Por Roberto Sáenz



Escuela de cuadros del nuevo MAS

En las últimas semanas nuestro partido viene realizando una escuela de cuadros en todo el país donde se están abordando las cuestiones de la estrategia revolucionaria en nuestros días. A partir del estudio de textos de Trotsky, Lenin y Rosa Luxemburgo, la idea es poner en correlación las enseñanzas de los grandes maestros del socialismo revolucionario con las tareas que se están planteando a comienzos del siglo XXI. A continuación presentamos una parte editada de un texto mayor titulado “Cuestiones de estrategia” y que se estará publicando próximamente en una nueva edición de nuestra revista internacional.

Lo que nos interesa hacer en este texto, de manera algo sumaria, es precisar el concepto de estrategia y su relación con las tácticas de los revolucionarios.

El concepto de estrategia

Hemos abordado esta temática en Ciencia y arte de la política revolucionaria, aquí queremos avanzar un paso más. Se trata de un concepto que proviene del arte militar. Uno de los más altos pensadores del arte de la guerra fue Carl Von Clausewitz, cuya teoría de la guerra fue asimilada por los grandes revolucionarios. Dicho a bocajarro, consideraba la estrategia como la comprensión del frente total de las operaciones que conducían al triunfo en la conflagración. En toda guerra se dan un sinnúmero de grandes y pequeñas batallas; ni hablar en las dos guerras mundiales que asolaron el siglo pasado. Pero lo que importa aquí es comprender que la estrategia es el encadenamiento de cada una de las batallas con el conjunto total de la guerra para dar lugar al objetivo de la guerra: el triunfo, quebrar la voluntad del enemigo: “La estrategia es el uso del encuentro para alcanzar el objetivo de la guerra. Por lo tanto, debe dar un propósito a toda la acción militar, propósito que debe estar de acuerdo con el objetivo de la guerra”[1].

Colocado el problema desde un punto de vista más general, la estrategia es aquello que da sentido y “anuda” cada uno de los eventos parciales, tácticos de la lucha. La conquista del poder político es el objetivo final, y el objetivo final es alma de cada lucha, sin el cual ni siquiera se tiene una verdadera lucha de clases: “¿Qué es lo que realmente constituye el carácter socialista de nuestro movimiento? Las luchas prácticas reales caen en tres categorías: la lucha sindical, la lucha por reformas sociales, y la lucha por democratizar el estado capitalista. ¿Son realmente socialistas estas tres formas de nuestra lucha? Para nada (…) Entonces, ¿qué es lo que nos hace a nosotros un partido socialista en las luchas de todos los días? Sólo puede ser la relación entre estas tres luchas prácticas y nuestro objetivo final. Es sólo el objetivo final el que constituye el espíritu y el contenido de nuestra lucha socialista, el que lo transforma en una lucha de clases[2].

Trotsky recordaba que en la Segunda Internacional no había pensamiento estratégico propiamente dicho; en todo caso su pensamiento “estratégico” no era verdaderamente tal, revolucionario: el momento parcial lo era todo, el fin nada. Esto sencillamente porque el fin del socialismo vendría como por “añadidura” del simple desarrollo las tareas cotidianas. La rutina de esas tareas llevaría automáticamente al nuevo sistema social.

Pero el pensamiento estratégico reniega de todo automatismo[3]. Si las cosas marchan solas no hace falta encadenar cada evento parcial al cuadro total de la lucha; ni hace falta construir el partido, evidentemente. Pero si esto no es así, y no lo es, entonces el esfuerzo estratégico es el que debe dominar cada momento parcial. Cada batalla, cada evento, cada reivindicación lograda debe ser colocada en el contexto total de la lucha conjunta para que sirva a los objetivos de fondo de esa misma lucha: la conquista del poder por parte de la clase obrera.

A esto es a lo que nos referimos cuando hablamos de estrategia revolucionaria o, más propiamente, de pensamiento estratégico[4]. No es casual que pasada la época de la Segunda Internacional, abierta la época histórica de la revolución socialista con la Revolución de Octubre, Lenin y Trotsky hayan inaugurado la “época de oro” del pensamiento estratégico. Es que la época del imperialismo significó el fin del crecimiento evolutivo del capitalismo. Ya no se podía concebir, honestamente, la transformación social como un producto espontáneo del desarrollo histórico; de un “crecimiento orgánico” de las filas y conquistas de la clase obrera.

A la “vieja táctica probada” de la socialdemocracia le sucedió la experiencia y el pensamiento estratégico que no cuenta con el automatismo de la transformación social sino que debe insertar cada reivindicación, cada batalla, cada conquista parcial en el contexto total de una acción consciente orientada conscientemente hacia la transformación social.

