Por Ale Kur
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El 13 de junio asumieron los nuevos alcaldes surgidos de la votación general municipal del 24 de mayo. Como explicamos en otras notas, el 24 M fue un terremoto político que terminó con los gobiernos del PP en muchas ciudades.
Uno de los casos más resonantes es el de Cádiz, ciudad portuaria que pertenece a la Comunidad Autónoma de Andalucía. Allí asumió el gobierno municipal José María González (“Kichi”), miembro de la agrupación Por Cádiz sí se puede (la plataforma municipal bajo la cual se presentó Podemos), dando por tierra con 20 años de gobierno del PP.
El caso de Cádiz se convertirá por lo tanto en un caso testigo sobre la orientación política que adopte Podemos al frente de una instancia de gobierno. Pero hay también otro hecho muy significativo: el alcalde electo forma parte de la corriente Anticapitalistas. Se trata de un grupo de origen trotskista, vinculado con el Secretario Unificado de la Cuarta Internacional.
Hasta enero de 2015 este grupo formaba parte de Izquierda Anticapitalista, partido que (a propuesta de su dirección) votó mayoritariamente disolverse con el objetivo de poder integrarse plenamente a Podemos.
Por lo tanto, el caso de Cádiz también será un caso testigo de la política votada por la mayoría de la IA, de disolver un partido revolucionario al interior de una formación “amplia” de contenido reformista.
El “municipalismo reformista”
Cádiz es una ciudad duramente golpeada por las políticas de austeridad promovidas desde todos los niveles del Estado español: desde el gobierno nacional del PP, pasando por la Comunidad Autónoma de Andalucía y por el propio Ayuntamiento. Se caracteriza por altísimas tasas de pobreza (más del 20 por ciento) y de desocupación (más del 40 por ciento, y del 70 en el caso de los jóvenes). Los “desahucios” (desalojos) son moneda corriente, planteando una aguda crisis habitacional. Se trata de uno de los exponentes más claros de la grave situación social atravesada por España, y que provocó el estallido del movimiento de Indignados en 2011.
En ese marco, la derrota del PP sin duda refleja un importante avance en la conciencia popular, y significa una búsqueda por parte de los trabajadores, la juventud y todos los sectores oprimidos para romper con su desesperante situación. Por eso mismo el triunfo de Podemos fue asumido como propio por miles de personas, y la asunción de “Kichi” fue festejada en las calles multitudinariamente con el canto “¡Sí se puede!”.
Sin dejar de reconocer todo esto, es necesario detenerse a analizar la orientación política propuesta por Podemos para Cádiz, que no se diferencia en nada sustancial de la orientación sostenida a nivel nacional.
En la plataforma electoral de Por Cádiz sí se puede se pueden leer sud lineamientos principales. Está dividida en tres secciones: la primera desarrolla la “participación ciudadana”; la segunda, el “uso social de la ciudad”, y la última, el “bienestar ciudadano”.
Una caracterización de conjunto de la plataforma la definiría como “municipalismo reformista”. Es decir, se trata de un conjunto de propuestas que apuntan a desarrollar pequeñas o medianas reformas en el marco de lo existente, sin ninguna ruptura profunda.
Para comenzar, el sujeto al que apela toda la plataforma es al “ciudadano”. Se trata de una entidad abstracta, que iguala al trabajador con el empresario, al desposeído con el millonario. Pareciera que la sociedad no está dividida en clases con intereses contrapuestos. Por lo tanto genera la ilusión de que “todos vamos para el mismo lado”.
Esto no puede más que desarmar. Cualquier intento de la izquierda de gobernar (aunque más no sea una ciudad), necesariamente lleva a un sector de la sociedad a contraponerse a otro, si es que efectivamente se quiere avanzar en algún tipo de redistribución económica o de regulación a la ganancia capitalista en cualquiera de sus formas.
De esta primera confusión se deriva una segunda. El eje central y privilegiado de la plataforma es la “participación ciudadana”. Para ello se proponen una amplia cantidad de mecanismos que permitirían debatir y elaborar proyectos, más diversas herramientas de auditoría y transparencia. Pero sin partir de la división en clases, de los intereses contrapuestos, parecería que la “participación” es simplemente un acto amigable y civilizado, donde las propuestas se crean y se implementan sin resistencias. No tiene en cuenta el hecho de que los capitalistas defienden con uñas y dientes sus privilegios, que lleva a que los trabajadores y los oprimidos en general sólo puedan imponer sus intereses mediante la lucha, la movilización y los métodos de acción directa.
Un tercer gran problema de la plataforma es la total ausencia de referencias a problemas como el empleo, el salario y las condiciones de trabajo. Sorprende en una ciudad con niveles tan altos de desempleo, y en un país donde la lucha contra la flexibilización laboral es uno de los grandes ejes de la movilización popular. Los trabajadores no sólo están ausentes para Podemos como sujeto, sino también como “tema” o eje político.
Esto no quiere decir que la plataforma no tenga aspectos progresivos: la defensa frente a los “desahucios”, de los derechos de las mujeres y las minorías, el planteo de re-municipalización de los servicios públicos. Pero aun estos elementos quedan “desdibujados” sino se plantea cómo imponérselos a los grandes empresarios. Sobran referencias a los planes “voluntarios” y a los “compromisos”, pero faltan menciones concretas a la posibilidad de expropiar, de imponer grandes multas, etc.
Todavía es muy pronto para señalar hacia dónde van a ir las experiencias municipales de la izquierda y las “candidaturas populares”. Sin duda alguna se trata de un fenómeno novedoso en España, en el contexto de enormes movilizaciones populares, de una aguda crisis social y política, del hartazgo y ruptura de masas con los grandes partidos tradicionales.
Sin embargo, el municipalismo reformista ya existió en otras ocasiones y lugares: se trató de uno de los grandes emblemas de los Foros Sociales Mundiales realizados en la década del 2000. Fue, por ejemplo, el “caballito de batalla” del PT brasilero, que antes de ser presidencia del país gobernó la importante ciudad de Porto Alegre. También hay que recordar, en los 80, la nada exitosa administración de Liverpool en el Reino Unido por la corriente trotskista Militant.
En ningún caso el municipalismo reformista trajo cambios profundos en la situación social, ni logró transformar cualitativamente el Estado. Sin someter al gran capital, sin imponer en las calles y en los lugares de trabajo el poder de las masas, sin romper los mecanismos de dominación capitalistas (económicos, políticos, ideológico-culturales), sólo hay margen para gestionar la miseria existente.
En ese marco, los gobiernos municipales de la izquierda podrían ser una palanca para desarrollar la conciencia y organización de los trabajadores y los sectores explotados y oprimidos. Pero para ello la política municipal debería ser de confrontación con los capitalistas, de llamado a la lucha de clases y no de propagación de ilusiones edulcoradas.
El programa “municipalista reformista” impulsado por Podemos para estas elecciones, por lo tanto, tiene fuertes límites. Esto es lógico dado que Podemos tuvo siempre un programa reformista, y viene dando pasos cada vez mayores hacia la eliminación de sus aristas más “radicales”. Lo que no es comprensible es que este mismo programa sea compartido por Anticapitalistas, que proviene (aun indirectamente) de una tradición socialista revolucionaria.
La política de disolución de Izquierda Anticapitalista en Podemos (que coincide con la línea de muchos grupos del Secretariado Unificado de disolverse en “partidos amplios”), se muestra entonces como lo que es: la renuncia a una perspectiva estratégica de emancipación revolucionaria frente al régimen existente.