Roberto Sáenz (versión editada de un texto publicado en el 2012)
A lo largo de los últimos años ha crecido en el seno de la izquierda revolucionaria el debate acerca de cómo caracterizar las manifestaciones de lucha que de manera creciente se están viviendo en el mundo.
Desde nuestra corriente hemos insistido en que aprendiendo de las enseñanzas del pasado, conviene echar mano de una combinación de factores objetivos y subjetivos a la hora de entender los desarrollos en curso.
Es decir: que no cualquier levantamiento es una “revolución”; que en la variedad de las formas de la lucha se encuentran, también, las revueltas o más en su conjunto, lo que hemos dado en llamar las rebeliones populares que son aquellas manifestaciones de lucha que vienen desde abajo, que impactan sobre el orden político y social, pero que no tienen todavía la capacidad de ponerle verdaderamente en cuestión.
Nos dedicaremos en este texto a trazar algunas de sus características.
Un ciclo internacional de rebeliones populares
La variedad de formas de la rebeldía popular puestas en marcha la última década es de una enorme riqueza: disturbios, movilizaciones de masas, ocupación de plazas públicas, cortes de rutas, paros generales, ocupaciones de fábrica, e incluso, en los casos más extremos como en Siria, armamento popular y circunstancias de guerra civil.
Esta variedad de las formas de la acción desde abajo de amplios sectores de las masas, es lo que genéricamente ha llevado a muchos analistas (y corrientes de la izquierda), a caracterizar estos procesos como lisas y llanas revoluciones. “Revoluciones políticas”, “revoluciones democráticas”, o revoluciones tout court son categorías que si bien imprecisas, tienen el valor de destacar el brusco ingreso de las más amplias masas en la vida política (Trotsky) y, en ese sentido, retienen toda su validez.
Sin embargo, al darle tal contenido “polisémico” a la categoría de “revolución”, muchas veces se tiene la dificultad de oscurecer más que aclarar los procesos en curso.
Porque lo que una utilización tan genérica de esta categoría tiende a opacar, es la extrema desigualdad de los factores objetivos y subjetivos que la están recorriendo.
Es decir: existe la complicación de llamar “revolución” a todo proceso emergente de lucha desde abajo que plantea determinado cuestionamiento al orden de cosas.
Por nuestra parte, creemos que sirve más a los objetivos de la comprensión de lo que está en juego, el establecer una delimitación entre las categorías de rebelión popular, y la que requiere mayor madurez de los factores objetivos y, sobre todo, subjetivos, de revolución social.
Nos parece que categorías como “revolución política” o “revolución democrática” tienen el problema que si bien marcan un evidente giro revolucionario en los acontecimientos de determinada región o país (y tratan de limitar sus efectos precisamente con la connotación de “política” o “democrática”), dan cuenta defectuosamente que lo que está en curso no es todavía un proceso que haya alcanzado tal grado de madurez para plantear la transformación social del sistema, esto como producto del uso tan genérico de la categoría “revolución”.
Porque ese es el límite que vienen teniendo los procesos de rebelión popular extendidos mundialmente. Marcan un extraordinario despertar: un recomienzo histórico de la experiencia de los explotados y oprimidos. Pero la inmadurez del conjunto de los factores subjetivos puestos en acción, significan que el pasaje de “umbral” –por así llamarlo- entre un proceso de rebelión popular a uno de revolución social anticapitalista, es todavía una experiencia histórica a ser recorrida en el nuevo siglo.
Claro, es evidente que sería un error ponerle a priori, o abstractamente, un techo a los procesos en curso; hablemos de cualquiera de los procesos que hablemos.
También, que sería un despropósito perder de vista que entre los procesos de rebelión popular y su eventual transformación en revolución social, no pueden dejar de existir vasos comunicantes, los que hacen a la acumulación de experiencias que van adquiriendo los explotados y oprimidos, y que dependiendo del juego de una serie de factores (tanto objetivos como subjetivos), esta potencial dinámica podría ser inhibida o facilitada.
