Finalmente, a dos semanas del ballottage, nos enteramos por boca de su nuevo vocero económico, Alfonso Prat Gay (a Carlos Melconian lo siguen escondiendo hasta nuevo aviso), de la confirmación de la primera medida de Macri: la famosa “liberación del cepo”. Es decir, dejar librada la cotización del dólar “al mercado”. Es decir, devaluar. Ahora bien: ¿de qué porcentaje estamos hablando?
El propio Prat Gay dio a entender que iba a estar en el rango del “dólar bolsa”, el “contado con liquidación” y el dólar “blue”, esto es, 14 o 15 pesos. El mismo Macri dejó escapar, no sabemos si por descuido, por optimista, por cálculo avieso o por simple estupidez, esta frase: “Esperemos que no esté por arriba de 15 pesos”. Y no se le ocurrió mejor idea que rematar: “Tenemos que dejar de pensar en el dólar”. Parecía un kirchnerista de 2010 preocupado por “la cultura del dólar de la clase media cipaya”. Pero no, lo dijo el representante de las clases medias fascinadas por el billete verde y enojadas porque el “cepo” no les deja juntarlos debajo del colchón. El mundo al revés.
No contribuye a enderezarlo el ex director del Banco Central Prat Gay, que también es avisado administrador de los bienes de la sucesión de Amalita Fortabat, la mayor fortuna del país. Hombre tan sagaz que fue uno de los participantes del circuito HSBC-Suiza, hoy bajo investigación parlamentaria. Resulta que, para Prat Gay, si sube el dólar oficial (hoy en 9,60 pesos), no pasa nada, porque toda la economía se rige por las otras cotizaciones del dólar. Lo cual es una burrada tan grosera que hasta los propios economistas neoliberales tuvieron que salir a enmendarle la plana. Pasa que la afirmación era parte del relato PRO de la “revolución de la alegría”, según el cual si se devalúa la moneda un 50 o 60%, todo sigue como si tal cosa.
Pues bien, no. La devaluación grande siempre fue parte del programa económico de Macri, pero no se atrevió a decirlo en voz alta hasta ahora. Y el objetivo primero de la devaluación, compartido con todo el empresariado argentino y especialmente por las grandes compañías multinacionales que operan en el país, es bajar el costo salarial en dólares. La pregunta del millón es ¿qué va a pasar con los precios si se devalúa? ¿No va a pasar nada, como dice Prat Gay, porque los precios “ya están acomodados al dólar blue”?
En la teoría económica convencional, se llama “pass through” a la proporción en que una devaluación de la moneda se traslada a los precios. Técnicamente hablando, entonces, la pregunta es ¿cuál será el pass through de una devaluación del 50-60%? Prat Gay dice cero; el kirchnerismo dice 100 por ciento. Pero no son las únicas voces.
Veamos: “¿Sobre qué tema pueden estar de acuerdo los economistas Orlando Ferreres, Silvina Batakis, Aldo Pignanelli, Eduardo Levy Yeyati, Alejandro Vanoli, Roberto Delgado, Marco Lavagna, Diego Coatz, Roberto Frenkel y Ramiro Castiñeira? Por estos días, muestran sólo un punto en común: opinan que Alfonso Prat Gay, el máximo referente económico de Mauricio Macri en Cambiemos junto a Rogelio Frigerio, está, de mínima, equivocado. Prat Gay dice que la devaluación que ya anticipó que aplicaría de llegar al gobierno no tendrá efectos inflacionarios. Ferreres dice que una devaluación del 50 por ciento –de 9,50 a 14,25 pesos– sube más de 15 puntos la inflación, Levy Yeyati calcula 25 puntos adicionales y Lavagna, entre 20 y 25 puntos de suba de precios. Sobre un escenario de 1,5-1,8 por ciento mensual, se pasaría a 3,0-3,6 por ciento. En la medición anualizada, el 25 por ciento de inflación pasa a un 45-50 por ciento. Este cálculo no toma en cuenta los efectos de una quita de subsidios a los servicios públicos” (J. Lewkowicz, Página 12, 10-11-15).
