente de ambos bandos patronales, al tiempo que prepara el terreno para capitalizar por derecha la crisis del gobierno K.

Por esto mismo es tan errado el enfoque del FIT: la tarea de los revolucionarios es terciar en esta crisis con una posición de clase. Nos dedicaremos a esto más adelante; por lo pronto nos interesa insertar la crisis política actual en el contexto más global del fin de ciclo K.

 

1.2 La búsqueda de un nuevo punto de equilibrio entre las clases

 

El país se encamina a una elección presidencial que no es cualquier elección; menos todavía en medio de la crisis política planteada por la muerte de Nisman. Se trata de una elección que dirimirá el reemplazo de un gobierno que estuvo 12 años continuos, algo sin antecedentes en el siglo anterior. Esta circunstancia obliga a colocar la mirada en el proceso más de conjunto que ha vivido la Argentina desde 2003 y que es el que le da el marco a la actual coyuntura.

El hecho básico es sencillo: como subproducto de la rebelión popular se instalaron unas relaciones de fuerza que si no lograron desbordar al sistema capitalista ni al régimen de dominación de la democracia de ricos, tuvieron como subproducto un gobierno que, para reabsorber los fervores populares, se vio obligado a hacer determinadas concesiones. No es este el lugar donde vamos a enumerar las mismas, ni reiterar nuestra definición que esas “concesiones-trampa” se hicieron en la perspectiva de garantizar la continuidad del sistema capitalista dependiente como forma indiscutible de dominio.

Sin embargo, la más importante de todas esas “concesiones” fue una conquista de las masas en lucha, que subsiste de algún modo hasta hoy. Es algo “intangible” económica o materialmente, aunque se expresa sin ninguna duda también en ese terreno. Se trata de unas relaciones de fuerzas por las cuales la clase trabajadora y las masas en general gozan de un conjunto de libertades donde su derecho a la protesta, su capacidad de sostener sus reivindicaciones, es muy difícil de cuestionar (ver los casos de Gestamp y Lear en el 2014, a pesar de la militarización de ambos conflictos).

La Argentina es un país “anormal” en ese sentido: el grado de movilización de sus sectores populares que no tiene parangón en la generalidad de los países; sobre todo el peso que en la “geografía de la lucha” tiene la clase obrera, así como la influencia de la izquierda revolucionaria entre la vanguardia y más allá.

Una definición importante a este respecto, estructural en lo que hace a los rasgos del país, tiene que ver con el nivel cultural relativamente alto de las masas laboriosas, así como el dinamismo general de la sociedad, lo que choca con el atraso relativo de su economía, con el estructural carácter dependiente de su económica, cuestión que no hay gobierno burgués que haya logrado resolver de manera progresiva, incluyendo en esto, desde ya, a los K.

Es que en la Argentina se aplica con una “lógica de hierro” la teoría de la revolución permanente; específicamente, respecto de la incapacidad congénita de la clase dominante (la tan famosa como realmente inexistente “burguesía nacional”) de sacar al país adelante, de resolver sus taras estructurales colocándolo en el concierto de las grandes naciones capitalistas.

Los 12 años de gestión K, el balance real de la supuesta “década ganada”, lo escaso realmente de esas “ganancias” (¡no las ganancias capitalistas, que estuvieron entre las más altas del promedio histórico!), están allí para certificar la lógica profunda que formulara Trotsky para países como el nuestro (y analizaran otros estudiosos como Milcíades Peña para el caso argentino). Es el carácter dependiente de la Argentina, la no integración de la economía (en el sentido de su carencia de ramas económicas fundamentales) y otros rasgos estructurales que, andando el tiempo, nunca se han resuelto.

Esta base material limitada choca con el nivel cultural y el dinamismo de las clases sociales del país, lo que da lugar a la riqueza de los desarrollos políticos y sociales en la Argentina, y lo que informa su dinamismo de conjunto.

Claro que ha habido momentos y momentos; no nos olvidemos que el “mal congénito” del país durante muchas décadas fueron sus dictaduras militares: unas relaciones de fuerzas muy distintas a las de hoy.

Sin llegar al nivel de unas relaciones de fuerzas abiertamente revolucionarias como las de los años 70 (el principal ascenso obrero en la historia argentina), son, sin ninguna duda, relaciones de fuerzas que “molestan”, que dificultan la gestión “normal” de los asuntos de la burguesía. Todo lo cual remite a un grado de conflictividad social que la burguesía pretende sea reducido drásticamente: aspira a correr más hacia el centro o la derecha el punto de equilibrio en el cual están afincadas las relaciones de fuerzas en la última década.

Ese es el objetivo con el que la burguesía encara las próximas elecciones: que salga un equipo político, un nuevo gobierno, que sea la expresión y a la vez la palanca para llevar el punto de equilibrio de las relaciones entre las clases hacia un terreno más “normal”, acabando si es posible, con el país movilizado que la Argentina es.

Que se entienda bien: ¡esto no quiere decir que le brindemos algún “reconocimiento” a los K! Al kirchnerismo se le impusieron determinadas relaciones de fuerzas que moldearon hasta cierto punto su “estilo”; relaciones de fuerzas que trataron varias veces de hacer girar hacia la derecha, aunque no lo lograron, obtuvieron sin embargo lo principal que se esperaba de su gestión: ¡sacar las papas del fuego y echar baldazos de agua fría sobre la rebelión popular más importante desde la caída de la dictadura militar! Rebelión que de haber madurado, de haber llegado más lejos, podría haber puesto en cuestión algunos de los pilares fundamentales del régimen de dominación y explotación capitalista del país.

Gracias a los K (aunque eso dependió, también, de ciertas condiciones internacionales y regionales), esto no ocurrió: es el mérito imperecedero de su gestión, algo a lo que rendirán pleitesía los patrones seguramente en el futuro.

Esto muestra que algo más que lo puramente electoral está en juego en estas elecciones. Y que para la izquierda revolucionaria el centro de su estrategia deba pasar por cómo trabajar en la perspectiva que estas relaciones de fuerzas sean desbordadas desde la izquierda, no la derecha evidentemente.

El hecho mismo que los principales presidenciales para el 2015 sean figuras como Scioli, Macri y Massa indica esto que estamos señalando. Se trata de una suerte de “consenso derechista” donde los principales candidatos a gobernar el país tienen rasgos similares a este respecto: candidatos del orden y la estabilidad de la argentina-país-normal.

Es verdad que entre sus figuras existen matices, y que la combinación que vaya a darse de aquella “fórmula químico-política” de cambio-continuidad, no sea secundaria ni deje de expresar matices en cómo estas relaciones de fuerzas se expresarán a nivel del voto y la conciencia, donde un componente no menor será también la elección que vaya a realizar la izquierda.

Aquí hace falta añadir algo más. Es de Perogrullo en el marxismo, pero hay que señalarlo frente a tanto oportunismo: ninguna elección resuelve las relaciones de fuerzas como tales, en sí mismas. El ejemplo del Argentinazo está ahí como para mostrar que las mismas se constituyen, centralmente, en la lucha directa entre las clases. Cualquier resultado electoral deberá ponerse a prueba el día después, en las luchas concretas (o el “día antes”, en las pruebas que puedan darse camino a las elecciones mismas).

El resultado que salga de la ronda electoral deberá ponerse a prueba en la realidad, para apreciar si da lugar, realmente, a un nuevo equilibrio político en las relaciones de fuerzas. Eso está por verse. Dependerá de las luchas mismas. Mientras tanto, es obvio que el consenso derechista de los candidatos principales muestra que pretenden ir para ese lado. Volveremos más abajo sobre esto.

 

1.3 Los bandos burgueses en pugna

 

“Un largo siglo después del Manifiesto Comunista, los sembradores de confusiones afirman que es ‘estrecha y egoísta’ la reivindicación que postula soluciones ‘de clase’ para el barco que se hunde. Toda la política marxista (…) es una política de clase. Está dictada por los intereses históricos del proletariado” (Milcíades Peña, Industria, burguesía industrial y liberación nacional).

 

Un rasgo de la Argentina en los últimos años tiene que ver con los enfrentamientos entre bandos patronales que se han dado en determinadas coyunturas. Sin un abordaje de clase de éstos, no puede haber política revolucionaria en nuestro país.

En un primer momento hubo gran unidad burguesa alrededor del kirchnerismo (a tal punto que llegamos a definirlo como un “oficialismo de alas anchas”). Sin embargo, andando el tiempo, y con la comprensión por parte de la burguesía de que los K ya habían cumplido su cometido, comenzaron a esbozarse preocupaciones alrededor de la necesidad de ir a un gobierno más “normal”.

Esto último no ha resultado sencillo en la Argentina, ni en la región como un todo. La “resiliencia” del progresismo tiene su lógica profunda, vinculada a la dificultad de gestionar con métodos normales la situación anormal creada por la rebelión popular que barrió casi todo el continente una década atrás.

Claro que el grado de “anormalidad” de estos gobiernos ha sido variada; siempre dijimos que el de los K era uno de los gobiernos más normales de todos, subproducto de una situación con crisis pero sin destrucción del sistema de partidos, expresado en un personal político a “izquierda” pero de un partido tradicional como el peronismo, conformando un gobierno burgués hecho y derecho, aunque con pátina progre.

Los rasgos de este gobierno: manejarse internacionalmente con cierta autonomía manteniendo relaciones con el chavismo (o Irán; el fallido Memorándum que tanta crisis ha provocado), sumado a una administración “heterodoxa” del conflicto social y a una relación con los mercados no suficientemente “amistosa” (ver por ejemplo, las estatizaciones parciales de las AFJP o de Repsol), entre otros factores, no solo han despertado el deseo burgués e imperialista de un gobierno más normal, sino también conflictos interburgueses como hace décadas no se observaba en el país.