Cuando hablamos de estrategia, hablamos entonces de eso: cualquier logro parcial, cualquier conquista sindical, cualquier obtención parlamentaria, debe pensarse y llevarse a efecto en la perspectiva estratégica del poder de la clase obrera y de la construcción del partido revolucionario como palanca consciente e imprescindible para esa perspectiva. Y de un partido que no se haga rutinario, que no se acomode a los “grandes logros”, que no se autoproclame “campeón del mundo” antes que se dé el verdadero combate (la lucha por el poder), sino que sepa aprovechar cada conquista parcial para fortalecerse de manera orgánica, para ampliar sus filas y radio de acción en el seno de la clase obrera, y para prepararse de manera sistemática a través de las diversas tareas parciales y de las luchas cotidianas de la clase obrera, en la perspectiva poder, logrando previamente ganar a las masas.

Claro que el desarrollo del pensamiento estratégico en el marxismo revolucionario, y la colocación de la estrategia como “estrella polar” de nuestra orientación, no puede sugerir que no existan momentos tácticos. Si la estrategia hace al cuadro total de los enfrentamientos en la conducción de la guerra, la táctica tiene que ver, justamente, con esas batallas, con esos enfrentamientos, con esos momentos parciales subordinados a la estrategia general pero que tienen toda su sustancia, toda su especificidad de la que de ninguna manera podría hacerse abstracción.

La marcha total de la guerra depende, finalmente, de la realidad de cada combate, del resultado de cada batalla; mal estratego sería aquél general que tuviera diseñado en su cabeza un “plan perfecto” pero en el que su ejército perdiera, sistemáticamente, una a una, todas las batallas. La táctica es, justamente, y de manera dialéctica, la manera de hacer valer la estrategia en cada uno de los eventos parciales de la lucha; porque la lucha no es un “continum abstracto” que no estuviera pautada por tiempos diversos: momentos de ataque, momentos de defensa, momentos de suspensión de las hostilidades. Por el contrario, está caracterizada precisamente por un conjunto de combates sustanciados en tiempo y lugar (como una pelea de box, que tiene varios rounds), y que hay que aprender a ganar si se quiere triunfar en la guerra en total. Dicho de otra manera: la estrategia vivifica pero no suspende (ni podría hacerlo) la importancia de cada batalla parcial; le da su sentido general. Pero, al mismo tiempo, son esas batallas parciales –el resultado de las mismas- las que decidirán si nuestra estrategia triunfará, o no: “(…) es evidente por sí mismo que la estrategia debe entrar en el campo de batalla con el ejército, para concertar los detalles sobre el terreno y hacer las modificaciones al plan general, cosa que es incesantemente necesaria. En consecuencia, la estrategia no puede ni por un momento suspender su trabajo”[5].

De estas consideraciones generales surge la diversidad de las tácticas de lucha de la clase obrera y del marxismo revolucionario. Sobre ellas también hemos dicho algo en Ciencia y arte de la política revolucionaria, conceptos a los que nos remitimos.

 

El fondo político de la estrategia

 

Pasemos a otro aspecto de la estrategia. Como es sabido entre guerra y política existen relaciones íntimas que han sido estudiadas por el marxismo. Con Clausewitz quedó establecido que la guerra es la continuidad de la política (estatal) por otros medios, cuestión que por carácter transitivo el marxismo señaló como la continuidad de la lucha de clases por medios violentos (Lenin).

En el mismo sentido, y atendiendo a la nueva época abierta a partir de la Primera Guerra Mundial, León Trotsky señalaba que la guerra civil, el enfrentamiento directo entre las clases, es otra de las formas de esa continuidad de la política. Una lucha de clases que cuando desborda a la democracia burguesa –en términos generales, comunismo vs. fascismo- adquiere aspectos de un enfrentamiento militar en la medida que se ponen a la hora del día los problemas del armamento del proletariado, las milicias populares, la autodefensa, la ciencia y el arte de la insurrección.

Pero no se trata solamente del momento culminante de la guerra civil. El arte de la guerra le aporta conceptos a la lucha política en la medida que, en definitiva, también el campo de la política en uno en que se sustancia un enfrentamiento de clases irreconciliable: la política puede ser vista como continuidad de la “guerra de clases” que se sustancia cotidianamente alrededor de la explotación del trabajo entre los capitalistas y la clase obrera. Y, desde este punto de vista, el arte de la estrategia remite al aprendizaje para la lucha; al hecho que en la disputa con la burocracia sindical, frente a la represión, en las huelgas, en las movilizaciones, en la ocupación de lugares de trabajo, en la toma de rehenes, en los cortes de ruta, lo que se está llevando adelante es una acción directa en un “teatro de operaciones” que en tanto acción directa tal supone un conjunto de “reglas del arte” para practicarse.

