Compartir el post "Un panorama sobre la situación del campo argentino"
Para comprender la actualidad y las perspectivas del sector agrícola-ganadero en la Argentina debemos remontarnos 30 años para entender un fenómeno que comenzó en la década del 80 a nivel mundial y tiene como principales actores a EEUU y a nuestro país.
En los últimos años hubo profundos cambios en la producción de granos: siembra directa y biotecnología. Estas innovaciones, obviamente, no obedecen al capricho de ningún fabricante de maquinaria agrícola ni de ningún laboratorio; producir de una nueva forma obedece a necesidades que impone la concurrencia (competencia) capitalista, subsidiariamente a las que sufre la población mundial y que es preciso satisfacer.
A partir de la década de los 90 se produjo una migración masiva del campo a las ciudades en varios países (China, India etc.). Hoy, a nivel mundial, más del 50% de la gente vive en las grandes urbes; esto produjo una demanda creciente de proteínas tanto de origen vegetal como animal. En nuestro país, gran productor mundial de alimentos, esta situación generó consecuencias y cambios muy profundos en la forma de producir.
Partiendo de la base de que en la Argentina solamente se consume el 5% de la soja que se cosecha, podemos enumerar algunas consecuencias: 1) cada vez es más fuerte la tendencia al monocultivo (la soja es la gran demanda); 2) la desaparición cada vez más pronunciada de bosques nativos y la ampliación de las fronteras agrícolo-ganaderas, produce, a causa del uso intensivo de agroquímicos, que el campo se transforme en un desierto verde en donde está desapareciendo la biodiversidad; 3) otro efecto de este desarrollo es que por la maquinaria de alta precisión que se utiliza han tenido que migrar a los grandes asentamientos urbanos cientos de miles de trabajadores rurales; 4) al lado de los terratenientes (grandes y chicos) han aparecido “pooles de siembra” y contratistas de maquinarias a través de los cuales se ha tercerizado casi todo el trabajo agrícola.
La resolución 125 y las retenciones
La historia reciente es más conocida. La Argentina, como parte de un fenómeno mundial, ha conseguido en los últimos treinta años que la producción de granos en el país pase de 30 millones de toneladas a 115 millones. A partir del 2002-03 comenzó un alza ininterrumpida de las exportaciones y sus precios, fenómeno que ocurre con casi todas las materias primas. Fue en ese marco que en 2002 el gobierno de Duhalde, para contener a los millones de desocupados y con el objetivo de contrarrestar los reclamos populares que había abierto el Argentinazo de 2001, implementó una serie de planes de asistencia social (planes Trabajar y otros) y otorgó subsidios generalizados a casi todos los servicios públicos. La financiación de todo este andamiaje se realizó principalmente por medio de retenciones a la renta agraria y en menor medida a la renta petrolera.
Este esquema empezó por gravar las exportaciones, principalmente la de la soja 20% y en menor medida los demás productos. Esta política fue sostenida e incrementada por el gobierno de Néstor Kirchner. Así llegamos al año 2008. En los inicios del primer gobierno de Cristina la soja llegó a 620 dólares por tonelada. El gobierno, ni lerdo ni perezoso, larga un decreto que fija un esquema de retenciones móviles que aumentaban al ritmo del incremento del precio de la soja. Esta medida, en medio de una crisis mundial que ya había comenzado, provocó el más duro enfrentamiento en décadas entre dos sectores patronales: el encabezado por la “Mesa de Enlace” de las patronales agrarias (SRA, CRA, Coninagro, FAA), la que contó con el apoyo de amplios sectores de las clases medias rurales y urbanas; y por el otro lado se ubicó el sector hegemonizado por gobierno nacional.
La crisis abierta se terminó encauzando por la vía parlamentaria: el gobierno de Cristina retrocedió y optó por mandar el decreto 125 como proyecto de ley al Congreso. Allí en una maratónica sesión fue rechazado en el Senado, donde el vicepresidente Cobos desempató decidiendo la suerte de la medida con el famoso voto “no positivo”.
Durante toda la crisis nuestro partido planteó, desde el comienzo, una correctísima política de independencia de clase con respecto a ambos bandos patronales por medio de la campaña de agitación que levantaba la consigna de “Ni con el campo, ni con el gobierno K”; además fue la única organización que llevó esta política a las calles y hasta el final, montando en la Plaza de los dos Congresos la Carpa Roja.
El resto de la izquierda optó mantener un perfil más bajo. Mientras que el PO, luego de titubear se inclinó por una posición independiente, el PTS mantuvo una posición correcta pero se negó a dar en conjunto esta pelea en la Plaza. El resto de la izquierda (IS, MST, PCR-PTP) optó por el vergonzoso apoyo a la oligarquía del campo encolumnándose detrás de la Sociedad Rural.