El más importante fue el conflicto con las organizaciones patronales del campo en 2008, que se saldó con una dura derrota del gobierno. Ese conflicto se sustanció alrededor del reparto de la renta agraria extraordinaria; donde si bien el gobierno se alzaba (y se alza) con el 35% de retenciones a las exportaciones de soja, tuvo un freno cuando pretendió elevar la alícuota.

Dicho conflicto, como en general la disputa entre los de arriba, necesitaba de un abordaje de clase que no capitulara a uno u otro bando burgués. Nuestro partido pasó extraordinariamente esa prueba política; es más, logramos llevar a cabo una iniciativa de impacto general con la Carpa Roja.

Sin embargo, la necesidad de esbozar una política de clase independiente de todo bando patronal no termina ahí: es una exigencia permanente de la política revolucionaria el estar formulada desde un punto de vista independiente. Cuando no se produce esta división entre los de arriba, la política se debe centrar exclusivamente en el gobierno (y contra el régimen y el sistema). Pero cuando estos enfrentamientos están en su apogeo, hay que evitar una deriva que lleve a ceder a uno u otro bando patronal.

Eso ocurre hoy con la crisis política abierta con el fallecimiento de Nisman: el FIT (comandado por el PO) tiene una política que no es de clase, que lo hace aparecer a la rastra de la oposición patronal, sin olvidarnos, a la vez, que no tiene formulación global alguna que apunte a un cuestionamiento de conjunto de las instituciones, justo en momentos que estas mismas instituciones (en primer lugar, el aparato de inteligencia), están bajo fuego.

La crisis en torno a la muerte del fiscal obliga a tener una política sobre claras líneas de clase que enfrente al gobierno así como a todos los bandos patronales y al régimen en su conjunto. En realidad, toda política revolucionaria debe expresarse de manera tal de atacar al gobierno, el régimen político y al sistema simultáneamente, variando los niveles agitativos y propagandísticos según sean las circunstancias. Pero en una crisis como la actual, que pone al descubierto la íntima pudrición del régimen político como un todo, no pararse con una política que ataque frontalmente al régimen como tal y que solo se refiera al gobierno, es un gravísimo error (error que está protagonizando el PO, jefe del FIT).

Toda circunstancia plantea la formulación de una política revolucionaria global. Una crisis política e institucional de conjunto, aún más. La política revolucionaria parte de las condiciones y conciencia presente de los trabajadores, pero trata de elevarlos a una salida que desborde el marco de lo establecido: que “ajuste” la conciencia a las necesidades (la solución revolucionaria del problema). Se trata de encontrar una formulación que partiendo de las condiciones y el nivel de conciencia real, apunte a un cuestionamiento de conjunto del orden establecido.

En el caso que nos preocupa ahora, lo importante es encontrar la consigna democrática global que pueda cuestionar el orden institucional establecido e imponer, desde la izquierda, la puesta en cuestión del calendario electoral. Esa consigna hoy, aunque todavía suene abstracta (y dejara de sonar así sólo en la medida que la crisis se profundice y comiencen a entrar en escena las masas), es la consigna de Asamblea Constituyente soberana.

Aquí hay dos enseñanzas de importancia para la política revolucionaria en este período. Primero, que toda política de los revolucionarios siempre es de clase. Dicha política se refiere, habitual y regularmente, al gobierno que concentra el poder ejecutivo, pero cuando se esbozan divisiones en las alturas, debe atender también a todos los bandos patronales en pugna.

Segundo: cuando se trata de una crisis política e institucional más de conjunto como la actual, debe formularse una política acorde al carácter real de ésta, que plantee el cuestionamiento al régimen en su conjunto, más allá de si, como ocurre todavía hoy, esa política queda en un plano propagandístico porque falta todavía intervención de las masas en la crisis.

Ninguno de estos dos rasgos esenciales de la intervención de los revolucionarios en la actual crisis ha sido tenido en cuenta por el PO: su ángulo no es de clase (solo se refiere al gobierno), ni trasciende el régimen existente (solo pide una interpelación y no levanta consignas como la disolución efectiva de la ex SIDE, ni la investigadora independiente).

 

1.4 Las consignas democráticas

 

Antes de terminar este punto, nos dedicaremos a la problemática de las consignas democráticas, que tienen su importancia en la actual coyuntura en el país y requieren de alguna clarificación, sobre todo para los compañeros más nuevos.

Señalemos rápidamente que las consignas remiten al conjunto de tareas planteadas relacionadas con el enfrentamiento con las condiciones de explotación y opresión bajo el capitalismo. Existe lo que se llaman “tareas mínimas o inmediatas”, que aluden a las reivindicaciones más elementales contra la explotación capitalista (salario, condiciones de trabajo, empleo, etcétera). Entre ellas, también están las que se consideran “democráticas elementales”, que tienen que ver con las conquistas contra los regímenes dictatoriales: derecho al voto universal (que junto con ser una manipulación de la voluntad popular, también tiene un elemento de conquista en relación a los regímenes directamente represivos), libertad de reunión, de movilización, libertad de prensa (más allá que la misma prensa esté monopolizada por los grandes medios capitalistas), etcétera.

La cuestión es que una crisis como la que se está viviendo actualmente pone sobre la mesa, a nuestro modo de ver, un conjunto de consignas democráticas que expresan, más o menos abiertamente, la contradicción entre el propio régimen de la democracia de los ricos y las cuestiones democráticas más elementales.

Veamos nuestro programa para el caso Nisman. La primera reivindicación es la de investigación independiente del caso AMIA. Es obvio que esta consigna coloca el cuestionamiento a la institución Justicia. Institución que toda la oposición patronal quiere prestigiar bajo el concepto de que “hay que dejarla actuar de manera independiente” y planteos por el estilo. Sencillamente: se quiere fortalecer a una de las instituciones del régimen más oligárquicas, a cuyos integrantes no los elige nadie y tienen sus cargos de por vida, muchos de los cuales vienen desde la dictadura militar, que hizo nombramientos en masa de jueces.

Hay que recordar que en este plano, a partir de una denuncia correcta de la Justicia como una “corporación” (¡que lo es!), el gobierno quiso imponer su propia reforma judicial, en la que fracasó y que nuestro partido denunció como el intento gatopardista de lograr una justicia bajo su tutela, no de acabar con la corporación judicial como tal.

Pues bien, el reclamo de comisión investigadora independiente tiende a cuestionar al poder judicial en su conjunto, a colocarlo como cómplice de encubrimiento en el caso AMIA y a plantear otro tipo de instancia por fuera de las instituciones establecidas.

Veamos el segundo punto del programa para el caso Nisman: el planteo de la apertura de los archivos secretos de inteligencia y la disolución efectiva de la ex SIDE y de todos los organismos de seguridad. En realidad, nuestro planteo más que disolución es eliminación de todos los organismos secretos y de inteligencia, planteo que va contra el sentido común de mucha gente que dice “cómo un Estado no va a tener organismos de seguridad”. A lo cual nosotros le respondemos: dotar al Estado burgués de un organismo de seguridad secreto es dotarlo de una herramienta peligrosísima que va, en primer lugar, contra los trabajadores mismos, como ya se ha podido ver tantas veces en la historia de nuestro país, cuyo caso más extremo es la última dictadura militar. Nos oponemos a darle este arma a nuestro enemigo de clase, como nos oponernos a otorgarle la herramienta de la pena de muerte y tantas otras herramientas represivas cuyo principal objetivo son los explotados y oprimidos mismos.

El carácter democrático de esta consigna ataca la operación en las sombras de los políticos burgueses, funcionarios judiciales, autoridades gubernamentales, empresarios, etcétera, una cuestión puesta de relevancia con el caso Nisman: sus relaciones con Stiuso y las de éste con la administración kirchnerista: ¡una administración autoproclamada de los derechos humanos que le dejó los servicios de inteligencia a un agente de la dictadura!

Por último, esta la consigna de Asamblea Constituyente. Muchos compañeros han preguntado por qué la estamos levantando. Incluso, dada la juventud del partido, en general los compañeros y compañeras no saben cómo funciona la misma. En realidad, es muy sencilla: es la consigna clásica más democrática, pero todavía sobre la base del voto universal para rediscutir todo el ordenamiento del país. Su fuente histórica es la Revolución Francesa (o, incluso antes, la inglesa), donde en la Convención o la Asamblea Nacional se reunían todos los “estamentos” o “estados” (todas las capas de la sociedad), para discutir los rumbos del país.

Es decir: desde el punto de vista burgués, una vez que el Estado está constituido, ya no hay más constituyente: rige la constitución y en ese marco se dan las discusiones y la división de poderes entre los tres estados. Pero cuando se trata de una crisis general, como es la incipiente crisis actual, se plantea que algo muy de fondo está mal, que la sociedad está “mal organizada”, que sus instituciones no cumplen el papel para el que supuestamente fueron puestas en pie, y entonces se plantea rediscutir todo en una institución fundacional: esa institución es la asamblea constituyente revolucionaria (o soberana).

Claro que el límite insalvable de toda constituyente es que se da sobre la base del voto universal: nuestro planteo de fondo no es mantenernos sobre la base de la institución más democrática del actual régimen, sino rebalsarla por la vía de otro tipo de instituciones, instituciones de poder de la clase obrera: soviets o consejos obreros o como se los quiera llamar, que se reclutan por lugar de trabajo y no por voto universal.

Pero los soviets no están todos los días a la orden del día (y menos que menos hoy, en esta coyuntura), y, además, requieren que esté en curso una movilización revolucionaria para que puedan surgir y ponerse en pie. Agitarlos hoy sería de un propagandismo no sólo ridículo sino “marcianesco”.

Sin embargo, sí sería muy progresivo que en vez de ir a unas elecciones normales como las que están planificadas en condiciones en que todo el mundo dice son anormales (el Estado argentino es “mafioso”, el gobierno “encubre asesinatos”, el país está “enfermo”), entonces hay que ser consecuentes e ir a una discusión general: ¡y esa discusión general sólo puede ser hoy una Constituyente sobre la base del voto universal! La constituyente, revelando a cielo abierto la crisis de la sociedad burguesa, podría ser una transición hacia el surgimiento de organismos de poder desde abajo: claro está, en el caso de que las cosas se radicalizaran realmente y que entrara en escena la movilización de los trabajadores y el pueblo.

