Por Roberto Sáenz
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Roberto Sáenz
“Otra hipótesis debe ser planteada: una resistencia encarnizada del pueblo griego y de Syriza que resulte en un gobierno antiausteridad. Por supuesto, un tal gobierno será en ‘disputa’ entre las fuerzas que ejercerán las presiones de las clases dominantes y las otras, de un movimiento desde abajo, pero que existen en Syriza, incluso en la izquierda de sus sectores de dirección. No hay que olvidar que en ‘circunstancias excepcionales’ –crisis, crac económico, guerras- las fuerzas políticas de la izquierda pueden ir más lejos que lo que ellos pensaban inicialmente’ (Trotsky en el Programa de Transición de 1938)” (F. Sabado, dirigente de la mayoría mandelista, en “Quelques remarques sur la question du gouverment, Inprecor 592-3, abril 2013).
“(…) este es un deselance completamente desastroso para un experimento político que dio esperanzas a millones de personas luchando en Europa como en otras partes del mundo” (Statis Kouvelakis, en debate con Alex Callinicos, 11 de julio del 2015).
La capitulación del gobierno de Syriza a las humillantes presiones de las instituciones del imperialismo europeo no sólo ha suscitado el justo repudio de amplios sectores de la izquierda a nivel internacional, sino que deben dar lugar a una reflexión estratégica más de fondo. Es esto lo que pretendemos hacer en esta nota.
La hipótesis altamente improbable de Trotsky
Cuando Trotsky redactó el Programa de Transición en 1938 introdujo una excepción en su formulación de la Teoría de la Revolución Permanente que iría a provocar gravísimos problemas en el movimiento trotskista de la segunda posguerra y cuyas consecuencias nefastas se extienden hasta hoy.
La teoría de la revolución de Trotsky se anuda –basada en toda la experiencia anterior- en el hecho que sólo la clase obrera podría abrir un curso anticapitalista en las condiciones creadas desde comienzos del siglo pasado.
Sin embargo, luego de la formulación madura de dicha teoría a finales de la década de 1920, Trotsky tuvo tiempo de vivir en tiempo real la emergencia del estalinismo, así como las expropiaciones en la Polonia ocupada (y repartida entre Stalin y Hitler) llevadas adelante –manu militari– por el Ejército Rojo burocratizado a finales de 1939.
Toda la reflexión de Trotsky iba para el lado de la imposibilidad de los sectores no obreros de ir más allá del capitalismo por razones materiales bien determinadas: el “doble alma” del campesinado del que hablara Lenin significaba el repudio de éste a su falta de propiedad (¡y el involucrarse en luchas durísimas para obtenerla!), así como su solidaridad general con los propietarios en la medida que su aspiración tenía este punto común con todos ellos (grandes y pequeños): el ansia de obtener la propiedad privada de la tierra para su familia (es decir, ni más ni menos que una forma de propiedad privada).
También las clases medias tienen algo de este “doble alma” en la medida que poseen un cierto “estatus” social que los hace, ora acercarse a la clase trabajadora, ora a las clases burguesas, cuando lo sienten amenazado.
Sobre la base de esta “indefinición estructural” de la pequeño burguesía es que Trotsky señalara que sólo el proletariado podía ser consecuente en la pelea por la expropiación de los capitalistas y en la apertura de un curso de transición al socialismo.
Sin embargo, encaramada la burocracia (otra capa integrante de la pequeño burguesía) sobre un Estado obrero burocratizado, podría darse la circunstancia que para extender sus dominios sobre esta base (la de ausencia de burguesía y propiedad estatizada), la burocracia fuese más allá de la propiedad privada expropiando desde arriba a la burguesía en los países ocupados por ella.
Incluso Trotsky no se cerraba a la posibilidad de que direcciones reformistas de países capitalistas en las condiciones de graves crisis, guerras y revoluciones, fueran más allá de sus deseos expropiando a los capitalistas.
De ahí entonces la reflexión acerca de la “excepción” a su teoría que de todos modos mantenía una condición o limitación: Trotsky señalaba que, en todo caso, esta circunstancia sería simplemente un “corto episodio hacia la auténtica dictadura del proletariado”…
Sin embargo, la paradoja al final de la segunda posguerra fue que la excepción se transformó en una suerte de “regla”: de manera revolucionaria en China, Yugoslavia, Vietnam y Cuba, las direcciones vinculadas al stalinismo expropiaron a los capitalistas; lo propio ocurrió desde arriba y sin revolución en los países del Este europeo liberados por el Ejército Rojo del nazismo. Y esto ocurrió, por añadidura, bajo el patrón de que en ningún caso constituyeron estas experiencias un “corto episodio” de tiempo, sino que su imposición se hizo permanente hasta que cayeron barridas por una movilización popular que a falta de alternativas concluyó en el retorno al capitalismo de la ex URSS y el resto de los países del Este Europeo (no viene al caso aquí el proceso específico de China, que de todas maneras también ha retornado ya al capitalismo).