La situación actual
Esta derrota fue un duro golpe para el gobierno que lo dejó tambaleando y estuvo a punto de renunciar. Un año y meses más tarde pierde las elecciones de medio término. Hay que señalar, de 2008 a hoy, un par de hechos importantes. En estos últimos 7 años ocurrieron dos sequías muy importantes, la más severa en 2008-2009; y dos extraordinarias cosechas de soja: una en 2013-14 y la que estamos transitando en 2014-15, donde se obtuvieron 61 millones de toneladas. Esta cantidad en las actuales condiciones en que se mueve la producción de este grano es excepcional y difícilmente se vuelva a repetir.
En el mes de marzo el gobierno decidió bajar las retenciones a los propietarios chicos por medio de un subsidio. Este significó una baja del 7% (ahora pasaron a pagar el 28%). Con esta medida Cristina logró tres cosas: 1) que la FAA rompa con la mesa de enlace, 2) que la conducción de la federación se declare “nacional y popular”, y 3) que se decidan a vender la soja que mantenían retenida en los silos-bolsa. Al mismo tiempo cerró un litigio con la empresa Monsanto, con la que, después de más una década de disputa, acordó el pago de un canon que esta venía exigiendo por el uso de sus semillas.
Perspectivas
En el 2008 la soja llegó a cotizar 650 dólares la tonelada, siete años después cayó a 350 dólares, y los mercados a futuro auguran un precio aún más bajo. Esta realidad ha encendido numerosas alarmas y luces rojas en la economía “sojadependiente” del país. Argentina es el primer exportador mundial de poroto de soja y de aceite comestible y biodiesel. Sobre esta dependencia se han venido acumulando una serie de problemas y tensiones (tanto internas como externas) que sí o sí el próximo gobierno va a tener que abordar.
Veamos algunas. La economía a nivel mundial no se recupera; el dólar, como moneda mundial, se ha fortalecido; el precio del petróleo se ha derrumbado complicando la producción de biodiesel, se calcula que en la actualidad el 40% de la capacidad instalada en este sector está ociosa; hay algunos países de la Comunidad Europea que han dejado de comprar acusando a la Argentina de vender a precio de “dumping”; hace casi 4 años que por el cepo al dólar hay un importante retraso cambiario (esto provoca que se haga más difícil exportar; y además, por la necesidad de importar energía, nuestro diesel es el más caro de la región. A todo esto hay que sumarle la lamentable situación en que se encuentran las rutas y la no existencia de una red ferroviaria para transportar los granos (la construcción del Belgrano Norte carga se ha anunciado cinco veces y todavía no se concretó).
Junto a esto hay que considerar la baja inversión en fertilizantes y agroquímicos que viene bajando el rinde y la calidad de la oleaginosa. La realidad nos muestra que solamente en una franja de la pampa húmeda a 300 km de los puertos de embarque la soja sigue siendo un negocio, que deja una renta declinante, pero negocio al fin.
En la Argentina el 65% de la producción de granos se hace en campos alquilados (arrendamiento). Esta situación está cambiando aceleradamente; los grandes pooles de siembra se están retirando del escenario (El Tejar, Los Grobos, Cresud, etc.) y están siendo sustituidos por pequeñas asociaciones locales donde se abandona el alquiler y comienzan a compartirse pérdidas y ganancias (aparcería).
Hemos dejado al final al sector triguero, del maíz, ganadero y lechero. Los dos primeros cereales se rotan con la soja. Estos cuatro sectores están en una crisis muy grande, tienen cerradas las exportaciones. Esta medida que en un primer momento sirvió para “defender la mesa de los argentinos” hoy está totalmente desvirtuada si se comparan los precios externos con los internos de los alimentos de primera necesidad.
Todo este cuadro se da en medio de una campaña electoral. Los economistas burgueses, de todo pelaje, hablan de “gradualismo”, le prometen a la población que no se tomarán medidas dolorosas. La palabra ajuste ha abandonado su vocabulario. Los terratenientes han perdido el poder de movilización de 2008 (el gorilaje ha quedado al descubierto con sus mentiras). El pueblo trabajador con sus últimas movilizaciones y paros generales no quiere ni por asomo que se le hable de ajustarse el cinturón.
Como si esto fuera poco, se metió adentro del sector que es el corresponsable del 37% de las exportaciones argentinas un verdadero “Caballo de Troya”: los trabajadores aceiteros que vienen de un parazo que concluyó en un resonante triunfo.
Esta combinación de situaciones prefigura un escenario complejo en donde funcionará la “ley de la frazada corta”. Más allá de las palabras de los políticos patronales, de una cosa estamos seguros: las medidas desagradables no podrán esperar mucho tiempo.
Francisco Tanoiras