Pero los políticos burgueses son pícaros: quieren “esmerilar” al gobierno pero manteniendo ir a una elección normal, nada que ponga en riesgo realmente la gobernabilidad (de todos modos, nunca se puede descartar del todo que oficien de aprendices de brujo). Y el propio gobierno quiere que el “chubasco” pase, imponer una reforma vaciada de contenido como la falsa disolución de la ex SIDE, y a otra cosa. Incluso a la propia izquierda, como en el caso del FIT, tampoco parece interesarles mucho otra cosa que el ir a simples elecciones para ver si pueden recoger votos a como dé lugar: ninguno de sus integrantes tiene una consigna que cuestione más a fondo esta “normalidad”, que ayude a poner en cuestión el calendario electoral.

Nuestro partido sí, y por eso propone Constituyente, más allá de que somos conscientes que haría falta un desarrollo mayor de la crisis que el actual. Pero, en todo caso, y junto con las demás consignas para esta crisis, vamos adelantando una que en caso la crisis se profundice, busca darle un cauce revolucionario: ¡Asamblea Constituyente, que todo el mundo tenga posibilidad de opinar, que se discuta de arriba abajo el ordenamiento del país!

 

 

  1. Doce años de gestión y ningún cambio estructural

 

2.1 Productividad y competitividad

 

Vista la perspectiva de conjunto de lo que está en juego en estas elecciones, es clave detenernos en la base material de todo el asunto: ¿cómo están los fundamentos de la economía nacional?

Algo sobre esta cuestión fue señalado arriba y tiene que ver con el balance inapelable de 12 años de gestión K: los rasgos básicos de la Argentina dependiente no se han modificado un ápice.

Es verdad que con la puesta en pie (en los hechos) de un “modo de regulación” distinto de la economía del 1 a 1 de los años 90, el empleo, los salarios nominales y la competitividad se recuperaron. Cesación de pagos y devaluación mediante (el pasaje al 3 a 1), el país recuperó competitividad y si se le agrega la caída del valor del salario en términos reales (en dólares), estos fueron los fundamentos para el comienzo de la recuperación económica y un “súper ciclo” de ganancias patronales.

A esto se le debe agregar los vientos favorables en los precios de las materias primas, que llevaron la tonelada de soja de los 80 dólares en los que languideció durante la mayor parte de los años ’90, a superar los 500 dólares, lo que dio lugar al ingreso de una renta extraordinaria descomunal como no ocurría desde hacía décadas en el país.

Agregado a esto, durante algunos años funcionó una especie de “círculo virtuoso” en la industria automotriz asociada a Brasil, donde si bien el balance comercial con dicho país fue muchas veces deficitario, la producción se elevó de los escasos 100.000 autos anuales a comienzos de 2000 al millón de unidades construidas en 2013.

Estos fueron los fundamentos de la recuperación económica del país y no mucho más. De ahí que ahora se viva un momento específico, en términos generales, que condense todas las inercias y problemas no resueltos, y que han hecho crisis al poner en cuestión el “modo de regulación” económico de la última década, combinando tanto elementos de “ciclo” económico como más estructurales.

Veamos esto someramente. El principal problema que une ambos aspectos de la vida económica (coyunturales y de fondo) es que el país ha perdido competitividad sin ganar en productividad. Esto refiere a un hecho simple: la productividad hace a la cantidad de mercancías producida por hora media en las condiciones promedio de calidad mundial. Como resulta obvio de esta definición, esto requiere de una serie de condiciones estructurales que el país no ha logrado resolver bajo los K. Esto es una economía más integrada: integración “horizontal” de la producción, que supere el modelo de “armaduría” que tiene en muchas de sus ramas principales como la automotriz; así como “vertical”, que en todas sus partes, incluyendo los distintos eslabones productivos (la producción de materias primas, la logística y la comercialización), haya un nivel promedio de productividad.

No es esto lo que ocurre en la Argentina: nunca hubo una “burguesía nacional emprendedora” con un proyecto estratégico de nación como pretendieron vender los K; hay una burguesía (de origen local y, mayormente, extranjera, multinacional), que hace negocios en las condiciones “globalizadas” del mundo de hoy y de la inserción dependiente de la Argentina. Una economía que semeja un queso gruyere: tiene agujeros, deficiencias y desigualdades por todos lados.

Décadas atrás Milcíades Peña hizo metáforas acerca de este tipo de economía que remitían (¡y remiten!) a esto mismo que estamos señalando: el carácter atrasado y desigual de la economía nacional, la existencia de nichos de alta productividad rodeados de un mar de atraso. Definiciones semejantes que se pueden encontrar en el primer capítulo de la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky, referidos a la Rusia de la época previa a la revolución, y que se aplican, punto por punto, a la realidad estructural del país, no modificada un ápice por los K (¡que ahora buscan “independencia” económica relativa de los EE.UU…. sometiendo la economía nacional a China!).

En ausencia de un salto en la productividad de la economía nacional, existe un expediente clásico para lograr competitividad: tirar para abajo los costos, sea con una moneda “rígida” por la vía de un amplio desempleo de masas, sea con una moneda “flotante” por el expediente de la devaluación del peso nacional, que compense los aumentos salariales y demás costos económicos.

De ahí que los tironeos de la lucha de clases económica por el salario y el empleo, y más en su conjunto los problemas de falta de competitividad, se “resuelvan” por la vía del valor del dólar: el tipo de cambio.

El tipo de cambio durante la primera mitad de la gestión K fue estable por una serie de condiciones económicas internacionales favorables (incluyendo los enormes ingresos de divisas por renta agraria extraordinaria) y, sobre todo, porque el salario y hasta cierto punto los precios en pesos, habían quedado reducidos en términos de dólares. Dicho de manera sencilla: en pesos, la mano de obra y los productos eran baratos.

Andando el tiempo, con la recuperación del empleo y el mecanismo de las paritarias (aun controladas), los salarios y los precios aumentaron; la competitividad se fue acotando. Si se le suma a esto el cambio relativo del contexto económico internacional, menos favorable por la crisis y la caída del precio de las materias primas, la resultante fue que los mecanismos de competitividad no pudieron contrapesar el atraso orgánico del país (no superado por los K en materia de productividad de conjunto).

De ahí los problemas históricamente conocidos de la presión devaluatoria, entre otros problemas del tipo del estancamiento y recesión económica del último año, el atraso salarial, el comienzo de una escalada de despidos, el recomienzo del empobrecimiento relativo de amplios sectores, sin que se llegue por ahora a condiciones de catástrofe económica inminente como las de finales de los años 90.

 

2.2 El retorno de la carga de la deuda

 

A esto se le deben agregar otros elementos derivados que agravan el cuadro económico de conjunto. El primero, el retorno de la carga de la deuda. Esto remite a que el país debe hacer frente, año a año, a pagos al exterior de uno de los bienes que más escasean: dólares.

El fracaso de la estrategia de desendeudamiento es redonda: la idea de “comprar soberanía pagando” era una reverenda estupidez y una mentira completa, porque en un país cuya moneda no se puede comerciar ni en Asunción, que para sus relaciones con el mundo necesita dólares, y que para generar dichos dólares debe tener un nivel promedio de competitividad y / o productividad que solo en circunstancias excepcionales es capaz de generar, haber rifado 200.000 millones de dólares (como han hecho los K) es un escándalo sin nombre. “El argumento de los socialistas nacionales para justificar toda nacionalización ‘sin importar en qué condiciones económicas’ (…) era que en estas nacionalizaciones lo decisivo no estaba en su valor ‘económico-productivo’, sino en el hecho que el país había ‘comprado soberanía’. Pero es evidente que el uso improductivo de los dineros y reservas del país, a la postre, no pueden significar mayor soberanía, sino un mayor sometimiento a la economía capitalista mundial” (“Tras las huellas del socialismo nacional”, José Luis Rojo, revista Socialismo o Barbarie 21).

A esto se le puede agregar otro costado de dicho fracaso: la estrategia de renegociación con los acreedores, de canje de deuda vieja por otra nueva (amén del problema de no haber logrado arreglar con los buitres), en vez de no pagar la deuda externa: ¡una consigna clásica de la izquierda en los países dependientes como el nuestro, a la cual el FIT le ha tenido terror electoralista! Esto significa que a la vuelta de diez años de “década ganada”, la Argentina está endeudada por 200.000 millones de dólares.

Para colmo el tipo de cambio nuevamente está atrasado, lo que a mediano plazo solo puede dar lugar a una nueva devaluación (o a una rebaja salarial directa combinada con un crecimiento abierto del desempleo), clásico ajuste que es la ineludible tarea del próximo gobierno, como veremos más adelante.

Así las cosas, luego de la década K nos encontramos con dos problemas estructurales no resueltos, que redundan en un deterioro y crisis económica de conjunto, y que no van a dejar de atravesar, con sus idas y venidas, el 2015: una pérdida de competitividad económica, sumada al retorno de la carga de la deuda externa, expresada en las presiones devaluatorias, que se harán sentir de manera más contundente en la medida que la crisis política se profundice.

Esto nos lleva a un tercer problema que ahora aparece mediatizado (como subproducto de un verano menos caluroso que lo esperado y de la recesión a la que está sometida la economía nacional): el problema energético. El país perdió su autoabastecimiento en esta materia. El problema del petróleo era un tópico básico de los verdaderos gobiernos nacionalistas burgueses (recordar, por ejemplo, la expropiación del petróleo bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas en la segunda mitad de los años 30 en México, entre tantos).

