Por Roberto Sáenz


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La Argentina que viene con Macri

 

“(…) lo irremediable, dicho con la cruda lógica política, es que el poder cambió de manos en la Argentina (…) Se trata de un instante en el que el ecosistema político registra una importante mutación y que tiene luego un efecto dominó sobre el resto de las instituciones y sobre la propia sociedad (…) El poder siempre queda en manos del que gana (…) Aquí y ahora Macri ganó (…) Tendrá la posibilidad de aplicar esas [sus] políticas, sin más condicionamientos que los que surjan de las relaciones de fuerzas parlamentarias” (La Nación, Joaquín Morales Solá, 24 de noviembre del 2015[1]).

Luego de un larguísimo año electoral hay en la Argentina nuevo presidente electo: Mauricio Macri. Por sí mismo, este resultado ya es toda una definición: 12 años de hegemonía kirchnerista han finalizado, lo que no es poco. A continuación, nos dedicaremos a intentar evaluar los alcances de este resultado.

  1. Un giro conservador

Lo primero a señalar es que el triunfo de Cambiemos remite a cuestiones de largo y corto plazo. Respecto de los aspectos más de fondo, podríamos repetir aquí lo que habíamos señalado cuando el resultado en la primera vuelta: el posible triunfo de Macri que se perfilaba ya allí, es el producto conservador de la suma de todas las tendencias agregadas de la estabilización del país.

Es que el kirchnerismo se encargó, con éxito, de reabsorber los fervores populares del 2001, lo que en conjunto con una larga coyuntura económica internacional favorable para los países productores de materias primas, lograba reinstitucionalizar en gran medida la vida política del país, evitando el desarrollo de grandes luchas de masas en los últimos años.

De ahí que un primer dato a señalar sea lo desacostumbradamente tranquila que ha sido esta transición política respecto de otras ocurridas en el país, algo que ya habíamos señalado en nuestros análisis. No queremos augurar con esto un “lecho de rosas” para el gobierno que viene. Al contrario: dado el “gabinete del terror” que está poniendo en pie Macri, conservador, neoliberal y hasta reaccionario, son esperables, tarde o temprano, grandes choques de clase, cuestión a la que nos referiremos más adelante.

Por ahora, lo que nos interesa es subrayar el hecho de que esa suma de tendencias estabilizadoras hicieron posible la reconstrucción de la legitimidad de las instituciones del régimen político, reconstruyeron los mecanismos de la representación electoral y, como resultante, han dado lugar a un recambio presidencial, un final de ciclo y el comienzo de otro cualitativamente más conservador: recambio exitoso que habla de una recomposición de las instituciones de la democracia patronal.

Pero así como se puede apreciar una tendencia estabilizadora de largo alcance, ocurrió también una tendencia de corto plazo que coadyuvó a este resultado: la pericia que demostró el kirchnerismo para que el año transcurriera sin grandes sobresaltos, postergando la crisis económica que está en ciernes.

Toda la incapacidad que exhibieron los K en términos de campaña electoral (el portazo de Randazzo, la candidatura de Aníbal Fernández, etcétera), y que colaboró para perder una elección que parecía “ganada”, contrastó con su capacidad de manejar la coyuntura a pesar de la enorme serie de problemas acumulados.

Seamos justos: en realidad, se trató de un esfuerzo mancomunado de toda la clase dominante, de los principales partidos patronales, de la burocracia sindical en todas sus expresiones, para que la elección transcurriera con normalidad.

Todo el mundo se adaptó a un calendario electoral extenuante (¡incluyendo en esto al FIT, que no tuvo una sola denuncia de la ley electoral!) que tuvo la astucia de colocar un “piso de legitimidad” para todas las autoridades y cuerpos representativos electos en el país. Se verá, en un país de la tradición política y de lucha de clases que tiene la Argentina, qué peso específico real tiene esto, pero que de todos modos no hay que subestimarlo.

Este larguísimo año electoral ha consagrado un nuevo gobierno conservador, neoliberal y hasta reaccionario, caracterizado por tecnócratas y ex funcionarios de grandes holdings, luego de una larga hegemonía progresista.

Respecto del giro a la derecha electoral que consagraron estos resultados, no acertamos en nuestros pronósticos previos: esperábamos que fuera dominante un voto “conservador progresista”. Pero aun así, tuvimos el acierto metodológico de señalar que la estabilidad extrema en que estaba transcurriendo el año electoral influenciaría inevitablemente los resultados.

Más importante aún: tuvimos un enorme acierto en la evaluación del proceso político del país en su conjunto. Tanto en sus rasgos de clase (nuestra posición ni/ni desde la crisis campestre), como en la evaluación política de los acontecimientos, no dejándonos impresionar por ridiculeces catastrofistas y/o autoproclamatorias.

Es verdad que el resultado electoral devolvió una imagen de polarización: Macri se consagra por escasos 700.000 votos sobre Scioli. Pero no hay que engañarse: el que ganó es Macri, y ya se está beneficiando por el “efecto dominó” del triunfador; el nuevo gobierno es el que dará el tono a los desarrollos inmediatos.

A mediano plazo, esa división electoral por mitades, aunque no mecánicamente, tendrá seguramente consecuencias a la hora de los procesos de la lucha de clases, hasta por el hecho de que este primer gabinete que está armando Macri luce demasiado reaccionario frente al proceso político del que viene el país, y si el macrismo no exhibe cintura política, eso va a provocar enormes choques de clase en el futuro.

  1. El epílogo del largo ciclo del Argentinazo

Pero hay que avanzar en niveles de mayor profundidad en el análisis de los acontecimientos que estamos viviendo.