Ahí es dónde entran las ideas de “maniobras” y “posiciones”. Son dos formulaciones derivadas del arte militar, y significan que a la hora de un objetivo político o militar puede haber, grosso modo, dos maneras de acometimiento: el asalto directo de la posición que se quiera tomar o mediante un rodeo. Dicho de otro modo: la ofensiva y la defensiva forma parte del arte de la política y no solo ocurren en el terreno militar. Las enseñanzas de Trotsky de que ambas tácticas forman parte del arte guerrero siguen siendo de gran actualidad, así como su señalamiento de que sólo un “papanatas” podría pensar que la única táctica es la de la ofensiva. Dicho esto, Trotsky insistía que sin pasar a la ofensiva en determinado punto nunca se podría llevar a efecto la toma del poder; sin esta ofensiva, sin esta iniciativa no se puede quebrar la inercia de las relaciones de fuerzas establecidas y naturalizadas: ¡para pegar un salto hay que tomar carrera, pero el salto debe ser dado si se quiere triunfar!

Pero queremos subrayar otro aspecto que tiene su importancia. Las íntimas relaciones entre guerra y política no pueden significar un reduccionismo que pierda de vista las leyes específicas que caracterizan a ambos órdenes de la acción humana. Trotsky señalaba el valor auxiliar, subordinado de las maniobras que, en última instancia, remiten siempre a un “fondo político”. Las maniobras, como la guerra en total, son siempre la continuidad de la política por otros medios; política que es lo que le da su sustancia a las cosas, más allá que “el arte de las maniobras” tenga su propia lógica que deba ser aprendida como instrumento para hacernos valer.

Se entiende esta preocupación de Trotsky cuando criticaba a los aprendices de brujo de la Tercera Internacional después de Lenin, que pensaban que todo valía; o que los ardides podrían engañar a las leyes de la historia.

Establezcamos dos delimitaciones. Una, que Trotsky está hablando aquí más propiamente de “maniobras” en el sentido de las trampas que se usan para imponer determinada política frente a los adversarios y que en ese sentido, el de hacerse valer, son inevitables e incluso imprescindibles para todo partido revolucionario que se precie de tal. Lenin en el Izquierdismo educaba en el mismo sentido, por ejemplo alrededor de cómo toda corriente debe darse “aires” de ser más de lo que realmente es con el objetivo de impresionar a sus adversarios. Dos, que cuando se habla de maniobras en el terreno militar, se discute de otra cosa: se utiliza de manera general un concepto que alude a cómo moverse en el campo de batalla: una “maniobra envolvente” por ejemplo, o de “embolsamiento” como tantas que se dieron en el Frente Oriental en la Segunda Guerra Mundial[6]. Ir por los flancos, un asalto directo o lo que sea, son otras tantas maniobras llevadas adelante en el combate.

Pero cuando se aplican estas enseñanzas al campo de la política, hay que comprender que las maniobras se siguen de la política misma: “La mayoría proclamó que su principio principal era la maniobra (…) La misión de esta escuela estratégica consiste en obtener por la maniobra todo lo que sólo puede dar la fuerza revolucionaria de la clase obrera. Esto no quiere decir, sin embargo, que, en general, toda maniobra sea inadmisible, es decir, incompatible con la estrategia revolucionaria de la clase obrera. Pero es preciso comprender claramente el valor auxiliar subordinado de las maniobras, que deben ser utilizadas estrictamente como medios, en relación con los métodos fundamentales de la lucha revolucionaria (…) Es preciso, pues, que el partido comprenda claramente cada maniobra (…) Se trata del fondo político de la maniobra” (Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas, ídem, pp. 198-202).

En definitiva, siempre manda la política que respecto de esta discusión es el contenido central, el fin de nuestra acción, y respecto de la cual las maniobras son un medio, una forma en todo caso de hacer valer este fin: el de desplegar toda la potencia transformadora de la política.

 

 



[1] De la Guerra, Clausewitz, ídem, pp. 171.

[2] Rosa Luxemburgo, “Intervenciones en el Congreso de Stuttgart”, octubre 1989, Luxemburg Internet Archive, 2004.

[3] Hay que volver a subrayar que mucho del trotskismo en la segunda posguerra estuvo caracterizado, justamente, por el automatismo de las “revoluciones socialistas objetivas” y “transiciones al socialismo” que marchaban solas, sin clase obrera, por la sola presión de los acontecimientos.

[4] Ya la renuncia al pensamiento estratégico ocurre cuando se considera, superficial e impresionistamente, que la revolución socialista estaría “fuera de la agenda histórica”. Esto es propio de las corrientes del “qué no hacer” caracterizadas, precisamente, por la renuncia explícita al pensamiento estratégico; por una práctica economicista vista como fin en sí misma.

 

 

[5] Clausewitz, ídem, pp. 171.

[6] La maniobra de embolsamiento es un desborde de un ejército por los flancos que rodea y finalmente se cierra dejando aislado al ejército tal. Si este ejército está en inferioridad de condiciones y no puede romper el cerco, termina siendo aniquilado por el oponente. En la Segunda Guerra Mundial hubo muchas batallas por embolsamiento, algunas de ellas históricas. La más conocida es la de la última fase de Stalingrado (noviembre, diciembre del 42, enero del 43), cuando el Ejército Rojo termina embolsando al VI Ejército de Von Paulus atrincherado dentro de la ciudad y lo destruye.

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