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Discurso de Lenin 19 DE MAYO 1919
Camaradas : Permítanme que, en vez de emitir un juicio de los momentos en que vivimos, como creo que esperaban y algunos de ustedes, dé respuesta a los problemas políticos más importantes, y no sólo teóricos naturalmente sino también prácticos, que se nos plantean ‘ahora, que caracterizan toda la etapa de la revolución soviética y que suscitan más discusiones y más diatribas entre los que se tienen por socialistas, que promueven más incomprensiones entre quienes se consideran demócratas y difunden de buen grado y .ampliamente acusaciones de que infringimos la democracia. Me parece que estos problemas políticos generales se encuentran con excesiva frecuencia, incluso siempre, en toda la propaganda y agitación actuales, en todas las publicaciones hostiles al bolchevismo si claro está dichas publicaciones rebasan algo, por poco que sea, el nivel de meras falsedades, calumnias e injurias que se ve en todos los órganos de prensa de la burguesía. Si tomamos las publicaciones que, por poco que sea, rebasan ese nivel, creo que veremos que los problemas fundamentales, como son el de la relación entre democracia y dictadura, el de las tareas de la clase revolucionaria en un período revolucionario, el de las tareas del paso al socialismo en general y el de las relaciones entre la clase obrera y el campesinado, constituyen la base principal de todos los debates políticos actuales, y nuestra misión primordial debe ser esclarecerlos aunque a veces pueda parecerles un tan to alejada de los temas candentes del día. Claro está que en una breve exposición no puedo pretender a abarcar todos estos problemas. He elegido u nos cuantos, y de ellos es de los que quisiera hablarles.

I

El primero de los problemas elegidos es el de las dificultades con que tropieza toda revolución, todo tránsito a un nuevo régimen. Si se fijan ustedes en las invectivas que lanzan a granizadas contra los bolcheviques quienes se tienen por socialistas y demócratas -podemos citar como modelo de gen te de este tipo a los grupos de autores de Vsegdá Vperiod! y Delo Naroda, periódicos clausurados, y, a mi parecer, con razón sobrada y en beneficio de la revolución, periódicos cuyos representantes recurren las más de las veces a la crítica teórica en sus ataques, demasiado naturales en órganos que nuestras autoridades consideran contrarrevolucionarios -, si se fijan ustedes en las invectivas que se lanzan contra el bolchevismo desde ese campo verán que a cada paso se nos hace la siguiente acusación : «Trabajadores, los bolcheviques les prometieron pan, paz y libertad ; pero no les han dado ni pan, ni paz, ni libertad ; les han engañado, y el engaño consiste en que han abandonado la democracia». Del abandono de la democracia hablaré aparte. Por de pronto trataré del otro aspecto de la misma acusación: «Los bolcheviques les prometieron pan, paz y libertad, pero, en realidad, les han dado la continuación de la guerra, les han dado una lucha cruel y tenaz en particular, una guerra de todos los imperialistas, de los capitalistas de todos los países de la Entente, esto es, de los países más civilizados y avanzados, contra la Rusia torturada, atormentada, atrasada y exhausta». Estas acusaciones, repito, las encontrarán en todos los periódicos mencionados, las oirán ustedes en boca de todos los intelectuales burgueses que, claro está, no se tienen por burgueses; las oirán siempre en boca de todos los filisteos. Pues bien, les invito a reflexionar en las acusaciones de este tipo.
Sí; los bolcheviques fuimos a la revolución contra la burguesía, al derrocamiento del Gobierno burgués por la violencia, a la ruptura con todas las costumbres tradicionales, con las promesas y preceptos de la democracia burguesa; fuimos a la lucha y a la guerra más enconadas y atroces para aplastar a las clases poseedoras; lo hicimos para sacar a Rusia, y luego a toda la humanidad, de la matanza imperialista y acabar con todas las guerras. Sí, los bolcheviques fuimos a la revolución por eso y, claro está, Jamás se nos ha ocurrido abandonar dicha misión fundamental, la más importante. También es indudable que los intentos de salir de esta matanza imperialista y desterrar la dominación de la burguesía han impulsado a todos los países civilizados a la cruzada contra Rusia. Pues ése es el programa político de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, por mucho que aseveren que han abandonado la idea de la intervención. Por mucho que los Lloyd George los Wilson y los Clemenceau aseveren que han abandonado la idea de la intervención, todos sabemos que mienten. Sabemos que los barcos de guerra de los aliados, que zarparon (fueron obligados a hacerlo) de Odesa y Sevastópol, bloquean ahora el litoral del mar Negro e incluso cañonean, cerca de Kerch, la parte de la península de Crimea donde se han hecho fuertes los del ejército voluntario. Dicen: «Eso no podemos cedéroslo a vosotros. Aunque los voluntarios no acaben con vosotros, no podemos cederos esta parte de la península de Crimea, porque si lo hacemos, seréis los dueños del mar de Azov, nos interceptaréis el paso hacia Denikin Y nos privaréis de la posibilidad de abastecer a nuestros amigos». O fíjense en la ofensiva que se está desplegando contra Petrogrado: ayer hubo u n combate entre uno de nuestros destructores y cuatro destructores del enemigo. ¿Acaso no está claro que eso es una intervención? ¿Acaso no es la flota inglesa la que participa allí? ¿No ocurre otro tan to en Arjánguelsk y en Siberia? La realidad es que hoy todo el mundo civilizado está en contra de Rusia.