Lo que nos interesa aquí es colocar una mirada más de conjunto de las cuestiones, incluso si dejamos sentada la advertencia de que, en la medida en que estamos sobre el desarrollo de los acontecimientos y que además se trata de acontecimientos electorales, un espejo distorsionado de la realidad, la dinámica más de conjunto sólo podrá ser apreciada con el desarrollo concreto de la lucha de clases, cuestión sobre la que volveremos más abajo.

A pesar de este alerta, los resultados electorales ya están dando lugar a la “cristalización” de nuevas relaciones políticas. Y un gobierno es, precisamente, una de las formas de cristalización por excelencia de relaciones políticas.

¿Qué es lo más profundo que expresa el triunfo de Macri? Señaliza el final del largo ciclo del Argentinazo. Rebelión popular que si bien había sido reabsorbida bajo los K, al ser el gobierno del FpV el “hijo burgués del Argentinazo”, su final es la expresión gubernamental de que el ciclo político del 2001 ha terminado.

Es verdad que esas relaciones de fuerzas habían variado en varios sentidos. Las masas populares fueron sacadas de la escena rápidamente. Sin embargo, pervivió por largo tiempo una amplia “vanguardia de masas” que también, es justo señalarlo, fue sacada de escena como fenómeno independiente. Las exequias por el fallecimiento de Néstor Kirchner mostraron hasta qué punto parte importante de ese movimiento popular había sido cooptado desde el Estado por los K.

Pero esto no quería decir que las relaciones de fuerzas más generales –reales o potenciales– se hubieran modificado de igual forma. La hipótesis de la continuidad del kirchnerismo se fundaba en la idea de que había que tener cuidado en no “despertar a la bestia”. Que un gobierno de mediación, aunque colocado bajo una figura conservadora como Scioli, seguía siendo necesario. ¿Sigue siendo esto verdad? ¿El triunfo de Macri ha desmentido este aserto?

Sólo la lucha de clases dará el veredicto. Una elección, incluso una presidencial, no puede resolver por sí misma este interrogante.

En todo caso, el hecho de que se haya impuesto un gobierno cuyo cometido es ensayar la vía de un gobierno burgués normal (¡y hasta reaccionario!), está evidenciando que el gobierno K sale de escena, precisamente, debido a que las circunstancias que lo hicieron necesario ya no están.

Esto nos remite a los problemas del régimen político. Si algo caracterizó la crisis del 2001 fue la voz “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Una política que se hacía en las calles, de espaldas a las instituciones, en rechazo a las empresas privatizadas de servicios, martillando los bancos del corralito, en los cortes de ruta, con los movimientos de desocupados marchando con palos y las caras tapadas, en las ocupaciones de fábrica…

La Argentina es un país con enormes tradiciones de lucha y la paradoja de la asunción del nuevo gobierno es que el movimiento de masas no ha recibido una derrota de conjunto. A esto se le suma que las filas de los trabajadores vienen reforzadas estructuralmente: ver la recuperación masiva del empleo y la emergencia de una nueva generación obrera ocurrida en la última década.

Sin embargo, el hecho político decisivo del 2015 ha sido (a pesar de la contratendencia del #Ni una menos y de los paros generales), que se ha llevado adelante un recambio completo de autoridades.

Macri asume en una circunstancia que se caracteriza por la ausencia de una crisis general (¡aunque la acumulación de problemas es enorme y podría eclosionar en una de ellas!), en medio de unas relaciones de fuerzas que han sido “adormecidas”, y una sociedad que se ha deslizado, insensiblemente, hacia un lugar más conservador.

La contradicción implícita en todo este proceso es que las relaciones de fuerzas no han sido verdaderamente probadas; la reabsorción de los fervores del 2001 ha sido mayormente incruenta, y en cualquier giro del camino, una falta de “sintonía” en las medidas a tomar podría reabrir una grave crisis[2].

  1. El ensayo de un gobierno burgués normal

¿Cuál es la expresión gubernamental de lo que estamos señalando? El hecho de que Macri encarna el ensayo de un gobierno burgués “normal”: terminar con los gobiernos de “mediación” entre las clases.

Recordemos que al gobierno K siempre lo definimos con un gobierno 100% capitalista que, dadas las circunstancias, se veía obligado a realizar un arbitraje “por encima de las clases” otorgando concesiones aquí y allá.

Para hacer estas concesiones debió llevar adelante enfrentamientos parciales con el imperialismo en determinados momentos (una autonomía mayor que las “relaciones carnales” de los años ’90), y con uno u otro sector patronal. De ahí el “No al ALCA” en el 2005, la quita en el pago de la deuda externa, el enfrentamiento con el multimedios Clarín, Aranguren de Shell, la estatización de YPF y de las AFJP. Y sobre todo, la disputa alrededor de las retenciones agrarias en el 2008.

Es a esto a lo que se refieren Macri y el coro de políticos burgueses opositores cuando les enrostran a los K “haber dividido el país”. Pasa que, efectivamente, salvo que se lleve a cabo un gobierno adaptado en toda la línea a los poderes existentes, algún tipo de polarización inevitablemente se deberá generar.

Es verdad también que, como enseña el manual de este tipo de gobiernos populistas, esa polarización (¡tácticamente real, pero estratégicamente falsa!) es conveniente para ocultar la verdadera polarización social, que es la de clase contra clase, subordinando así de paso a los trabajadores, a los explotados y oprimidos, al carro de un sector burgués.

Pero en este tipo de gobiernos burgueses anormales esta polarización es un efecto inevitable del tipo de medidas que se ven obligados a tomar, tocando, si se quiere, intereses tácticos de algún sector burgués, siempre en beneficio estratégico de la clase dominante en su conjunto, sus intereses generales como clase explotadora.

Pues bien: si de lo que se trata es de ensayar un gobierno burgués normal, estos elementos característicos de un gobierno de mediación no estarán presentes; en todo caso los que estarán presentes son los elementos de polarización más clásicos: los de clase contra clase.

