Por Rafael Salinas
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El miércoles 17, Dylann Roof, joven blanco de 21 años, ingresó a la Emanuel African Methodist Episcopal Church, iglesia de la comunidad afroamericana de Charleston, capital del estado de Carolina del Sur. Allí comenzó a disparar con una pistola automática Glock calibre 45, útil y significativo regalo de cumpleaños de su papá. Asesinó así a nueve personas, incluido el pastor.
Desde que el asesinato policial del estudiante negro Mike Brown desencadenase en agosto de 2014 la rebelión de Ferguson, estado de Missouri, no se prestaba mayor atención a estos hechos crecientes… que el año pasado llegaron a casi 8.000 jóvenes de color muertos en todo el país.
Esto venía sucediendo con el mismo “libreto”: un policía o “personal de seguridad” –invariablemente blanco– ve a un joven o una joven –invariablemente negro/a– en actitud “sospechosa” o “amenazadora”. Acto seguido, al “temer por su vida”, lo/la acribilla a balazos. Y también, invariablemente, como sucedió con el policía que asesinó a Mike Brown, la “justicia” lo declara inocente por haber actuado en “defensa propia”… aunque se compruebe que el muerto o la muerta no portaba armas y no podía ser una amenaza.
Lo de Ferguson impulsó en EEUU, por primera vez desde la lucha por los derechos civiles en el siglo pasado, un movimiento en la comunidad negra, apoyado por sectores antirracistas blancos y latinos. Es el movimiento Black Lives Matter (La Vidas Negras Importan), nacido un año antes, en 2013, por la escandalosa absolución del asesino de Trayvon Martin (17 años) y que se potenció con el estallido de Ferguson.
El movimiento daría un nuevo salto con el estallido popular de Baltimore en abril de 2015, donde la policía dio tal paliza al joven negro Freddie Gray, que murió después de una semana de agonía.
Bajo la consigna “Black Lives Matter”, se han desarrollado movilizaciones muy importantes, aunque todavía no han llegado a las dimensiones ni al impacto que tuvo el movimiento de derechos civiles en las décadas de los 50 y 60.
Ahora, la matanza de Charleston pondrá quizás la situación en otro nivel de enfrentamiento. Es que no se trata de un “incidente” más o menos “policial” ni formalmente “casual”… como los asesinatos que comentamos. Se abre un signo de interrogación sobre los alcances de lo sucedido. Y esto no sólo por el número de muertos, sino también por el claro significado político del ataque. Es que el blanco no fue una iglesia cualquiera.
Una iglesia muy particular
Efectivamente, la Emanuel African Methodist Episcopal Church no es como cualquier iglesia de EEUU. Es un lugar histórico que, desde 1816, casi medio siglo antes de la abolición formal de la esclavitud (1865), fue un centro de organización y resistencia de la comunidad afroamericana. Bajo formas religiosas –como ha sucedido muchas veces en la historia–, se libró desde allí una lucha política y social contra la espantosa opresión y explotación que constituye la esclavitud. La resistencia se expresó incluso en sublevaciones ahogadas en sangre. Y esta tradición de centro de agrupamiento comunitario, relacionado con luchas sociales y de la comunidad negra, continuó también después de la abolición de la esclavitud al finalizar la Guerra Civil (1861-65).
Efectivamente, esta iglesia fue fundada por Denmark Vesey, conocido como “Telémaco”, un ex esclavo que había logrado comprar la libertad a su amo. Pero su libertad la puso al servicio de la lucha por la liberación del resto de sus hermanos. En 1822, organizó la rebelión de esclavos más importante de la historia de EEUU. Fue derrotada y Vesey, capturado y ahorcado. Su iglesia fue incendiada por una turba de esclavistas blancos, aterrorizados por el peligro de que los negros que los superaban en número, lograsen organizarse y luchar por su liberación.
Años después, un hijo de Vesey reconstruyó la iglesia, que se convirtió en una de las principales “estaciones” del llamado Underground Railroad (Ferrocarril Subterráneo). Este Ferrocarril Subterráneo fue una vasta organización clandestina formada por negros y blancos abolicionistas, que articuló la fuga de miles y miles de esclavos a los estados libres de EEUU o a Canadá. Los llamados “maquinistas” eran quienes ayudaban a los negros fugitivos –los “pasajeros”– a huir, proporcionando disfraces, mapas, sitios para esconderse, y también los guiaban en el trayecto. Y militar en eso no era chiste; podía ser penado con la horca.
Estas tradiciones revivieron en las décadas de los 50 y 60. La iglesia fue un punto de reunión de los luchadores por los derechos civiles y también del activismo sindical.
