“(…) la opinión pública es favorable a Macri. La imagen del 25 de octubre es la de un Scioli que ganó pero perdió y la de un Macri que salió segundo pero ganó. En este escenario, las campañas negativas caen en saco roto” (Carlos Fara, La Nación, 3-11-15).
El virtual triunfo de Macri en primera vuelta dejó catatónico al kirchnerismo y abrió un debate en la sociedad. A estas horas el oficialismo está tratando de recuperar la iniciativa, pero en todos los sondeos (y en la “temperatura política” de la sociedad, los que es más importante), es Macri quien marcha primero.
Simultáneamente, corrientes afines al kirchnerismo han lanzado una campaña macartista contra la izquierda por su llamado al voto en blanco, voto que de todas maneras podría alcanzar porcentajes mayores de lo que se creía en primera instancia.
De aquí al 22 falta todavía, por lo que sería apresurado hacer pronósticos definitivos, sobre todo porque además está la instancia del debate presidencial, que podría introducir alguna modificación en el curso de las cosas.
Lo anterior no quita que Cambiemos esté instalado hoy como el probable ganador de la segunda vuelta. La “campaña del miedo” lanzada por el oficialismo viene siendo ridiculizada por el PRO (ver el hashtag “¿y si gana Macri?), que no ha cambiado una coma de su discurso new age sobre el “nuevo tiempo de felicidad” abierto en el país, mientras esquiva toda definición sobre las medidas que tomará si asume la presidencia.
En este editorial nos dedicaremos a profundizar en el análisis del voto conservador expresado el 25, así como las perspectivas abiertas hacia el balotaje.
Cristina lo hizo
Lo primero que debemos señalar respecto del análisis de las tendencias expresadas el 25, es que deberán pasar por su corroboración el 22. Con los resultados de la segunda vuelta electoral puestos se podrán sacar conclusiones definitivas del país que viene.
De todos modos, y aunque las tendencias del voto fueron variando a lo largo del año (ninguna elección fue igual a la otra), el inesperado cuasi triunfo de Macri en la primera vuelta requiere de un análisis que no puede postergarse.
Básicamente, lo que se observó es cómo las motivaciones conservadoras de las clases medias terminaron imponiéndose –o dándoles el tono– a las preocupaciones más propias de los trabajadores: su voto fue más homogéneo que el de estos últimos.
Si entre los trabajadores efectivos el voto a Scioli fue primera minoría, importantes franjas terminaron inclinándose por Macri y Massa. Simultáneamente, entre los trabajadores precarizados se dio un fenómeno singular: un importante sector votó a Macri esperanzado en que este pueda otorgarles una estabilidad laboral que no obtuvieron bajo los K…
Pero en el análisis del voto obrero a Macri descubrimos otras motivaciones. Por ejemplo: la crítica a los segmentos que reciben planes sociales. Aquí la prédica contra los desocupados se resignificó en un rechazo a las declaraciones de Cristina acerca de la supuesta “falta de solidaridad” de los trabajadores ocupados con aquellos que reciben asistencia del Estado.
Se trata de un discurso hipócrita de un gobierno que fue incapaz de cobrarles impuestos a los empresarios que, según el propio oficialismo, han gozado de “superganancias” a lo largo de su gestión. Una cuestión que ha terminado abriendo un flanco por derecha de crítica a los subsidios a los sin trabajo, como resultado de que el gobierno le cargó esa cuenta al salario obrero.
A esto se le agregó un problema más: la confusión entre los trabajadores del Estado y la práctica clientelar desarrollada por el gobierno K (¡que tiene exactamente las mismas expresiones en los distritos gobernados por la oposición!), de sostenimiento de “ñoquis”, lo que es visualizado nuevamente como una circunstancia que ocurre a costa de los ingresos de los trabajadores.
De ahí que en las fábricas haya sido muy reiterado un meme en las últimas jornadas titulado “lluvia de palas”, en referencia a que ahora los integrantes de La Cámpora “deberán ir a trabajar”…
Lo que expresó ese voto a Macri es la resignificación conservadora de una parte del electorado, del problema real de un gobierno capitalista como el de los K (que tiene elementos de movimiento populista), que en vez de garantizar trabajo genuino (¡que llevaría para arriba el piso del valor de la fuerza de trabajo!) optó de forma burguesa por mantener bajo subsidios (de miseria) una parte de la fuerza de trabajo (a la que, por añadidura, transformó en “masa de maniobras” para sus propias necesidades de aparato).