De ahí la perorata acerca de la necesidad de “unir a los argentinos”, de “trabajar en equipo”, que no es más que una impostura de un gobierno burgués que vuelve a ser normal, o que intentará serlo.

Impostura porque, en realidad, el gobierno de Macri inevitablemente va a operar una redistribución regresiva de los ingresos (¡una transferencia del plusvalor más regresiva que la actual!) que remite, en última instancia, a la polarización real: el hecho, repetimos, de la explotación de una clase por la otra.

Más allá de las bellas palabras, el gobierno de Macri va a tener que optar. Y optará por lo que habitualmente hace un gobierno burgués normal: no por ejercer una mediación otorgando concesiones, sino lo contrario: ¡viendo cómo sacarle cada día una tajada más a los explotados y oprimidos!

Que esto sea de forma gradual o mediante un shock, ya depende de las relaciones de fuerzas. En todo caso, Macri no se va a sustraer de lo que es la lógica de todo gobierno burgués normal en el mundo, y que tiene que ver –en nuestro caso– con revertir la dinámica de la última década: retirar de la escena las concesiones que la rebelión popular obligó a hacer, desde el terreno económico-social hasta en materia de “tolerancia” hacia las luchas.

  1. Un discurso liberal

Una cuestión de importancia para precisar el carácter del gobierno que viene es registrar el discurso que ensayó Macri durante la campaña y que remite a rasgos políticos e ideológicos específicos de su futuro gobierno, muy distintos de los de los K.

En sintonía con el mundo de la mundialización neoliberal, Macri ensayó en su campaña electoral un discurso “liberal”. Se trata de un factor de importancia, porque también hace a la “normalidad” que se intenta establecer[3].

Hay dos aspectos que nos interesa resaltar. El primero es la prédica del “esfuerzo individual”. En el discurso de Macri no parece haber conjuntos sociales: tiene algo de lo que decía la Thatcher también: “para mí la sociedad no existe: lo único que existe son los individuos”…

Para el kirchnerismo sí existían “conjuntos sociales”, solo que, evidentemente, como conjuntos sociales no independientes: como “columna vertebral pero no cabeza del movimiento”.

Otro rasgo de “normalidad” es que el macrismo no moviliza grandes masas. Esto no quiere decir que no haya sido “proyectado”, indirectamente, por grandes movimientos sociales. Si los K fueron “el hijo burgués del argentinazo”, Macri es el hijo de la coalición conservadora que emergió cuando la crisis del campo en el 2008.

De ahí la importancia, más simbólica que real, de figuras como De Angelis, Carrió y los radicales en su versión pro-campo. Coalición conservadora que se recreó en torno a la muerte de Nisman, y que si en ese momento fue reabsorbida, tuvo ahora su expresión electoral.

Igualmente, más allá de los discursos de Cristina, no creemos que se venga en lo inmediato el tipo de enfrentamiento entre bandos burgueses que se vivió en el 2008.

A pesar de las poses del FpV, la polarización que va a marcar los desarrollos será seguramente la clásica: los ataques de parte del nuevo gobierno burgués “tecnocrático” a los explotados y oprimidos, por cuenta del ajuste y demás ítems reaccionarios de la agenda del PRO.

Luego hay una segunda cuestión: la promesa de “pobreza cero”. Atención que se trata de la típica trampa del “conservadurismo popular”: su supuesta “sensibilidad” por los pobres…

La maniobra es evidente: no remite a los trabajadores, a la clase obrera, a la explotación del trabajo. Nótese que Macri ha sido muy parco a la hora de hablar de los reclamos de los trabajadores. Señaló que “subiría el piso” del mínimo no imponible, pero nunca dio detalles al respecto.

El discurso sobre los “pobres” es mitad un discurso contra el “clientelismo” del aparato adversario (¡el de los K, lo que no excluye que el PRO practique idéntica formas!). Y sobre todo, una maniobra para darse un baño de “gobierno sensible”: la fórmula de un gobierno conservador que busca legitimarse.

En esto es posible que Macri se esté inspirando en el gobierno del PT y su plan “Bolsa familia”, que lo ha hecho una potencia en el nordeste de Brasil, mientras pierde el voto obrero en el ABC, cordón industrial de San Pablo.

¡Asistir a la pobreza puede ser concomitante con apretar el torniquete de la explotación obrera!, un discurso al servicio de legitimar esta última.

Es importante comprender que el discurso de “pobreza cero” es connatural a redoblar la explotación del trabajo, a naturalizarla: hay ricos y pobres, explotadores y explotados, “sobre esto no se puede hacer nada”.

Sí se puede demostrar “caridad” como predica la Iglesia Católica. Connatural a esto es la idea de los pobres como “carenciados” incapaces de toda acción independiente.

  1. El impacto regional

Un elemento de importancia del triunfo de Cambiemos es el impacto regional que está teniendo. Un impacto más directo que si hubiera ganado Scioli, evidentemente.

Sin embargo, el triunfo de Macri no es un rayo en cielo estrellado. El deterioro del progresismo regional no es una novedad, sino que acumula largos años. A priori, el gobierno K no lucía como el más deteriorado. Y es verdad que a comienzos de año nadie podía prever que fuera derrotado electoralmente.

Previsiones aparte, el hecho remite a la situación en que se encuentran los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Brasil y Bolivia.

Hemos escrito largamente acerca de sus matices; también es verdad que su dinámica no es homogénea; de todos modos, lo que los unifica es que todos ellos han sido gobiernos burgueses anormales.

Pues bien, salvo Bolivia, país donde más profunda fue la rebelión popular (la destrucción del viejo sistema de partidos fue completa, y la oposición burguesa no ha logrado hasta hoy recomponerse), y el caso de Ecuador que no venimos siguiendo lo suficiente, Venezuela está viviendo el hundimiento del chavismo (si ha resistido hasta hoy ha sido por el profundo repudio popular al carácter cipayo extremo de los escuálidos). Y en Brasil, aun con Dilma logrando la reelección, la crisis de su gobierno es profundísima. Además, Dilma está haciendo lo que hubiera hecho Scioli: aplicar un durísimo ajuste económico antiobrero y antipopular.

