Compartir el post "Tres medidas para cambiar la economía argentina"
Las críticas que hacemos los socialistas del Nuevo MAS tanto al kirchnerismo como a la oposición de derecha son conocidas, e incluso compartidas, por muchas de las personas con las que entablamos diálogo durante la campaña electoral. Sin embargo, las medidas que proponemos, y que hemos desarrollado muchas veces en estas páginas, no lo son tanto; inclusive, es casi un lugar común entre muchos que están pensando su voto, la idea de que “la izquierda critica más de lo que propone”. Sin duda, eso no es así, al menos en el caso de nuestro partido. Pero de todos modos, conviene repasar algunos puntos clave, junto con sus argumentaciones, de lo que el Nuevo MAS tiene para decir en materia de política económica.
Vale la aclaración de que ni estas ni otras medidas que proponemos en otros terrenos van a ser obra y gracia de un resultado electoral, o siquiera de una votación parlamentaria. En ese sentido, nos ubicamos en las antípodas de la demagogia de los candidatos patronales (a veces también, lamentablemente, del FIT) de que sólo votando se arregla todo, o se consiguen conquistas, o se sacan leyes favorables a los trabajadores y el pueblo. Todo lo que proponemos en las elecciones es para lograrlo con la lucha y la movilización en las calles, porque son medidas que afectan intereses muy fuertes. Para generar los cambios profundos y de fondo que se necesitan no alcanza con poner el voto en la urna o levantar la mano en el Congreso. Queremos el voto de cientos de miles de trabajadores, pero no para engañarlos, sino para ir construyendo juntos una alternativa socialista, algunos de cuyos ejes económicos son los siguientes:
Cambiar de raíz el sistema impositivo
La mayoría de los candidatos ahora se pronuncian contra el “impuesto al salario”, el hecho de que muchos trabajadores pagan Impuesto a las Ganancias. Por supuesto, hay que derogar inmediatamente esa medida reaccionaria. Pero lo que las fuerzas políticas capitalistas no dicen es con qué van a reemplazar ese agujero en la recaudación. Lo que ocultan es que proponen seguir sacándoles plata a los trabajadores por otras vías, como el aumento de tarifas, la reducción de subsidios o el “pacto social” que pide Miguel Bein, principal asesor de Scioli, con paritarias larguísimas y a la baja.
El problema de fondo es la profunda injusticia del sistema tributario argentino, donde la principal fuente de recaudación fiscal no es ni el Impuesto a las Ganancias, ni las retenciones, ni ningún tributo que paguen los capitalistas, sino el IVA, es decir, el impuesto al consumo que pagamos todos. Y ese impuesto impacta mucho más en los que viven de un sueldo o una jubilación que en los empresarios. El kirchnerismo se llena la boca contra el neoliberalismo y los 90, pero fue incapaz de modificar la suba del IVA del 13 al 21% que hizo Cavallo hace más de 20 años.
Eso debe cambiar. Una manera indirecta de mejorar el ingreso de los trabajadores, y de hacer más justo el esquema impositivo, es reducir el IVA por lo menos a la mitad y eliminar la cuarta categoría del Impuesto a las Ganancias. ¿Cómo se compensarían esos ingresos? Pues que paguen de verdad los que más tienen. Es increíble, pero alguien que gana millones especulando en la Bolsa o en el sistema financiero no paga un centavo de impuestos. ¡Al menos, que paguen Ganancias, como todos (bueno, salvo los jueces y otros cuyos privilegios también hay que eliminar)! Y deberían tributar incluso más, por la naturaleza especulativa de su actividad.
El impuesto a los bienes personales, llamado “impuesto a la riqueza”, es una burla: recaudó en 2014 solamente 14,4 millones de pesos, el equivalente a lo que deberían pagar 230 contribuyentes con patrimonio de más de 5 millones de pesos. ¡Lo evaden todos! (1) Proponemos un impuesto progresivo a las grandes fortunas, con una alícuota mucho mayor que el máximo de 1,25% de hoy, y sobre todo… que lo paguen. Incluso subiendo el mínimo no imponible a 1-2 millones de pesos, con sólo recaudar en serio este impuesto compensaríamos largamente la cuarta categoría de Ganancias (el impuesto al salario).
Nacionalizar la banca y el comercio exterior
La cotización del dólar es una pesadilla cotidiana no ya para los financistas, sino para todo el mundo, porque cuando sube el dólar, hasta el menos avispado sabe que después subirán los precios. El gobierno durante años negó el problema, jactándose de las “cuantiosas” reservas del Banco Central. Ahora que es evidente la necesidad de rascar dólares de donde se pueda, la única genial idea del kirchnerismo, de Scioli, de Macri, de Massa y de todos es… endeudarse afuera.
Pero esto pasa, en primer lugar, porque el gobierno y el Estado no controlan el flujo de divisas. Lo vimos cuando el conflicto con los sojeros en 2008: los exportadores no liquidan los dólares en el BCRA y extorsionan así a este y a todos los gobiernos. Ahora se habla de “cepo”, pero lo que hay no es más que un limitado control estatal (que igual alcanza para que la insaciable patronal se queje de “falta de libertad”).