Como vemos, no hace falta coincidir en los números para sacar una conclusión parecida: el pass through que calculan es del orden del 50 por ciento. Lo notable del caso es que incluso algunos de los neoliberales más fundamentalistas parecen estar más preocupados que los Macri boys sobre los problemas políticos y las consecuencias para la gobernabilidad de una devaluación de esa entidad. De hecho, en todo el espinel de economistas, el único que coincidió con Prat Gay en que “los precios ya subieron” fue Roque Fernández, director del BCRA bajo Cavallo en la era menemista.
Neoliberales asustados y “hacer kirchnerismo”
Empecemos por Orlando Ferreres, ex viceministro de economía de Menem, que tiene una consultora, muy neoliberal ella. Advierte que la devaluación es “necesaria, pero tendrá efectos sobre los precios, particularmente en el sensible rubro de alimentos, sumado al aumento de tarifas anunciado por los dos candidatos, puede producir un rebrote inflacionario que anule sus efectos positivos o, incluso, desborde a quien la programó. De hecho, recordó, es lo que le pasó a Lorenzo Sigaut en el final de la dictadura y a Eduardo Duhalde luego de la salida de la convertibilidad” (E. Tenembaum, El Cronista Comercial, 10-11-15). Ferreres estimó que “el 30 por ciento de los productos con componentes importados ya está dolarizado al nivel del contado con liquidación, pero queda un 70 por ciento de productos que se manejan con el dólar oficial. El mayor impacto de la suba de precios se va a sentir en alimentos y textiles y todo ese tipo de cosas que son muy fuertes en el consumo familiar”. Y calculó que la compensación salarial necesaria para sostener el poder adquisitivo sería del 40 por ciento (Página 12, cit.).
Justamente, es el tema que le da urticaria al ahora famoso José Luis Espert, el de “las paritarias son un concepto fascista, no deberían existir”. Pues bien, Espert ¡le da lecciones de política a Macri!: “Hay que tener cuidado con la buena onda y que un relato no sustituya a otro. El salario real va a caer”, y aconsejó seguir de cerca el impacto de la devaluación sobre los precios “porque puede disparar una ronda de negociación salarial” (E. Tenembaum, El Cronista Comercial, cit.).
Sigamos con los garcas. Eduardo Levy Yeyati, economista de la consultora Elypsis, había dicho antes de sumarse a los equipos del PRO que “Argentina tiene un debate muy particular, porque si se devalúa el peso, el 50 por ciento se va a la inflación, cuando en Brasil o Colombia el traslado es de sólo el 6 o 7 por ciento”, de modo que “un shock de devaluación para atender el retraso cambiario se trasladaría enseguida a los precios internos” (J. Lewkowicz, Página 12, cit.).
Es por eso que algunos ironizan con que el debate de “gradualismo o shock” se trasladó al seno mismo del macrismo, con alas que reconocen que por un tiempo habrá que hacer “kirchnerismo”, en el sentido de negociar con las empresas cuotas de liberación de las importaciones y remesas de divisas demoradas (G. Laborda, Ámbito Financiero, 9-11-15).
Parte de ese esquema deberá ser seguir el consejo de Juan Llach (otro ex funcionario de Menem-Cavallo, ahora en la escuela de negocios IAE): “Partiendo de una inflación tan elevada y teniendo en cuenta la necesidad de depreciar la moneda, será imprescindible lograr acuerdos de precios y salarios para minimizar la magnitud de la devaluación nominal necesaria” (Ámbito Financiero, 11-11-15). No le faltarán socios en la burocracia sindical: ya Hugo Moyano se postuló para esa noble tarea.