En todo caso, la elección de Macri señala un giro hacia la derecha regional, el que hace parte a su vez de una coyuntura mundial que luce adversa, marcada por los atentados en París, los bombardeos imperialistas en Siria y la profunda degradación reaccionaria de la primavera árabe.

Ojo que hablamos de coyunturas, no de que haya culminado internacionalmente el ciclo de rebeliones populares. Conviven mundialmente tendencias reaccionarias y progresivas, de las cuales en este momento dominan las primeras.

  1. Los problemas de la conciencia obrera

Un elemento específico de importancia estratégica es el que tiene que ver con la conciencia obrera. A este respecto el panorama luce demasiado contradictorio, por decir lo menos.

Siempre hemos señalado que el proceso de emergencia de una nueva generación luchadora atañe más a una amplia vanguardia que al conjunto de la clase. A su vez, está claro que el proceso, incluso en el seno de la vanguardia, es más antiburocrático que clasista, más sindical que político, más allá del dato no menor de que un millón de votantes se vienen expresando por la izquierda, una parte de los cuales son votantes de la vanguardia obrera.

De todos modos, es necesario subrayar también que incluso el fenómeno de la votación de la izquierda tiene poco que ver con el de los años ‘80 cuando se nutría, mayormente, de las franjas más explotadas y oprimidas.

Hoy no es del todo así: parte desde el clásico voto de la izquierda, y a partir de ahí se proyecta a las capas medias, y recién después llega a sectores de la vanguardia trabajadora.

De todas maneras, lo que nos preocupa aquí no es el voto de la vanguardia, sino algo más importante (¡y preocupante!): el voto del conjunto de la clase obrera.

La “orfandad” expresada a este respecto ha sido tremenda: la clase trabajadora, o una parte muy importante de ella, simplemente siguió electoralmente a las clases medias. La votación obrera fue como un “calidoscopio” de opciones electorales: votó de manera más heterogénea que las demás clases.

En el balotaje, una parte del electorado obrero retornó a Scioli: el FpV logró imponerse en la provincia de Buenos Aires.

Pero la dificultad de la clase obrera argentina para dar algún paso hacia la independencia de clase, la histórica contradicción entre su combatividad sindical y su atraso político, se ha hecho presente nuevamente en este año electoral, más allá de que también sea verdad que las adscripciones políticas son hoy mucho más “descremadas” que en el pasado: prácticamente han desaparecido, lo que podría facilitar las cosas mañana.

Incluso sin hablar de una conciencia de clase estricta, cuando la clase obrera era peronista hubiera sido prácticamente imposible que algún trabajador votara por un cheto cogotudo como Macri. Hoy no: muchos trabajadores manifestaron orgullosamente su voto por el ex presidente de Boca…

No es que la clase trabajadora no tenga conciencia de sus intereses inmediatos. Un trabajador en la puerta de una gran fábrica del neumático nos compartía su “alegría” de votar a Macri. Pero cuando le preguntamos qué haría si el nuevo gobierno mete el ajuste, nos dijo convencido: “ah, no, si se viene un ajuste va a haber quilombo”…

El problema de fondo es que la clase trabajadora no ha logrado dar pasos en la compresión de sus intereses históricos. Este es el tradicional problema en la cabeza de los trabajadores argentinos: ¡no logran avanzar un milímetro en la compresión de sus intereses más estratégicos!

Esto viene a cuento además de todas las pavadas sobre la “ruptura electoral con el peronismo”, sobre que los trabajadores “saltan la tranquera hacia la izquierda” (PO), o que se ponía en juego en esta elección no se sabe qué hito que marcaría la “historia universal” (PTS): ¡todas sandeces que denotan electoralismo!

Como lo experiencia lo ha marcado mil veces, no puede haber ruptura de la conciencia en el terreno puramente electoral. Puede haber avances, incluso muy importantes para lo que es el “espacio” habitual de la izquierda revolucionaria. Pero para que ocurra un salto histórico en la conciencia, que cree las condiciones para que emerja una base de masas para nuestras organizaciones, deben ocurrir primero acontecimientos revolucionarios.

De ahí el doble o triple crimen del FIT: que no haya aprovechado las campañas electorales para intentar avanzar, al menos un paso, en la educación socialista de la conciencia de los trabajadores.

El heterogéneo voto de los trabajadores, la confusión que anida en la conciencia de amplios sectores, puede ser un factor que mediatice la reacción obrera frente a los ataques que se vienen.

Confiamos, de todas maneras, en que finalmente se imponga la comprensión de las “duras necesidades”: la conciencia de sus intereses afectados por el ajuste que viene, lo que en algún punto del camino desatará, seguramente, fuertes choques de clase.

  1. El siniestro papel de la burocracia

Aquí es donde se debe colocar el siniestro papel de la burocracia sindical. Su comportamiento a lo largo del año fue de manual. Su lógica es más o menos así: respetan una cierta “división del trabajo” con los partidos patronales: “no corresponde a los trabajadores proyectarse al poder”. Su rol, el de los sindicatos, es puramente sindicalista. Es decir: “no cuestionamos el orden de cosas”, “no cuestionamos la explotación del trabajo”: “sólo queremos una tajada mayor dentro de este esquema de cosas” (¡y muchas veces ni eso, los muy vendidos!).

Así las cosas, es natural que las fracciones burocráticas se hayan retirado de la liza. Alentaron dos paros generales domingueros en la primera mitad del año, luego se retiraron de la escena.

