Por Ale Kur
Compartir el post "El ridículo y macartista mito de “cuanto peor, mejor”"
En este artículo se pretende responder a una de las acusaciones más comunes que desde el peronismo (y en general desde todas las variantes de la izquierda populista) se le realiza a la izquierda socialista revolucionaria. Esta acusación es la de que, abierta o secretamente, conciente o inconcientemente, la izquierda querría el fracaso de las experiencias “progresistas” (nacionalistas burguesas), para que de esa manera las masas empeoren su nivel de vida y se vean empujadas a la rebelión. Se trata de una versión de la clásica acusación macartista de que la izquierda quiere sembrar el caos y la discordia para introducir un elemento que de otra manera sería “ajeno a la realidad”, la revolución socialista.
La lógica de fondo no es muy diferente de aquella usada por los militares cuando nos acusaban de “subversivos”, o la derecha peronista de “infiltrados”, o en general toda la burguesía de “agitadores”.La idea núcleo sería la siguiente: la sociedad capitalista puede tener más o menos defectos, pero en lo esencial funciona bien, tiende a expandirse y a mantenerse en situaciones más o menos de equilibrio. Las clases obreras y populares pueden tener momentos mejores o peores, pero siempre tienen un lugar dentro del sistema. Si los distintos actores sociales se “portan bien” (los trabajadores no protestando, los empresarios no ajustando demasiado fuerte), todos salen ganando. No hay una contradicción esencial entre intereses de una clase y de otra, y todas las ideas de transformación social radical son por su propia esencia “externas” a la lógica misma de la vida social. Los marxistas siempre “vienen de afuera” en el sentido más absoluto posible, como si fueran extraterrestres.
Si esa es la versión derechista de la acusación de “sembradores del caos”, también hay una más sofisticada (aunque no demasiado) de la izquierda reformista (populista, peronista, socialdemócrata, etc.). En realidad, comparte el núcleo esencial de la ilusión en el capitalismo y por lo tanto la idea que la lucha de clases y la revolución socialista son componentes externos, impuestos totalmente desde afuera. Pero sobre ese núcleo construyen todo un edificio de suposiciones. La idea aquí sería la siguiente: la sociedad actual tiene importantes defectos: la dependencia al “centro imperialista”, la fuerte desigualdad social, una democracia política incompleta, etc. Pero estos defectos no son “esenciales” al sistema capitalista mismo: podrían erradicarse a partir de un conjunto de políticas de Estado, tomadas por gobiernos “populares” o “progresistas”.
La “intervención del Estado” donde antes estaba teóricamente “ausente” podría revertir los peores aspectos del capitalismo en una dinámica de acumulación permanente: esa es la idea, por ejemplo, atrás de la “década ganada”: se acumulan “mejoras” o “conquistas” de manera ininterrumpida, siempre y cuando sigan al frente “gobiernos populares”. Lo único que puede interrumpir teóricamente el ciclo de acumulación es que la experiencia de gobiernos populares sea frustrada externamente. Es decir, que caiga como fruto de golpes de Estado, como ocurría en los setenta, o por los embates de “la corpo”, como ocurre en la actualidad. Aquí la “masa de maniobra” no serían las fuerzas armadas, sino las “clases medias” y los “grupos concentrados” que por su naturaleza “se resisten a los cambios”.
En el terreno económico, la dinámica de acumulación permanente sería posible porque el capitalismo tendría un funcionamiento cíclico –con fases de crecimiento y fases de estancamiento-, pero un buen gobierno podría teóricamente comprender las fluctuaciones naturales del sistema (como si se trataran de fenómenos meteorológicos) y tomar recaudos para evitar sus consecuencias. Así, por ejemplo, existirían “medidas contracíclicas” como acumular reservas en el Banco Central, pagar la deuda acumulada en tanto medida de “desendeudamiento”, etc., que se toman cuando la economía está en auge, para tener un mayor “colchón” en tiempos difíciles. Y luego, en tiempos de crisis, medidas de gestión económica “heterodoxa” tales como aumentar el gasto estatal –inversión, planes sociales, etc.- con el objetivo de incrementar la demanda y por ende reactivar el mercado: las clásicas recetas keynesianas.
Entonces, desde el punto de vista puramente teórico, estarían dadas todas las condiciones para que un/a estadista hábil pudiera “domar” las reglas del juego del capitalismo: controlar las variables económicas, darle a todos los sectores sociales aquello que esperan recibir (ganancias a los empresarios, empleo y salario a los trabajadores), mantener en caja a la oposición y conservar indefinidamente el poder para “profundizar el modelo”. Si queda un resto de incertidumbre en el juego de las relaciones de fuerzas, se puede tender a eliminar mediante la “batalla cultural”, o sea, la educación político-ideológica de las masas.Todo esto que acabamos de describir no es otra cosa que la clásica ilusión peronista, que intentó revivir con Néstor y Cristina.
Un edificio de supuestos con pies de barro
Esta teoría política y económica que acabamos de exponer, que se da a sí misma aires de genialidad y brillantez, tiene un pequeño problema: es puro humo, porque todas sus premisas son falsas.