Probablemente, la réplica más documentada e irónica al pobre Prat Gay corrió por cuenta de un garca mayor, Juan Luis Bour, economista de la hiperliberal FIEL (de donde salieron López Murphy y tantos ajustadores). Primero, explica la correlación reciente entre inflación y ajuste tarifario: “El aumento de inflación en 2014 y la caída en 2015 se asocian también con (…) las tarifas de servicios públicos, que incluyen gas, electricidad, agua y transporte. Los precios ‘regulados’ pasaron de una inflación de 16% en 2011 y 24% en 2012/13 a 40,2% en 2014, para descender nuevamente a 20% anual en el último trimestre. Esto refleja el ciclo de tarifas públicas que volaron en 2014 y se congelaron en 2015. El resto de los precios regulados sigue con sus precios pisados, a la espera de un cambio. (…) En este período sin embargo se verifica un salto de la brecha cambiaria a poco más de 60%, lo que podría haber acelerado el ajuste de precios de los bienes que toman como referencia el dólar libre (blue o contado con liqui). ¿Puede a partir de allí inferirse que los precios han ajustado en buena medida y en forma generalizada al tipo de cambio libre? Es poco probable (…). El hecho de que los habanos y el whisky se coticen al precio del blue es bastante distinto que decir que lo mismo ocurre con la harina y la carne vacuna. Esta parte del sistema de precios no parece haber seguido la variación del tipo de cambio (oficial o blue). (…) No parece conveniente por lo tanto asumir que el traspaso a precios de un escenario de desarme de las regulaciones comerciales, de precios y cambiarias [es decir, devaluación vía liberación del tipo de cambio. MY] tendrá escaso impacto sobre la tasa general de inflación. Un bajo impacto (pass through) requiere (…) ajustar el gasto público y costos laborales y abrir la economía” (El Cronista Comercial, 10-11-15).
¿Le quedó claro, amigo Prat Gay? No hay forma de que la devaluación no impacte en los precios… salvo que haya un ajuste brutal del gasto público, abrir las importaciones y bajar el salario real. ¿Será que Prat Gay no se animó a anunciar tantas verdades neoliberales juntas? Es posible; ya bastantes problemas le trajo hablar sólo de la devaluación. (1)
Cerramos esta sección de “péguele a Prat Gay” con un enemigo impensado: Enrique Blasco Garma, personaje neoliberal que se hizo famoso por proponer, a principios de este joven siglo, que la Argentina abandone sin más el peso y adopte como moneda el dólar. Veamos su evaluación: “Algunos voceros [Prat Gay, claro. MY] no asignan mucha magnitud al denominado pass through, o traslado de devaluación a precios. Y citan experiencias de diversos países. (…) Mi experiencia es que todas las devaluaciones impactaron en precios, y cuanto mayores, más. Los que idearon el Rodrigazo de 1975 y otras maxidevaluaciones también pensaron que el traslado no sería tan notable. Podemos citar muchas experiencias, tanto en Argentina como en otros países, de devaluaciones con fuerte impacto, especialmente en sociedades donde el dólar es la unidad de cuenta de muchas transacciones. Un caso reciente es la devaluación 30% del rublo ruso, que llevó la inflación al 15% anual” (Ámbito Financiero, 11-11-15).(2)
Y lo más tenebroso es esta advertencia: “Las políticas exitosas requieren gran trabajo previo, competente, apoyadas con conocimiento, consensos amplios (…). Estas falencias hacen que sea tan frecuente el fracaso de los primeros equipos económicos de cada nuevo gobierno, por lo que son reemplazados dentro del primer año y medio” (ídem). Parece que el sillón de ministro de Economía va a volver a su tradición de tener altísima temperatura para los que sienten en él…
Peronistas asustados y “hacer macrismo”
Por supuesto, los neoliberales no son los únicos críticos de la devaluación tomada “como si fuera una fiesta” (expresión de Tenembaum). También se quejaron voceros de la industria y de sectores peronistas. Lo asombroso es que, una vez hechas las delimitaciones de rigor, queda claro que incluso ellos no tienen nada mucho mejor para ofrecer.
Empecemos por la Unión Industrial Argentina. Diego Coatz, economista jefe de la UIA, aseguró en una nota publicada (y luego semi escondida) en Clarín: “En Argentina, a diferencia de otros países que tienen brecha cambiaria (como por ejemplo Venezuela), más del 90% de las operaciones de comercio exterior se realizan en el mercado oficial. Cualquier liberación abrupta del dólar comercial (oficial), y más aún sin un plan financiero, presionaría sobre los precios, tal como se observó en enero del 2014, cuando la inflación anualizada pasó del 25% al 40%”.