La prédica es la misma en todos: dejamos el terreno libre para los partidos patronales, para la ronda electoral, para que ella resuelva quién gobierna el país. Luego de que el nuevo gobierno haya sido elegido sin el concurso de la clase obrera, o con el concurso pasivo de “un hombre, un voto”, volvemos a la escena para ver cómo nos acomodamos frente al nuevo elenco.

La lógica señalada es la clásica del peronismo: la clase obrera puede ser columna vertebral, pero nunca cabeza. Y bajo el nuevo gobierno, ni eso, porque se trata de un gobierno burgués casi directo del empresariado, cuya base social principal estará constituida por el imperialismo, lo más granado de la burguesía y las clases medias.

A partir de este escenario parece difícil, en lo inmediato, una reunificación de la CGT. Ni lerdo ni perezoso, el que ha corrido a ponerse el traje del nuevo oficialismo es Moyano. Un Moyano que en su versión “recargada” se muestra más derechista que en el pasado: justifica el nuevo ajuste con el cuento de “sincerar de las variables económicas”…

Seguramente también Caló, Pignanelli y muchos otros deben estar ya midiendo sus pasos, viendo los márgenes de legitimidad del nuevo gobierno, las medidas que va a tomar, la posibilidad de establecer un “pacto social” que disimule el ataque al salario real y los aumentos de productividad, sin perder de vista la problemática de en qué punto quedará el empleo.

Por lo pronto, y haciendo profesión de fe de la “gobernabilidad”, no son de esperar medidas de conjunto en lo inmediato. Si un “activo” tiene la burocracia en el sistema de instituciones argentinas (¡y la burocracia es no solamente una institución del régimen, sino del Estado!), es justamente ser el garante de gobernabilidad.

La excusa será evidente: que “el nuevo gobierno acaba de asumir”, que “hay que darle tiempo”, que “ha sido votado por la mitad más uno de los argentinos”, que “si vos lo votaste, de qué te quejas”, etcétera.

Infinidad de excusas va a encontrar la burocracia, lo que hará al carácter de vanguardia y a la dureza de las luchas en la primera etapa del gobierno de Macri.

  1. El ajuste que se viene

Vayamos ahora al terreno donde “mueren las palabras”: la economía. Terreno que marcará los límites de la mascarada despolitizada que busca reducir los problemas políticos y sociales a cuestiones de “gestión”. Como si la administración de las contradicciones se tratara de algo estrictamente “técnico”, no obligando a ninguna “elección social”: un puro tema de “eficiencia”.

Respecto de la situación económica que dejan los K, las cosas lucen complejas. El gobierno de Cristina deja las arcas exhaustas: no quedan reservas en el BCRA luego de que el gobierno afrontara hasta el último centavo de sus obligaciones internacionales.

No es que el país esté “quebrado”: está descapitalizado, que no es exactamente lo mismo. El hecho es que el nivel de endeudamiento externo es bajísimo, lo que abre amplias facilidades para tomar nueva deuda.

Repetimos: los K “desendeudaron” el país, pero también lo descapitalizaron. La “compra de soberanía” ha sido uno de los más mentirosos aspectos del “relato”, porque ningún país que carece de toda reserva para sus intercambios con el mundo puede ser “soberano”: descapitalizaron la Argentina pagando la friolera de 200.000 millones de dólares, hipotecando así cualquier posibilidad de independencia económica.

El país no tiene reservas. Ese es el primer problema que enfrentará el nuevo gobierno, el disparador de todas las medidas que tomará en materia económica.

El margen de maniobras que tendrá es que “haciendo los deberes” rápidamente podría recomenzar un nuevo ciclo de endeudamiento.

De todas maneras, la hoja de ruta hacia este nuevo endeudamiento no es tan sencilla. De ahí que ahora Macri haya puesto paños fríos respecto de la salida del cepo “en 24 horas”. Se ensayaría una salida gradual de la restricción a la compra de divisas hasta tanto el Banco Central recupere “poder de fuego”: es decir, dólares para poder regular el tipo de cambio.

En la hoja de ruta lo primero sería acordar con China transformando el swap otorgado por el gobierno oriental a dólares contantes y sonantes, cosa que no se sabe si los chinos aceptarán.

Luego está en cartera lograr créditos del exterior. Para esto, primero habría que resolver el default con los fondos buitre, que sabiendo de su poder de chantaje no se la harán tan fácil al nuevo gobierno (¡ni siquiera a un gobierno neoliberal como el de Cambiemos: business are business!).

También se habla de la posibilidad de que los exportadores agrarios declaren divisas por 8000 millones de dólares. Pero para esto se debería establecer un nuevo tipo de cambio en un nivel superior que el dólar oficial, cosa que no es tan simple, porque sería consagrar una devaluación, que por ahora Macri parece temer.

La “cuadratura del círculo” es que todo el mundo exige y puja por sus intereses. Pero el nuevo gobierno, aunque quiera, será incapaz de satisfacer a todos al mismo tiempo: deberá elegir.

A modo de ejemplo se podría agregar el reciente fallo de la CSJ sobre coparticipación federal: el gobierno electo acaba de poner el grito en el cielo porque los “supremos” lo han recibido birlándole recursos cuando ni siquiera ha asumido.

Hay, sí, una primera medida económica que Macri ha ratificado: ha dicho que el 11 de diciembre eliminará las retenciones salvo las de la soja. Como es sabido, esto incluye el trigo y la carne (¿y la leche?). Pero es menos conocido que las retenciones evitan el aumento de los precios internos.

Porque en el mercado interno los precios son los de exportación menos la retención, que los deja igualados, entonces, con el precio efectivo que los productores cobran (¡si no existieran esta y otras restricciones, exportarían todo y dejarían desabastecido –o a precios siderales– el mercado interno![4]).