En la Argentina los primeros pozos petrolíferos fueron descubiertos en la Patagonia a comienzos del siglo XX, y el general Mosconi creó la YPF nacional en la década del 20. Menem en los años 90 remató la petrolera nacional, que luego de una serie de peripecias fue a parar a Repsol, que la vació (es decir, extrajo petróleo hasta la saciedad pero sin nuevas inversiones en nuevos pozos), para finalmente dar lugar a la re-estatización parcial de YPF (¡y el aumento de las naftas!) en las postrimerías del gobierno de Cristina, cuando las cosas llegaron a un punto de casi no retorno en materia energética.

A esto se le puede agregar el retraso tarifario en materia de electricidad, gas y transporte en las grandes urbes (sobre todo, Capital y Gran Buenos Aires), que en realidad ha sido un tributo a la rebelión popular y que, reajustes aquí y allá, todavía los K no han logrado corregir. Seguramente quedará como pesada herencia para el próximo gobierno.

Como digresión, señalemos que aspectos tales como el nivel de empleo, de salario, las paritarias, las tarifas y otras más no son solo fenómenos económicos, sino también la traducción de determinadas relaciones de fuerza, como ya hemos dicho. De ahí que estas cuentas pendientes económicas que se verá obligado a encarar el próximo gobierno, significarán otros tantos enfrentamientos de clase: ajustes, en la jerga económica más habitual, cuestión que veremos en el próximo punto.

Queda aún el problema del transporte. Hemos visto como esta bomba de tiempo también les ha estallado a los K: accidentes terribles como el del ex Sarmiento obligaron gobierno a intentar resolver la cuestión de manera express; es verdad que se ha avanzado en algo, pero aquí cabe una reflexión. Está probado que el transporte ferroviario es inigualable en cuestión de costos, productividad, etcétera. Grandes países imperialistas como Francia y otros tienen una red ferroviaria envidiable que ha significado ingentes inversiones históricas de sus burguesías. En la Argentina dependiente y semicolonial esto no fue así: recordemos que la estatización de los ferrocarriles por parte de Perón en su primer mandato fue caracterizada por Milcíades Peña como la compra de “trastos viejos”…

Sin embargo, el nivel de remate del ferrocarril alcanzó un punto de no retorno bajo Menem: se levantaron miles de kilómetros de vías férreas, y se cerraron centenares de estaciones en todo el país solo para beneficiar a las grandes automotrices y empresas del transporte carretero, un medio de transporte muchísimo más ineficiente.

Esto ha significado un deterioro estructural que no se resuelve, simplemente, comprando nuevos trenes: la clave en materia ferroviaria no son los vagones; su inversión principal son las vías férreas, las construcciones de puentes y túneles, etcétera. Tanto es así que Marx hablaba en El capital de cómo la inversión ferroviaria era una de las más importantes del capitalismo en ascenso; una inversión, además, que no puede ser hecha bajo los parámetros de las ganancias inmediatas, sino que hacen al “capital social general” de la burguesía y por lo tanto, deben ser llevadas adelante por el Estado.

Son estas cuestiones estructurales de la economía nacional las que están por detrás de los problemas de coyuntura o ciclo y constituyen un balance inapelable para los K y su enésimo balbuceo de la burguesía nacional.

 

2.3 Hacia un nuevo ajuste económico

 

Un elemento a explicar es por qué no hubo una nueva devaluación en septiembre pasado. Sobre esto hemos escrito largamente en los editoriales de fin de año.

Apresurémonos a señalar que en enero del año pasado ocurrió la principal devaluación de la moneda nacional llevada adelante por los K. Quizás la misma fue insuficiente, quizás el ajuste recesivo llevado adelante por Cristina no ha alcanzado para las necesidades de la patronal, que volverá a poner sobre la mesa un drástico ajuste en cuanto asuma el nuevo gobierno.

Esto no quiere decir que no hayan logrado ningún objetivo. Los salarios reales retrocedieron entre 5 y 8 puntos, si no 10. Además, hubo un ajuste generalizado de los planteles, si bien no despidos en masa. Por otra parte, también se ajustaron cuentas en determinados lugares, como conocemos por experiencia propia.

Hubo una cierta corrección económica, hubo una cierta reducción de los costos en dólares, si bien es cierto que el punto débil de esta estrategia fue que no se logró moderar lo suficiente la inflación (a pesar de la recesión inducida), la que aun así tendió a retroceder en su dinámica en los últimos meses.

Estos insuficientes logros son los que presionaron en septiembre sobre una nueva devaluación. Ahí tuvo su papel la fallida negociación con los fondos buitres, que impidieron el plan del gobierno de coronar la devaluación y el ajuste con el retorno a los mercados de crédito internacional.

El gobierno no pudo cerrar con los buitres y el acceso al crédito se frustro, dejando a mitad de camino al propio ajuste. De ahí las renovadas presiones devaluatorias luego de mitad de año.

Pero hay que decir algo de por qué esa devaluación no se consumó. La explicación es simple: mediante determinadas medidas como “pisar las importaciones” y el adelanto de liquidación de exportaciones por parte de las cerealeras, y a partir del logro de determinada cobertura de divisas (como el swap con China, entre otras), el gobierno logró recuperar algo las reservas del Banco Central.

Pero sobre todo lo que explica que no haya ocurrido, es que la burguesía en su conjunto no presionó del todo para ese lado. Estamos viviendo una gran disputa entre los de arriba alrededor del caso Nisman (que parece estar metiendo nueva presión sobre la divisa); pero en torno a la política económica, y más allá de las críticas a los K por no haber negociado con los buitres, no hicieron olas.

Así las cosas, la devaluación se evitó. Sin embargo, es un hecho que el dólar oficial está en $8,50 mientras que el paralelo bordea los $13. Eso indica que, nuevamente, el tipo de cambio está atrasado, y esto conspira contra la competitividad del país. Además, la economía sigue sumida en la recesión, y existe un enorme retraso en materia del precio de transporte público y de costo de los servicios, otro lado por donde podría venir un brutal saque a partir del próximo gobierno.

Esto último remite a otra concesión de la última década: en los centros urbanos, como ya hemos señalado, se “pisaron” las tarifas para subsidiar ciertos consumos.

Es este conjunto de elementos no resueltos lo que va a heredar el próximo gobierno. Aunque hoy se hable de cualquier cosa menos de economía, sea el signo del gobierno que sea el que vaya a ser consagrado a fin de año, la intensidad del ajuste que se vendrá será de grandes proporciones.

Esto llevará a nuevas pruebas en las relaciones de fuerzas, porque todas las inercias de la economía nacional en materia de competitividad exigen un mayor deterioro salarial y, en materia del nivel de empleo, quizás algún punto por encima en materia de desocupación respecto de la tasa actual (de manera de disciplinar los planteles y tirar para abajo los reclamos salariales). Estas serán algunas de las tareas del nuevo elenco económico en su búsqueda de recuperar el nivel de ganancias empresarias, así como afrontar las obligaciones de pago con el exterior.

 

 

  1. El proceso de recomposición obrera

 

3.1 La burocracia sindical mira para otro lado

 

Es sintomático que la burocracia mire para otro lado, dejando que el calendario electoral se imponga e, incluso, sin decir esta boca es mía respecto del enfrentamiento entre los de arriba alrededor del caso Nisman.

Es verdad que el año pasado el moyanismo llevo adelante dos paros generales, uno con más “pimienta” el 10 de abril y otro más mediado el 28 de agosto; paros, sin embargo, concebidos para ser lo más pasivos y domingueros posible.

Ambas medidas fueron implementadas buscando un cauce para la presión que se acumulaba por abajo, al tiempo que para demostrarle a la patronal el “poder de fuego” de la burocracia sindical: en ningún caso fueron medidas pensadas para tener continuidad; sólo fueron funcionales, en todo caso, a las negociaciones paritarias por gremio.

El elemento revolucionario de dichas acciones fueron los piquetes de vanguardia que puso en pie la izquierda y que tuvieron amplio impacto más allá de su minoritaria capacidad de movilización.

A la vez, se lograron llevar adelante algunos conflictos de enorme trascendencia dirigidos por la izquierda y que impactaron en el gremio industrial más estratégico del país (SMATA). Pero que, lamentablemente, dieron lugar a duras derrotas dada la desproporcionada relación de fuerzas establecidas respecto de la Santa Alianza de la patronal, la Verde y el gobierno constituido para reventarlas.

Lo cierto es que la burocracia logró evitar que se fuera a conflictos de conjunto. La única excepción que confirmó esta regla, fue el conflicto docente en la provincia de Buenos Aires, con la particularidad que la izquierda logró dirigir en ese gremio a un sector (minoritario) de la base y montar un plenario de delegados representativo. Sin embargo, fue evidente que el ingreso en masa de la base docente fue manejado sin mayores problemas por la dirección de Baradel, que hizo una o dos mega movilizaciones controladas, mostrando la desigualdad en la conciencia entre la amplia vanguardia y la masa de la docencia provincial.

Pero más allá de esta experiencia, no hubo conflictos de gremios ni desbordes de conjunto; las luchas que se dieron en el proletariado industrial, durísimas como Gestamp y Lear, lograron la simpatía de amplísimos sectores, pero permanecieron aisladas.

Luego del paro de finales de agosto (y de la derrota en lo sustancial de ambas peleas), Moyano se llamó a silencio y no se habló más de una medida de conjunto. Su actitud, vinculada sin duda alguna a la gobernabilidad, se mantiene hasta hoy, cuando se lo puede ver comiendo asados en alguna sede sindical en Mar del Plata o cumpliendo sus funciones como presidente de Independiente…

Ahora comienzan los primeros tironeos por las paritarias de este año. Eso puede dar lugar a determinadas idas y venidas; incluso, si las cosas se ponen más al rojo vivo (es decir, ante cualquier giro en la crisis económica y social hasta ahora opacada por el caso Nisman), no se puede descartar alguna medida de fuerza como un paro general en la primera mitad del año. Más factible es algún conflicto por gremio; pero en todo caso habrá que ver cómo evoluciona la situación de conjunto.