En todo caso, nuestra definición de un ciclo extendido internacionalmente de rebeliones populares intenta mostrar tanto los alcances como los límites del recomienzo de la experiencia histórica que está en curso; experiencia que debido al atraso de sus factores subjetivos tiene por delante dar un complejo salto en calidad para poner a la orden del día la actualidad de la revolución socialista en este nuevo siglo.
Hay que tener algo en claro: cuando nos referimos al atraso de los factores subjetivos, no nos referimos a la enorme magnitud de los enfrentamientos en curso (por ejemplo, las situaciones de guerra civil en Siria o mismo Turquía), sino a aquellos factores que como la centralidad de la clase obrera, la conciencia, los programas, los organismos de poder y el peso de las organizaciones políticas revolucionarias, marcan la emergencia de un escenario de revolución social.
Yendo a determinaciones más concretas, hay varios elementos que muestran lo que venimos señalando. Hay que explicar, por ejemplo, el uso de la democracia burguesa como antídoto cuasi universal.
Cuando se trata del mundo árabe, esto tiene una determinada “inconsecuencia” por cuenta que en dicha región no se aplican de igual manera algunas de las características que son más “universales” hoy: la combinación de las formas de mediación electoral y de los mecanismos de dominación directa, casi militar, es distinta a la mayoría de las regiones de occidente, lo que a la vez, no quiere decir que sea más sencillo el pasaje del proceso de la rebelión popular en uno de revolución social (¡sino más bien lo contrario, por cuenta de un cualitativamente mayor atraso en los factores subjetivos!).
De todas maneras, es un hecho que la ausencia de un verdadero proceso de radicalización en los países europeos, y, más aun, en los EE.UU., hacen que a pesar de todo lo eventualmente deslegitimadas que puedan estar o no las instituciones de la democracia patronal, la salida político-electoral se siga imponiendo todavía en la generalidad de los caso; es evidente que no se logra todavía desbordar realmente a las instituciones de la democracia burguesa y que, mediante el voto, se siguen operando, a pesar de todo, recambios entre los partidos del sistema. Íntimamente vinculado a lo anterior, está el peso que conservan las direcciones sindicales tradicionales.
Existen todo tipo de desigualdades; una cosa es Europa y los EE.UU. (mismo dentro de Europa no es igual Grecia, España o Francia, por no hablar de Alemania), y otra evidentemente muy distinta lo que está ocurriendo en Siria, Egipto o Turquía, con elementos abiertos o encubiertos de guerra civil.
Pero aun a pesar de las desigualdades, el hecho es que en el caso griego, francés, español, italiano o mismo inglés, todavía la burocracia sindical administra más o menos a su “antojo” jornadas nacionales de lucha, movilizaciones e incluso paros generales, dosificándolos de tal manera de evitar que tengan la contundencia para desatar una lucha generalizada y abiertamente revolucionaria que los desborde.
Si lo anterior es evidente, no deja de haber otros elementos respecto de la dinámica de la rebelión. El momento de apogeo es, en general, subproducto de una acción más o menos espontánea de las grandes masas: estallidos de furia, disturbios, desbordes, rebeliones e, incluso, hasta podríamos decir, “semiinsurrecciones”; acciones que eventualmente hacen caer gobiernos e imponen cambios en el estado de cosas.
En su transcurso se producen grandes enfrentamientos con las fuerzas represivas (aunque en general, salvo en los casos del mundo árabe, no llega a intervenir el Ejército), y en estos enfrentamientos puede haber hasta rudimentos de organización; pero esta claro que de parte de los explotados y oprimidos no se llega con ningún plan sistemático (por lo que no se ha estado en presencia de verdaderas insurrecciones). Y, habitualmente, los manifestantes enfrentan la represión con piedras, palos, molotovs y no mucho mas (el caso de Siria ha sido distinto por la maduración de elementos de guerra civil; aunque aquí, lo que las ha tirado “para atrás”, es lo atrasado de los factores sociales de clase y de la conciencia política de los actores).
