Por Elías Saadi



 

De Irak a Siria… ¿y también a Europa?

 

No bajó del cielo ni lo creó Alah. Otros dirán que sale de la cocina del Infierno, pero tampoco le echemos la culpa al pobre Diablo. ¡Es un producto cien por ciento terrenal, en el que además “Occidente” –es decir, las potencias imperialistas– tiene responsabilidad principal en su cocción!

 

Aquí explicaremos –demasiado brevemente– la génesis y expansión del Estado Islámico (también conocido en inglés como ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) o “Daesh” (sigla de su nombre en árabe, al-Dawla al-Islāmīya).

 

Gestación y antecedentes

 

Es un proceso complejo. Sus antecedentes y actores nos remontan a las últimas dos o tres décadas décadas del siglo XX, donde se van imponiendo en esa región y en todo el mundo una combinación de procesos reaccionarios. Estos van desde las derrotas en serie del movimiento obrero en multitud de países, y también de procesos revolucionarios como los que se vivieron en nuestro Cono Sur, hasta la restauración del capitalismo en los supuestos estados “socialistas” (como la Unión Soviética, China, etc.). En ese contexto, se impuso el neoliberalismo como “modo de regulación” de la economía capitalista mundial. Por último, durante un breve período, Estados Unidos apareció como la única “superpotencia” y árbitro supremo del planeta, para finalmente debilitarse y dejar paso a una “multipolaridad” y un desmadre geopolítico que aparece cada vez más caótico.

 

En esos años, en Medio Oriente (y en otros estados de mayoría musulmana) se vivió la lamentable bancarrota de los nacionalismos laicos que coparon gran parte de los países después de su independencia, como Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Siria, Irak, Pakistán, etc.

 

Egipto con el “socialista” nacionalista Nasser, Argelia con el triunfante Frente de Liberación Nacional que también se decía “socialista” y había expulsado en una guerra heroica a los colonialistas franceses, Siria e Irak gobernadas por el partido laico Ba’ath (sigla de Partido Socialista del Renacimiento Árabe), e incluso Libia con el extravagante Kadhafi, eran ejemplos políticos para todo el “Tercer Mundo”, incluyendo a América Latina. ¡No se hablaba de religión!

 

Pero, como diría años después un intelectual sirio, lamentándose amargamente: “Antes éramos socialistas, comunistas, nasseristas, ba’athistas… Ahora somos sunnitas. chiítas, alauitas, cristianos…”

 

En vez de alinearse por corrientes y programas políticos, se fue retrocediendo a la barbarie de las sectas. ¿Qué había sucedido para semejante regresión?: el desastre de los nacionalismos laicos. Lejos de ser “socialistas”, eran dictaduras capitalistas con un régimen de partido único. Sus jerarquías militares y políticas constituían aparatos corruptos, dedicados a enriquecerse.

 

Desde Argelia a Pakistán, y desde Siria a Egipto, la catástrofe de esos regímenes laicos abrió la puerta al desarrollo de corrientes político-religiosas basadas en el Islam. Este impulso a las corrientes islamistas fue simultáneamente alentado (y financiado) por diversos estados, desde la retrógrada Arabia saudita –donde la homosexualidad o el “adulterio” (de la mujer) puede ser castigada con la muerte– hasta el “liberal” EEUU.

 

En particular, alentaron a las corrientes que se dicen “yihadistas”, que operan violentamente, con métodos de guerra civil.. Hoy nadie quiere recordar que el joven saudita Osama Bin Laden, fundador de al Qaeda, comenzó su carrera en los ‘80 como agente de la CIA encargado de organizar la base de datos (al-Qāidah: “la base”) de los jihadistas que reclutaba para luchar en Afganistán contra el gobierno laico sostenida por la Unión Soviética. Más tarde, Al Qaeda, bajo su dirección, impulsó atentados terroristas en diversos países, y EEUU le atribuyó la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2001.

 

En la nube de organizaciones jihadistas, la manipulación de los gobiernos (vía financiación, armamento o simplemente “dejar correr”), es otro factor importante a tener en cuenta, aunque no sea directamente visible. Recientemente, fue el escándalo del gobierno de Erdogan, que “deja hacer” al Estado Islámico en Turquía para que asesine kurdos y militantes de izquierda. Así fue el atentado del 10 de octubre en Ankara con 100 muertos y 400 heridos… conocido por la policía turca que no lo impidió.

 

Irak, la cuna del Estado Islámico

 

Pero el Estado Islámico constituye un fenómeno de nuevo tipo, distinto a Al Qaeda y sus filiales (como Al Nusra que es su sección siria), y también al resto de organizaciones jihadistas… con las cuales el EI ha tenido sus choques… aunque provenga de ellas.

 

Para entender la constitución del Estado Islámico y, sobre todo, sus fulminantes triunfos y expansión en Irak y luego en Siria desde junio de 2014, hay que ir más atrás en el tiempo. Nos referimos al largo proceso de destrucción de la sociedad iraquí que se inicia en los tiempos del régimen del Ba’ath que con la dictadura de Saddam Houssein gobernó hasta el 2003, año en que EEUU invadió Iraq.