Cabe preguntarse: ¿hemos entrado en contradicción con nosotros mismos, al llamar a los trabajadores a la revolución, prometerles la paz y venir a para en, la cruzada de todo el mundo civilizado contra la Rusia débil, exhausta, atrasada y arruinada? ¿Que están en pugna con los conceptos elementales de democracia y socialismo quienes han tenido la desfachatez de lanzamos semejante reproche? Ese es el problema. Para plantearlo en forma teórica, general, haré una comparación. Hablamos de la clase revolucionaria, de la política revolucionaria del pueblo, pero les propongo que veamos a un revolucionario concreto. Tomemos, por ejemplo a Chernishevski y aquilatemos su labor. ¿Cómo podría aquilatarla un patán de ignorancia supina? Puede que diga: «Bien, he ahí a un hombre que destruyó su vida, que fue a parar a Siberia y no consiguió nada. Ahí tienen ustedes un modelo. Si no sabemos de quien es esa opinión, diremos: «En el mejor de los casos, es de un ignorante supino que tal vez no tenga l culpa de ser tan ignorante que no puede comprender la importancia de la labor de un revolucionario en la cadena general de acontecimientos revolucionarios; o es la opinión de un granuja partidario de la reacción, que procura intimidar adrede a los trabajadores para apartarlos de la revolución. He tomado el ejemplo de Chernishevski porque, cualquiera que sea la tendencia de quienes se dicen socialistas, no pueden tener discrepancias de fondo en el enjuiciamiento de un revolucionario como él. Todos convendrán en que, si se enjuicia a un revolucionario según el criterio de los sacrificios, estériles a simple vista y a menudo infructuosos, que ha hecho, dejando a un .lado el contenido de su labor y la conexión de su actividad con la de los revolucionarios anteriores y posteriores, si se enjuicia así el alcance de su actividad, eso es ya bien un desconocimiento y una ignorancia supinas, ya bien una defensa malintencionada e hipócrita de los intereses de la reacción, de la opresión, de la explotación y del yugo de la clase explotadora. En cuanto a esto, no puede haber divergencias.
Ahora les invito a pasar de un revolucionario concreto a la revolución de todo un pueblo, de todo un país. ¿Acaso ha negado alguna vez un solo bolchevique que la revolución podrá triunfar definitivamente sólo cuando abarque a todos o, al menos, a varios de los países avanzados más importantes? Siempre lo hemos dicho. ¿Acaso hemos afirmado que se podía salir de la guerra imperialista clavando simplemente las bayonetas en el suelo? Empleo adrede esta expresión, que en el período de Kerenski acostumbrábamos a emplear todos nuestros camaradas y yo personalmente en resoluciones, en discursos y en los periódicos. No se puede-decíamos- poner fin a la guerra clavando las bayonetas en el suelo; s hay partidarios de la doctrina de Tolstoi que piensan así, lo sentimos, pues han perdido el juicio; qué se le va a hacer, no se les puede pedir nada.