En el núcleo del problema está la ilusión en las “reglas del juego” del capitalismo. La economía capitalista no puede ser “domada”: su propia lógica de desarrollo implica la crisis. Así como el capitalismo despliega potentes fuerzas expansivas, éstas encuentran pronto su límite y se transforman en su contrario, fuerzas destructivas. El mito de que la política económica keynesiana consiguió domar a las “placas tectónicas” del capitalismo no pasa la prueba del análisis histórico. La crisis de la década del 30 no se acabó con las medidas del keynesianismo: de hecho, se estiró hasta que la Segunda Guerra Mundial destruyó todas las bases de la economía mundial, luego de lo cual ésta se reordenó globalmente. Inclusive la larga onda de expansión económica mundial de posguerra se acabó en la década del 70, y desde ese momento las medidas “keynesianas” se volvieron un freno para el propio desarrollo del capitalismo. Es por esto que desde entonces, la burguesía mundial está empeñada en destruir las conquistas sociales de todo el siglo XX e imponer por doquier la globalización neoliberal. No tiene nada que ver con la “batalla cultural”: son las reglas del juego del propio capitalismo.
Esto es doblemente cierto en los países atrasados y dependientes como la Argentina. Aquí no sólo aplican las “generales de la ley”, sino que las reglas del juego tienen una manifestación específica: el eterno problema de la falta de divisas. Esta es la manera en que se expresa en el terreno económico que la potencia productiva no puede expandirse indefinidamente sino se corta de raíz el modelo basado en la exportación de materias primas.
Así es como todas y cada una de las experiencias de gobiernos “populares” y “progresistas” de la historia de América Latina fracasaron estrepitosamente. Por ejemplo, el primer peronismo no fue un ciclo infinito de mejoras acumuladas: ya para el segundo mandato de Perón, las variables económicas empeoraron fuertemente y se revirtieron muchas de las concesiones del primer período, comenzando a desmantelar el “modelo”. La dictadura del 55 se montó sobre este desgaste para tomar en sus manos la culminación de la tarea.
Lo mismo ocurrió con el tercer mandato de Perón. La crisis mundial del 73 reventó todas las ilusiones en un posible “pacto social” que contentara a todo el mundo: esa es una de las principales causas que operó para la creación de la Triple A, por un lado, y para el paquete de medidas de ajuste brutal del “Plan Rodrigo”, por el otro.
Eso mismo está ocurriendo actualmente en toda América Latina. Los gobiernos de Nicolás Maduro, Dilma Rouseff y Cristina Kirchner atraviesan exactamente la misma fase: la tendencia decadente estructural e inevitable dentro de las “reglas del juego” del capitalismo.
No es la izquierda, es el capitalismo
Esta larga exposición nos permite volver al punto inicial del artículo: el mito del “cuanto peor, mejor”. Como explicamos, este mito presupone que bajo los gobiernos “populares” todo tiende a andar bien, y por eso la crisis siempre sería algo externo. Por el contrario, la historia demostró en infinitas ocasiones que la tendencia a la crisis es estructural, connatural a la economía capitalista, y que por lo tanto todo “gobierno popular” que no rompa con el capitalismo, tiene pies de barro y está condenado al fracaso en el mediano o largo plazo.
Eso por sí solo ya responde de manera contundente a la acusación: no es la izquierda la que quiere hacer fracasar a los “gobiernos populares” capitalistas, es el propio capitalismo el que los hace fracasar inevitablemente. Lo que desde la izquierda pretendemos es atacar el problema de raíz: acabando con el capitalismo, acabaremos con aquello que condena una y otra vez a las masas a la miseria.
No hay ningún maquiavelismo, ninguna intención retorcida en la izquierda revolucionaria. Nunca podríamos desear que empeoren las condiciones de vida de las masas. En primer lugar, porque somos parte de las mismas, tanto social como políticamente: su destino y el nuestro es el mismo. Por eso peleamos día a día, en los lugares de trabajo, de estudio, en los barrios, etc., para obtener cada pequeña mejora que sea posible arrancarle a este sistema. Nos alegramos con cada triunfo, por más pequeño que sea, pero sabemos que son efímeros y parciales sino se ataca el problema de fondo, la causa de todos los males.
Si es posible que se terminen en Argentina y en América Latina los gobiernos “populares” o “progresistas” que no salieron del capitalismo, esto no es porque nosotros votemos de tal o cual manera en las elecciones, o porque “desestabilicemos” con huelgas o cortes de ruta. Es sola y exclusivamente porque esos gobiernos no pudieron (y no pueden) domar nunca las “reglas del juego” del capitalismo, tanto en el nivel económico como político. Cuando la economía se deteriora, cuando comienzan los “ajustes”, cuando los apoyos populares comienzan a retraerse, es ahí donde “avanza la derecha”. Mientras la izquierda populista-reformista no entienda este punto, está condenada a repetir una y otra vez los mismos fracasos históricos.