 

Saddam Houssein presidió un régimen teóricamente laico (y además “socialista”), en que ni el sectarismo religioso ni las diferencias étnicas tendrían cabida. Pero la realidad era otra. A medida que entraba en decadencia, se fue deslizando cada vez más a la discriminación y enfrentamiento contra la población de etnia kurda y también contra la de confesión chiíta. Los kurdos fueron atacados con gases tóxicos que dejaron aldeas enteras sembradas de cadáveres, bajo la acusación de ser “agentes de Israel”. Y la población chiíta –el sector más pobre y mayoritario, donde tenían fuerza las organizaciones sindicales y de izquierda– sufre una campaña de odio étnico-religioso. Como chiítas, se los acusa de ser “persas” y no verdaderos árabes iraquíes.

 

Esto se agrava cuando Saddam Housein, en 1980, inicia una guerra contra Irán (Persia) que supone que va a ser un paseo militar. Pero la guerra duró ocho años, derrumbó la economía y costó unas 500.000 bajas.

 

Esta catástrofe económica y humana fue apenas el prólogo. En 1990-91 se produce la primera guerra del Golfo, al invadir Saddam Houssein el mini-estado de Kuwait, lo que da pretexto para la intervención de EEUU y sus aliados. Esto implica no sólo una nueva derrota sino también la profundización de la catástrofe económica al establecerse un bloqueo permanente del país.

 

Por último, en 2003, EEUU, inicia una nueva guerra y ocupa todo el país. Esta aventura le sale muy mal al imperialismo yanqui. En 2011, debe retirarse semi-derrotado. Pero deja trás de sí no sólo un país en ruinas y un millón de muertos a consecuencia directa o indirecta de la guerra y la ocupación. Planta también la semilla de lo que será el Estado Islámico.

 

Esto tiene varios aspectos. En primer lugar, la hecatombe social y humana de gran parte de la sociedad iraquí bajo la ocupación (los kurdos quedaron a salvo, al no ser directamente ocupados por EEUU). Parte de esto fue el derrumbe económico y sobre todo industrial.

 

Además, la ocupación yanqui promovió el viejo truco colonialista de alentar al máximo los enfrentamientos sectarios y étnicos. Si Saddam había estimulado la ondas anti-kurdas y anti-chiítas, EEUU promovió la persecución a los sunnitas.

 

Una medida fundamental fue el despido en masa de los funcionarios civiles y de los oficiales y suboficiales de las fuerzas armadas, casi todos sunnitas. Esto último fue suicida. Los militares despedidos se unieron a la resistencia armada, que terminó desgastando y desmoralizando a los ocupantes y, finalmente, en 2011, los obligó a hacer las valijas. Pero los aprendices de brujo que EEUU dejó en Bagdad, terminarían su tarea de generar el Estado Islámico.

 

Efectivamente, el gobierno de Bagdad post-ocupación llevó al máximo el sectarismo anti-sunnita, comenzando por excluir a sus representantes políticos. Encerrados en guetos, la población sunnita de la capital, fue víctima de toda clase de discriminaciones, atropellos y asesinatos. Pero la situación fue aún peor en las grandes ciudades de las regiones sunnitas, como Mosul y Faluya. Las tropas del nuevo “ejército” de Bagdad eran pandillas dedicadas al saqueo y las violaciones. Y, al ser atacadas el año pasado por el Estado Islámico, huyeron o se rindieron.

 

Después de ese desbande, en Bagdad no sólo hubo que organizar un nuevo gobierno sino también, de hecho, unas nuevas fuerzas armadas…

 

La fusión de la que nace el Estado Islámico

 

El Estado Islámico nace como una fusión original entre grupos jihadistas takfiristas (varios prevenientes de Al Qaeda) y un amplio sector de la oficialidad del ejército de Saddam Houssein.

 

Como takfiristas, consideran “hipócritas” o “falsos creyentes” al resto de los musulmanes que no comparten sus opiniones, y que por lo tanto merecen ser castigados con la muerte. Pero lo principal que los diferencia es que se constituyen expresamente no como un movimiento sino como un “Estado”. Es decir, como el poder –absoluto– en las regiones que dominan.

 

Así, lo primero que hicieron al derrotar el año pasado a las tropas de Bagdad fue proclamar un Estado Islámico, el Califato, hoy encabezado por Abu Bakr al-Baghdadi, como califa, y por dos generales del régimen de Saddam Hussein, Abu Muslim al Turkmani y Abu Ali al-Anbari. Desde esa cúspide, organizan verticalmente la administración de las ciudades y regiones que dominan.

 

Además, expresamente, repudian las fronteras establecidas entre los actuales estados, en primer lugar, las fronteras entre Siria e Irak, que efectivamente fueron trazadas en la Primera Guerra Mundial por los imperialismos británico y francés.

