Apenas conocidos los nombres del gabinete de Macri, el veredicto de “los mercados” (es decir, los garcas que parieron y prohijaron a muchos de los flamantes funcionarios) fue unánime: “Esto es el Barcelona”. Con esto expresaban su incrédulo beneplácito por ver a tantos y tan importantes de los suyos en el gobierno. Pero, lamentablemente para ellos, este país y esta época no son los ideales para hacer experimentos con “tecnócratas” sin la menor idea de lo que significa gobernar una sociedad que ha demostrado tener pocas pulgas cuando le quieren sacar derechos y conquistas. Veamos.
¿Un gabinete para otro país?
Uno de los serios problemas de esta nueva gestión es que, por mucho que su programa, sus objetivos, su política y hasta su composición reflejen con bastante fidelidad a la amplia mayoría de la clase capitalista argentina, la estructura partidaria y el personal político propiamente dicho de Cambiemos es de una alarmante insuficiencia y debilidad orgánicas para las tareas planteadas. Que no son otras que, de una vez por todas, “normalizar” el país, disciplinar a la sociedad y derrotar a la clase trabajadora, imponiendo así una nueva relación de fuerzas entre las clases que deje atrás definitivamente la “anormalidad” del Argentinazo de 2001.
Por lo pronto, es sabido que Macri asume el gobierno casi sin cuadros políticos y técnicos. A despecho de la sanata de campaña del “equipo”, y con el agravante de haber ganado a nivel nacional, en la Capital y en Buenos Aires, decididamente el PRO no cuenta con la gente para llenar todos los casilleros, ni siquiera con la inestimable ayuda de la UCR.
El PRO ganó la provincia de Buenos Aires sin tener casi nada de arraigo territorial, sólo con la ayuda de la UCR, una candidata trasplantada (vicejefa de gobierno porteño) y, sobre todo, la mala imagen del candidato oficialista. Y Cambiemos ganó en el país sin una sola figura importante propia de la fuerza líder de la alianza, el PRO, en todo el interior (la única que se le parecía, Miguel Del Sel, había perdido la gobernación y no fue candidato en octubre). Los candidatos a gobernador triunfantes de Cambiemos son, salvo Vidal, todos de la UCR.
Por una combinación de esa carencia, por un lado, y por el otro, de la convicción de que se puede “hacer política sin políticos”, o, más bien, que la “gestión” de los asuntos de un país puede ser “apolítica” [1], es que tanto el gabinete de ministros como muchos otros lugares para funcionarios (secretarías, organismos específicos, etc.) recayeron en nombres sorpresivos hasta para los mismos designados. En el esquema hay de todo: desde ex funcionarios del propio kirchnerismo (el caso más conocido, pero para nada el único, es el del ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao) hasta una variopinta gama de ex compañeros y amigos de secundaria de Macri (empezando por el jefe de gabinete, Marcos Peña, del colegio Champagnat, amistoso rival del colegio Cardenal Newman al que asistió Macri), ex empleados de SOCMA (la empresa de papá Franco Macri) o Boca Juniors (Andrés Ibarra), empresarios de alto rango, préstamos de aliados viejos o nuevos, parientes de nuevos funcionarios y parientes de parientes (el grado de nepotismo de las designaciones macristas ya supera cómodamente los registros de los K).
El llamado “gabinete de los CEO” (máximos ejecutivos de una compañía) cuenta con los siguientes representantes empresarios: Alfonso Prat Gay en Hacienda (alto directivo de la banca JP Morgan); Francisco Cabrera en Producción (CEO de Máxima AFJP, miembro del directorio de los diarios La Nación, Los Andes y La Voz del Interior, los dos últimos de Clarín, además de directivo de Hewlett Packard y el Grupo Roberts); Susana Malcorra, canciller (antes de ser jefa de gabinete de Ban Ki Moon en la ONU fue CEO de Telecom); Juan José Aranguren en Energía y Minería (CEO de la Shell); Guillermo Dietrich en Transporte (dueño de la concesionaria de autos que lleva su apellido, la mayor del país); Pablo Avelluto en Cultura (director regional de Random House-Mondadori, uno de los tres grandes pulpos editoriales del mundo); Ricardo Buryaile en Agricultura (ex vice de Confederaciones Rurales Argentinas, la entidad más conservadora del campo después de la Sociedad Rural), y Gustavo Lopetegui (CEO de la aerolínea LAN) y Mario Quintana (CEO de Farmacity) como parte del equipo del jefe de gabinete.
Pasemos por alto cargos menos rutilantes de otros ministros, así como muchos otros directivos empresarios en secretarías y otros organismos, como Martín Etchegoyen (UIA) en Industria o Isela Costantini (CEO de General Motors) en Aerolíneas Argentinas. El perfil está suficientemente claro.
