Por Roberto Ramírez



 

 

Opiniones, realidades y debates

 

El pasado 22 de enero, en un antiguo y tradicional hotel de La Habana, el giro de Estados Unidos en su política hacia Cuba comenzó a hacerse efectivo mediante la apertura de negociaciones entre dos nutridas delegaciones de ambos gobiernos. La agenda es vasta y algunos de los temas a considerar no son simples. Esto va mucho más allá del mero restablecimiento de relaciones diplomáticas. Un punto especialmente sensible y fundamental, como la liquidación total y definitiva del infame bloqueo, no va a ser por ejemplo la primera cuestión a resolver.

Asimismo, en Estados Unidos, la oposición a este giro, aunque ha quedado algo alicaída frente a un evidente consenso mayoritario tanto en el establishment del imperialismo yanqui como en la llamada “opinión pública”, no ha desaparecido y puede poner palos en la rueda. Además, su existencia y persistencia sirve al gobierno de EE.UU. como elemento de chantaje sobre Cuba. Es que una cosa es la demagogia “progresista” del discurso inicial de Obama –el “paso atrás” que se ve obligado a dar– y otra los “pasos adelante” que intenta a partir de allí. Es decir, como explicamos en la Declaración de esta edición, que Obama continúa tratando de lograr el sometimiento de Cuba, pero ahora por otros medios.

Esto confirma la importancia, para toda la izquierda, de tener claros los problemas y perspectivas, cuya trascendencia política van mucho más allá de una “pequeña isla”. Es que la Revolución Cubana de 1959 fue un hecho de significado y repercusiones políticas gigantescas, en Latinoamérica en primer lugar, pero también, en mayor o menor medida, en el resto del mundo.

Mucho después, Cuba apareció durante más de una década como la excepción ante la restauración capitalista desarrollada desde finales de los 80 en el resto de los países supuestamente “socialistas”. Esa restauración tuvo lugar bajo dos variantes políticamente diferentes pero en las cuales sus respectivas burocracias jugaron, de una u otra manera, un papel decisivo. Una variante fue la del “derrumbe” del régimen (URSS y Este de Europa). Otra fue la de conducción al capitalismo por el propio régimen burocrático (China y Vietnam).

Pero luego, finalmente, como señalamos en la citada Declaración, el proceso de restauración también comenzó a desarrollarse en Cuba siguiendo en cierta medida1 el segundo modelo, el de China-Vietnam. Y lo hace abiertamente a partir del VI Congreso del PCC (abril 2011). El giro de Obama intenta aprovechar esta ocasión, para capitalizarla en beneficio de EEUU y de su dominación imperialista. Por eso subrayamos que el “cambio” del imperialismo yanqui viene con una inmensa trampa.

En este contexto, es importante para las corrientes de izquierda, en especial las que nos reclamamos socialistas revolucionarias, ubicarnos con caracterizaciones y políticas adecuadas. Para ese objetivo, queremos contribuir fraternalmente con comentarios a posiciones asumidas por otras corrientes, en este caso la llamada “IV Internacional” (conocida también como Secretariado Unificado-SU) y la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT-CI), orientada por el PSTU de Brasil.

 

  1. El Secretariado Unificado: una crítica insuficiente

 

En “Cuba: une victoire et des risques – Déclaration du bureau exécutif de la IVe Internationale” (23-12-14), la dirección de la organización que agrupa esencialmente a las corrientes y militantes de la tradición de Ernest Mandel rompe un largo silencio en cuanto a tomar posición frente al curso de Cuba.

Es verdad que en su órgano internacional Inprecor y también en algunas publicaciones de sus organizaciones nacionales, espaciadamente han aparecido artículos acerca de la situación cubana. Pero se trata, casi sin excepción, de textos de muy diversos autores, gran parte de ellos no pertenecientes a la misma IV Internationale, que expresan las más diversas y contradictorias opiniones.

Esto, en sí mismo, no está mal. ¿Pero cuál es la opinión (u opiniones) de esta organización como tal? Y no sólo en cuanto a caracterizar la situación cubana sino, sobre todo, acerca de las propuestas políticas hacia los trabajadores, la juventud y el activismo de la isla, como de otros países en relación a Cuba. Sobre eso, no se hablaba una palabra. Más bien, se subrayaba explícitamente que no tenían nada que decir ni proponer.

Hace cinco años, en la presentación de una de esas recopilaciones de textos de otros autores, Inprecor reconocía honestamente: “Cuba no es un modelo, y no tenemos modelo a proponer en Cuba” (Inprecor, 567/568, noviembre/diciembre 2010). Pero, desde ya, no se trata de “modelos” sino ante todo de caracterizaciones y de políticas, que tampoco se expresaban ni “proponían”. Es decir, un vacío de opinión política que es extraño –por decir lo menos– en una organización presuntamente dedicada a hacer política. Si no estamos equivocados, el último documento de cierta importancia en relación a Cuba, fue la resolución “On the Cuban Crisis” (“Sobre la crisis de Cuba”) del XIV Congreso Mundial ¡de 1995!

Además, tradicionalmente, Cuba y la Revolución Cubana habían ocupado un lugar muy importante en todo sentido en el SU, desde sus concepciones teóricas más generales hasta sus políticas concretas… Sobre todo eso, en otras épocas, tuvo mucho que decir.