Sosteníamos que la salida de esta guerra podía implicar una guerra revolucionaria. Eso lo dijimos a partir de i9i5 Y, más tarde, en .el período de Kerenski. Por supuesto, una guerra revolucionaria es también una guerra no menos tenaz, sangrienta y atormentadora. Y cuando llega a transformarse en revolución a escala mundial, provoca inevitablemente una resistencia a esa misma escala mundial. Por eso, cuando ahora nos encontramos en una situación en la que todos los países civilizados del mundo han iniciado una cruzada contra Rusia, no debemos extrañarnos de que algunos mujiks, ignorantes por completo, nos acusen de que no cumplimos nuestras promesas. Diremos que no se les puede pedir nada. El desconocimiento absoluto y la ignorancia suprema en que viven nos impide echarles la culpa. En efecto, ¿cómo podemos pedir que un campesino ignorante por completo comprenda que hay guerras y guerras, que hay guerras justas y guerras injustas, guerras progresistas y guerras reaccionarias, guerras de clases avanzadas y guerras de clases reaccionarias, guerras que sirven para perpetuar la opresión de una clase y guerras que sirven para acabar con la opresión? Para eso hay que conocer la lucha de clases los principios del socialismo y un poco, al menos, de historia de la revolución. Y eso no podemos exigírselo a un campesino ignorante.
Pero si un hombre que se llama demócrata o socialista, que sube a u na tribuna para hablar en público, independientemente de cómo se llame – menchevique, socialdemócrata, eserista, socialista verdadero o partidario de la Internacional de Berna, pues hay muchos calificativos, y son baratos -, si un sujeto así nos lanza la acusación: «¡Vosotros prometisteis la paz y provocasteis la guerra!», ¿qué se le debe contestar? ¿Podemos suponer que ha llegado al grado de desconocimiento del palurdo que no puede distinguir una guerra de otra? ¿Podemos admitir que no entienda la diferencia existente entre la guerra imperialista, que ha sido una guerra de rapiña y ahora está desenmascarada hasta el fin -después de la paz de Versalles únicamente los que no sepan razonar ni pensar en absoluto o los que estén ciegos por completo pueden no ver que ha sido una guerra de rapiña por ambas partes -, podemos admitir que exista un solo hombre que sepa leer y escribir y no comprenda la diferencia existente entre esa guerra de rapiña y la que sostenemos nosotros, guerra que adquiere proporciones mundiales, pues la burguesía ha entendido que es su combate postrero y decisivo? No podemos admitirlo. Por eso decimos: todo el que pretenda al título de demócrata o de socialista del matiz que sea y difunda de una manera u otra, directa o indirectamente entre el pueblo la acusación de que los bolcheviques prolongan la guerra civil, que es dura y dolorosa, en tanto que habían prometido la paz, es un partidario de la burguesía; y le responderemos así y le haremos frente lo mismo que hicimos con Kolchak. Esa es nuestra respuesta. De eso se trata.
Los señores de Delo Naroda se asombran: «También nosotros -dicen – estamos contra Kolchak, ¡qué escandalosa injusticia es que nos persigan!»
Lo sentimos mucho, señores, que no quieran atar cabos ni comprender el mero abecé de la política que induce a determinadas conclusiones. Ustedes afirman que están contra Kolchak. Tomo los periódicos Vsegdá Vperiod! y Delo Naroda y entresaco las digresiones filisteas de ese tipo, esos estados de ánimo tan extendidos ahora entre los intelectuales y que son los predominantes en su seno. Y digo: todo el que entre ustedes difunda en el pueblo acusaciones de ese tipo es un secuaz de Kolchak porque no comprende la diferencia elemental, fundamental, al alcance de toda persona que sepa leer y escribir, que existe entre la guerra imperialista que hemos desbaratado y la guerra civil que nos hemos echado encima. Jamás hemos ocultado al pueblo que afrontábamos este riesgo. Ponemos en tensión todas nuestras fuerzas para derrotar en esta guerra civil a la burguesía y excluir toda posibilidad de opresión de clase. No ha habido ni puede haber u na revolución garantizada contra una lucha larga y porfiada, llena tal vez de los sacrificios más espantosos. Y quien no sepa distinguir entre los sacrificios que se hacen por la victoria durante una lucha revolucionaria, cuando todas las clases poseedoras, todas las clases contrarrevolucionarias comba ten a la revolución ; quien no sepa distinguir estos sacrificios de los que entraña u na guerra de rapiña sostenida por los explotadores es u n ignorante de lo más supino -y habría que mandarlo a aprender el abecé, darle la instrucción más elemental antes de pasar a la enseñanza extraescolar- o es un hipócrita redomado y partidario de Kolchak, llámese como se llame y se encubra con el calificativo que quiera. Y estas acusaciones contra los bolcheviques son las más corrientes y «en boga». En efecto, estas acusaciones están mu y en boga entre las grandes masas trabajadoras, pues al campesino ignorante le cuesta mucho comprender eso. Los sufrimientos que le causa la guerra son los mismos, independientemente del motivo por el que se haga. No me extrañaría oír en boca de los campesinos ignorantes opiniones como ésta: «Combatimos para el zar, peleamos también mandados por los mencheviques, y ahora tendremos que hacerlo aún a favor de los bolcheviques». No me extraña. En efecto, la guerra es la guerra y acarrea un sin fin de penosos sacrificios. «El zar decía que era una guerra por la libertad y por libramos del yugo; los mencheviques decían que era una guerra por la libertad y por libramos del yugo; y ahora los bolcheviques nos dicen lo mismo. Todos nos vienen con lo mismo, ¿cómo queréis que entendamos eso?»