Subsidios que son apreciados como el origen de los males, en lugar de dirigir ese sentimiento hacia donde debería ir: como está dicho, ¡a la crítica implacable de las superganancias empresarias garantizadas por los K todos estos años!
Estas y otras motivaciones conservadoras son las que estuvieron detrás de la votación de importantes sectores de trabajadores que hicieron soslayar, eventualmente, preocupaciones económicas más directas vinculadas a las condiciones de vida cotidianas y que tienen el peligro de poder ser utilizadas como un factor legitimador del ajuste que venga.
¿Fin de ciclo?
El escenario a estas horas es el de un Cambiemos a la ofensiva y un FpV a la defensiva, casi desesperado. Esto no quiere decir que el oficialismo no esté intentando una respuesta, aunque no parezca que esté calando en el “cuerpo social” (al menos, no por ahora).
En las fábricas y demás lugares de trabajo la burocracia sindical oficialista se ha lanzado a una campaña para explicarles a “los compañeros confundidos” por qué deben cambiar su voto y acompañar a Scioli en el balotaje (com en el caso de Pignanelli del SMATA).
En las reparticiones del Estado, los ministerios, entre los docentes y la intelectualidad, el kirchnerismo ha lanzado una durísima campaña dando a entender todo lo que se “perdería” si gana Macri y haciendo responsable al voto en blanco de la izquierda de “hacerle el juego a la derecha”…
Incluso agrupaciones menores de cierto peso en la vanguardia (como Patria Grande) han salido a una campaña macartista para justificar el voto a Scioli (¡qué bajo ha caído la presunta “izquierda independiente”!), acusando a la izquierda clasista de las “siete plagas de Egipto” que se nos vendrían si no gana el ex motonauta.
Pero más allá de esta hojarasca, el tema es que Scioli no parece tener mucho más que ofrecer que lo que mostró camino al 25. El problema de fondo es que, finalmente, parece estar llegando a su ocaso el “ciclo progresista” que se vivió en la última década, no sólo nacional sino regionalmente.
La base material de estos desarrollos tiene que ver con el agotamiento del ciclo favorable en el precio de las materias primas y el anuncio de que este año Latinoamérica no crecerá más allá de 0,5%, una cifra que en realidad es simplemente la manera de anunciar un estancamiento duradero.
Pero la “sensación térmica” de la región es la misma que se vive en la Argentina, cuya economía está estancada desde el 2011: un dato que seguramente influyó a la hora de votar (quizás más de lo que se podía prever antes del 25).
Al socavamiento de las condiciones económicas del “ciclo progresista” se le vino a sumar el deterioro de sus condiciones políticas, algo a lo que reiteradamente nos hemos referido en estas páginas.
La “razón de ser” del progresismo tuvo que ver con reabsorber los fervores populares desatados en el 2001. La postulación de dos candidatos igualmente conservadores, Scioli y Macri, escenificó esta demanda burguesa de “normalización”, incluso cuando, como nos referiremos más adelante, una elección no puede resolver por sí misma lo que debe saldarse en el terreno de las luchas sociales.
En todo caso, y sin que esté resuelta la elección, el kirchnerismo necesitará de una enorme remontada para imponerse el 22. Una importante concentración de simpatizantes ocurrió el sábado pasado en Parque Centenario; si el Frente para la Victoria lograra desatar una gran movilización nacional en las próximas semanas, quizás podría dar vuelta la elección.
Pero no está claro que esta sea la orientación del kirchnerismo “puro y duro”, ni que haya la “moral” para convocar a una “gesta” así, hasta por el hecho de que Scioli no da el perfil para una “patriada” de ese tipo (¿está Cristina dispuesta a “quemar las naves” por el todavía gobernador de Buenos Aires?).
Así las cosas, y a pesar del slogan de Patria o Macri, quizás la “patria” deberá esperar; es que el kirchnerismo careció de cualquier cambio estructural en la configuración dependiente del país, y si tuvo roces con los gobiernos de Estados Unidos (Bush hijo y Obama), nunca fue el representante de una perspectiva realmente independiente para el país.
Por esto mismo, no está claro cómo en su agotamiento actual podría relanzar estos “fervores” dando vuelta una elección que se presenta hoy demasiado cuesta arriba.
La medida de las cosas
Respecto del giro a la derecha electoral que se está viviendo, algunas cuestiones ya están “cristalizadas”: Vidal ganó provincia de Buenos Aires, y esto no tiene marcha atrás.