Pero, además, en general no se han desarrollado grandes experiencias de puesta en pié de organismos alternativos e independientes de lucha y poder de la clase obrera. Es decir, no se constituyen elementos de un poder alternativo o “dual” de los explotados u oprimidos, o, cuando esto ocurre, se revela como demasiado efímero todavía.
Repetimos. Es evidente que son los factores “más subjetivos” los que vienen más atrás: el grado de conciencia política de clase es inexistente o muy inicial; las demandas suelen ser económicas mínimas y democráticas: no apuntan todavía -en su generalidad- al cuestionamiento directo a la clase capitalista y el sistema (aunque ha habido valiosos casos de ocupación obrera, su puesta en producción por los trabajadores y cooperativas); amén de que, en términos generales, las corrientes y partidos socialistas revolucionarios pueden tener peso en la vanguardia (¡incluso importante!), pero otra cosa es que alcancen peso de masas.
Así las cosas, el actual ciclo de rebeliones populares se mueve entre dos límites que no se deben perder de vista al hacer una caracterización precisa de los mismos. Por un lado, constituyen un inmenso giro respecto de la tónica de derrota dominante las décadas anteriores y un inmenso laboratorio de la lucha de clases. Porque el hecho es que se está viviendo un recomienzo histórico de la experiencia de la clase trabajadora mundial, y esta es la gran noticia de los últimos años.
Pero, por otra parte, caracterizar estos procesos como revoluciones “lisas y llanas” ya es demasiado. Hacer una definición así solamente puede servir para confundir las cosas dando la impresión de que aquellos problemas que siguen pendientes de ser resueltos, ya lo están.
Porque es todavía el conjunto de las características observables que hemos mencionado, lo que hace a la configuración del actual ciclo mundial como uno de rebelión popular. Y, en todo caso, lo que se está colocando en la agenda es trabajar porque estos procesos de rebelión se transformen en procesos de revolución socialista.
Cuando se “desfonda” la democracia burguesa
Si el actual ciclo político es, en su generalidad, de rebelión popular, nos interesa establecer aquí algunos parámetros alrededor de los cuales estaría planteado el pasaje a uno de revolución social.
Comencemos señalando que todo proceso revolucionario supone una determinada relación entre las masas populares, sus vanguardias y sus organizaciones de lucha y políticas.
Esta relación (dialéctica) –escenario de procesos de acción y reacción, de mutua determinación- inevitablemente está pautada por una serie de desarrollos desiguales; en todo caso, el grado de condensación que vayan alcanzando estos elementos es la expresión, en cada momento de su desarrollo, de la determinada madurez (objetiva y subjetiva) de la experiencia de la lucha.
Si un ascenso realmente de masas coincide que una “maciza” intervención de la clase obrera en el centro mismo del proceso de la lucha; con el desplazamiento a izquierda (y la división) de partes sustanciales de las “clases medias”; con la creación de organismos de pelea y, eventualmente, de poder; y con la maduración de una dirección revolucionaria reconocida. Y si, además, y como presupuesto, la crisis económica y política e, incluso militar que está por detrás de esta experiencia, tiene tal grado de madurez que provoca una dinámica de acciones realmente revolucionarias y divisiones en las alturas, esto colocaría al proceso en el umbral de una revolución social.
Sin embargo, lo anterior no es tan sencillo: todo lo variable de los resultados intermedios (resultados intermedios que son, justamente, los que caracterizan las experiencias y situaciones concretamente determinadas), proceden, precisamente, de la dificultad para lograr tal grado de “simultaneidad” de los elementos que componen una situación revolucionaria.
Teniendo presente lo anterior (respecto de los procesos en el mundo árabe, Grecia, España y otros países), lo que se observa en todo caso, en términos muy generales, es una intervención de masas más o menos espontánea, con una todavía desigual participación de la clase obrera como tal, un grado relativamente bajo de madurez de su conciencia política (inicial todavía), y una casi total falta de organismos de lucha y poder alternativos, por no hablar de la carencia de todo peso de masas de las organizaciones políticas revolucionarias, razón por la cual se está todavía lejos del umbral necesario para una revolución social.