Ahora, la “Déclaration” del 23 de diciembre implica un cambio. Aunque restringida en el marco del giro de Washington y la reanudación de relaciones EE.UU.-Cuba, nos permite, por primera vez en mucho tiempo, tener una idea de qué sostiene el “Bureau exécutif de la IVe Internationale” en este tema.

 

Un punto de partida común y algunas diferencias

 

Partimos de una coincidencia en general con los compañeros sobre el carácter contradictorio de este evento, del giro de la política del gobierno de EE.UU., expresado en el título de la misma “Déclaration”: “Una victoria y los riesgos”. Por nuestra parte, esta contradicción de la realidad la expresamos hablando de “Un logro que viene con trampa”, poniendo más el acento en el segundo polo, el de los peligros que se abren.

Asimismo, coincidimos en subrayar la importancia del hecho que mencionamos al principio: que, en contraste con el resto de los países mal llamados “socialistas”, en Cuba no se produjo simultáneamente ni un derrumbe estilo Unión Soviética ni un proceso restauracionista como en China-Vietnam. Eso ha sucedido, como se señala, a pesar de que “la burocratización del régimen, el sofocamiento de las libertades democráticas y sus efectos sobre la movilización popular han pesado sobre la situación de la isla” (cit.)

Los compañeros explican esto por razones de importancia político-social indiscutible, con eje en el sometimiento colonial al imperialismo yanqui que la revolución de 1959 puso fin: “No se puede comprender esta resistencia sin tener en cuenta la dinámica antiimperialista, nacional, popular, de carácter socialista, de la revolución de 1959. Recordemos que la revolución cubana derribó a las clases poseedoras de la época. Si el régimen se ha mantenido es porque ha sido la expresión de esta formidable dignidad cubana, de esta aspiración profunda a la soberanía nacional y popular de ese pueblo, de esa formidable negativa a recaer en la situación anterior a la revolución, que había hecho de Cuba el burdel de EE.UU. La resistencia cubana no habría podido tener esa fuerza sin las conquistas iniciales de la revolución y una serie de logros sociales, sobre todo cuando se los compara con los otros países de Latinoamérica, en particular los niveles de salud y educación”.

En efecto, como explicamos extensamente en un artículo de años atrás, “Cuba logró resistir en medio de la debacle de los ex ‘países socialistas’. Valiosamente, la isla permaneció como una excepción. El resto, de distintas formas –unos cambiando el antiguo régimen político (la ex URSS y el Este europeo), otros manteniéndolo (China)–, fueron reabsorbidos completamente por el capitalismo (…). ¿Por qué no sucedió lo mismo en Cuba a inicios de los 90? Bajo la mirada superficial de periodistas, politólogos y otros charlatanes que zumbaban alrededor de la isla, hubiera sido lógico ese desenlace, teniendo en cuenta, además, las terribles penurias que esos años del ‘período especial’ significaron para el pueblo cubano.

“Pensamos que aquí se combinaron factores que, sintéticamente, hacen a la profunda legitimidad de la Revolución de 1959 y sus conquistas: en primer lugar, la independencia nacional. La restauración del capitalismo en esos momentos hubiese significado lisa y llanamente el regreso de Cuba al status de protectorado colonial, la vuelta a los tiempos de la Enmienda Platt”.2

Y esto no es retórica. Para dar un ejemplo, una de las medidas de Washington en las redobladas disposiciones anticubanas de los 90 fue la de confeccionar un catastro de las propiedades en la isla, para repartirlas entre la burguesía gusana de Miami y las corporaciones yanquis con reclamos contra Cuba, después que se produjese la “inevitable caída del castro-comunismo”.

Sin embargo, como también señalábamos en ese mismo artículo, la cuestión de la independencia nacional (y también de conquistas sociales en materia de salud, educación, etc.) eran motivos importantes, pero no las únicas razones. El otro motivo tanto o más poderoso fue que, en ese momento, los años 90, la restauración capitalista en Cuba implicaba un colapso político-social del régimen, en que la burocracia del PCC habría sido barrida y reemplazada por la poderosa burguesía cubano-norteamericana que tiene su capital en Miami, en la acera de enfrente de la isla. Subrayemos como decisivo este otro factor, porque muchas veces no se lo tiene en cuenta. La “Déclaration” que comentamos tampoco lo menciona.

Ni en los casos de China ni de la Unión Soviética –con todas las diferencias de sus respectivos procesos restauracionistas– se dio una situación semejante; obviamente, las relaciones de fuerza entre la isla de Taiwán (y su burguesía) y el inmenso estado chino no tienen comparación con las que existen entre EE.UU. y Cuba. Por el contrario, a esas burocracias (o como mínimo a sus capas dirigentes), mediante distintos mecanismos, la restauración se presentó como una colosal oportunidad de ascenso social, de pasar de administradores (privilegiados pero precarios) del estado, a la condición de propietarios privados; es decir, de burócratas a burgueses. Recordemos el lema de Deng Xiaoping, que comandó este proceso en China: “Hacerse rico es maravilloso”. Por el contrario, en ese momento, para la burocracia cubana la restauración no le traía maravilla alguna. Hubiera sido su fin, su muerte social (y hasta física, para más de uno), en los marcos de un nuevo régimen títere de Washington. La burocracia no tenía en esa situación otra alternativa que resistir o perecer.