 

Efectivamente, el EI ha organizado, tanto en el territorio que domina en Irak como en el de Siria, elementos de una estructura estatal. Para eso se apoya en sectores de las poblaciones ocupadas, aunque sin conceder, por supuesto, el menor margen de autonomía ni mucho menos de elección desde abajo.

 

El poder del EI y su organización “estatal” se construyen gracias a la “tierra arrasada”, a la atomización social que dejaron, primero, las guerras de Saddam Houssein, luego la criminal ocupación de EEUU y, finalmente, el régimen corrupto y sectario de Bagdad.

 

Como sea, esta concepción del EI como “estado” –en contradicción con Al Qaeda y el resto de los jihadistas– lo ha orientado desde el primer momento a asumir el conjunto de las funciones estatales y no sólo las acciones puramente “militares” (como el resto de los movimientos islamistas). Esto va desde el establecimiento de organismos administrativos, judiciales y asistenciales (comida, agua, electricidad, etc.), hasta industriales y financieros. El año pasado, el EI administraba 50 campos petroleros en Siria y 20 en Irak, que la daban unos 3 millones de dólares diarios. Además cobraba impuestos, principalmente al comercio, por unos 60 millones de dólares al mes, recolectaba fondos de simpatizantes de los países del Golfo, organizaba la “exportación” de tesoros arqueológicos saqueados, etc.

 

¿Qué apoyo por abajo tiene este “estado”? Inicialmente, en Mosul, Faluya y otras ciudades, el EI habría sido recibido favorablemente o por lo menos como un “mal menor” ante las brutalidades de Bagdad. Pero hoy es difícil medir opiniones bajo su régimen de terror.

 

Siria, la extensión del EI

 

En Siria el Estado Islámico se asienta en bases similares a las de Irak: la destrucción por la guerra del tejido productivo y social, las fuentes de trabajo, las viviendas, los servicios de agua potables, de electricidad, las escuelas y hospitales, y que además en Siria llevó al exilio a gran parte de la población.

 

La inicial rebelión de masas contra la dictadura de Al Assad –una rebelión democrática y explícitamente no sectaria– fue llevada al terreno militar. Allí dejaron de primar las masas. En la mayor parte de Siria, pasaron al frente, por un lado, el ejército de Al Assad y, por el otro, las milicias sectarias financiadas desde Arabia saudita y otros países del Golfo, y compuestas en buena medida por jihadistas extranjeros. El laico “Ejército Sirio Libre” quedó extremadamente debilitado.

 

La resistencia de los kurdos sirios ha sido una alternativa distinta (y la única que resultó efectiva contra el Estado Islámico), pero se asienta en una pequeña franja del país… aunque de gran importancia estratégica.

 

En las regiones sirias que domina, el EI, al igual que en Irak, aparece desde arriba como un “Protector” que establece un régimen brutal, donde castigos como los azotes, crucifixiones y degüellos son comunes… pero que al mismo tiempo organiza un “asistencialismo” de los más pobres. Hay palo, pero también zanahorias. Se masacra, pero al mismo tiempo se reparten víveres, combustible, agua potable…

 

El EI actúa como un poder implacable por encima de una población atomizada socialmente, en la extrema miseria y desesperada. Al mismo tiempo, la alimenta. El gran interrogante, es si el EI va logrando una adhesión orgánica de sus “súbditos”… o si “planea” sobre ellos como un aparato ajeno. Lo segundo parece lo más probable, sobre todo en Siria. Pero el test se verificará cuando estén en disputa las ciudades importantes que aún controla.

 

 

Europa, fuente de reclutamiento

 

Esto nos lleva a los recientes acontecimientos en Francia. El hecho es que una parte difícil de medir exactamente pero sin duda importante de los combatientes del Estado Islámico, son jóvenes europeos. Han nacido en familias que llevan varias generaciones viviendo en Europa. Además, de los combatientes específicamente franceses del EI, se informa que alrededor de un 20% no son originariamente musulmanes. Son conversos al Islam.

 

Las acciones terroristas han facilitado que la derecha europea y francesa redoble sus campañas racistas y anti-inmigrantes. En verdad, los que tienen más derecho a quejarse son los sirios e iraquíes masacrados por jóvenes venidos de Europa, que hablan en perfecto francés o inglés, como el degollador Jihadi John.

 

Lo que está sucediendo no nos habla de la maldad de los árabes y/o musulmanes –principales víctimas de todo esto– sino de la barbarie capitalista que va en ascenso, en Europa, en Medio Oriente y en el resto del planeta. El capitalismo neoliberal ha sembrado Francia y Europa de guetos cada vez más miserables. Allí árabes o africanos, musulmanes o cristianos o sin religión, viven en condiciones cada vez más degradantes. Uno de los “subproductos” de este sistema, es que organizaciones como el EI puedan ganar algunos jóvenes en esos medios.

 

Hoy, la división de los trabajadores por razas o credos es un mecanismo fundamental de este sistema de dominio y explotación. El gobierno francés y los partidos patronales quieren sacar réditos de lo sucedido. Los trabajadores y la juventud deben cerrar filas contra este operativo en marcha.

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