En todo caso, la mediación más general del momento es la distancia entre la experiencia que recorren las masas respecto de los componentes de la amplia vanguardia. Es en esta desigualdad dónde se colocan las organizaciones políticas y burocráticas fieles al sistema, las que operan como mediadoras para una radicalización ulterior (sea con los ropajes ideológicos que sea que necesiten “vestirse”). De ahí también el peso de la mediación electoral, única forma de existencia de la política para las masas “más lentas”.
Porque, precisamente, uno de los elementos más evidentes que están faltando todavía, es la emergencia de un proceso de radicalización política entre las grandes masas. Esto es lógico dado que la característica ideológica distintiva de las últimas décadas no fue su “radicalidad” sino todo lo contrario: un período “posmoderno” de despolitización, de orfandad de alternativas políticas, de crisis de alternativas en el sentido profundo de la palabra.
Y, ahora, cuando la experiencia de los explotados y oprimidos está en un recomienzo histórico, el hecho es que nadie podría ahorrarle a esas mismas masas el aprendizaje que deben hacer a partir de su propia experiencia.
Recordemos que a comienzos del siglo XX, cuando se procesó el período más revolucionario de la humanidad alrededor de la experiencia de la Revolución Rusa de 1917, la clase obrera europea constituía un movimiento socialista de masas que si bien era mayoritariamente reformista, conformaba un punto de partida alto a partir del cual se procesó esa clásica experiencia de radicalización política revolucionaria en torno al bolchevismo.
Claro que nadie puede saber a ciencia cierta cómo será la reemergencia de la revolución socialista en el siglo XXI; está claro que tendrá todo tipo de combinaciones y desarrollos desiguales; aunque, quizás, deba primeramente pasar por nuevas experiencias del tipo Comuna de Paris, dónde la clase obrera sea vista en el poder, aunque más no sea episódicamente, experiencia que facilite la emergencia de partidos revolucionarios de masas.
Lo que sí es seguro, es que el actual ciclo de rebeliones populares está creando, en todo caso, las “bases materiales” para retomar la experiencia de la revolución socialista no como una “abstracción (es decir, como un producto de “laboratorio”), sino como fenómeno histórico.
Porque de profundizarse la crisis estos dos procesos que aparecen muchas veces como en “paralelo” –los de las masas y los de la vanguardia-; como unas “asíntotas” que nunca se van a tocar, deberían tender a entrelazarse, poniéndose más en “sintonía” y creando, eventualmente, mejores condiciones para el pasaje del actual ciclo de rebelión popular a uno marcado por la actualidad de la revolución socialista.
Cuando hablamos más bien de “rebeliones” que de revoluciones (para caracterizar los procesos de lucha de hoy que se extienden mundialmente), no los hacemos para quitarles ni un ápice de su importancia. Lo único que nos impulsa es precisar lo más exactamente posible en qué punto se está de su madurez, y de las posibilidades de retorno de la revolución socialista en el nuevo siglo.
Cómo se ha podido observar en la historia de las revoluciones, las mismas operan mediante una mecánica de radicalizaciones crecientes, una dialéctica de acción y reacción, que también hace al grado de maduración de la conciencia política subjetiva de las masas participantes.
El péndulo de la lucha de clases
¿Pero de qué se trata este proceso de radicalización creciente? Simplemente, que lo determinante son las oscilaciones del péndulo de la lucha de clases; es decir, entre qué límites se mueve el mismo: cuál es la “gradación” de sus movimientos.
Es que la mecánica de la revolución funciona, precisamente, por intermedio de las bruscas oscilaciones que van llevando de un grado de radicalización a uno mayor en la medida que se establece un juego de acción y reacción: a tal impulso de una fuerza para un lado, tal grado de respuesta desde el otro (una crisis catastrófica, una guerra o un derrota en la misma, es obvio que mueven el péndulo político de una manera mucho más radical que una crisis política producida por un político corrupto, por poner un ejemplo).
Aquí, digamos que visto desde un punto de vista “sociológico”, uno de los elementos centrales que actúan siempre motorizando esos momentos de radicalización, es la “muerte”.