Entonces, el criminal racista Dylan Roof no apuntó a un blanco cualquiera, sino a un símbolo histórico de los movimientos de la comunidad afroamericana y, más en general, de las luchas sociales.
Dylann Roof: educación para la muerte, en una sociedad racista hasta la médula
Por otra parte, el asesino Dylan Roof no es un simple “loquito suelto”, más allá de que cometer esa matanza puede haber sido “técnicamente” una decisión individual.
Lo que de ninguna manera es “individual” ni ajeno a sus acciones es el contexto social, político e ideológico que generó a este criminal, que le dio los motivos, los argumentos y el impulso para que saliese a atentar no contra cualquier persona, sino contra un símbolo histórico y político de las luchas de la comunidad afroamericana.
El mismo Dylan Roof no lo ve como una acción aislada. Explicó claramente que su objetivo era “iniciar una guerra racial”. Y si Dylan Roof se propuso tal cosa, es porque esa “guerra” no sólo está latente en una sociedad cruzada desde su nacimiento por la esclavitud y el racismo. Es porque eso también está presente, con más o menos descaro, en la prédica de las numerosas organizaciones racistas, como el Council of Conservative Citizens (Consejo de Ciudadanos Conservadores), respetable institución de un sector de la burguesía blanca, que inspiró directamente a Dylan Roof. Una prédica que hoy es alentada por los más diversos factores, desde el bajón social que deja como saldo la crisis económica que no ha finalizado, hasta las ideologías dominantes en la sociedad y el Estado.
Un ejemplo de esto último en Charleston es la bandera de los esclavistas en la Guerra Civil que ondea frente a la gobernación del Estado, con diversos justificativos folklóricos. Es como si hoy la bandera con la esvástica fuese izada diariamente en la Puerta de Branderburgo, en Berlín,… y se lo disculpase como un entretenimiento para turistas.
Los símbolos algo simbolizan. Pero lo de fondo es que, bajo condiciones diferentes a la esclavitud lisa y llana, la continuidad histórica del racismo anti-negro –y ahora también contra los migrantes latinos– es una necesidad vital del capitalismo estadounidense.[[1]] ¡Nada mejor que dividir al pueblo por “razas”, colores y orígenes, para dominarlos y explotarlos a todos! Y hoy es así más que nunca, dado el curso de decadencia en que EEUU está comprometido… y que parece irreversible.
[1].- Ver al respecto, Rafael Salinas, “Tres etapas del racismo en Estados Unidos”, Socialismo o Barbarie Nº 301, 21/08/2014, en http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=3183
El primer presidente negro de EEUU ha seguido una conducta repudiable en este tema. Como explicamos en otros artículos, Obama encarna a un sector minoritario de afroamericanos que aprovechó las concesiones arrancadas por el movimiento de los derechos civiles del siglo pasado para ascender socialmente.
Pero el ascenso social no convirtió a la gran mayoría de ese sector en adalid de las masas negras, que siguen discriminadas y superexplotadas. Más bien, el gran capital los cooptó para usarlos como peones contra ellas y para hacer creer que la sociedad estadunidense había superado el racismo. Esta fábula se ha ido desmoronando con la crisis –que golpea mucho más a negros (y latinos)– y con la escalada de agresiones racistas que alcanzó un nuevo pico en Charleston.
La conducta de Obama ha sido de lo peor. En los primeros años de su mandato, simplemente se hizo el desentendido. Pero los estallidos de Ferguson y luego de Baltimore, y la aparición del movimiento Black Lives Matter, le impidieron seguir mirando hacia otro lado.
Desde entonces, ha tomado distintas actitudes, una peor que la otra, como por ejemplo, fustigar duramente a los jóvenes negros que causaban disturbios, hacían cortes de calles y rompían vidrieras… mientras casi no decía una palabra de los policías racistas que asesinaban afroamericanos.
Ahora, lo de Charleston le obligó a cambiar la música… Al fin reconoce que hay un fuerte racismo… pero lo caracteriza como “parte de nuestro ADN”; es decir, del “ADN” de toda la sociedad estadounidense!!
Este reconocimiento de que hay racismo parece progresivo, pero en verdad no es mejor que el silencio anterior. El ADN de cada persona es inmutable. Nacemos con él, y no hay modo de cambiarlo. Con ese fatalismo biológico, Obama reemplaza la actitud ya insostenible de mirar hacia otro lado.
Pero las sociedades no son animales, ni plantas ni seres humanos. No tienen ADN. Las luchas políticas y sociales, y sobre todo las revoluciones, las pueden cambiar para mejor. Obama lo que está predicando es la resignación.
En cuanto al remedio inmediato que propone, el “control de armas”, es una farsa. Al lado de EEUU está el mejor ejemplo de su fracaso, México.(R.S.)