En resumen: a diferencia de sus congéneres de la URSS y el Este europeo, por un lado, y de China y Vietnam, por el otro, la burocracia cubana en esos momentos no tenía nada que ganar sino todo que perder con la restauración. Pero hoy el panorama se presenta distinto. Si se coronan con éxito las negociaciones con Washington y se profundizan los avances del “mercado”, para buena parte de la burocracia cubana se abrirían finalmente de par en par las puertas del “país de la maravillas”. No el de la Alicia de ‎Lewis Carroll, sino el de Deng Xiaoping.

A este curso peculiar de Cuba contribuyó también decisivamente un grueso error del imperialismo yanqui, alentado por el lobby de la burguesía gusana, que nunca brilló por su sagacidad política. En vez de allanar los mecanismos para la restauración, lo que implicaba tender puentes y facilitar a la burocracia del PCC recorrer el camino de sus congéneres de los ex “países socialistas”, Washington jugó al “todo o nada”. Endureció al máximo las medidas contra Cuba, en primer lugar el infame bloqueo. Así, lo peor de la legislación anti-cubana que hasta hoy existe, es de los años 90 (como la ley Helms-Burton, de 1996) y no de los primeros tiempos de la revolución. Ésa fue la respuesta de EE.UU. a los primeros pasos de “apertura” de la burocracia, que su ministro de Relaciones Exteriores –Roberto Robaina, luego defenestrado por Fidel– describía así:

“En Cuba se está dando una apertura económica con plenas garantías para los inversionistas… Esta apertura es estratégica y se va ampliando y profundizando cada día más” (Granma Internacional, 16-11-94) Y Robaina, después de enumerar una larga lista de multinacionales, añadía en tono triunfal: “¡Son todos hombres de éxito en el universo de los negocios y están en Cuba! ¡Algunas de estas firmas tienen los capitales más fuertes del mundo y han confiado en nosotros!” Y ese mismo año, la revista británica The Economist –insospechable de veleidades “progresistas” ni procubanas– impulsaba en La Habana junto con el gobierno una reunión internacional bajo el lema: “Cuba: Open for Business” (Le Monde Diplomatique, agosto 1994).

Pero esos primeros pasos –al endurecerse EEUU y contestar reforzando las medidas anticubanas y el bloqueo– no fueron mucho más allá de inversiones en turismo y otros rubros limitados. Y lo mismo en relación con operaciones comerciales y financieras internacionales, igualmente obstaculizadas aunque no totalmente impedidas por el bloqueo imperialista. Desde Washington se hizo todo lo posible por poner trabas, lo que obligaba a la burocracia a defenderse haciendo un enroque que al mismo tiempo dificultaba seguir cursos como el de la URSS o China. En todo eso, fue decisiva, subrayamos, la actitud del imperialismo yanqui de apostar al “todo o nada”, algo que era a la vez inaceptable para gran parte del pueblo cubano, pero también para la burocracia… aunque por distintos motivos.

Sin embargo, desde entonces, el panorama ha cambiado. En los últimos años de Fidel al timón, la situación quedó como “en suspenso”, aunque bajo cuerda las relaciones mercantiles (legales o ilegales) y sobre todo las desigualdades sociales fueron avanzando.

Pero luego, con Raúl Castro, el VI Congreso del PCC (mayo 2011) votó los famosos “Lineamientos” que, bajo la retórica de la “profundización” o “renovación” del rumbo “socialista”, no podían disimular que se ponía abiertamente proa al capitalismo, con la consiguiente liquidación de lo que perdura de las conquistas de la Revolución de 1959. Hoy, la profundización y aceleramiento del giro restauracionista se vuelve aun más imperiosa, entre otros motivos por la crisis de Venezuela.

Efectivamente, el deshielo de la relación con EEUU puede precipitar ese curso restauracionista. Con eso cuenta el departamento de Estado cuando define correctamente a Cuba como país “en transición” –por supuesto, “en transición” al capitalismo–, lo que hace muy justificado el giro político de Obama. En ese sentido, coincidimos también en que “el imperialismo norteamericano no ha abandonad sus objetivos. Si la estrategia de confrontación político militar fracasó, intentará otra para reuperar a Cuba para su zona de influencia: ‘bombardear’ Cuba con mercancías y capitales norteamericanos (…). Y la resistencia a esta nueva estrategia puede ser más difícil qu a la que se desplegó en los últimos años” (“Déclaration”, cit.).

 

La necesidad de hablar claro… y de una política antiburocrática independiente

 

Pero, lamentablemente, en la “Déclaration” que comentamos, al pasar de las caracterizaciones al terreno de la política –que al fin de cuentas es lo que importa– el resultado no es muy feliz y comienza a llenarse de contradicciones, por decir lo menos.