Es decir: el asesinato de determinados luchadores, el carácter crecientemente “sangriento” o no de los enfrentamientos, choques que conmueven a las más amplias masas y que, simultáneamente, muestran una determinada pérdida del control de las cosas por parte de los que ejercen el poder.
Por otra parte, estas oscilaciones se mueven dentro de ciertos límites dependiendo del marco más de conjunto estructural (económico, social y político) de la crisis. Y esta claro que, en la medida que la crisis económica vaya haciéndose más “catastrófica”, incluyendo incluso enfrentamientos abiertos en el seno de la clase dominante, o mismo guerras entre estados, ya las condiciones objetivas en las cuales se desarrolla la experiencia de la lucha se hacen más radicalizadas sentando bases materiales para una mucho mayor radicalización de las clases puestas en acción.
El grado de profundidad de la experiencia política, de los procesos actualmente en curso, lo podemos observar a simple vista dependiendo del grado de las alternativas que están hoy día puestas sobre la mesa. Si en el caso del mundo árabe la dureza de los enfrentamientos físicos ha desbordado lo ocurrido en Latinoamérica, sin embargo, su grado de radicalidad política no ha traspasado el umbral latinoamericano.
De ahí, repetimos, que el antídoto universalmente aplicable tanto en Latinoamérica como en el mundo árabe (aunque en este caso, con algunas determinaciones que tienen que ver a un grado proporcionalmente mayor de autoritarismo, lo que ha dado lugar, en verdad, a otro tipo de configuración), e, incluso, más aun obviamente en Europa, siga siendo el de la democracia burguesa.
Claro que existe todo un “arco iris” de situaciones; pero la universalidad de ese antídoto (el voto popular), algo debe hablar respecto de la inicial radicalidad todavía limitada de los procesos en curso.
Si nos transportáramos a los años 30 del siglo pasado veríamos que ahí la mecánica no era ya entre la rebelión y la reabsorción de la misma en la democracia patronal (como ocurre todavía en la generalidad del mundo hoy): la mecánica era entre la revolución y la contrarrevolución.
¿Cómo operaba esa mecánica? ¿Cuál era su expresión política más característica? Esa expresión era el hundimiento de la democracia burguesa. Una tendencia a la polarización política dónde las fuerzas “extremistas”, de derecha y de izquierda, tendían a adquirir un peso de masas. Una circunstancia dónde la alternativa era hacia gobiernos bonapartistas lisos y llanos (sino dictaduras abiertas como el fascismo), o hacia dictaduras del proletariado.
Sin embargo, por una serie de razones objetivas (la crisis económica actual no es tan grave como la de los años 30, ni tampoco tan dramáticos sus desarrollos políticos) y subjetivas (no centralidad todavía de la clase obrera, ausencia de conciencia revolucionaria), actualmente las oscilaciones del péndulo no son tan graves: se mueven entre la rebelión y la lenta reabsorción de la misma por los mecanismos de la democracia burguesa, más que entre la revolución y la contrarrevolución.
Connatural a esto hay otro hecho de enorme importancia: la clase obrera no termina de romper con “sus” organizaciones sindicales y políticas tradicionales. Esta en curso un probablemente histórico proceso de recomposición obrera por ahora más “sindical” que directamente político. Pero todavía atañe a amplios sectores de vanguardia y no todavía a la masa de los trabajadores.
En todo caso, el ciclo de rebelión popular significa que las oscilaciones no son tan graves, y los “umbrales de la experiencia” no han llegado todavía a esos grados de radicalización; no llegan a ser una dialéctica de revolución y contrarrevolución; sino, más bien, una acumulación de experiencias que puede, eventualmente, ser preparatoria para ese momento.
En último análisis, la dinámica de la lucha de clases mundial dependerá del desarrollo de la crisis. Hemos señalado repetidas veces que todavía no se ha llegado un punto en el cual se altere el equilibrio capitalista de las últimas décadas.
En el terreno político, esto es lo que explica que desde la Revolución Cubana no se hayan vivido revoluciones anticapitalistas (y, mucho menos, propiamente socialistas), que hayan llegado a la expropiación de la burguesía.
