Un primer análisis de los resultados

Además del balance político más general del significado de la elección, que se plantea por separado, corresponde hacer una primera evaluación de la votación del 25 desde el punto de vista de los resultados numéricos, sobre todo en comparación con el panorama que habían dejado las PASO de agosto. Es un complemento necesario al análisis que busca aportar algunos elementos de explicación de ciertos fenómenos específicamente electorales que dejaron tela para cortar.

 

El avance de Macri

 

Sin duda, el primer punto a explicar es la elección de Macri, que superó todos los pronósticos y encuestas [1] al alcanzar el 34%, a sólo dos puntos y medio de Scioli. Lo curioso del caso es que esos cuatro puntos adicionales que logró Macri sobre el 30% de Cambiemos, en su mayor parte, no resultan de un trasvasamiento de votos de parte de los otros espacios. Es cierto que esa transferencia existió en el caso de Córdoba (Macri se quedó con la mitad de los votos de Massa-De la Sota), pero aun así Massa no bajó su porcentaje global, e incluso creció un poco. Scioli bajó un punto y medio y Stolbizer un punto, pero eso no explica la diferencia, sobre todo porque Scioli sacó 600.000 votos más que en las PASO, al igual que Massa, y Stolbizer perdió 150.000 votos. Mientras que Macri creció casi 1.800.000 votos.

¿Entonces? La respuesta está en que en octubre votaron 2,8 millones de personas más que en agosto (recordemos que el día de las PASO fue lluvioso y frío en todo el país). En las PASO votó el 73% del padrón; en octubre, el 81%. Se trata de una franja del electorado eventualmente despolitizada (lo que suele ser terreno fértil para las ofertas electorales de derecha). La parte del león de esos casi tres millones de votos, posiblemente la mitad, se la llevó Macri. Scioli y Massa se llevaron, como dijimos, unos 600.000 votos cada uno, y las otras listas no recibieron casi nada de ese maná electoral.

Si a este millón y medio de votantes de clima soleado que se inclinaron masivamente por Macri se le suman los 300.000 votos que fueron de UNA (De la Sota) a Macri en Córdoba, tenemos la diferencia en votos que explica el 34% de Cambiemos.

De modo que no es que Scioli haya perdido votos, sino que Macri fue más efectivo para captar ese 8% del padrón que no había estado en las PASO. En ese sentido, hay que decir que el equipo de campaña de Macri probablemente haya sido más profesional y “científico” que el de Scioli. El comando macrista definió como una operación bélica dónde iba a concentrar las fuerzas: las cinco provincias grandes (con Córdoba como premio más seguro y Buenos Aires como premio mayor), Entre Ríos, Tucumán y Jujuy. Con eso más la “ayuda” de Aníbal Fernández, que resultó un salvavidas de plomo para Scioli, Macri logró ganar Córdoba, dar vuelta Santa Fe (había perdido por poco y ahora ganó por poco) y, sobre todo, acercarse bastante en Buenos Aires y las provincias citadas, de mucha población. En comparación, la actividad electoral de Scioli pareció más errática y menos focalizada.

 

Estancamiento o retroceso del resto

 

En algo sí tuvieron razón las encuestas, que repetían una y otra vez que no parecía haber grandes diferencias con las PASO. No las hubo entre los votantes de agosto, pero no midieron la conducta electoral de los nuevos votantes, esos casi 3 millones a que hacíamos referencia. El cambio de tendencia estuvo allí, y tanto el crecimiento de Macri como el pequeño retroceso de Scioli en porcentaje (aunque subió en votos totales) y el pequeño avance de Massa se explican por lo que ocurrió con ese electorado “nuevo”, más que por movimientos importantes entre los votantes de agosto, salvo el caso señalado de Córdoba.