Por un lado, como antes citamos, se alerta acerca de que “la burocratización del régimen, el sofocamiento de las libertades democráticas y sus efectos sobre la movilización popular han pesado sobre la situación de la isla”. Más adelante, advierte que se han “reforzado y cristalizado las desigualdades entre una capa dominante del aparato de Estado ligada a la jerarquía militar, que con frecuencia hace negocios con grandes empresas capitalistas multinacionales, así como aquellos que tienen acceso al dólar (privilegio de los que tienen parientes en el extranjero o trabajan en la industria del turismo o la biotecnología) y la gran mayoría del pueblo cubano (…). Estas desigualdades y el fortalecimiento de esta capa dominante pueden constituir las bases de una evolución al estilo vietnamita o chino, un capitalismo de Estado y un régimen burocrático autoritario del partido comunista, con características propias. Salvo que Cuba no es Vietnam, y mucho menos China. No es fácil de ver cómo un sistema tal podría asegurar la independencia nacional de Cuba Situada a 150 km de EE.UU., bajo la presión del imperialismo norteamericano y de la burguesía cubano-norteamericana de Miami, Cuba sólo podrá resistir con la movilización social y retomando el proyecto revolucionario (“Déclaration”, cit., subrayados nuestros)

¿Pero el “régimen burocrático autoritario del partido comunista” es un peligro sólo potencial, como lo es todavía una plena restauración capitalista al estilo China-Vietnam? ¿O ese régimen burocrático-autoritario es una realidad de muy larga data?

Es que la Revolución Cubana, más allá de su legitimidad y del inmenso apoyo popular de sus primeros tiempos, jamás tuvo un régimen de democracia obrera y socialista. El inicial bonapartismo “revolucionario” encabezado por Fidel Castro, fue rápidamente combinándose –en una simbiosis no sin contradicciones– con el petrificado modelo burocrático de los partidos “comunistas” de la URSS y el Este, que se desplomaría años después en Europa. Esto es importante subrayarlo. Si no se lo tiene en cuenta, la política se vuelve irreal.

Efectivamente, nos parece que ante la eterna (y actual) pregunta de ¿qué hacer? –o sea, ¿qué política?–, la “Déclaration” ingresa en una nebulosa de ambigüedades y contradicciones: “Sin embargo, el control estatal de estas nuevas relaciones comerciales –sostiene la “Déclaration”– es indispensable para dominar los efectos corrosivos de los flujos económicos y financieros capitalistas (…). Este control debe estar acompañado de la intervención popular activa, sobre todo dado que algunos sectores [¿sólo algunos sectores?] de la burocracia cubana pueden acomodarse a y beneficiarse de estos cambios (…). Ésta es ahora la cuestión clave. (…). Para luchar contra estos peligros, no hay otro camino que la movilización y el control popular, el control y la gestión de empresas por los trabajadores y sus representantes.

“Las tradiciones de luchas sociales y liberación nacional, como la existencia de partidarios de la autogestión social, a tono con la historia y la fibra libertaria de la revolución cubana, pueden constituir, incluso si esas corrientes son minoritarias, un punto a favor para el pueblo cubano. Hay que hacer conocer las posiciones y las experiencias de esas corrientes, que tienen ciertos relevos en el seno del PC cubano. Insistimos: para se saisir de la victoria actual protegiendo a la vez a la población de los efectos sociales de la presión capitalista norteamericana, no hay otro camino que favorecer la movilización popular y la constitución de una auténtica democracia socialista. Hace falta para eso garantizar la libertad de expresión y crear las condiciones de un debate democrático en todas las organizaciones populares de Cuba. Esto debe pasar por la organización de formas de pluralismo en el PC cubano y en el movimiento popular” (subrayados nuestros).

En síntesis: la “cuestión clave” sería el “control estatal” de las “nuevas relaciones” económicas y comerciales. Pero el Estado en Cuba (o en cualquier otro país) no es una abstracción. Hoy y aquí el Estado cubano, en concreto, es la burocracia del PCC, a la que se denuncia (correctamente) como prendida en los negocios con las “empresas capitalistas multinacionales”, sobre todo en sus cúpulas. ¿Esta capa privilegiada se va a “controlar” a sí misma?

Es verdad que, acto seguido, se recomienda que ese “control estatal”, sea acompañado de “la intervención popular activa”. Una especie de control a los burócratas que deberían a su vez controlar a los capitalistas. Pero esto suena a política-ficción. Porque si hay algo que ha caracterizado a estas burocracias y sus regímenes políticos (se trate de Cuba o del resto de los ex “países socialistas”) es que son, por principio, incontrolables. E incluso su “opacidad” es necesariamente aún mayor que la de los estados capitalistas “normales” (de por sí nada “transparentes”), ya que sus privilegios y ganancias todavía son de hecho “ilegales”. Precisamente para eso, para que nadie controle ni sus actos, ni sus ingresos y privilegios, no estableció como régimen político la democracia obrera y socialista sino dictaduras burocráticas.

Pero lo más cuestionable es la conclusión política final. Todo debe pasar, al fin de cuentas, por el Partido Comunista Cubano, es decir el partido de la burocracia. La “movilización popular”, la construcción de una “auténtica democracia socialista”, las “garantías de libertad de expresión”, el “debate democrático en las organizaciones populares”, todo eso “debe pasar” por la “organización de formas de pluralismo en el PCC” (!!!).

Por supuesto que hay apoyar decididamente, sin ningún sectarismo, el derecho de los (pequeños) sectores críticos de miembros del PCC, principalmente intelectuales, a expresar públicamente sus discrepancias y propuestas. Hay, efectivamente, tanto dentro como por fuera del PCC, personas y grupos reducidos que hoy se atreven, con mayor o menor osadía, a hacer críticas y algunos a sostener posiciones por izquierda. Normalmente, la burocracia censuraba y hasta reprimía estas expresiones, tratando a la vez de calumniarlos y amalgamarlos con los opositores de derecha sostenidos política y financieramente por EE.UU.