Pues bien, la manera de resolver esto es que se acabe la “libertad” de que exportadores y banqueros privados manejen divisas, un bien estratégicamente necesario, tanto como los hidrocarburos, el agua o las telecomunicaciones. El Estado debe tener el monopolio del comercio exterior, debe tener conocimiento estricto de cada dólar que entra o sale, porque si no, el resultado es el que está a la vista: los capitalistas argentinos tienen en el exterior, sólo en patrimonio personal (no en inversiones productivas), unos 250.000 millones de dólares. ¡Casi el equivalente a la deuda externa argentina! ¿Esas son las prioridades del destino de las divisas del país: los departamentos en Miami y las cuentas en Suiza de la patronal argentina?
Y además, de esa manera se acaba el chantaje de los exportadores: todos los años el gobierno espera que en abril-mayo los sojeros liquiden los dólares de la cosecha gruesa, mientras los exportadores almacenan granos en silos bolsa y especulan con el valor del dólar, el de la soja o lo que sea. Con los bancos es lo mismo: chantajean al gobierno de turno con sus dólares en la mano. Y para colmo, son el gran instrumento para la fuga de divisas.
Justamente, el affaire HSBC pone al desnudo el rol nefasto de todos los actores de la Argentina capitalista. Los empresarios argentinos (¡no hay más que mirar la lista de titulares de las 4.040 cuentas!) se la llevan toda para afuera en vez de invertir; el banco privado ayuda a fugar dólares a Suiza, y el gobierno K patalea pero es absolutamente impotente para hacer nada contra nadie. Claro, no puede pelearse a fondo con los bancos privados, a los que necesita como prestamistas y como operadores financieros para emitir deuda (como ocurrió con los Boden 2024 y el Deutsche Bank).
Basta de eso: los dólares, como todo insumo estratégico, caso el petróleo y demás recursos naturales, deben pertenecer a todo el pueblo argentino. Y desde ya, la única garantía de que el manejo estatal del comercio exterior y el sistema financiero no termine yéndose por el tubo de la corrupción es que todas las operaciones importantes se hagan bajo el más estricto control de los trabajadores y sus organizaciones.
Romper con el verdadero cepo: la deuda externa
Contra lo que nos vendió durante años el “relato”, el problema estructural financiero del país sigue siendo la deuda externa. Lejos de haberse “resuelto”, como temerariamente dijeron muchas veces los voceros oficialistas, el problema de la deuda se vuelve cada vez más grave. Es cierto que ahora buena parte de la deuda es intra Estado (es decir, con la ANSeS, el BCRA, etc.), pero desde hace por lo menos tres años, la capacidad del país de generar divisas es cada vez menor. Por eso se vuelve a hablar de endeudarse (y del “desendeudamiento”, que nunca fue tal, sólo se habla en tiempo pasado). Por eso todos los candidatos capitalistas buscan seducir a las grandes multinacionales ofreciéndoles el oro y el moro (como hizo el gobierno K con Chevron en Vaca Muerta y con las mineras). Por eso todos los asesores económicos de los partidos patronales explican en voz baja qué tipo de ajuste van a hacer, si gradual, en cuentagotas o de un saque.
Pasa que la hipoteca de la deuda nunca se levantó, y ahora las cuotas vuelven a ser pesadas. Y no se levantó porque no hay forma de hacerlo: la deuda es impagable, o bien ya se ha pagado. Varias veces. Lo dicen las cifras del propio oficialismo: Cristina se ha jactado en su momento de haber pagado 190.000 millones de dólares (ya deben ser bastante más) sólo durante la gestión K. ¡Pero ese monto es superior a la deuda externa argentina en 2003! ¡Y pese a haber pagado esa montaña de plata, la deuda hoy ronda, según cómo se calcule, entre los 250.000 y los 300.000 millones de dólares! Así es la estafa de la deuda: más pagamos, más debemos.
Sólo hay una manera de romper con este anillo de hierro. Y no es haciendo “negociaciones geniales”, “reestructuraciones históricas”, “quitas inéditas” ni “desendeudarse” pagando religiosamente, todas alternativas que ha ensayado el kirchnerismo y que sus eventuales sucesores capitalistas (Scioli o Macri) van a reeditar corregidas y aumentadas (y tomando más deuda). No, el camino para liberarse de este verdadero salvavidas de plomo es negarse a pagar un peso más a los acreedores internacionales, empezando por los buitres, Griesa y Cía.
¡Eso es aislamiento, nos caemos del mundo!, nos dirán. Pues bien, Grecia nos muestra el final de esta película. Para “no caerse de Europa”, el capitulador Tsipras condena a millones de griegos al hambre, la desocupación y el ajuste sin fin. No estamos hoy en esa situación, pero lo estuvimos en 2001 y volveremos a estarlo si continuamos dando vueltas a la noria de la deuda. Incluso los Kirchner se dieron cuenta en su momento de que había que plantarse frente al imperialismo. Pero como lo hicieron de manera muy parcial, tibia y totalmente inconsecuente, después de 12 años de “modelo nacional y popular”, de “haber salido del abismo”, nos vamos acercando otra vez, poco a poco, al mismo lugar. No es nuevo: es toda la historia económica de este país y de Latinoamérica, para colmo ahora en condiciones externas mucho menos favorables. A la corta o a la larga, nos vamos a encontrar una vez más con el mismo dilema: someternos a los dictados del imperio, de las finanzas y del gran capital trasnacional, o romper con él. Nadie promete que será sencillo, pero sólo el segundo camino puede abrir paso a una sociedad más justa, más solidaria, de los trabajadores y el pueblo: el camino a una sociedad socialista.
Marcelo Yunes
Notas