La ofensiva neoliberal de las últimas décadas, la crisis de alternativas provocada por la caída del Muro de Berlín, las derrotas vividas por la clase obrera mundial en las postrimerías del siglo XX, parecieron hacer retroceder varios “siglos” la madurez política de la clase obrera mundial (amén de haberle infringido una serie de golpes “estructurales”).
Sin embargo, el propio desarrollo de la acumulación capitalista en el período de la mundialización (con la aparición de nuevos centros del proceso de reproducción ampliada del capital), ha dado lugar a la emergencia de una nueva clase obrera: una nueva generación que comienza a hacer sus primeras armas.
En ese contexto material, el proceso de rebelión popular latinoamericano y, posteriormente, la extensión “universal” de un ciclo de rebelión popular, ha significado que, desde abajo, se hayan puesto en cuestión las condiciones económicas y políticas de existencia.
Precisamente de eso se trata una rebelión: de un cuestionamiento que no significa una transformación “estructural”, aunque si profundas reformas (pero la naturaleza social del sistema no se ve afectada).
En el mundo árabe se barrieron inicialmente dictaduras, así como en Latinoamérica se barrieron gobiernos neoliberales (que mantenían “relaciones carnales” con el imperialismo yanqui). A nivel de amplios sectores de vanguardia, incluso se fue más allá, poniéndose en pié experiencias que cuestionaron la propiedad privada capitalista (ocupación de fábrica) y el monopolio de la autoridad pública por parte del Estado.
Sin embargo, el marco o “carcaza” general en el cual se viene procesando la experiencia no ha dejado de ser, repetimos, el la de la democracia burguesa; no es casual que el gran antídoto universal que se viene ensayando frente a estos procesos sea el de la democracia y las elecciones.
Las subsistentes instancias de mediación son, de alguna manera, los diques de contención para evitar un desborde que vaya más allá. Es decir: a) un proceso de organización independiente; b) de radicalización política; c) de creación de sus propios organismos de lucha; d) de masificación de las organizaciones de la izquierda revolucionaria (todavía muy de vanguardia); e) de puesta en pié de organismos de poder; f) y de acciones revolucionarias no espontáneas sino organizadas; g) de insurrecciones armadas que peleen por el poder.
Claro está que esta perspectiva ya significaría la emergencia, en este siglo XXI, de la revolución social, de la revolución socialista, umbral al cual ninguna de las experiencias puestas en marcha hoy ha llegado todavía.
En la medida que la crisis económica mundial no sea resuelta; en la medida que estallen algunas de las “olla a presión” que la misma crisis configura en varios países o regiones; en la medida que el desarrollo mismo de la crisis no solamente agigante las contradicciones entre las clases, sino incluso implique la emergencia de contradicciones, enfrentamientos e, incluso, guerras entre Estados; en ese caso, si, el mundo vería deslizarse hacia la re-apertura de una época de crisis, guerras y revoluciones.
A nivel político, la experiencia de una época así, como la que se vivió, grosso modo, sobre todo en la primera mitad del siglo pasado en los países centrales, implicó el desborde de la democracia burguesa: un grado de polarización política (fortalecimiento de los extremos) como no ha se visto en las últimas décadas.
Pero una experiencia así, repetimos, es la que lleva al desborde de las instituciones existentes, a la puesta en pié de nuevas, al cuestionamiento generalizado a la propiedad privada, al armamento del pueblo en lucha, a la generalización de organismos de doble poder en las fábricas, a la construcción de fuertes partidos revolucionarios.
Este es el umbral que hay que traspasar para poner de nuevo en la agenda histórica a la revolución socialista. Este es el umbral que hay que traspasar desde las actuales rebeliones populares hacia las revoluciones sociales que están en el porvenir. Ese es el umbral que rompería todos los “muros” o “diques de contención” de la democracia patronal y de las direcciones tradicionales; es hacia ese “traspaso” que hay que enfocar las imprescindibles tareas preparatorias de las corrientes revolucionarias hoy.