Por otra parte, son también posibles duros conflictos por lugar, hasta porque es probable que en alguno u otro sector la patronal salga a nuevas ofensivas contra el activismo y la izquierda a propósito de las derrotas de Gestamp y de la derrota y lenta agonía que se vive en Lear.

Lo único que está de momento en el centro de la discusión de la burocracia, es su posible reunificación para recuperar capacidad de fuego en las negociaciones con el nuevo gobierno. Desde todos los sectores, oficialistas como Caló y opositores como Moyano y Barrionuevo, se pretende llevar adelante un “borrón y cuenta nueva”: un nuevo gobierno, una nueva discusión acerca de cómo acomodarse.

Aguardan ser solucionadas, además, algunas cuestiones de fondo como el “modelo sindical”, cuya evolución dependerá del color del nuevo gobierno. En la última década se ha acumulado una jurisprudencia laboral con rasgos “progresistas” (la jurisprudencia en torno a los despidos discriminatorios, en la cual nuestros compañeros del ALI cumplieron un importante papel) que complican a la patronal en su política de despidos, así como a la burocracia por su permanente orientación de ajustar cuentas con el activismo.

De haber un giro a la derecha en la situación del país, es probable que esta jurisprudencia, hija de la rebelión popular (y de ciertas condiciones internacionales), sea puesta bajo fuego: algo de esto ha ocurrido ya con el escandaloso incumplimiento de la conciliación obligatoria en Gestamp (y en las maniobras de Lear para no acatar la cautelar de la sala X). Una durísima pelea que está planteada desde ahora mismo para no perder las conquistas obtenidas en la última década.

El proceso mismo de la recomposición obrera es el que será puesto bajo fuego en el próximo gobierno, experiencia en el cual luchas como las de Gestamp y Lear dejaron enormes enseñanzas, a las que nos dedicaremos a continuación.

 

3.2 Gestamp y Lear como experiencias estratégicas

 

“Mientras no nos estorben dentro de la fábrica, nos vamos a quedar en el país” (Antonio Marín, director de Lear, 1 de febrero de 2015).

 

El año que pasó fue pródigo en enseñanzas dejadas por las luchas obreras de vanguardia; enseñanzas estratégicas para la izquierda. Sabido es que el año arrancó con la mayor devaluación y ajuste bajo los K, devaluación y ajuste que en gran medida pasaron sin dar lugar a ningún “Rodrigazo” (como auguraba el PO).

El gobierno pudo evitar perder el control de la coyuntura aunque fue desafiado (socialmente) desde la izquierda por dos paros generales controlados (aunque con piquetes de vanguardia de la izquierda de alto impacto), una huelga docente en provincia de Buenos Aires que se saldó con una suerte de empate y dos importantísimas luchas obreras: Gestamp y Lear, luchas dirigidas por la izquierda, el nuevo MAS y el PTS.

Nuestro partido salió desde el primer día a plantear la lucha contra el ajuste económico; eso nos permitió ubicarnos correctamente en el encuentro de Atlanta en marzo, dar una exitosa pelea por el acto unitario del Primero de Mayo, participar a la vanguardia en los piquetes de los dos paros generales, y, sobre todo, ubicarnos de manera correcta desde el inicio de la lucha en Gestamp.

Aquí sólo nos queremos detener en las enseñanzas generales de los conflictos de Gestamp y Lear, y lo que dejaron para las luchas futuras de la nueva generación obrera, no repetir todo lo que hemos escrito en el boletín, que cada día que pasa, en vez de ponerse viejo, adquiere más vigencia, por lo que remitimos a él.

Ambas luchas se perdieron luego de muy duras peleas acerca de las que llegó a referirse la flor y nata del gobierno (incluida Cristina en el caso de Gestamp). Fueron los dos conflictos emblemáticos del año. Es más: la ocupación parcial de Gestamp llegó a paralizar la industria automotriz en su conjunto por 4 o 5 días, algo histórico y que desató un amplio debate en la izquierda, que estuvo mayoritariamente contra la medida del puente grúa.

La pelea de Lear se hizo visible dada la inaudita duración del conflicto; una duración que fue más allá del momento “caliente” del conflicto, continuado en verdad como una campaña política por la reincorporación de los despedidos, y que ha tenido impacto mediático.

Sin embargo, la profundidad de la experiencia que llevó adelante el núcleo de trabajadores en lucha y las nuevas generaciones de nuestros partidos, así como las enseñanzas dejadas en cada caso, son cualitativamente distintas en los casos de Gestamp respecto de Lear.

En la primera se hizo valer la acción de un grupo de trabajadores que en medio del ajuste, del repudio popular por los despidos y del rol abiertamente pro-patronal y buchón de la burocracia Verde, ocuparon la planta por varios días como último recurso para intentar restablecer el vínculo con la base. Todos los compañeros conocen la historia de este conflicto, no la vamos a repetir aquí. Sí nos interesa subrayar el hecho que si bien el objetivo principal no se logró (la reincorporación de los despedidos), los compañeros de Gestamp dejaron como enseñanza la necesidad de plantearse la ocupación del lugar de trabajo como último recurso cuando lo que está en juego son despidos masivos.

Desde ya que no se trata de una tarea simple, ni de una receta para todo tiempo y lugar: sería un gravísimo error abordar esta medida así. También es verdad que en las condiciones de la vanguardia hoy, se trata de una medida “extrema” dado el legalismo que impera entre los compañeros.

Sin embargo, la propia agudización de la lucha de clases plantea que en algún momento comience a rasgarse (aunque sea en parte) el velo de este “legalismo” que domina la cabeza de los compañeros, tomando medidas que sienten las bases para la recuperación de los métodos históricos de lucha de nuestra clase.

La experiencia de Gestamp contrasta fuertemente con la de Lear, que a pesar de la resistencia del grupo despedido a lo largo de meses, tuvo el enorme déficit de no ir hasta el final por responsabilidad del PTS. Se hicieron caravanas y se cortó innumerables veces la Panamericana, lo que logró un importante impacto. Pero los despedidos nunca fueron el verdadero sujeto de las acciones, y se dejó perder de manera criminal la base de la fábrica, que fue retomada por el SMATA sin darse la pelea correspondiente.

El PTS “teorizó” acerca de que no importa si se pierde el pie dentro de la fábrica; que “da igual” pelear desde adentro que desde afuera; que es lo mismo si se rompe el vínculo con la base o no; que darle importancia a esas relaciones críticas de cualquier conflicto obrero sería hacer “sindicalismo”…

Como se trató de dos huelgas básicamente derrotadas, podría “relativizarse” el balance, pero eso sería un grave error. Porque las enseñanzas de uno y otro conflicto son muy distintas.

Nuestro partido hizo denodados esfuerzos por recuperar la relación con la base, apostando a que los mismos trabajadores fueran los protagonistas de la pelea. En ese camino logramos un hecho de impacto nacional, que fue obligar a Cristina a quejarse por cadena nacional de la paralización de la industria automotriz en su totalidad y ¡criticar a los obreros por seguir soñando “con la toma del Palacio de Invierno”!

El PTS despreció esta enseñanza elemental (la necesidad de hacerse fuertes dentro de la planta) y puso a su “partidito” como protagonista de los desarrollos, sin importarle el rol de los trabajadores.

Para colmo, salió a festejar un “triunfo histórico” que no fue tal, y que sólo sirvió para llevar más confusión: una confusión buscada consciente o inconscientemente, pero cuyo resultado es uno solo, esconder bajo el alfombra su estrategia fallida en la lucha: “Luego de 7 meses de lucha, y de un corte de Panamericana el día de ayer ante las maniobras dilatorias de la empresa, se concretó el triunfo histórico de los obreros de Lear, que ganaron el ‘conflicto del año’ contra la multinacional norteamericana, la burocracia sindical del SMATA y el gobierno”… (“Cómo hicieron los indomables de Lear para triunfar”, Fernando Scolnik, La izquierda diario, 22-12-14).

Pero la realidad es que, hasta ahora, los obreros de Lear no concretaron ningún “triunfo histórico”… Esto el PTS no lo ha dicho: ¡se dedicó a vender internacionalmente este balance, sólo para ahora esconder bajo la mesa la cruda realidad! La verdad es que respecto de lo que estaba en juego como reivindicación principal del conflicto (revertir los despidos en masa), esta lucha fue derrotada a finales de agosto, cuando se acabó la fase “caliente” del mismo, tal como dijimos en su momento.

Luego vino este largo período de campaña de un núcleo heroico de despedidos (que, lamentablemente, se fue desflecando de a poco), que con idas y venidas, pasos adelante y atrás, todavía no han logrado ingresar a la planta y nadie puede aventurar si lo lograrán.

De cualquier manera, la importancia de estas peleas para el proceso de la recomposición y el aprendizaje de nuestros partidos, es evidente: la nueva generación obrera y la nueva generación militante deberán sacar conclusiones de su experiencia, en un proceso de lucha de clases que seguramente se va a endurecer en el próximo período, acompañando el curso general del país.

 

 

  1. La campaña electoral

 

4.1 Un año electoral conflictivo

 

Las perspectivas de un año electoral “tranquilo” murieron junto con Nisman. El gobierno habría logrado capear el temporal de la primera devaluación y evitó una segunda. Esta circunstancia abrió cierto interrogante acerca de si se estaba, realmente, ante un fin de ciclo.

En el último CC del año pasado señalamos el cambio que había ocurrido en la coyuntura (que se había tranquilizado), pero planteamos que era apresurado dar por muerto el fin de ciclo.

La crisis política e institucional abierta por el deceso del fiscal, volvió a poner en el centro de la escena que se está realmente ante el final del ciclo K. Desde ya que no es descartable que Scioli logre una campaña competitiva; no hay analista que no destaque la importancia del “núcleo duro” del kirchnerismo.

Sin embargo, la crisis que se está viviendo vuelve a poner sobre la mesa todos los síntomas del agotamiento de un ciclo político que ha durado doce años, y la presión de un amplísimo sector burgués por imponer otra cosa.