Pero la crisis y el hecho de que el régimen está hoy lejos de gozar del fervoroso apoyo de masas de otras décadas lo han obligado a aflojar algo las mordazas. De esa forma, hay grupos como el organizado alrededor del ex diplomático Pedro Campos Santos, sitios web como la Red de Observatorio Crítico, así como ciertas voces disidentes dentro del PCC (como los intelectuales de la revista Temas y otros), pero también fuera del partido único. Esto se ha combinado simultáneamente con operativos para tratar de encauzar las voces críticas, en concierto con la Iglesia Católica (aunque en esta sociedad “non sancta” han aparecido síntomas de crisis últimamente).

Sin embargo, precisamente porque todo eso es valioso y alentador, aunque simultáneamente sea débil y confuso en muchos sentidos (entre esas confusiones cabe señalar a los “partidarios de la autogestión social”), la posición de los revolucionarios no puede ser la de que todo debe correr dentro de los cauces del partido de la burocracia. No hay razón alguna para renunciar a uno de los puntos programáticos fundacionales de la IV Internacional –de la que los compañeros se reclaman continuadores–: el rechazo al sistema de partido único, y con más razón cuando es impuesto desde arriba por una burocracia. Por el contrario, más que nunca en el caso de Cuba es necesario sostener la consigna del Programa de Transición de 1938 de “legalidad de todos los partidos soviéticos”. Esto hoy, en Cuba, significa concretamente la legalidad de todos los partidos y corrientes políticas que estén contra el imperialismo yanqui y la restauración capitalista.

Insistimos: más que nunca, por el carácter de la nueva etapa abierta, es necesario levantar la bandera del socialismo revolucionario. Y para que eso no sea una abstracción, implica la construcción de una alternativa marxista revolucionaria independiente del PCC.

Esta alternativa es doblemente imprescindible. En primer lugar, frente a la burocracia agrupada en el PCC, que además se ha embarcado en el proyecto de restaurar el capitalismo, camino que tarde o temprano llevará a la sumisión a EEUU. Pero también es necesario para enfrentar la alternativa de las “disidencias” proyanquis. Éstas aparecen hasta ahora orgánicamente débiles. Sin embargo, el curso iniciado por el giro de Obama puede abrirles márgenes mayores, en la medida en que EE.UU. deje de aparecer como enemigo frontal de Cuba (a eso apuestan explícitamente los documentos del Departamento de Estado). Lo mismo podemos decir de los proyectos políticos alentados desde la Iglesia cubana, que desde hace años trabaja en sintonía con los Castro, aunque esto parece deteriorado últimamente.

Es desde esa necesidad imperiosa de un partido obrero marxista revolucionario y antiburocrático que habrá que determinar las tácticas, ya sea en relación a los críticos al interior del PCC como a los “partidarios de la autogestión social” y otros sectores por fuera de él.3

En esa dificilísima tarea será necesario, por supuesto, evitar todo sectarismo. Pero también hay que tener presente que no todo lo que brilla es oro. Tampoco todas las movidas desde sectores críticos de la burocracia e independientes de EEUU son automáticamente correctas o progresivas.

Por ejemplo, el CEEC (Centro de Estudios de la Economía Cubana, de la Universidad de La Habana) produce estudios críticos serios, donde queda al desnudo el desastre de la administración y “planificación” burocráticas… pero su remedio es privatista: empresas “autónomas” más el mercado como “coordinador”.

Subrayamos también esto en relación con muchos de esos “partidarios de la autogestión social” que menciona la “Déclaration”.

Al destructivo y casi absoluto estatismo stalinista que cultivó la burocracia cubana en sus buenas épocas, algunos le contraponen “novedosos” organismos de “autogestión social”. Pero en verdad, en la mayoría de los casos, no son más que simples cooperativas u otras formas de pequeñas o medianas empresas, como las que sobreviven en infinidad de países capitalistas en los huecos que dejan las grandes corporaciones.

Dentro del curso restauracionista en marcha, hay lugar (y hasta necesidad) para esos organismos, que pueden tener la semi-propiedad usufructuaria o incluso la propiedad plena en tal o cual sector, que sea preferible dejar operar por fuera de las grandes empresas estatales. Los discursos “libertarios” y “anarquistas”, más allá de las buenas intenciones antiburocráticas de sus recitadores, pueden servir de cortina de humo de algo que en verdad canaliza un aspecto del proceso restauracionista.

En ese sentido Samuel Farber –en el citado “The Future of the Cuban Revolution”– advierte con razón: “Un subproducto desafortunado de la insistencia en la autogestión local ha sido la ceguera que impide ver al elefante que hay en la habitación: el Estado de partido único que lo controla y lo abarca todo. En consonancia con esta actitud, los debates sobre la autogestión suelen ignorar la necesidad de una planificación a escala nacional y el hecho de que el PCC monopoliza esa planificación y lo seguirá haciendo mientras no se suprima su monopolio político.

“La experiencia yugoslava del siglo pasado enseña que la auténtica autogestión a escala local sólo puede funcionar de verdad cuando hay una planificación que incluya la participación democrática local de los trabajadores, pero que tenga un alcance nacional, en vez de una dirección de la economía basada en los dictados del Estado de partido único y/o del mercado. Las decisiones relativas a cuestiones vitales como la acumulación y el consumo, los salarios, los impuestos y los servicios sociales afectan al conjunto de la sociedad y limitan significativamente el alcance de las decisiones tomadas en cada centro de trabajo” (Farber, cit., subrayados nuestros).