Justamente, la performance de las otras fuerzas estuvo mediada por esos dos factores: la relativa estabilidad del voto de agosto y la tajada que lograron de los electores nuevos. En este aspecto, Scioli fue el más perjudicado, porque sólo captó alrededor de un 20% de esos votantes, con lo que, aun repitiendo la elección de las PASO, su porcentaje global bajó un 1,5%. A esto debe agregarse el “factor Aníbal”: su alto rechazo tiró un par de puntos abajo la elección de Scioli en provincia de Buenos Aires, y sobre todo le dio aire a María Eugenia Vidal, a punto tal de generar el fenómeno inédito de que la candidata a gobernadora empujara hacia arriba la votación del candidato a presidente (y no al revés, como sucede habitualmente).

En cuanto a Massa, probablemente se llevó una porción mayor que la de Scioli, un 30-35%, de los votos “nuevos” despolitizados, gracias a lo cual, y pese a perder 300.000 votos en Córdoba a manos de Macri, creció más en cantidad de votos que Scioli (Massa por arriba y Scioli por debajo de los 600.0000 sufragios adicionales) y mejoró unas décimas respecto de las PASO. El logro de Massa fue resistir la polarización, lo que lo dejó de hecho como árbitro del ballottage, ya que éste se definirá según lo que haga el 20% de los votos que obtuvo UNA.

Otros que perdieron fueron Stolbizer y Rodríguez Saá, que recibieron poco y nada de los votantes nuevos, y perdieron un 30% y un 20% de sus votos, respectivamente. Seguramente los de Stolbizer fueron a Macri y los de Rodríguez Saá a Scioli o Massa, pero como su caudal electoral era ya bastante menguado, su actuación electoral pasó sin pena ni gloria.

 

La magra cosecha del FIT

 

El FIT prácticamente repitió, en porcentaje, la votación de las PASO, rondando el 3,3%. En números absolutos, creció de 725.000 a casi 800.000 votos a presidente, y obtuvo 970.000 a diputados, con los votos de sólo 13 provincias. Tuvo un corte de boleta importante a diputados en varios distritos, pero justamente no en provincia de Buenos Aires y Capital, donde había más chances de lograr legisladores en una lista encabezada por candidatos del PO (Pitrola y Solano, respectivamente).

La insistente e insufrible prédica del FIT y de sus componentes por separado de “diputados de izquierda”, casi desentendiéndose de los demás aspectos políticos que es obligación de una fuerza socialista revolucionaria plantear en un proceso electoral como éste, tuvo como resultado total la cosecha de 1 (un) diputado nacional por provincia de Buenos Aires. Y no le sobró nada: Pitrola entró gracias a un moderado corte de boleta (15% más), porque con los votos a presidente el FIT estaba en el borde del 3% del padrón, piso antidemocrático para consagrar diputados.

Que lograr diputados, salvo en provincia de Buenos Aires y alguna chance en Capital, era tarea casi imposible, era algo notorio para casi cualquier observador con un mínimo de seriedad y objetividad. Pero esas condiciones el FIT, de más está decirlo, no las cumplía, sobre todo en esta oportunidad el PTS, que desde su triunfo en la interna de las PASO no se bajó del objetivo delirante de los “dos millones de votos” y de los “tres a cinco diputados”.

La realidad es que, salvo los distritos mencionados, el FIT estuvo muy lejos de la menor chance de lograr parlamentarios. El otro lugar donde había cierta posibilidad de conseguir 1 (un) diputado era Capital Federal. Pero allí el PO, que persevera en su costumbre de hacer mal las cuentas, empapeló la ciudad con unos gráficos que hacían unas sumas de lo más antojadizas pidiendo 120.000 votos. Al final sacó 106.000 (un corte de boleta del 25% a favor), pero lo que en realidad hubiera necesitado eran 140.000 votos. Se repitió así el sainete de la elección de 2013, cuando mendigaron 100.000 votos para meter a Altamira, obtuvieron la cifra milagrosa… y Altamira no entró.[2]