Precisamente: eliminar las retenciones es liberar el mercado. ¿Su efecto? El que acabamos de señalar: ¡aumentar en el mercado interno los precios del pan, la leche y la carne por el porcentaje del impuesto eliminado!

Así es que la primera medida de Macri será anunciada para dar satisfacción a parte de su base social: los productores campestres de las 4 x 4, lo que significará una transferencia de recursos desde los asalariados hacia ellos del 30%: ¡es el paraíso de De Angelis, del lomo por las nubes, hecho realidad!

Esto es lo que muestra de manera aguda, por si hiciera falta, el carácter de clase del nuevo gobierno, además de que esta medida será, cuando se implemente, la señal de largada del ajuste que se viene.

Expresión gráfica de lo que estamos señalando es que para el cargo de ministro de Agricultura se había pensado inicialmente, en el actual presidente de la Sociedad Rural, Etchevehere: ¡los productores agrarios le podrían agradecer a Vilma Ripol y el PCR su defensa de los “intereses campestres” pidiendo para ellos un lugar en el gabinete de Macri![5]

Con la eliminación de las retenciones a las exportaciones agrarias tendremos una primera medida del ajuste que viene. Por lo pronto, YPF y demás multinacionales del petróleo han aumentado el precio de las naftas en un 5%, comenzando la escalada de los precios.

¿Cuál es la lógica del ajuste que viene? Macri intentará recuperar competitividad económica reduciendo los gastos (privados y públicos) y aumentando los ingresos (privados y públicos).

Buscará recomponer las ganancias empresarias, el ingreso de divisas del Estado y también reducir el déficit estatal, condición además para bajar la inflación limitando al mismo tiempo la emisión monetaria (ver la eliminación de subsidios que se viene).

Se trata de medidas de un ajuste que podríamos llamar clásico: típico de un gobierno burgués más que normal, casi reaccionario: ¡un gabinete lleno de ejecutivos de multinacionales y grandes holdings acostumbrados a mirar desde arriba a los trabajadores!

Ajuste ortodoxo, porque a la vez que devalúa la moneda y lleva los precios para arriba, apunta a que los salarios reales caigan, a que el “colchón de precios” (la diferencia entre ingresos y gastos empresarios) se mantenga, de manera tal de lograr competitividad en materia exportadora logrando ingresar divisas.

En qué medida un plan así se va a poder aplicar, ya no se trata de una “ecuación económica” sino de la lucha de clases. Por eso venimos diciendo que la medida de todas las cosas será el grado de resistencia que ofrezcan los trabajadores y demás sectores populares a las medidas que intente aplicar el nuevo gobierno.

Visto desde el otro lado del mostrador, habrá que evaluar también el grado de cuidado que exprese Macri en la aplicación de estas medidas en función de evitar un salto en la conflictividad social. También el financiamiento externo que pueda lograr y que le permita manejar con más holgura la coyuntura económica.

  1. El interrogante acerca de la gobernabilidad

Pasemos ahora al problema de la gobernabilidad. Mientras escribimos este texto Cristina se ha despachado a gusto con su discurso en el Posadas.

¿Qué escenario es el que se viene? ¿Uno de polarización de clases tradicional, o uno marcado por disputas entre los de arriba?

En principio nos parece que el escenario, al menos al comienzo de la gestión del nuevo gobierno, será más bien clásico. Cristina se va con el capital político de una gestión exitosa (en términos capitalistas) de doce años, algo sin antecedentes en el país. Se trata de un capital que seguramente tendrá nuevos desdoblamientos y desarrollos: está claro que no es un cadáver político.

Sin embargo, está igualmente claro que hay muchos pretendientes al trono del PJ. No es tan evidente la sobrevida del FpV lejos del control del aparato de estado. Aunque insistimos: alguna sobrevida va a tener el kirchnerismo como corriente de masas. Pero el poder dentro del PJ, todo el mundo dice que se trasladará ahora a los gobernadores.

De ahí que por lo pronto habrá que ver qué sectores representa el “cristinismo duro” a la hora de plantarse en la oposición al gobierno de Macri.

La mayoría del PJ y de la burocracia sindical, al menos en un comienzo, expresado también en las palabras de Scioli y la actitud de Moyano, seguramente se van a alinear con la idea de “no dificultar la gobernabilidad”.

Luego está la base de apoyo del nuevo gobierno. Hay un primer elemento a resaltar: desde el punto de vista institucional, el “trípode” constituido por el ejecutivo nacional, el gobierno en provincia de Buenos Aires y en CABA, compensa el ser minoría en ambas cámaras.

No es que el elemento parlamentario sea menor. Pero no es secundario este trípode de poder institucional y territorial.

De manera concomitante, existen otros dos problemas. Uno, que el PRO no tiene inserción sindical. Y existe otra cuestión que queremos subrayar: no se va a un gobierno de coalición. Cambiemos fue una coalición para ganar la elección, pero no tendrá mayor expresión en el elenco gubernamental.

El “renunciamiento” vergonzoso de Sanz a la política tiene razones más prosaicas que las esgrimidas: el papelón de que el radicalismo haya ayudado a encaramar a Macri y no obtenga nada a cambio.

Por ahora, por lo menos en lo que hace a su primer gabinete de ministros, la puesta en escena luce muy soberbia: un gabinete tecnocrático que vaya a saber qué cintura tendrá para manejar los problemas.

En todo caso, el principal problema de la gobernabilidad no es la constitución del nuevo gabinete: son las relaciones de fuerzas que se pondrán a prueba entre el nuevo gobierno y las masas.

Hemos hablado de las relaciones de fuerzas a lo largo del texto. Sólo queremos subrayar aquí lo contradictorio que parece un gabinete a la derecha del “punto” en el que están las relaciones de fuerzas hoy (así como las expectativas de la mayoría).