En efecto, ¿cómo va a entender eso un campesino ignorante? Las personas como él tienen aún que aprender lo más elemental de la política. Mas ¿qué podemos decir de quien emplea las palabras «revolución», «democracia » y «socialismo» y tiene la pretensión de emplearlas, conociendo su significado? No puede hacer trucos con esos conceptos si no quiere convertirse en u n fullero político, pues la diferencia entre una guerra de dos grupos de bandidos y una guerra desplegada por una clase oprimida que se rebela contra el bandolerismo en todas sus formas es una diferencia elemental, básica, de raíz. Y no se trata de que tal o cual partido, tal o cual clase, tal o cual gobierno justifique la guerra, sino de cuál es el fondo de esa guerra, cuál es su contenido de clase, qué clase la hace y que política se plasma en esa guerra.

II

Del enjuiciamiento del grave y difícil período que estamos viviendo y que va unido indefectiblemente a la revolución paso ahora a otro problema político , que surge asimismo en todas las discusiones y que mueve también a confusión : el del pacto con los imperialistas, el de la alianza , el de la transacción con los imperialistas.
Es probable que ustedes hayan visto en los periódicos los nombres de dos socialistas revolucionarios, llamados el uno Volski y el otro creo que Sviatitski, los cuales han escrito últimamente en Izvestia, entre otros periódicos, y han publicado su manifiesto. Se tienen precisamente por socialistas revolucionarios de ésos a los que no se puede acusar de secuaces de Kolchak, pues han huido del campo de Kolchak, han sufrido de mano de Kolchak y, al venir a nuestro campo, nos han prestado un servicio contra Kolchak. Eso es verdad. Pero fíjense en los razonamientos de estos ciudadanos, fíjense cómo enjuician el problema del pacto con los imperialistas, de la alianza o de la transacción con los imperialistas. Tuve ocasión de leer sus razonamientos cuando sus escritos fueron recogidos por las autoridades nuestras que combaten la contrarrevolución y cuando hubo que revisar sus documentos para poder juzgar sin equivocamos hasta qué grado estuvieron complicados en la lucha de Kolchak. Se trata, indudablemente, de lo mejor de los eseristas. En sus escritos encontré razonamientos como éste: «Perdón, esperan que nos arrepintamos. Eso es lo que esperan de nosotros. ¡Nunca, ni de nada! ¡No tenemos de qué arrepentirnos! Nos acusan de haber concertado un pacto, una transacción con la Entente, con los imperialistas. Y ustedes, los bolcheviques, ¿no estuvieron en tratos con los imperialistas alemanes? ¿Qué fue la paz de Brest? ¿Acaso lo de Brest no fue una transacción con el imperialismo? Ustedes concertaron un acuerdo con el imperialismo alemán en Brest; nosotros lo concertamos con el imperialismo francés; ¡estamos en paz, no tenemos de qué arrepentirnos!»
Este razonamiento encontrado por mí en los escritos de los individuos que he mencionado y de quienes piensan como ellos es el que encuentro también cuando recuerdo los periódicos citados y cuando trato de resumir las impresiones que me producen las palabras de filisteos. Razonamientos como ése se encuentran a cada paso. Es uno de los principales razonamientos políticos que tiene uno que abordar. Pues bien, les invito a examinarlo, analizarlo y reflexionar en él desde el punto de vista teórico. ¿Cuál es su significado? ¿Tienen razón los que dicen: «Nosotros, los demócratas y socialistas, pactamos con la Entente; ustedes pactan con Guillermo y conciertan la paz de Brest; no tenemos nada que echarnos en cara los unos a los otros, estamos en paz”? ¿O tenemos la razón nosotros cuando decimos que quienes han demostrado estar no ya de palabras, sino de hecho, concertados con la Entente contra la revolución bolchevique son secuaces de Kolchak? Aun que lo nieguen cien mil veces, aun que se hayan apartado personalmente de Kolchak y hayan declarado ante todo el pueblo que están contra él, son secuaces de Kolchak por sus raíces fundamentales , por toda la naturaleza y el significado de sus razonamientos, por todos sus actos. ¿Quién tiene razón? Este es el problema fundamental de la revolución, y hay que meditar en él.