Contradictoriamente, Cambiemos puede exhibir hoy una gobernabilidad mayor que la esperada, en la medida en que, si bien es una coalición minoritaria en el congreso y no tiene poder de fuego sindical, ha retenido la jefatura en CABA, dio el batacazo en la provincia de Buenos Aires, obtuvo Mendoza (los radicales) y hasta podría asociar fácilmente a Córdoba. En la capital de dicha provincia Macri se alzó con el 60% de los votos y Schiaretti, gobernador electo y hombre de De la Sota, podría entenderse muy bien con un eventual gobierno de Macri.
Al mismo tiempo, existe un segundo elemento que inclinaría las cosas hacia la derecha: la legitimación de una serie de “ideas fuerza” reaccionarias como las que señalamos más arriba; motivaciones que pueden ser utilizadas para legitimar medidas de ajuste económico.
Sin embargo, debemos tomar dos resguardos. El primero es que dado los vaivenes que ha reflejado la elección a lo largo del año, convendría no anticiparse a sacar conclusiones definitivas hasta el 22.
Segundo y más importante: bajo ningún concepto habría que perder de vista que incluso la legitimación para determinadas medidas que podría desprenderse del voto a Macri, no está claro qué consistencia pueda tener en la cabeza de los votantes (¡sobre todo de los votantes trabajadores!).
Es que jamás se debe perder de vista que las elecciones son un espejo distorsionado de la realidad; realidad cuya verdad se expresa –sobre todo– en la lucha directa entre las clases.
La gobernabilidad de Macri o de un Scioli debilitado deberá ponerse a prueba frente a una clase trabajadora que, cualesquiera sean sus confusiones y/o “posmodernismo político-electoral” (“globología” la llamó un agudo analista político, como dando cuenta de la debilidad de las adscripciones políticas hoy), viene estructuralmente fortalecida respecto del desempleo de masas imperante a finales de los años ’90.
Hay conquistas de envergadura que perviven y que los trabajadores van a defender de una manera u otra: desde el alto nivel de empleo, un nivel salarial que en determinadas ramas de la industria es importante, la nueva generación obrera y las posiciones de vanguardia ganadas por la izquierda trotskista, así como una serie de logros inmensos en materia de derecho laboral, como los fallos conquistados contra la discriminación sindical, las reinstalaciones y un largo etcétera.
Por otra parte, hay de un dato de cierta importancia que no podemos analizar aquí, que tiene que ver con que no toda la patronal ha visto con buenos ojos la elección de Macri: la mayoría del “mundo empresarial” estaba preparado para la “hoja de ruta” que venía trazando Scioli de la mano de Bein o Blejer, y ahora crecen los interrogantes sobre las medidas que tomaría Macri en caso de asumir la banda presidencial.
¡No legitimemos el ajuste!
En cualquier caso, desde la izquierda y nuestro partido nos hemos lanzado a la campaña por el voto en blanco. Contra lo esperado, y más allá del “cretinismo” en ciertos sectores de la vanguardia, entre los votantes se aprecia un sector donde los argumentos por el voto en blanco comienzan a encontrar eco.
En general, los medios de comunicación se encuentran cerrados a las posiciones de la izquierda, lo que expresa también cuan corrida hacia la derecha se encuentra la elección.
De todas maneras, no es casual que haya un sector en el cual apoyarse para una campaña de clase por el voto en blanco, atendiendo a la circunstancia de que alrededor de un nada despreciable millón de compañeros y compañeras se expresaron por la izquierda en las PASO y el 25.
Explicando pacientemente, sin ultimatismos, sin romper el diálogo con nadie pero de manera clara y firme, se trata de explicar que el voto en blanco será la única opción de clase el 22; la opción de no votar a nuestros verdugos, de no legitimar el ajuste que se viene.
Al mismo tiempo, también debemos ir adelantando la necesidad de ir organizándose, de ir preparando un verdadero encuentro de trabajadores puesto en pie desde abajo, para comienzos del 2016, que de alguna manera tome en sus manos organizar la tercera vuelta social.
De ahí que también la campaña por el voto en blanco y la preparación de dicho encuentro lo planteemos como una tarea en común a encarar entre nuestro partido y los compañeros del FIT, a los cuales llamamos a emitir en común una declaración por el voto en blanco con un claro posicionamiento de clase.
Llamamos a desarrollar, entonces, una amplia campaña por el voto en blanco en las paredes, en las calles, en los lugares de trabajo y estudio, en las redes sociales, una campaña que sirva a la vez para pegar un nuevo salto en la construcción de nuestro partido.