Lo que no está tan claro es con qué criterios tomará decisiones esta gente. ¿Pesará la tendencia natural de estos garcas de entrar con un elefante en el frágil y atiborrado bazar de la política argentina, o habrá alguien que mida las consecuencias con un poco más de cuidado? Atención, porque en este país pisar callos al descuido no es gratis. Y si lo hacen, el Barcelona puede convertirse súbitamente en Sacachispas.
Entre el puro pragmatismo y la improvisación pura
Veamos algunos ejemplos de los primeros pasos de Macri y sus ministros. La canciller designada Susana Malcorra anunció que su objetivo es ser pragmática y “desideologizar” las relaciones con Estados Unidos. Por supuesto, ella sí sabe que eso debe traducirse como “tener relaciones ideológicamente más cercanas a Estados Unidos”. Y dio una muestra al dejar la puerta abierta al a esta altura casi antediluviano ALCA (acuerdo de libre comercio con EE.UU.).
Sin embargo, al mismo tiempo también dio una muestra para el otro lado. Después de la pequeña tormenta desatada por Macri al advertir que iba a pedir la expulsión de Venezuela del Mercosur, Malcorra puso paños fríos al evaluar el triunfo de la oposición de derecha en las elecciones de ese país, y reconoció que “nada indica que haya una razón” para invocar la cláusula democrática del Mercosur contra Maduro (La Nación, 7-12-15). ¿Para qué hacer olas y comprarse problemas “ideológicos”, si ganó la oposición de derecha y Maduro reconoció la derrota? Pragmatismo “desideologizado” puro, como se ve, incluso a costa de desautorizar la postura pública del mismo Macri de apenas unos días antes.
A decir verdad, da la impresión de que con el nuevo gobierno habrá que acostumbrarse a las contradicciones flagrantes entre dichos y hechos, o entre dichos y dichos, a veces en cuestión de horas. El papelón de la exención del aguinaldo para el Impuesto a las Ganancias, que al momento de escribirse esta nota se había vuelto a confirmar después de haber dado marcha atrás, es un caso flagrante. El costo había sido dejar en falsa escuadra nada menos que a un aliado pesado, Hugo Moyano, que no sabía de qué disfrazarse luego de anunciar triunfalmente la exención, que después se negó, se volvió a poner, y el lector sabrá cómo quedó…
Mucho más serio es lo que ocurrió con la política hacia las restricciones cambiarias (el “cepo”), que fueron objeto de febriles idas y venidas hasta que, finalmente (primó la cautela, o más bien habría que decir la cordura) el mismo Prat Gay, uno de los halcones de la primera hora de levantar el cepo el 11 de diciembre (como Macri), debió reconocer que eso deberá esperar a “cuando estén dadas las condiciones”…
Si estos pasos en falso, confirmaciones, desmentidas y sainetes tienen lugar con temas de semejante entidad (y que uno supone tendrían bien estudiados desde antes)[2], es de imaginar que con cuestiones de gestión mucho más menudas la cosa puede ser un berenjenal.
En el fondo, lo que parece ir delineándose como rasgo del nuevo gobierno es cierto grado de improvisación en las decisiones políticas más candentes. Y no se trata de una extrapolación indebida de algunas vacilaciones lógicas en un gabinete y un presidente electo que recién se están acomodando o adaptándose. En este plano, ha habido ya muestras, sobre todo durante la gestión porteña del PRO, que tal vez como parte de su liviandad posmoderna para hacer política no les resulta tan incómodo como a otros la idea de cambiar sobre la marcha o incluso retroceder sobre sus pasos. Lo han hecho muchas veces y no siempre han pagado mucho costo político.
Lo que acaso Macri y sus empresarios-amigos-funcionarios no tienen en cuenta es que una cosa es dar volteretas o improvisar como gobierno porteño, el distrito más desahogado financieramente del país, y teniendo siempre a mano la posibilidad de echarle la culpa a la Casa Rosada, y otra es hacer esa misma gimnasia gobernando la Capital, la provincia de Buenos Aires y el país entero. Quejarse de que Cristina no traspasa la Policía Metropolitana y habla mucho en cadena nacional es fácil. Dejar contentos al empresariado que pide bajar costos en dólares, a los buitres que quieren dólares, a la clase media que quiere comprar dólares, a la burocracia sindical que pide algo más que plata para las obras sociales y a los trabajadores que ya hacen cuentas de que las paritarias de marzo no deberían bajar del 30%, tal vez se le haga un poco más complicado. Sobre todo si no hay una mano firme contra la incontinencia de un gabinete de monos con navaja.
Marcelo Yunes
Notas