Resumiendo: ¿cuál debe ser el eje de nuestro programa? ¿Control sobre la burocracia, operar sólo en los marcos del PCC, o un cambio revolucionario de régimen político-social? Es decir, pasar de un régimen burocrático a una democracia de los trabajadores y socialista.

 

Necesidad de una alternativa política socialista revolucionaria

 

Por esos motivos, ratificamos la necesidad de una alternativa política socialista revolucionaria. Pero, al mismo tiempo, esto no se presenta nada fácil.

Décadas de régimen burocrático han dejado saldos muy negativos. Uno no menor es el de haber puesto patas arriba las concepciones del socialismo y el marxismo, de haberlas caricaturizado y mancillado a los ojos de la clase trabajadora y las nuevas generaciones. Aunque esto en Cuba quizá se ha dado en grado menor que en Europa del Este y la ex Unión Soviética, el reinado de las confusiones ideológicas de todo tipo es inevitable.

Esto ha generado, por ejemplo, regresiones como la resurrección del anarquismo en sectores de la vanguardia. Este “neoanarquismo” está por detrás, ideológicamente, de la movida autogestionaria. En Cuba, como en otros países latinoamericanos, el anarquismo fue históricamente la corriente dominante al iniciarse el movimiento obrero. La burocracia, al mancillar al socialismo y al marxismo, ha facilitado esta resurrección… que además no le implica amenaza real alguna.

Estas dificultades se combinan, como en otras experiencias, con el hecho de que el sistema burocrático favorece la atomización de la clase trabajadora y los sectores populares. Los organismos de la clase trabajadora, sean políticos o sindicales, y en general, de los sectores populares y juveniles quedan vaciados de contenido y transformados en meros instrumentos de control de la burocracia.

Al mismo tiempo, actúa la fuerte presión disgregadora de la pelea individual de todos contra todos para sobrevivir, lo que se ha acentuado con el progreso notable de las desigualdades sociales, que es también otra de las apuestas de Washington para que esto desemboque en la formación de una burguesía comme il faut (“como corresponde”)

Esta pelea de todos contra todos es lo que en Cuba popularmente se llama “la lucha”. En “la lucha” se combinan el escaso afán en el trabajo “oficial”, el robo de la propiedad estatal (que ya pocos ingenuos consideran como propiedad de todos), los mini (o maxi) negocios legales o ilegales, los sobornos y las mil trampas para burlar las tupidas redes de prohibiciones acumuladas en tanto tiempo.

Todo eso es un factor disgregador de primer orden, que en las experiencias restauracionistas precedentes fue importante para impedir a los trabajadores actuar e intervenir políticamente como clase, para atomizarlos en lo político, más allá de algunas luchas reivindicativas.

Tener presente estas dificultades no debe generar, sin embargo, ningún fatalismo pesimista. El “retardo” de casi veinte años de Cuba en relación al resto de los ex “países socialistas” coloca a su proceso restauracionista en un contexto mundial muy distinto: de crisis y desilusión generalizada respecto del paraíso neoliberal de los 90, que resultó ser un infierno para las masas trabajadoras, y al mismo tiempo de un recomienzo de las luchas obreras y populares en muchos países.

Cuba, además, es parte de América Latina, un continente cruzado en el siglo XXI por rebeliones populares que, sin llegar a ser socialistas, fueron más allá de procesos parecidos de Europa o Medio Oriente.

La cuestión antiimperialista, en relación con EE.UU. especialmente, es también otro punto candente. Es que la restauración capitalista difícilmente pueda consumarse sin una restauración también de la dependencia, en mayor o menor grado, de EE.UU. y otros centros del capitalismo mundial.

Por esos y otros motivos, sería apresurado dar por finalizado o irreversiblemente definido un proceso de cambios que la burocracia pretende llevar a la restauración del capitalismo. Pero, al mismo tiempo, no hay que engañarse sobre el grado cada vez mayor de su avance ni menos alentar esperanzas en que desde el PC cubano –más allá de algunos honestos y valiosos críticos– vaya a surgir la fuerza que revierta este curso.

Las esperanzas en una salida socialista e independiente del imperialismo y la burocracia restauracionista del PCC la marcan hechos reveladores de que también está naciendo algo nuevo: “Miembros de la Red de Observatorio Crítico y otros jóvenes de izquierda han desarrollado interés en los años recientes en las ideas revolucionarias, en un rango que va desde el anarquismo a varias corrientes revolucionarias del socialismo, desde la tradición ‘antipartido’ del Comunismo Consejista al trotskismo. (…) En el Primero de Mayo de 2010, los grupos críticos se unieron para marchar juntos con pancartas que proclamaban: ‘Abajo la burocracia – Vivan los trabajadores – Más socialismo’ y ‘Socialismo es democracia – Abajo la burocracia’…” (Samuel Farber, “Cuba Since the Revolution of 1959”, Chicago, Haymarket Books, 2011, p. 261). Esto es muy incipiente, pero su sola existencia marca que puede estar germinando otra alternativa.

 

  1. El enfoque unilateral de la LIT-CI

 

Entre la diversidad de opiniones y puntos de vista sobre el giro de EEUU y Cuba, hay dos extremadamente opuestas, pero que comparten una metodología común: la simplificación extrema, y por lo tanto incorrecta, de realidades que son bien complejas y además están hoy en movimiento, en procesos de cambio.