Este elemento es uno de los componentes de un año que no será sencillo. Habrá que ver cómo sale el gobierno de este laberinto, algo que pudo hacer otras veces en su gestión. Habrá que ver, también, hasta qué punto la actual crisis lo ha debilitado: hay análisis disímiles entre los distintos “encuestólogos”.

Hay, al menos, dos graves fuentes de erosión del gobierno para este año que comienza. La primera, más estructural, y que en algún momento va a volver a incidir (a pesar del cuidado que tiene la burocracia para garantizar que el proceso electoral se desarrolle en orden), es el deterioro de la situación económica.

El gobierno tuvo éxito en que el año terminara tranquilo, sin los saqueos ni las huelgas policiales del año anterior. Sin embargo, a pesar de que la inflación se moderó en algo, pesa el deterioro salarial y la posibilidad de que recrudezcan los despidos. En esto las cosas son algo contradictorias: en la zona norte del Gran Buenos Aires parece que algunas plantas están comenzando a tomar personal, algo que podría significar, simplemente, cierta cobertura de vacantes en los planteles para poder comenzar la producción, mientras que de conjunto parece ser un año donde los despidos van a tender a incrementarse en relación al anterior.

En determinadas ramas como la automotriz, de tan mala performance en 2014, se supone que podría haber una recuperación. Pero de conjunto no se espera que la economía vuelva a crecer, razón demás para que el empleo no se recupere y más bien siga su deterioro.

En todo caso, seguramente, campeará el estancamiento. Pero también es importante tomar nota que ningún analista serio augura un desastre económico, como hemos planteado arriba. La economía transitará un nuevo año de mediocridad donde seguramente la patronal aprovechará para apretar el torniquete, hacer economía, racionalizar la producción, aumentar el ritmo de la cadena para los que permanezcan en los planteles.

De todos modos, la ronda de las paritarias va a meter presión. La burocracia en todas sus variantes se va a jugar a que el proceso electoral no descarrile. Pero se va a hacer visible alrededor de algunos reclamos como salarios o el impuesto a las ganancias. Incluso no se puede descartar por anticipado que algunos sectores se “salgan de madre”: que haya desbordes o algún conflicto independiente.

Pero si el vector económico-social fue el dominante durante el año pasado, este inicia por el lado de la pugna feroz entre los de arriba alrededor del caso Nisman. Cualesquiera sean las razones de su desencadenamiento, de cualquier manera lo que se abrió es una pugna entre los de arriba, feroz, que entra de lleno en el fin de ciclo y configura una crisis política de proporciones, como hemos dicho.

Una cosa hay que dejar planteada: si la actual crisis política confluyera con una económica y un salto en la conflictividad, en un escenario así, ya las cosas se pondrían al rojo vivo. En todo caso, difícilmente vayamos a transitar un año electoral sin sobresaltos.

 

4.2 ¿Cambio o continuidad?

 

Vayamos ahora, específicamente, a la campaña electoral. A vuelo de pájaro lo que se puede apreciar es que está corrida hacia la derecha, más aún con pleno impacto del caso Nisman. Pero incluso desde antes de la muerte del fiscal, había una suerte de consenso burgués de que hay que llevar las cosas a un territorio más normal en todo sentido: relación con los mercados, conflictividad, relación con el mundo, etcétera. Y los tres candidatos que más pesan (Scioli, Macri y Massa) expresan esto con claridad, más allá de sus matices.

Como decíamos, la denuncia y muerte de Nisman vienen a consolidar estas tendencias. Desde hace semanas no se habla de otra cosa. Amplios sectores de la burguesía tienen la expectativa de que esto sea el epitafio de los K. Otros, más cuidadosos, señalan que la traducción electoral de la actual crisis todavía no está clara, que el oficialismo pasó por otras crisis y sobrevivió, y análisis por el estilo.

Es verdad que el impacto electoral de la crisis alrededor de Nisman todavía es difícil de evaluar: puede generar tanto reflejos hacia la derecha como anti-políticos, o, incluso, de desborde por la izquierda a los K. Es prematuro saber cómo se va a expresar en las elecciones, hasta por el hecho de que el gobierno de todas maneras tiene capacidad de reacción y hace política, al menos para su público. Aunque por el momento no parece poder ir más lejos que esto: ha vuelto a quedar en minoría luego de que gracias a la polémica con los fondos buitre pareció recuperar amplios sectores.

A decir verdad, el que aparece fortalecido es Macri; los grandes medios le llevan agua a su molino cuando se muestran inclinados hacia la conformación de un gobierno no peronista: “La muerte de Nisman, por motivos políticos, puede desatar una ola antiperonista, como en 1983. Habrá que ver. Pero los gobernadores, cuando en la última reunión del Consejo del PJ firmaron el documento de apoyo a Cristina que les llevó Zannini, dieron un salto al vacío. El peronismo, que siempre acompañó al presidente hasta la puerta del cementerio, esta vez entró” (Adrián Ventura, La Nación, 4-2-15).

De todos modos, para las elecciones falta, y el tiempo siempre se encarga de poner las cosas en su lugar: para amplios sectores de masas los problemas “republicanos” importan poco respecto de los motivos económico-sociales. Así que habrá que ver cómo transcurre el año desde el punto de vista económico para sacar conclusiones definitivas acerca de las perspectivas electorales.

Claro que el escenario cambiaría si se diera una salida anticipada del gobierno; pero esto sigue siendo improbable: la oposición quiere esmerilarlo, no echarlo del gobierno, cuestión que podría abrir una caja de Pandora que no es de su interés, aunque un mal manejo de la crisis podría llevar a lugares insospechados.

Pero dejando de lado lo anterior que dependerá, en todo caso, de la evolución de la crisis, abordemos uno de los problemas de fondo en materia electoral: cómo se traducirá a la hora del voto, el balance que la población trabajadora tenga en su cabeza de la última década K. Es decir, la combinación de los elementos de cambio y continuidad.

Porque si es verdad que está madurando lo que podríamos llamar un “consenso conservador” entre amplios sectores de las clases medias y altas “caceroleras”, también es un hecho que el gobierno mantiene peso electoral entre amplias franjas sociales (sectores de los trabajadores, de la clase media “progresista” y populares del interior del país) y no está claro que dentro del cuarto oscuro, amplias porciones del electorado quieran grandes modificaciones…

Hay muchísima bronca, aunque siempre fluctuante, con un gobierno que acumula 12 años continuados de gestión. A pesar de esto, se puede decir que su record es increíble, sobre todo para las tradiciones inestables de nuestro país: tiene mucho apoyo para ser un gobierno tan longevo.

Las razones de fondo de este fenómeno son evidentes: sigue pesando en la Argentina la comparación con diez años atrás. Ese es un fenómeno específico y también expresión distorsionada de determinadas relaciones de fuerzas: amplios sectores no quieren perder lo poco conquistado, pero que parece enorme frente al desastre de los años 90.

El fenómeno que estamos señalando ocurre porque en la conciencia conviven dos aspectos contradictorios. Por un lado, se putea al gobierno por el salario, los despidos, la inflación, el deterioro de las condiciones de vida, etcétera. Pero a la hora del voto sigue pesando en determinadas franjas de trabajadores el recuerdo de década y media atrás, sobre todo de la falta de trabajo.

En esto se apoya la apuesta de Scioli. Va intentar capitalizar “lo mejor de los dos mundos”, por así decirlo: combinar el elemento continuista que pueda pesar en el voto de franjas de los trabajadores, con recuperar fracciones de las clases medias con la idea de que es “distinto a los K”, al tiempo que se ofrece como garante de la gobernabilidad frente a la burguesía.

Scioli tiene el karma (que a estas horas le está saliendo carísimo) de un continuismo demasiado marcado. Así y todo, dadas las condiciones más de conjunto, su apuesta electoral es fuerte; más aun si logra retener la flor y nata del aparato del PJ (salvo que nuevos giros en el caso Nisman se lleve puesto al oficialismo, algo difícil pero que no se puede descartar).

El otro gran candidato es Macri, cuyas acciones suben alrededor de la crisis actual. Su orientación es opuesta por el vértice a la de Scioli: una apuesta fuerte al cambio casi sin continuidad, y, más en su conjunto, al planteo que “el peronismo no va más”, “que tiene que haber un gobierno distinto a peronistas y radicales”. Su posición es fuerte entre las clases medias altas, tiene la simpatía de algunas franjas trabajadoras (“tiene guita, no va a robar”, “es empresario y sabe hacer las cosas” y argumentos por el estilo), y crisis como la de Nisman (que colocan en el centro el tema institucional) lo fortalecen.

Su punto fuerte es ser el candidato de la “normalidad” y del giro a la centroderecha más claro. Su punto débil parte precisamente de lo anterior: ¿cómo penetrar más en profundidad en el voto obrero? Otro elemento de debilidad es su poca inserción territorial, salvo que logre un acuerdo con una franja importante del radicalismo (Sanz), el otro gran partido burgués nacional del país, pero cuya crisis se asemeja muchas veces a una cuasi disolución.

Con los radicales lograría una territorialidad prestada; pero subsiste otro problema de importancia que es su relación con los sindicatos. Podría tener un aliado privilegiado en Moyano. Pero hay que ver cuánto duraría eso si se inclina, como es previsible, a un plan de ajuste ortodoxo y draconiano (hay que recordar que Moyano adelantó que el próximo gobierno deberá llevar a cabo un ajuste, y que habría que “poner el hombro” por el bien de la nación).

Con la crisis de Nisman está en la cresta de la ola el voto anti K, lo que parece beneficiar a Macri en estos momentos más que a nadie (cuestión a la que hay que sumarle su reciente acuerdo con Carrió). Pero subsisten debilidades estructurales en su candidatura y armado, que habrá que ver cómo logra resolver.