Por otra parte, mirado objetivamente, haber repetido la elección de las PASO no es un desastre político; es quizá apropiada la definición que dio Altamira de “frenazo”. El problema del FIT es que su sempiterno electoralismo le jugó esta vez una mala pasada. Así como el PO era el campeón de las expectativas delirantes hasta las PASO de agosto, el triunfo del PTS en la interna, como dijimos, lo habilitó a tomar la posta de la fiebre de los votitos y los carguitos, con total desproporción, oportunismo y sin el menor análisis político coherente detrás. En contrapartida, el PO, después del sacudón que le significó votar una fórmula PTS-PTS para presidente, parece un poco más sobrio en sus evaluaciones electorales.[3]

 

Hacia el ballottage

 

Hacer especulaciones hacia el 22 de noviembre es prematuro, tanto como el triunfalismo desbocado de Macri o la desazón inconsolable de dirigentes (y votantes) kirchneristas. Lo único claro por ahora es que Macri viene con envión ganador, lo que quizá le haga sumar los votos más despolitizados que siempre van al caballo del comisario, pero la elección no está para nada resuelta. La mejor chance de Scioli es jugar la carta del pánico a la derecha y apelar a los votos peronistas de Massa. Claro que nadie sabe qué proporción es peronista del 20% que sacó el tigrense, aunque es posible que ya haya habido traspaso del voto más gorila de Massa y Stolbizer hacia Macri en esta elección.

Queda un país políticamente dividido en dos, con norte y sur peronistas, provincias ricas a la derecha y Buenos Aires partida entre macrismo y peronismo. Y mientras la definición del presidente sigue pendiente, lo que sí se conoce es la composición del nuevo Congreso, en el que nadie tendrá mayoría parlamentaria propia: en Diputados, Cambiemos tiene unos 100 diputados y el FpV, con sus aliados, arrima a unos 110 (el quórum es 129). Y en el Senado el FpV sí tiene mayoría de 41 senadores (el quórum es 37). Lo que deja dos aspectos en cierto modo contradictorios: por un lado, como dijeron en una reunión de las patronales automotrices, “que haya ballottage es positivo porque permite un gobierno más fuerte para tomar decisiones difíciles” (Ámbito Financiero, 27-10-15). Por el otro, ese gobierno surgido de una mayoría de votos artificialmente lograda en ballottage deberá lidiar con un Congreso que no le hará el camino fácil a ninguno de los dos. Los días de la “escribanía del Ejecutivo” se terminaron. Y las “decisiones difíciles”, es decir, el ajuste capitalista, no serán esquivadas por ninguno de los dos participantes de la segunda vuelta.

Marcelo Yunes

 

Notas

  1. Ni una sola encuestadora vio venir la elección de Macri (y tampoco la derrota clara de Aníbal Fernández frente María Eugenia Vidal). Lo curioso es que esas mismas encuestadoras habían acertado con bastante aproximación en las PASO, tanto en el ordenamiento como en los porcentajes. Moraleja: es imposible dar por buenas sus predicciones… pero tampoco se las puede descartar del todo.
  2. Por supuesto, para el PO la culpa de quedarse sin diputado en Capital es siempre de Luis Zamora, que esta vez sacó 60.000 votos (contra 105.000 del FIT) gastando la centésima parte, con boleta corta (local) y casi sin presencia en los medios. ¿Y si empezamos a buscar las razones del fiasco en otro lugar, compañeros del FIT? Por ejemplo, en el perfil de campaña lavado, en el sectarismo hacia el Nuevo MAS, en la autoproclamación soberbia que termina en la nada…
  3. Pero no en todo: según Altamira, “los que pedían al Frente de Izquierda que votáramos a Lousteau para derrotar a Macri en la Capital, ahora le pedirán que vote a este Macri en la segunda vuelta electoral contra Scioli” (en www.po.org.ar, 26-10-15). ¿¿Cómo?? ¿Con quién tienen Altamira y el PO este imaginario diálogo político? Uno suponía, más bien, que la presión al FIT y sus integrantes vendría del lado del kirchnerismo para votar a Scioli “para que no gane la derecha”. Que Altamira desmienta el eventual voto a Macri “contra Scioli” da la medida del medio ambiente gorila del que se supo rodear el PO desde las épocas de sus aventuras con la “unidad opositora”.

 

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