Una revisión equivocada de la teoría de la revolución
En todo caso, había que entender las razones por las cuales ocurría este fenómeno y cuidarse como de “mearse en la cama” de generalizarlas teórica y estratégicamente. La generalidad del movimiento trotskista hizo lo opuesto: tanto el mandelismo como el morenismo extendieron abusivamente las cosas y crearon la famosa expectativa de que direcciones no obreras y socialistas resolvieran las cosas en condiciones donde la izquierda revolucionaria, el trotskismo, quedaba como una extrema minoría.
Dos condiciones existieron para esto en los años a posteriori de la finalización de la segunda posguerra: la primera fue que el mundo permaneció por algún tiempo en el marco de la época de crisis, guerras y revoluciones señalada por Lenin en 1914. Es decir, en un escenario de polarización de clases que en términos generales dio lugar a esta posibilidad, agregándole a la cuestión algo muy concreto y material: la existencia de la ex URSS como Estado no capitalista donde la burocracia era amo y señor del poder.
Sin embargo, ocurrió otro fenómeno que no logró interpretarse correctamente dado el esquema objetivista que prevaleció (la idea de que la revolución se hace sola): la fantasía que la toma del poder por estas direcciones no proletarias de todas maneras abriría el curso de la transición al socialismo…
Pero resulta ser que esta apuesta estratégica tuvo una desmentida radical en el siglo pasado: en ausencia de la clase obrera en el poder, la expropiación de los capitalistas no pudo ser conducida para el lado de una transformación socialista de las relaciones de producción; fue la burocracia la que se apropió de la parte del león del excedente al servicio de sus propios privilegios y en pocas décadas dichos países terminaron retornando al capitalismo.
Resultó ser que las enseñanzas del caso no fueron sacadas por la generalidad de las corrientes revolucionarias luego de la caída del Muro de Berlín, que terminó cerrando todo un ciclo histórico. Ninguna se involucró en un balance serio de la experiencia del siglo pasado tanto en materia de la teoría de la revolución como de la experiencia de la transición.
Con el comienzo del ciclo de rebeliones populares en Latinoamérica, la expectativa de un curso no capitalista de direcciones no obreras se renovó con la emergencia del chavismo. Se esperaba que la llamada “Revolución Bolivariana” expropiara a los capitalistas; incluso muchos militantes trotskistas esperaban que el chavismo “armara a la clase obrera”…
Es verdad que en su apogeo el chavismo tomó una serie de medidas antiimperialistas; Chávez soportó dos intentos de golpe de Estado (uno abierto en abril del 2002 y el paro-sabotaje petrolero de finales del 2002 y comienzos del 2003) y a partir de ahí se radicalizó.
Echó a la meritocracia de PDVSA (el cuerpo de funcionarios que respondían directamente al imperialismo en un empresa formalmente estatal) y se apropió de la renta petrolera, entre otras medidas progresivas. Sin embargo, jamás llegó a la expropiación del capitalismo y eso que contaba en su base con un amplio movimiento popular. Lo que puso en pie (y que ahora está en una dramática crisis) es una suerte de capitalismo de Estado.
Aunque Chávez habló del “socialismo del siglo XXI” y aunque éste tuvo elementos progresivos al poner el tema nuevamente en la agenda histórica hasta cierto punto, al no haber ido realmente a un curso anticapitalista, desde su fallecimiento (sino antes) y con la asunción de Maduro, la situación en Venezuela se desarrolla por el lado de un espiral de crisis sin solución de continuidad cada vez mayor.
Sin embargo, con el gobierno de Syriza en Grecia la expectativa se renovó: ahora se abría la hipótesis de que el gobierno de Tsipras, al no encontrar otras salidas, “avanzaría por una vía anticapitalista”. Más precisamente: la idea con la que se jugaba era la de arribar a una dictadura del proletariado a partir de un primer paso parlamentario…
Lo de menos es el hecho de que el gobierno de Syriza tiene mucho menos margen de maniobra del que gozara Chávez en su momento (¡o, incluso, el kirchnerismo en la Argentina!) para un curso no ya “anticapitalista”, sino siquiera progresivo.
La capitulación de Syriza este último fin de semana está ahí para ilustrar lo que señalamos de manera palmaria.
Enseñanzas estratégicas
Esto es lo que debe llevar a sacar conclusiones, tanto de índole política como teórico-estratégicas. Desde el punto de vista político la expectativa de que en las condiciones del mundo hoy, en Europa, un gobierno como el de Syriza, de base puramente parlamentaria, fuera más allá por el camino del anticapitalismo, nunca tuvo ninguna base material de sustentación; la ignominiosa capitulación de la dirección de dicho partido no ya ante el dilema de tomar medidas anticapitalistas sino siquiera a sacar los pies del plato del euro, está ahí como para certificar lo que estamos señalando.