Massa luce, por ahora, debilitado, de ahí los planes de poner en la primera línea de su sector a Lavagna. Es fuerte, territorialmente hablando, en la provincia de Buenos Aires, un distrito nada menor. Pero sigue siendo débil en el interior del país, y le va a ser más difícil capitalizar la supuesta “ola antiperonista” que se ha desatado por el caso Nisman.

Su ubicación como un punto intermedio entre Scioli y Macri no parece ser en este momento lo más atractivo, aunque tiene a su favor un equipo de cierta importancia; de ahí la idea de que está armando un “gabinete en las sombras”, como diciendo “tengo equipo para gobernar”. Además, su relación con los sindicatos sería menos traumática que la de Macri: finalmente, es peronista y Macri no.

De cualquier manera, estos son los tres candidatos con más posibilidades, dentro de un contexto que parece volcarse hacia un clima electoral más conservador, aunque esto también hay que confirmarlo: que mucho del debate acerca de la crisis de Nisman se sustancie alrededor de los servicios de inteligencia no es una derivación hacia la derecha, sino hacia la izquierda.

Ahí es donde entra la crisis de la UCR y UNEN. Los radicales están partidos en dos porque no tienen una candidatura presidencial de fuste y tienen que encontrar algún “caballo ganador”. ¿Pero cuál? Ése es su dilema. La mayoría parece inclinarse por un acuerdo de segundones con el PRO. Pero una importante minoría quizá sueñe todavía con poder dirigir un UNEN más o menos unificado sin Carrió, ganándole la interna a Binner. Sin embargo, Binner del PS está mejor posicionado que los radicales para agosto, así que entre ir detrás de Macri o de Binner (un candidato presidencial sin aspiraciones reales de ganar la elección), seguramente una mayoría se incline por el primero.

En cualquier caso, Binner no está dispuesto a ir detrás del PRO. Más bien va a salir a consolidar un espacio de centroizquierda con una mitad del radicalismo o si fuera necesario, rearmar el FAP. Cuestión en la que habrá que ver cómo juega Solanas, un candidato minoritario pero con peso propio en el espacio de la “centro izquierda nacional”, que por declaraciones de Mazzitelli, del PSA, al parecer podría lanzarse al proyecto (junto con otros grupos centroizquierdistas) de intentar poner en pie una “Syriza a la Argentina”…

 

4.3 ¿Hacia una votación histórica para la izquierda? El giro a la derecha del FIT abre una gran oportunidad

 

Dado el panorama que acabamos de señalar, los golpes que está sufriendo el kirchnerismo y la crisis más general de la centroizquierda, a priori queda un espacio electoral de gran importancia para la izquierda; espacio que se agranda en determinadas provincias donde no existe prácticamente la centroizquierda (Salta y Mendoza, entre otras; habrá que ver los resultados de sus elecciones a intendente y gobernador).

Dentro de este panorama general no hay que perder de vista que su performance dependerá también de cómo decante electoralmente la crisis en curso, así como de la política de la misma izquierda frente a ella.

La fuente de los votos de la izquierda proviene, primero, de los sectores K que giran a la izquierda. Segundo, de la debilidad y “desfondamiento” de la centroizquierda; aquí no hay que perder de vista que, electoralmente, se da el fenómeno de un cierto corrimiento electoral a la izquierda en determinados países, como lo podemos ver con Syriza y Podemos, tributarios de la crisis de la vieja socialdemocracia (PASOK en Grecia y PSOE en España).

Sin embargo, en el caso europeo estos fenómenos son más tributarios de un voto “socialista” (aunque Syriza sea más antiajuste y Podemos más posmoderno, por así decirlo), mientras que en el caso del FIT está menos claro cómo va a lograr penetrar en el voto peronista de la clase obrera.

Es evidente que tanto el FIT como nuestro partido (en diversas proporciones), recogemos franjas del voto histórico de la izquierda así como de las generaciones quizá anteriormente K (incluyendo aquí votos de la nueva generación obrera de vanguardia). Pero el voto de la centroizquierda, sus motivaciones y naturaleza de clase son menos claras, y habrá que ver hacia dónde se inclina luego de una crisis como la actual, corrida hacia la derecha y sin participación de las masas populares por ahora “superestructural”.

La izquierda va a retener, seguramente, los votos de 2013 e, incluso por los factores nacionales e internacionales, la perspectiva es que los amplíe. Pero aquí se aplica, no mecánicamente, algo que seguramente al PO y al FIT se les escapa: para dónde vaya la lucha de clases y los fenómenos políticos, así como la política del propio FIT, influenciará seguramente en su voto y también en el nuestro. El giro a la derecha del FIT posiblemente nos esté abriendo una oportunidad política y también electoral de importancia, a la que tenemos que jugarnos con todo a aprovechar.

La izquierda podría ir a una votación histórica, votación en la que si logramos pegar con nuestra política electoral y hacernos ver (tarea que no hemos tomado con seriedad aún), podríamos compartir una parte proporcional de ese voto para el partido.

El hecho es que el FIT tiene una importante representación parlamentaria y podría consolidarla, aumentarla incluso. Esto plantea un terreno desigual de pelea con nuestro partido, sumándole que son un frente y nosotros casi seguramente participaremos en soledad de las elecciones.

Sin embargo, ya en las elecciones de 2013 logramos quedarnos con una franja objetiva de los votos estableciendo proporciones objetivas con el FIT, y eso lo hicimos participando sólo en cuatro distritos. Podríamos lograrlo nuevamente, pero de manera corregida y aumentada dado que vamos a las elecciones con candidatura presidencial, una enorme conquista del partido el año pasado.

En verdad, tenemos un conjunto de legalidades a ser aprovechadas que casi nos sobrepasan, pero son, objetivamente, herramientas al servicio de esta pelea que debemos aprovechar, así como el malestar con el FIT en determinados sectores y grupos de vanguardia que podríamos capitalizar con un planteo de apertura de nuestras listas. Si, además, logramos acertar en nuestros ejes políticos de campaña poniendo sobre la mesa una diferenciación en los hechos con el perfil del FIT, podríamos hacer una importante elección aun a pesar de las relaciones de fuerzas adversas con la cooperativa electoral.

Un primer signo de los desarrollos lo traerán las elecciones en la Capital Federal; también está la prueba electoral de Neuquén, lo que nos plantea el esfuerzo electoral simultáneo para el 26 de abril. Desde el punto de vista más general, se verá los resultados que obtiene el FIT en Mendoza y Salta.

Las perspectivas electorales de la izquierda son de mucha importancia para este año, y debemos pelear a brazo partido para que el partido pueda capitalizar una parte de ellas. El haber salido con fuerza el 1° de enero a la campaña electoral, nos dio una cierta ventaja, más allá de la carencia de medios, así que la tarea es salir con todo a una campaña electoral militante que tiene varias “paradas” pero cuya prueba decisiva se llevará adelante en las PASO del 9 de agosto.

 

 

  1. Una campaña electoral histórica para el Nuevo MAS

 

5.1 Un balance político muy positivo

 

El balance político del partido del año que pasó aparece muy sólido. Desde el principio salimos a plantear la pelea contra el ajuste económico, mientras que los componentes del FIT miraban para otro lado. Esto nos ubicó muy bien para el encuentro de Atlanta donde si no logramos ganar la votación, terminamos imponiendo en los hechos la realización del acto unitario del 1° de mayo, que sin lugar a dudas configuró un triunfo para el partido.

Luego se abrió un segundo período en la política del partido, que tuvo que ver con la intervención en la heroica e histórica lucha de Gestamp, una de las dos peleas obreras más importantes del año. El PTS se autoproclama con Lear, calificando ese conflicto como “el más importante del año”. Pero la verdad es que Cristina sólo habló de Gestamp y se llegó a la paralización de toda la industria automotriz por varios días; la crisis política que se llegó a observar en el gobierno cuando los compañeros bajaron del puente grúa con la conciliación en la mano, con Débora Giorgi (representante de las patronales automotrices en el riñón K), nunca se observó respecto de Lear.

El partido se jugó entero en esta pelea, hizo una experiencia estratégica de enorme trascendencia y también sufrió su desenlace. En una huelga durísima no cometimos errores de importancia, y esto no es cualquier cosa. Sí es real que pagamos caro la debilidad estructural del partido frente a un conflicto de esta magnitud, el no tener una orgánica suficiente para semejante lucha, como hemos señalado más arriba.

La derrota del conflicto, la traición de Calci, simultáneamente con la emergencia del conflicto de Lear, pusieron al partido bajo una intensa presión. El PTS salió a decir que “en Gestamp se hizo todo mal”, pero el partido apretó los dientes, ajustó cuentas sin chistar con Calci y salió a defender a muerte una orientación alternativa para Lear.

Con las derrotas de Gestamp y Lear se cerró otro período de nuestra política e intervención en el año; en nuestra actividad entre los trabajadores, salimos con éxito de las elecciones de ambas CTA (fue un acierto montar ambas listas), y luego hicimos un esfuerzo importante para las elecciones de Firestone.

En la última parte del año, pasamos a la ofensiva con Las Rojas y tuvimos el enorme triunfo de asistir al encuentro de Salta con Rocío Girat, una víctima del machismo en un caso de repercusión nacional, en nuestra delegación.

Nuestra participación en Salta con una delegación de esta jerarquía (más allá de los problemas numéricos que reenvían a los desafíos en materia de construcción partidaria), volvió a mostrar a Las Rojas como la organización más dinámica del movimiento de mujeres del país; no la más grande, pero sí la de mayor impacto en la actualidad y alrededor de la cual quedó planteado un debate acerca de qué iniciativa podemos tener este año para ampliar cualitativamente nuestra delegación al encuentro en Mar del Plata.

