Por José Luis Rojo



Un aroma “socialdemocratizante”

 “La conciencia ‘catastrofista’, inclusive concebida como inminencia de la revolución, es un rasgo distintivo original del marxismo, de su concepción del hombre y la historia (…) Es lo que pone de relieve el español Ciro Mesa en un estudio reciente más que interesante y muy recomendable: sus escritos (los de Marx) se encuentran atravesados por el pensamiento de que la revolución está a la vuelta de la esquina, de que puede acontecer en el instante siguiente” (“La miseria de los economistas de izquierda”, Pablo Rieznik).

 

El Partido Obrero es la fuerza dominante del FIT, el que ha obtenido la más importante representación parlamentaria. Los compañeros comprenden estos logros como una suerte de “legitimación” de su elaboración teórica, sus concepciones.

Sin embargo, si bien es verdad que el PO concentra una experiencia continuada en las últimas décadas en la Argentina[1], más de una vez se ha visto cómo las inercias teóricas y estratégicas acumuladas se transforman en graves problemas, si no desastres, cuando las responsabilidades crecen más allá de lo habitual.

Lamentablemente, el PO no parece estar aprovechando los éxitos de la hora para hacer este “autoexamen” sino, como es característico, sólo para autoafirmarse, llegando al extremo de lanzar todo tipo de ataques que rozan muchas veces la calumnia contra las corrientes no “altamiristas”. Un operativo de secta que quiere hacer valer la figuración parlamentaria actual en un imposible intento de “saldar” los debates estratégicos e históricos con las demás corrientes de la izquierda revolucionaria, tal como hicieron los bolcheviques luego de tomar el poder[2] En todo caso, estas inercias teóricas existen, y les haremos aquí una crítica.

 

Al capitalismo hay que empujarlo por el abismo

 

Partiendo de la base de sus conquistas parlamentarias, el PO está haciendo alarde de la “justeza” de su catastrofismo en materia del análisis de los revolucionarios. Se trata de una ubicación que no abreva en la tradición del marxismo revolucionario, que siempre estuvo en contra de este tipo de enfoques, sino en ciertas tradiciones de las fracciones de la socialdemocracia alemana, varias de ellas “catastrofistas”.

Es verdad que el revisionismo bernsteiniano era, en cierta forma, “anticatastrofista”, al postular un desarrollo evolutivo del capitalismo; su “perspectiva socialista” restaba como un “deber moral” que, de todas maneras, vendría por añadidura de la mera actividad cotidiana: el movimiento lo era todo, los fines nada.

Pero esto no quiere decir que las corrientes opuestas resolvieran correctamente las cosas: ser catastrofista podía  significar, en definitiva, dejar los fines librados al puro automatismo económico de la “catástrofe capitalista”, malentendido sobre el que se basó el reformismo de Kautsky, principal teórico de la II Internacional.

Si en razón de sus posiciones revolucionarias Rosa Luxemburgo tenía algunos elementos “catastrofistas”, en su caso esto estaba colocado al servicio de una posición que correctamente subrayaba la perspectiva a la agudización de las contradicciones del desarrollo capitalista, por oposición al revisionismo partidario y el propio Kautsky, que creían firmemente que las contradicciones del sistema tendían a reabsorberse.[3]

Quizá la obra “catastrofista” más valiosa en materia económica sea la de Grossman (Ley de acumulación y derrumbe del sistema capitalista, 1927; ver al respecto “Henryk Grossmann y la función económica del imperialismo”, de Marcelo Yunes, en revista Socialismo o Barbarie 23/24). Si se dejan de lado los elementos mecánicos en su análisis, queda un extraordinario estudio de la lógica de la acumulación del capitalismo que identifica la tendencia a la crisis creciente del sistema, de enorme valor. Demuestra que el capitalismo no tiene una lógica puramente “cíclica”, o una suerte de eterno retorno de lo mismo (alzas y bajas regulares y simétricas sin tendencia evolutiva o involutiva de ningún tipo), sino que está pautado estructuralmente por una dinámica a crisis históricamente crecientes, que hacen al fundamento material de nuestra pelea por el socialismo.[4]

Un continuador de Grossmann en el terreno del análisis económico fue el trotskista Roman Rosdolsky en la segunda posguerra, que produjo un valioso estudio de los Grundrisse de Marx (Génesis y estructura de El capital de Marx), una obra previa de a las redacciones de El capital.[5]

En cualquier caso, si la base material de la tendencia íntima de las contradicciones del sistema hace a todo abordaje marxista revolucionario del sistema, otra cosa muy distinta es el catastrofismo como concepción teórico-política.