Cuando en otros textos hablábamos de “choque de expectativas” teníamos en mente, más bien, el voto “conservador progresista” enfrentado a la gestión conservadora de un Scioli. Pero ahora, dada la “coctelera mental” de los trabajadores, siendo difícil establecer qué expectativas tienen en la cabeza, está de todos modos el problema de que se ponga en marcha un gabinete que abra demasiados frentes simultáneamente.

Nos explicamos: en una guerra siempre es mejor pelear en un solo frente que en varios a la vez. Por eso, si se aplica un ajuste económico, si la gestión de la educación ataca a los docentes, si el ministro de Salud es un gorila en el país del #Ni una menos, si en política exterior se pretende un alineamiento con los golpistas de Venezuela, esto es pelearse con todo el mundo a la vez.

¿Darán las relaciones de fuerzas para tanto? ¿Será suficiente la institucionalización del país para un giro a la derecha tan marcado? Eso habrá que verlo. No hay legitimidad que valga si se sale a semejante ataque contra todas las posiciones adquiridas por los explotados y oprimidos. En ese caso se vendrán enfrentamientos muy duros. Enfrentamientos incluso mayores en la medida en que, además, no hay que olvidarse que un punto central del gobierno de Macri es implementar “una nueva política de seguridad” que saque los piquetes de las calles.

No hay que tomar esto con facilismo. Podría funcionar la nueva legitimidad conquistada de “dejar de joder a la gente” (como dijera Scioli), sobre todo si se trata de luchas aisladas.

Esa es la perspectiva para la que hay que prepararse hoy: duras luchas de vanguardia que se verán enfrentadas con la nueva política de seguridad “anti piquete” que va a intentar, sin duda alguna, aplicar el nuevo gobierno.

Si ingresan a la liza grandes sectores, será una cosa. Pero si este ingreso es obstaculizado por el rol de la burocracia sindical, las expectativas en el nuevo gobierno o lo que sea, las peleas no serán fáciles.

De ahí que debamos prepararnos para duros (¡o muy duros!) enfrentamientos en el comienzo del gobierno de Macri.

Ya la gobernabilidad en su conjunto dependerá de lo que haga o deje de hacer el propio Macri: si va a un ataque en todos los frentes, no ponemos las manos en el fuego por la gobernabilidad: esto es Argentina, señores, lo que significa que es un país con enormes tradiciones de lucha que convendría muy bien pensar dos veces antes de desafiar.

De ahí entonces que haga falta una actitud vigilante frente a los nuevos desarrollos. Por un lado se requiere rechazar el facilismo, el objetivismo de creer que aquí “no ha pasado nada”: sí ha pasado, y mucho: hay un nuevo gobierno reaccionario que nada bueno traerá para los explotados y oprimidos, y que puede llegar a ser más fuerte que los gobiernos que lo antecedieron.

Al mismo tiempo, tampoco hay que dejarse impresionar: nunca hay que perder de vista que las elecciones constituyen una expresión distorsionada de la lucha clases. Consagran gobiernos, pero la prueba del pastel está, como dicen los ingleses, cuando lo comes. Y la medida real de las relaciones de fuerzas para ellos y nosotros estará en la lucha de clases del próximo periodo, en los grandes y pequeños enfrentamientos que se vengan, donde se deberá forjar la nueva generación obrera, estudiantil, militante y partidaria.

  1. Unificar la lucha contra el nuevo gobierno

Aquí es donde se coloca el papel de la izquierda en el próximo período. Se acabó el año electoral. Se acabó la circunstancia “desdoblada” donde los “combates” se sustanciaban en los medios. Se viene la pelea en el terreno concreto, real, material de la lucha de clases.

Sobre el balance electoral de la izquierda ya hemos escrito en otros lugares. No es este un texto de balance del año sino una primera minuta cuyo objetivo específico es transmitir elementos de armazón política para la militancia.

La izquierda tiene una responsabilidad. Logró conquistar un conjunto de representaciones sociales, sindicales y electorales que ahora se pondrán en juego en los conflictos que vienen.

Y como parte de la izquierda en general, lo mismo vale para nuestro partido, que se ha hecho un lugar mayor en el seno de la izquierda el último año, no sólo en materia electoral sino en representación obrera, en el seno del movimiento estudiantil, en el movimiento de mujeres.

¿Cuál es la orientación política general que se va a plantear frente al nuevo gobierno? La que planteamos en el comunicado del pasado domingo 22: la necesidad de abandonar todo sectarismo, de avanzar en la unidad de acción y frentes únicos para unificar las luchas obreras, populares, estudiantiles y del movimiento de mujeres.

Aquí cobra importancia nuestro planteo de encuentro obrero. Obvio que tal planteo no excluye un terreno de pelea en el seno de la vanguardia. Ya se están moviendo determinados hilos al respecto y el partido está comenzando, también, a desplegar su orientación en este terreno, tanto contra los planteos de aparatos, de encuentros superestructurales que no reflejen procesos por abajo, como planteos autoproclamatorios sin puntos de apoyo en la realidad.

En este terreno, como siempre, el partido arrancará haciéndose fuerte por abajo, poniéndole el cuerpo a las luchas, apoyándose en las representaciones conquistadas. Pero también es fundamental que aprendamos a hacer política, que sepamos maniobrar, que evitemos todo riesgo de “autoexclusión”.

En todo caso, los planteos que podemos hacer aquí son generales, no de detalles. Por ejemplo, ya se está pergeñando una movilización para el 14 de diciembre (cuando la visita de funcionarios de la OIT que recomendarán las formas para implementar un “pacto social”), que parece está concitando amplia adhesión entre la vanguardia luchadora y que de concretarse será la primera movilización unitaria de trabajadores bajo Macri.

Este es, entonces, el primer “reflejo” de una política revolucionaria en estos momentos: impulsar la más amplia unidad de acción frente al ajuste del nuevo gobierno, frente a la represión que seguramente le será connatural.