Y esto tiene que ver con que a diferencia de la segunda posguerra, cuando las direcciones burocráticas podían referenciarse en la ex URSS para tomar un curso anticapitalista (¡que no las barriera a ellas mismas subproducto de una auténtica revolución socialista!), este horizonte hoy no está presente. Es un poco como dice el mismo Tsipras para justificarse: era esta capitulación que “no queríamos” o el abismo: “no había ninguna otra alternativa”.
A esto se le puede agregar la problemática de las verdaderas bases de sustentación del gobierno que en el fondo son muy endebles: un gobierno de base parlamentaria que no es una potencia desde el punto de vista orgánico en el seno de la clase trabajadora y que, en definitiva, termina recostándose para llevar adelante esta traición terrible en la burguesía griega y europea, en el aparato del Estado (e, indirectamente, en el ejército del país) y en los propio partidos patronales griegos.
Pero, además, se trata de sacar conclusiones estratégicas del evento: la quimera de que en sustitución de la clase obrera y los socialistas revolucionarios alguien venga a hacer las inmensas tareas históricas que están planteadas por delante; concepción que ha pasado por tantos desastres
en los últimos 50 años que sería hora de desecharla de plano.
La falta de balance de la experiencia histórica sigue haciendo estragos detrás de una perspectiva que se ha mostrado falsa históricamente. Doblemente falsa porque las condiciones recién están comenzando nuevamente a madurar: no existe todavía el suficiente grado de radicalización política y social que presione a las direcciones a romper con el capitalismo: prefieren capitular antes que abrirse paso hacia “lo desconocido” (¡“abrir las alas a lo desconocido” dijo un miembro prominente de la plataforma de izquierda, Athanasios Petrakos, plataforma que se mueve hoy entre el ser y el no ser de romper con el gobierno entregador!).
Esto le da margen todavía a Tsipras para capitular de manera escandalosa, incluso desconociendo el contundente NO de sólo diez días atrás. Se verá por cuánto tiempo. Es que el movimiento de masas griego tiene enorme tradición y reservas de lucha; aunque hoy luzca confundido, seguramente mañana se pondrá de pie de manera redoblada. Muchos analistas marcan los elementos de polarización crecientes que se viven en el seno de las clases griegas.
Por ahora seguramente dominará la expectativa de la apertura de los bancos, del fin del corralito a los depósitos, el verano y la “normalización” de las cosas; pero pasado mañana empezarán a caer con todo su peso las draconianas medidas de ajuste y ahí se sabrá la verdad de a dónde va el proceso político en el país.
De todas maneras, nos interesa concluir este artículo remarcando el problema teórico-estratégico que la capitulación de Syriza ha vuelto a poner sobre la mesa: uno, que las actuales condiciones históricas le han quitado todo sustento a la expectativa de un curso anticapitalista de las direcciones reformistas; dos, aprovechar para insistir en la conclusión que la experiencia del siglo pasado ha demostrado: que en ausencia de la clase obrera en el poder no se puede abrir la transición al socialismo. ¿Hasta cuándo el movimiento trotskista seguirá renovando una expectativa que desarma y lleva a un curso de capitulación como podemos ver hoy, nuevamente, en la mayoría del mandelismo?
Aprovechemos la capitulación de Syriza para acabar de una buena vez con ella: “(…) no vemos sobre qué se podrá apoyar Syriza que no sea una gestión parlamentaria en circunstancias de crisis económica aguda, apuntando a una renegociación con la Unión Europea que estará seguramente marcada por una serie de contradicciones, pero que finalmente llegará a algún tipo de arreglo (y capitulación)” (“Cuestiones de estrategia”, revista Socialismo o Barbarie n° 28, pp. 49).
Apostar a la historia
En todo caso, desde el punto de vista de las tareas políticas inmediatas en Grecia, coincidimos con lo señalado por Alex Callinicos en su reciente debate con Kouvelakis: “(…) ahora es el momento de la verdad (…) la política exitosa consiste en tomar un riesgo, en apostar, apostar a la historia. ¿Qué hizo Lenin? Lenin apostó a la historia en 1917. Y creo que eso es lo que tiene que hacer la izquierda radical y revolucionaria en Grecia, no sólo la gente de Antarsya, sino también los compañeros que están adentro de Syriza que se oponen a este acuerdo terrible. Necesitan apostar a la historia, y tener la idea de que pueden ganar más allá de este retroceso”.
El “salto a lo desconocido” que no quiere dar Tsipras es, efectivamente, apostar a la historia: a ser oposición intransigente al gobierno de Syriza y su austeridad en la perspectiva de una salida anticapitalista del euro, de crear los organismos de poder de los trabajadores trabajando por la revolución socialista en Grecia.
Porque en Grecia está hoy la hipótesis de una radicalización política y social en un sentido socialista más factible en Europa. Y si eso ocurriese, si la situación política se polarizara realmente, se abriría un nuevo curso en la historia del siglo XXI que estamos transitando.