La visión de que por el solo peso de las contradicciones económicas el sistema se vendría abajo no es real; no caracterizó a los grandes revolucionarios como Lenin y Trotsky. Es conocido que el primero insistía que no hay “solución puramente económica” a los problemas de la revolución social, ni que fuera correcta la idea de que pudiera haber una situación “absolutamente sin salida” para la burguesía. Lenin enseñaba en lo contrario.

Trotsky desarrolló esto de manera teórica yendo incluso más lejos en su debate acerca de los supuestos “ciclos” de la economía capitalista. Prefería hablar de “curva de desarrollo capitalista” porque concebía la historia del desarrollo del sistema como un proceso pautado por la interrelación entre economía y política, entre economía y lucha de clases.

El abordaje del problema de la evolución del sistema desde el terreno puramente económico deja a los factores políticos, subjetivos, como una mera verruga en la cara, como epifenómenos y no como factores que en determinadas condiciones objetivas creadas se transforman en decisivos, definitorios del curso mismo de los acontecimientos: “No hay ninguna crisis que pueda ser, por sí misma, ‘mortal’ para el capitalismo. Las oscilaciones de la coyuntura crean solamente una situación en la cual será más fácil o más difícil al proletariado derrocar al capitalismo. El paso de la sociedad burguesa a la sociedad socialista presupone la actividad de personas vivas, que hacen su propia historia. No la hacen por azar ni según su gusto, sino bajo la influencia de causas objetivas determinadas. Entretanto, sus propias acciones –su iniciativa, su audacia, su devoción o, por el contrario, su estupidez y cobardía- entran como eslabones necesarios de la cadena del desarrollo histórico” (L. Trotsky, ¿Adónde va Francia?, p. 55)

El catastrofismo del PO es una herencia acrítica de ciertas tendencias del trotskismo de posguerra que estaban caracterizadas por una visión teleológica de la historia y la lucha de clases que señalaba que, de todas maneras, pasara lo que pasara, “el proceso iba hacia el socialismo”[6], y que la bancarrota del sistema estaba siempre a la vuelta de la esquina (no fueron capaces de apreciar la recuperación económica relativa que significaron en la inmediata posguerra los “Treinta Gloriosos”).

Desde ya que el sistema capitalista está íntimamente pautado por contradicciones mortales que lo llevan, una y otra vez, y cada vez de manera más dramática (visto de manera histórica), al borde del precipicio. Pero para que se caiga por él, hace falta que la clase obrera lo empuje. Se puede balancear al borde del mismo, pero si no es empujado, no perderá pie del todo. En todo caso, puede llevar al abismo a toda la humanidad y a él mismo, como amenazó pasar en ambas guerras mundiales que marcaron el siglo pasado.

Pero no habrá salida progresiva automática de sus crisis si no intervienen la clase obrera y los revolucionarios. Eso es lo que le da todo su sentido al pensamiento estratégico (y al pronóstico alternativo de socialismo o barbarie, íntimamente ligado a él), y la renovada importancia que cobra en este comienzo del siglo XXI.

 

El rol del partido en las luchas

 

Un segundo problema general del PO es el abordaje estrecho que hace de la lucha por las reivindicaciones de los trabajadores. Aquí se da un mecanismo que ya hemos señalado acerca de este partido en otros lugares. El PO establece una especie de “acoplamiento” con las reivindicaciones, siempre planteadas en el terreno mínimo, con el partido que se impone desde “afuera” de la lucha misma.

Por ejemplo, en oportunidad de la lucha del movimiento piquetero, el PO jamás defendió un programa de transición para los desempleados. Pareció siempre creer que la sola movilización por los mínimos subsidios al desempleo llevaría “por su propia lógica” a un escalón superior. Pero este avance de escalón nunca ocurrió: no se puso sobre la mesa, y sólo la FTC lo planteó, una lucha real por trabajo genuino, por ejemplo.

Al mismo tiempo, el PO definía al movimiento piquetero como un “movimiento socialista”… Pero un movimiento de lucha de los explotados dirigido por socialistas y un movimiento socialista son dos cosas muy distintas. La realidad es que el movimiento piquetero siempre fue un movimiento de lucha de los desempleados contra las condiciones de existencia más bárbaras creadas por la decadencia capitalista, pero nunca un movimiento socialista como tal: el limitado programa levantado jamás podría ayudarlo a transitar ese camino. Ni hablar de las inmensas dificultades de poner en pie una perspectiva de verdadera unidad de clase con los ocupados, como defendimos durante toda la experiencia desde nuestro partido.

Esto se vincula a un problema más general: el PO parece creer que la adquisición de la conciencia de clase y socialista por parte de los trabajadores es un proceso puramente “objetivo”. Pero si esto fuera así, ¿para qué sería necesario el partido? La realidad es que la obtención de la conciencia es un metabolismo complejo que comienza por que los trabajadores realicen sus propias experiencias, aprendan de ellas, pero que a la vez procesen esta experiencia en un vínculo cada vez más íntimo con el partido.