Una de esas posiciones fue la del Partido Obrero (PO) de Argentina. Es breve para analizar, porque logró sintetizarla en una sola frase: “David venció a Goliat”. Por supuesto, David es Cuba, y Goliat, el imperialismo yanqui.

Literariamente, la frase es bonita. Pero, lamentablemente, es falsa. La realidad de hoy, de Cuba-EEUU, tiene poco que ver con ella. Según la leyenda de la Biblia, el triunfo de David fue cortarle la cabeza a Goliat… y punto. No comenzó con Goliat y los filisteos una trabajosa negociación, que además no se sabe en qué va a terminar. Por lo pronto, el bloqueo del Goliat imperialista a Cuba aún no se levantó formalmente.

La declaración de la LIT(CI) “Sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU”, del 21-12-14, hace una simplificación parecida pero en sentido opuesto. Casi habrían podido titularla así: “¡Lo dijimos! ¡Goliat venció a David! ¡No hay nada que celebrar, todo está peor!”

Esta simplificación es aún más alejada de la realidad que la del PO, que por lo menos parte de un hecho cierto aunque lo exagera a tal punto que lo falsea. En cambio, el punto de partida de la LIT(CI) es la de cerrar los ojos ante un hecho real, que el imperialismo yanqui dio un paso atrás en medidas brutales de agresión contra un pequeño país latinoamericano que en su momento se atrevió a desafiarlo. Para la LIT(CI) ese paso atrás no significa nada. O, peor aún, será automáticamente dañino –“tendrá severas consecuencias”– para el pueblo cubano:

“Las corrientes de izquierda que saludan estas medidas como ‘una victoria’ están ayudando a disfrazar una política que tendrá severas consecuencias para el pueblo cubano. La LIT-CI no se suma a ese coro: opinamos que, lamentablemente, no fueron las décadas de lucha del pueblo cubano las que terminan con el bloqueo sino la restauración del capitalismo en Cuba. Este acuerdo beneficia al imperialismo y a la nueva burguesía cubana formada a partir del gobierno castrista.”(LIT-CI, cit.)

Desde ya, como alertamos en nuestra Declaración, el imperialismo da un paso atrás para dar dos adelante: “El imperialismo deja el arma del bloqueo porque, efectivamente, ‘es obsoleta y ha fracasado’ [¡Palabras del propio Obama!]. ¡Pero lo hace para empuñar otras armas, que amenazan ser más efectivas y eficaces! Obama da un imprescindible paso atrás, para intentar dar dos pasos adelante. ¡El levantamiento del bloqueo es un logro, un triunfo, pero que viene con trampa!” (“Cuba: giro de Estados Unidos – Un logro que viene con trampa”, Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 17-12-14).

Pero a esa trampa –esos dos pasos adelante que pretende dar Obama a partir de allí– no se la puede enfrentar eficazmente desde la posición disparatada de negar el otro costado fundamental de esa realidad: que el imperialismo se vio obligado a un retroceso, al fracasar rotundamente lo que fue el eje de su política durante más de medio siglo, el bloqueo. No se puede establecer ningún diálogo, ni con la vanguardia latinoamericana ni con el activismo independiente que comienza a despuntar en Cuba, si no se parte de esa realidad, con todas sus contradicciones.

No ver eso no sólo es simplificar peligrosamente las contradicciones y matices de la realidad sino también es una traba para alertar que el imperialismo cambió el palo por la zanahoria… manteniendo por supuesto los mismos objetivos.

 

Dar por consumada la restauración tampoco ayuda a enfrentar a la burocracia cubana

 

El método de simplificar –o más bien de trivializar la realidad– aparece también en otra de sus tesis fundamentales, que “la restauración capitalista ya se produjo también en Cuba” (LIT-CI, cit.). Esto esconde una doble equivocación. Veamos la primera. Supongamos que sea cierto, que el capitalismo fue restaurado en la Isla hace ya largos años, como sostiene la LIT(CI). ¿Eso significa que debíamos ser indiferentes al bloqueo y otras agresiones de EEUU, y ahora restar importancia a que el imperialismo haya dado marcha atrás en eso?

Sea cual fuere la sociedad, el régimen político e incluso el gobierno de un país como Cuba, entendemos que hay que defenderlo incondicionalmente de los ataques del imperialismo. Y si después de un largo tiempo el imperialismo retrocede, eso es un logro indiscutible. A partir de allí hay que estimar sus dimensiones, sus luces y sombras, sus peligros, las maniobras traicioneras del imperialismo, etc. ¡Pero no se puede empezar por despreciarlo y negarlo!

El segundo equívoco es la restauración capitalista. Para la LIT-CI ya se produjo hace dos décadas. Concretamente, por diversas leyes y medidas dispuestas a mediados de los 90, “Cuba dejó de ser un estado obrero y pasó a ser un país capitalista en rápido proceso de semicolonización… En este marco, la cúpula castrista se ha ido transformando en socia de los capitales extranjeros, garantizándoles sus negocios y, a la vez, enriqueciéndose con ellos a través de las empresas estatales y de su participación en las empresas mixtas…” (LIT-CI, cit.).

Aclaremos, en primer lugar que Cuba jamás fue un “estado obrero”, por el simple motivo de que la clase obrera y sus organizaciones sociales y políticas, a diferencia de la Revolución Rusa de 1917, no jugaron un papel central (ni menos aun hegemónico) en la revolución de 1959 ni tampoco luego, tras la organización del nuevo estado.