En este contexto, parece bastante evidente que existen dos o tres ejes vertebradores de la acción política. El primero es unificar la pelea contra el ajuste de Macri: en defensa del salario, contra los despidos, el ataque al salario de los docentes y estatales, evitar que se introduzca un retroceso en la legislación contra la discriminación sindical, etcétera.

El segundo, enfrentar todas las aristas reaccionarias del gobierno: la represión y el intento de sacar las luchas de las calles, los ataques que puedan venir en el terreno de la educación, la docencia y el movimiento estudiantil, los ataques que ocurran contra los derechos de las mujeres.

En tercer lugar, tiene su importancia estar alerta y tener sensibilidad frente a la política exterior gorila del nuevo gobierno, por ejemplo movilizándonos contra la orientación de excluir a Venezuela del Mercosur.

Parte de todo esto será también la preparación para el 24 de marzo de la marcha por el 40 aniversario de la dictadura militar, defender la continuidad del juzgamiento a los represores, estar alerta frente a zarpazos reaccionarios como los del diario La Nación el pasado lunes 23.

Se trata de un conjunto de orientaciones que deberemos ir afinando conforme vaya tomando forma la nueva situación; en todo caso, algunos de los lineamientos generales esbozados aquí son un primer paso en ese camino, donde el centro ya no será una política “ni/ni” como en los últimos años, sino un enfrentamiento concentrado contra el nuevo gobierno de Macri.

  1. Una fuerte organización nacional de vanguardia

Para concluir, lo que se le plantea al partido es en el fondo muy simple. No se vienen tiempos de estabilidad. El giro a la derecha y el triunfo de Macri deberán ser probados en el terreno concreto de la luchas de todos los días. Como hemos señalado, es allí donde se medirán los alcances y límites del giro conservador que está viviendo el país.

Lo concreto es que no se puede gobernar para “todos los argentinos, los que me votaron y los que no me votaron”. El nuevo gobierno de Macri deberá elegir, y sin dudas elegirá retirar conquistas de las masas.

Seguramente se desatará así una dura conflictividad social. Esto es lo que ya está ocurriendo, por ejemplo, en el caso de los municipales de Córdoba. Mestre ha reasumido con un plan de privatizaciones bajo el brazo, que ya está desatando luchas y resistencia.

Es ahí donde se deberá foguear el partido, donde debe hacer su experiencia. Toda nuestra joven militancia debe asumir que construimos un partido revolucionario, un partido de lucha de clases. Luchas que deben ser “nuestro elemento”: lo que significa que debemos orientar a la militancia a participar con todo en ellas.

No a tontas y locas, desde ya: no hay partido que pueda participar en todas las luchas. Pero cada regional, y el partido en su conjunto, deben hacer la experiencia en algunas de las más importantes del próximo periodo y construirse en ellas.

Tampoco significa esto que el partido hará “locuras”: se tratará de masificar las peleas lo más posible, multiplicar los puntos de apoyo, llevar adelante las más amplias iniciativas de frentes únicos y unidad de acción, no dejando de lado, de manera sectaria, ninguna de las cuestiones democráticas que se planteen.

Y en esa experiencia, el partido aprenderá a concebirse como una organización de lucha, de pelea: como un partido revolucionario para el cual se planteará, a partir de ahora, un giro en su actividad respecto de lo que fue el 2015. Incluso si no hay que perder de vista, ni por un instante, que las obligaciones electorales seguirán presentes en el 2016 bajo la forma de defender de manera intransigente la legalidad nacional de nuestro partido.

Tampoco significa lo anterior que dejemos de lado lo conquistado el último año, por ejemplo en materia de figuras políticas y de acceso a los medios. Lo único que significa la nueva orientación es que nuestras figuras y equipos de medios deberán esforzarse y foguearse junto con el partido, en el terreno de las luchas cotidianas.

Una nueva experiencia se abre así para nuestro partido, un ciclo político se ha cerrado y otro comienza: un nuevo ciclo donde el partido deberá ponerse a prueba y aprender como partido revolucionario, como partido que con una extensión nacional incrementada, deberá seguir batallando por transformarse en una verdadera organización de vanguardia, desafío al que la ubicación conquistada por el nuevo MAS en el contexto más general de la izquierda en nuestro país, y los logros constructivos subjetivos, están colocando cada vez más a la orden del día.

 

 

[1] Atención que se trata de un editorialista reaccionario y que, en general, hace mitad análisis y mitad campaña alrededor de los intereses que defiende; de todas maneras, cada tanto, emite análisis con elementos de agudeza, incluso si como esta vez esos análisis lo benefician en sus intereses de ir contra los K, de acabar con ellos, como es este caso. De todos modos, la cita es interesante, más allá de que donde habla de “relaciones de fuerzas parlamentarias” nosotros hablaremos, más abajo, de relaciones de fuerzas más bien extraparlamentarias.

[2] A modo de ejemplo de lo que estamos diciendo, veamos el caso del cuasi “golpista” editorial de La Nación del lunes 23, que no pasó la prueba de los hechos, recibiendo repudios de todo el arco político.

[3] Es interesante a este respecto cómo Morales Solá habla de la “anomalía” o la “excepcionalidad” argentina de los últimos 12 años, como dando a entender que la Argentina estuvo de “espaldas al mundo” y que ahora esto se acabó.

[4] Ver al respecto nuestro trabajo “La rebelión de las 4 por 4” el que, en muchos aspectos, ha cobrado renovada actualidad.

[5] Este sencillo ejemplo muestra hasta dónde llegan las cosas cuando se pierde la brújula de clase: es difícil que el MST se recupere de esta tremenda hipoteca; a otro nivel, es verdad también que el PO debe beber de su propia medicina, porque hizo demasiadas concesiones a los caceroleros: ver su política para el caso Nisman.

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