No es verdad que toda movilización por su propia dinámica “objetiva” es “revolucionaria”. Este proceso es mucho más complejo y tiene fundamento material en que la lucha se realice, efectivamente, pero que en ese proceso se coloque en íntima relación con la organización revolucionaria, a la vez que va elevando el alcance de sus reivindicaciones, hasta llegar a la comprensión de la necesidad de modificar el conjunto de la sociedad.

Pero el PO no entiende de esta manera las interrelaciones en juego. Sobre la base del catastrofismo y el objetivismo que lo caracteriza, su acción tiende a aparecer disociada, al viejo estilo socialdemócrata de programa mínimo y programa máximo. En la práctica cotidiana está marcado por un agudo “poroterismo” que hemos criticando en otro lado. A ese poroterismo se le adosa desde arriba la perspectiva general, pero que sin que entre un término y otro haya ninguna transición.

Esto se puede hacer más crudo ahora que se han obtenido parlamentarios. Demasiadas veces el PO parece inclinado a separar tajantemente la “agenda parlamentaria”, su acción en ese ámbito, de la dinámica de la lucha de clases; el poner la acción parlamentaria al servicio de tal lucha. El PO parece proceder por “compartimientos estancos”, otra vez al estilo socialdemócrata: una cosa es la acción parlamentaria, otra la lucha sindical, parece decir. Una manera de abordar las tareas que carece de totalización, o bien ésta se hace por fuera del proceso de lucha real y no en íntima conexión con él.

Esto ocurre, por otra parte, también porque para el PO de lo que se trata es de elevar al partido como tal, y no que esta elevación del partido aparezca como parte de un proceso que tiene como objetivo fundamental la elevación política de la clase obrera y su vanguardia a las tareas de la revolución socialista.

La estrechez reivindicativa del PO, el separar tajantemente los terrenos de la intervención de los revolucionarios, son elementos que conspiran contra los objetivos de la política revolucionaria y tienen el peligro de derivar en una práctica socialdemocratizante.



[1]               Nunca logró poner en pie una verdadera corriente internacional; más bien, siempre sostuvo una concepción contraria o “etapista”, del tipo “primero hay que construir el partido aquí y luego se verá”…

[2]               Y ni aun así el bolchevismo pudo, por ejemplo, negar que el “luxemburguismo” tenía una fisonomía propia, una corriente socialista revolucionaria que se terminó desbandando a consecuencia del prematuro asesinato de Rosa Luxemburgo.

[3]               Lenin, por su parte, criticará el enfoque de Kautsky de ver la Primera Guerra Mundial como un fenómeno sólo “político” y no arraigado estructuralmente en las contradicciones mortales del sistema. Es conocido que en los años 20 Hilferding y otros integrantes de la II Internacional desarrollaron la teoría del “capitalismo organizado”, basada en la idea de que la intervención del Estado tenía el efecto de “apaciguar” tales contradicciones.

[4]               En su crítica a  los abordajes catastrofistas, Claudio Katz, ex militante del PO, cae en este tipo de análisis yéndose para el otro extremo; es decir, para el lado de un análisis con elementos “funcionalistas”, que registra las alzas y bajas del sistema como una circunstancia cíclica, fuera de toda evaluación de la dinámica histórica del sistema. Con este ángulo, toma el análisis de Ernest Mandel de las “ondas largas” del desarrollo capitalista, caracterizado también por un cierto esquematismo economicista alejado del abordaje de Trotsky, que insistía que en materia de los “ciclos económicos” más de largo plazo del sistema, lo que hay no son “ondas largas” puramente económicas, sino una curva de desarrollo del sistema que imbrica tanto factores económicos como políticos: la lucha de clases.

[5]            En un pie de página de su obra, y luego de señalar correctamente que la caída de la tasa de ganancia es una ley tendencial sometida a causas contrarestantes que mediatizan pero no anulan la operación de la ley, Grossmann agrega algo que puede fácilmente interpretarse de manera unilateral: “La afirmación de que Marx no habría instaurado una ‘teoría del derrumbe’ debe remontarse ciertamente, ante todo, a la interpretación revisionista de su obra económica antes y después de la Primera Guerra Mundial. En este sentido nunca apreciaremos lo suficiente los méritos teóricos de Rosa Luxemburgo” (Génesis y estructura de El Capital de Marx, Siglo XXI, p. 423). Si la crítica “catastrofista” a la posición revisionista de la atenuación de las contradicciones del sistema tenía su “carozo racional”, sin embargo, las derivaciones economicistas y espontaneístas de tal abordaje no lograron pasar la prueba de los hechos históricos.

[6]               Este rasgo era característico del lambertismo (fracción del trotskismo francés de la segunda posguerra), en muchos sentidos corriente de origen del Partido Obrero.

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