Lo mismo recordó un economista de Massa, Ricardo Delgado, en sintonía con el elenco íntegro de asesores económicos del candidato estrella… que salió tercero. Por ejemplo, Aldo Pignanelli sostuvo que “a todas luces hay un atraso cambiario” en la Argentina, pero advirtió al futuro equipo económico que, dadas las actuales condiciones fiscales, monetarias y de comercio exterior, “ni se les ocurra devaluar”. Y Roberto Lavagna optó por la cuadratura del círculo: reconoció que “se deberá ajustar sí o sí el tipo de cambio”, pero al mismo tiempo, se deberá “evitar que la devaluación tenga un efecto inflacionario fuerte” (El Cronista Comercial, 10-11-15). Cómo se hace eso, no lo dijo (mucho menos lo había dicho en campaña, claro está). Hasta su hijo Marco Lavagna calculó que “la devaluación tiene un impacto del 40/50% en precios, y depende de cómo se abra el cepo” (Página 12, cit.).
Más interesante es la postura de Eduardo Curia, economista históricamente ligado a la CGT, peronista desde siempre y kirchnerista convencido… hasta 2010, cuando empezó el “macrocidio” (expresión de Miguel Bein en el sentido de destruir las variables macroeconómicas como superávit fiscal y comercial, tipo de cambio, etc.). “Curia ve tanto a Prat Gay, del lado de Macri, como a Bein, de Scioli, devaluando y aplicando duras políticas fiscales y monetarias. Justifica el ajuste e impulsa que se haga rápido. Descree del blanqueo para obtener capitales y propone pedir un préstamo al FMI para financiar ese ajuste” (El Cronista Comercial, 10-11-15).
¿Un peronista que se volvió liberal? No, sólo desencantado con el “modelo K”, que es hoy lo opuesto de ayer. Pero no se le ocurre nada; está resignado, pobre: “Se diga lo que se diga, los salarios en ese marco tendrán que alinearse con las señales que esas políticas deparan. Se puede decir otra cosa, y es comprensible en las campañas, pero me parece que la realidad va para otro lado y empieza dentro de poco tiempo. (…) El gradualismo no me gusta. Quieren limitar el costo, pero me parece inoperable cuando los desalineamientos de fondo son tan profundos. Se generó algo de consumo, se moderó un poco la inflación. Pero esto ya no tiene más vida aunque tuvo ese éxito en lo epidérmico. Ahora se requiere un plan severo de reacomodamiento” (ídem).
En suma, Curia comparte el diagnóstico, la política… y los temores de todos los que hemos citado. Porque el cuco, el muerto en el placard, lo innombrable, el hecho maldito, es la lucha de clases: nadie sabe cómo puede reaccionar el “cuerpo social” afectado por un ajuste de estas características. Estilo Macri o estilo Scioli; la diferencia es acaso de meses.
En efecto, uno entre tantos que subraya la cuasi identidad de las políticas de ambos candidatos es el director general de Ternium Siderar, Martín Bernardi, para quien “soplan vientos de optimismo cualquiera que gane el balotaje”, pero advirtió, él también, que “habrá que estar preparados para algún cimbronazo mientras pasa la transición” (Ámbito Financiero, 11-1-15).
Como vemos, más allá de adscripciones a escuelas de pensamiento económico, todos los economistas del establishment (que en esto son bien políticos) sienten frío en la espalda por el temor al mismo fantasma, lo que Bernardi llama “cimbronazos”. Lo resume muy bien Curia (aclaramos que los puntos suspensivos son del original, y así termina la entrevista): “Alterar los precios relativos de la economía, terminar con la sobrevaluación sin que eso impacte en la inflación, es un proceso que no puede hacer el mercado sin la presencia orientativa fuerte de las autoridades. Si les sale bien, tendrán mayor margen de maniobra para la cuestión salarial. Si les sale mal…” (El Cronista Comercial, cit.).
Ésa es la gran duda que carcome a toda la clase capitalista, mientras festeja los récords de la Bolsa, la caída del blue y las encuestas que dan ventaja a Macri: ¿y si les sale mal…?
Marcelo Yunes
Notas