El año se cerró con un logro que es tanto político como constructivo: haber obtenido la legalidad nacional partidaria, lo que nos posibilitó realizar el acto en Callao y Corrientes. Mientras el PTS se dedicó a la campaña por los presos de Las Heras y luego se negó en redondo a ir hasta donde había que ir en la lucha de Lear y, por su parte, el PO corrió todo el año detrás del calendario electoral, nuestro partido dio respuestas políticas y de intervención correctas incluso en el terreno más difícil que es el de la lucha de clases directa como en Gestamp; un balance político correcto, muy sólido, que hace a los pilares y fortaleza política de nuestra organización y que en el 2014 tuvo un año sacrificado desde el punto de vista militante, pero muy positivo.

 

5.2 Una campaña educativa por la alternativa socialista

 

Partiendo de la experiencia acumulada, y del balance de las principales luchas del año, hay un problema que la izquierda no ha logrado resolver, y que en la medida que se vienen obteniendo altas votaciones, e inclusive una importante representación parlamentaria, agiganta las responsabilidades a la hora de precisar qué tipo de campaña electoral llevar adelante en momentos de un fin de ciclo “progresista”.

La izquierda viene de obtener importantes votaciones. Sin embargo, desde el punto de vista de la maduración política de una franja de nuestra clase, pocos progresos se observan a partir de la representación obtenida por el FIT. Conspira contra esto no solo que el proceso de reconstrucción de la conciencia política de la clase obrera, internacionalmente, no deja de ser trabajoso, sino también la orientación y política del propio FIT: el contenido rebajado de su propia política electoral.

La izquierda ha conquistado una franja electoral importante para sus patrones históricos, que podría ampliarse este año. Pero ¿cuál debe ser el objetivo a trazarse por parte de la izquierda en las elecciones que se aproximan? Sería un error que fuese, simplemente, sacar más votos y elegir más parlamentarios como un fin en sí (las derivas oportunistas de este enfoque se pueden ver en toda la actuación del PO en la actual crisis, así como en el que parece ser el perfil de la campaña del PTS en Mendoza: “sigamos haciendo historia”). Porque las transformaciones de fondo que pretendemos los revolucionarios no podremos lograrlas si al menos una franja de los trabajadores no avanza hacia posiciones de clase: una conciencia socialista. Esto lo hemos sufrido tanto en Gestamp como en Lear, donde el activismo se mostró luchador, antiburocrático, incluso simpatizante de la izquierda, pero con una conciencia extremadamente reivindicativa, casi sin componente alguno de una verdadera conciencia política, tendencias que se agudizan en la base obrera.

Es evidente que esta conciencia no avanzará en el vacío, sino por medio de una aguda lucha de clases. También es obvio que la prédica política que llevemos adelante los revolucionarios en una campaña electoral solamente puede sentar las condiciones y crear algunos de los presupuestos para un avance ulterior.

Pero sería el más crudo oportunismo volver a desaprovechar la instancia electoral, y el peso adquirido por la izquierda en el último período, para llevar adelante una participación electoral que, junto con estar incondicionalmente al servicio de las luchas que vayan a darse, impulsarlas y ayudar a su triunfo, así como al proceso más general de recomposición antiburocrática, no las aprovechemos para educar, en un sentido de clase, socialista, a franjas más amplias de los trabajadores.

La falta de una conciencia política sigue siendo una de las hipotecas históricas de la clase obrera en nuestro país, y hasta el momento las votaciones de la izquierda no parecen haber dado lugar a un avance perceptible en este terreno.

El FIT no da esta batalla; su perfil es estrictamente el de un “frente de izquierda” cuyo contenido clasista, de los trabajadores, e incluso socialista, está adelgazado. Para un perfil más “de los trabajadores” haría falta un mayor protagonismo político de sectores de la vanguardia obrera que no es el que está en curso en estos momentos; de ahí que las principales candidaturas recaigan en figuras partidarias.

Pero si ese protagonismo requeriría de un ascenso objetivo en las luchas, de una mayor maduración de la nueva generación obrera, sí es posible elevar la puntería superando el discurso puramente “reivindicativo de izquierda” característico del FIT (¡y ahora “cacerolero republicano”!), aprovechando el peso electoral para enriquecer una campaña cuyo perfil asuma un contenido socialista más definido.

Que coloque como una preocupación central la idea de que la clase obrera debe ser el actor, el sujeto de una transformación social, que vaya más allá de todas las variantes y gobiernos capitalistas como los K, Scioli, Massa, Macri o cualquier otro, y que se ubique desde el punto de vista de que, estratégicamente, la clase obrera es la que debe gobernar.

Que para hacerlo deberá asumir que ninguna solución vendrá desde afuera de su propio protagonismo, desde afuera de sus luchas, esperando que alguien le traiga la “solución” a sus problemas (¡recordar que esto era lo que históricamente se esperaba del peronismo!): la solución solamente podrá venir de su propia acción a partir de las peleas cotidianas, elevándolas al plano político por intermedio de sus organizaciones y partidos.

El FIT no ha estado a la altura de un desafío así. Ha presentado una alternativa de independencia de clase. Pero el carácter extremadamente reivindicativo de sus campañas, la idea de que el FIT como tal podría resolver las reivindicaciones de los trabajadores, el desaprovechar sistemáticamente los medios a su disposición para educar a la clase obrera en un sentido socialista, le otorgan un perfil muy rebajado a su actuación, que poco ha hecho para pelear por una elevación general de la conciencia de clase de los trabajadores, y que debe ser uno de los principal perfiles de la campaña electoral de nuestro partido, más necesario aún por el clima de fin de ciclo progresista que se está viviendo.

 

5.3 Un programa de transición político-electoral

 

Pero nuestra política electoral no se reduce al problema de la alternativa socialista. Si fuera así, si se enfocara solo en este aspecto global, pero despreciara todas las determinaciones más concretas (la necesidad de formular un “programa de transición político-electoral”), dejaría a nuestra campaña en un propagandismo ridículo y equivocado.

Ya desde el primer material de campaña formulamos el borrador de un primer “programa” o ejes político-electorales que debemos ir enriqueciendo con el diálogo de la campaña electoral, lo que requiere una elaboración específica incluyendo aquí la actividad de agitación y propaganda en las calles y las estructurales laborales y estudiantiles y, también, toda la rica especificidad que tiene la actuación en los medios masivos de comunicación, así como la elaboración de los spots y demás medios audiovisuales de campaña.

A este programa o ejes electorales les debemos agregar ahora toda la política específica que elaboramos para el caso Nisman: disolución efectiva de la ex SIDE y demás servicios secretos, comisión investigadora independiente y Constituyente.

Remitimos a lo escrito para no repetir. Pero es evidente que consignas como el aumento de salarios, la lucha contra los despidos, la derogación del impuesto al salario, la pelea contra el pago de la deuda externa, por el derecho al aborto, serán de enorme jerarquía en nuestra campaña.

Además, cada candidato y candidata tiene su perfil que “conecta” con un determinado “set” de consignas; así las cosas, además de la elaboración de la política electoral, también existe una tarea de “construcción” de figuras y candidatos tan importante hoy; una tarea en la que si bien venimos atrasados, hemos sentado algunas bases (en todas las regionales hay compañeros y compañeras que han venido asumiendo estas tareas; ver la experiencia de las elecciones de 2013, que tenemos que retomar).

Para profundizar en esta tarea que parte del hecho que, objetivamente hoy, para las más amplias masas, las organizaciones y su política se encarna en “figuras” y candidatos, el partido tiene que avanzar combatiendo su rasgo “infantilista de izquierda”; comprender que estas son las reglas de juego objetivas y que la construcción de figuras es imprescindible para llegar con nuestra política revolucionaria a más amplios sectores.

Nuestra política electoral combina elementos de un enfoque global (que se hace más necesario porque en esta campaña tenemos candidatura presidencial, que nos permite totalizar nuestra intervención de una manera que no podíamos hacer antes, y porque debemos establecer un perfil delimitado del FIT de conjunto), con los ya señalados ejes políticos más concretos y que también debemos bajar a tierra todo lo posible, encarnándolos en el perfil de cada candidato partidario.

 

5.4 Vamos por la pelea para superar el piso proscriptivo

 

Existe otro eje político específico importantísimo que queremos destacar aquí: la pelea por superar el piso proscriptivo. Esto nunca tuvo peso en el FIT, que tiene completamente adelgazado su perfil contra el régimen político, tendencia que se ha multiplicado por el hecho de que juntos pasan el piso proscriptivo. Este rasgo llega a ribetes vergonzosos, como por ejemplo no haber planteado una palabra de rechazo a las PASO establecidas por Macri en la Capital Federal, una medida antidemocrática. Sí han elevado la voz por los espacios gratuitos y el financiamiento electoral. Pero nada respecto de que la multiplicación sin fin de elecciones a gusto y piacere de los ejecutivos de cada distrito, avanzando en instrumentar internas proscriptivas en cada caso, hace a la evolución antidemocrática del régimen electoral en general.

Pero nosotros no somos el FIT; además de que la pelea contra la proscripción es una necesidad principista, el partido tiene esa espada de Damocles concretamente sobre su cabeza.

Por esto mismo, para las próximas elecciones en la Capital Federal y también para las PASO generales en agosto, debemos desarrollar la propaganda más pedagógica y enérgica posible para logar, junto con una franja política que nos vote por nuestras posiciones, una franja democrática más amplia que nos ayuda a romper el piso proscriptivo, posibilitar que la izquierda consecuente llegue a las instancias decisivas y tenga la posibilidad de elegir parlamentarios.

No vamos hacer aquí ningún pronóstico: es muy rápido para ello y el clima político electoral viene muy enrevesado. Sin embargo, obran los hechos objetivos de que en Neuquén y Córdoba quedamos muy cerca de superar el piso. También en Capital hicimos una muy buena elección: con 10.000 votos más podríamos pasar a octubre.

Así las cosas, la campaña democrática por romper el piso debemos tomarla con toda seriedad; este aspecto debe ser uno de los centrales de nuestro perfil y política electoral, porque está la posibilidad de superar la proscripción en determinados lugares (y, por qué no, de conjunto), lo que sería un gran triunfo para el partido sobre sus enemigos de clase y adversarios sin principios en la izquierda.

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