Sin embargo, lo importante es que la LIT-CI tiene una concepción vulgar acerca del capitalismo, el socialismo, el estado, el mercado y la transición. Tácitamente, su concepción es que cuando hay más “estado” y menos “mercado”, hay más “socialismo”. Viceversa, si hay más “mercado” y menos “estado”, vamos hacia el capitalismo. Por eso, para probar que Cuba ya es capitalista desde hace 20 años, enumera diversas leyes de inversiones extranjeras, de usufructo (no propiedad plena) de la producción agrícola, etc., etc. Leyes en las que indudablemente el “mercado” avanza sobre el “estado”. Pero medir las cosas así es adoptar parámetros y categorías de comentaristas de televisión, no del marxismo.

Acotemos al margen que para Trotsky el mercado jugaba un papel fundamental e imprescindible en la transición al socialismo, transición que definía como una combinación de democracia obrera, planificación estatal y mercado. Fueron las burocracias (que no pueden tolerar la democracia obrera) las que rebotaron de crisis en crisis, al oscilar entre un estatismo burocrático absoluto o, al fracasar eso, ceder a las inevitables presiones del mercado (nacional y mundial). La “solución final” fue la restauración capitalista, en la que Cuba está embarcada tardíamente.

Para despejar falsas discusiones, digamos que es indudable, como expresamos más arriba, que con el VI Congreso del PCC de 2011, la burocracia cubana votó el giro hacia a la restauración, por vía de un capitalismo de Estado inspirado en los ejemplos de China y Vietnam (ver al respecto “La crisis terminal del ‘modelo’ cubano”, de M. Yunes, en Socialismo o Barbarie 25). El curso restauracionista adoptado es obvio y sin duda ha avanzado, aunque la burocracia cubana y sus seguidores en el resto del mundo lo adornen con flores rojas.

Es que un verdadero “restaurómetro” no puede ser economicista; no consiste en medir las proporciones de “mercado” y “estado”. La clave es social: la formación de una nueva burguesía cubana, a partir principalmente de los altos administradores de las empresas estales en combinación con el capital extranjero y sectores burgueses menores, nacidos del nuevo sector privado. A eso apuesta, expresamente, el documento del Departamento de Estado que en diciembre pasado fundamenta el giro de Obama.

Es difícil medir con exactitud este desarrollo, en primer lugar porque la burocracia se esfuerza por esconder sus procesos de acumulación. Pero, aunque eso sin duda avanza, no podemos decir que la restauración capitalista se haya consumado (¡y menos en 1995!). Aquí actúan varios factores, sordas peleas en el seno de la burocracia (que reflejan a ganadores y perdedores del curso al capitalismo)4, presiones de descontento aunque aún no se expresen en movimientos y protestas, y también el hecho de que repetir el vertiginoso ascenso de China y Vietnam de hace veinte años no parece tan al alcance de la mano, en la actual situación mundial. Así, los resultados finales del gran emprendimiento de la zona de Mariel, que apunta al mercado mundial, son todavía un signo de interrogación.

Lo que nos parece es que la actitud de los compañeros de la LIT(CI) de dar todo por perdido en Cuba, hasta el  punto de compararla con Argentina bajo la dictadura militar de Videla (en el Boletín Electrónico LIT-CI Nº 125, 15-3-10, se definía a Cuba como “una dictadura capitalista” como la de “Argentina en 1976-82”), no refleja la realidad ni menos ayuda a tender puentes con una vanguardia independiente que comienza a expresarse con alternativas de izquierda.

 

 

 

  1. Subrayamos esta relativización, porque la burocracia cubana, aunque ha avanzado mucho en ese sentido, no ha logrado recorrer aún todo el camino restauracionista que hace décadas consumaron sus modelos de China y Vietnam, y habría además diferencias no saldadas. Los motivos de este “retraso” los analizamos muchas veces y ahora los sintetizamos en este artículo y también en la declaración “Cuba: giro de Estados Unidos – Un logro que viene con trampa”.
  2. Roberto Ramírez, “Cuba frente a una encrucijada”, Socialismo o Barbarie 22, noviembre 2008. Aclaremos que la “Enmienda Platt” fue una parte de la Constitución cubana impuesta por EEUU, que convertía de hecho a la isla en un protectorado colonial. Entre otras cláusulas infames, establecía el derecho de EEUU a supervisar las finanzas del nuevo estado “independiente” y a intervenir militarmente para garantizar “el mantenimiento de un gobierno adecuado”. Aunque en 1934 fue anulada en la letra, siguió rigiendo en la práctica de los gobiernos cubanos hasta la revolución de 1959. No se puede entender nada de las raíces profundas de la Revolución de 1959 ni de la resistencia cubana al imperialismo yanqui, sin tener en cuenta este grado de sometimiento colonial, que ha sido excepcional incluso en comparación a las semicolonias de Washington en el resto de América Latina y el Caribe.
  3. Sobre la oposición independiente en Cuba, ver de Samuel Farber, “The Future of the Cuban Revolution”, Jacobin, 5-1-14.
  4. Sobre las peleas al interior de la burocracia, ver Farber, “Tendencias políticas en la Cuba de hoy”, Viento Sur 136, octubre 2014.

 

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