Para aclarar este problema, me permitiré aducir otra comparación, esta vez no con un revolucionario, sino con un filisteo. Imagínense que el automóvil en que van queda rodeado de bandidos, y éstos les encañonan con un revólver. Imagínense que, en vista de eso, entregan a los bandidos el dinero y las armas que tienen y hasta les permiten que se vayan en el automóvil. ¿Qué ha pasado? Han dado a los bandidos el dinero y las armas. Eso es un hecho. Imagínense ahora que otro ciudadano entrega a los bandidos armas y dinero para participar en las correrías de esos bandidos contra gente pacífica.
En ambos casos hay una transacción. Y el que sea escrita u oral no tiene importancia. Puede uno imaginarse que una persona entrega, sin decir palabra, su revólver: sus armas y su dinero. El fondo de la transacción está claro. Esa persona dice: «Te entrego mi revólver, mis armas y mi dinero, y tú me das la posibilidad de librarme de tu grata compañía». (R i s a s.) La transacción es patente. También es igualmente posible un acuerdo tácito por parte de una persona que entrega a los bandidos armas y dinero para permitirles robar a otros y recibir luego una parte del botín. Este es también un acuerdo tácito.
Ahora les pregunto: ¿habrá alguien que esté en sus cabales y no sepa distinguir entre esos dos acuerdos? Me responderán que si hay alguien incapaz de distinguir entre esas dos transacciones y dice: «Tú has entregado a los bandidos armas y dinero; por tanto, no acuses más a nadie de bandolerismo; ¿qué derecho tienes, pues, para acusar a otros de bandolerismo?», debe ser un cretino. Si encuentran a una persona como ésa, tendrán que admitir, o al menos en 999 casos de cada 1.000 se admitirá, que ese individuo no está en sus cabales y que con él no se puede hablar no ya de política, sino ni siquiera de delitos comunes. Ahora les propongo que pasemos de este ejemplo a la comparación entre la paz de Brest y el acuerdo con la Entente. ¿Qué fue la paz de Brest? ¿No fue, acaso, la violencia de unos bandidos que nos atacaron cuando propusimos honradamente la paz e invitamos a todos los pueblo a que derrocaran a su burguesía? ¡Habría sido ridículo si hubiéramos comenzado por el derrocamiento de la burguesía alemana! Nosotros desenmascaramos este tratado ante el mundo entero, explicando que era el más rapaz y expoliador; lo condenamos e incluso nos negamos a suscribirlo en seguida, pues confiábamos en la colaboración de los obreros alemanes. Pero cuando los salteadores nos encañonaron con el revólver, dijimos: tomad las armas Y el dinero; ya os ajustaremos las cuentas por otros medios. Sabemos que el imperialismo alemán tiene otro enemigo que solo no ven los ciegos. Ese enemigo son los obreros alemanes. Dicha transacción con el imperialismo, ¿puede compararse con el acuerdo que han concertado demócratas socialistas, socialistas revolucionarios -bromas aparte radica les a cual más- con la Entente para combatir a lo; obreros de su propio país? Pues bien, eso es lo que han hecho Y lo que aún siguen haciendo hasta hoy. Pues no se negará que la parte más influyente de los mencheviques · y eseristas que tiene fama en Europa sigue viviendo en el extranjero y esta aliada con la Entente. No sé si es un convenio suscrito o no, quizás no lo sea, pues la gente hasta hace esas cosas a la chiticallando. Pero lo que está claro es que el convenio existe, ya que los llevan en palmitas, les facilitan pasaportes y emiten comunicaciones radiotelegráficas a todo el mundo, anunciando que hoy ha pronunciado un discurso Axelrod, mañana hablará Sávinkov o ‘Avxéntiv y pasado mañana lo hará Breshkóvskaya. ¿Acaso no es este un acuerdo, si bien tácito? ¿Y puede decirse que sea un acuerdo con los imperialistas como el que concertamos nosotros? Por fuera se parece tanto al nuestro como el proceder de la persona que entrega a los bandidos las armas y el dinero se parece a todo acto de este tipo, cualquiera que sea su objetivo y su carácter ; en todo caso, cualquiera que sea la finalidad con que uno entrega a los bandidos su dinero y sus armas. Lo mismo da si lo hace para librarse de ellos cuando lo atacan y se ve en trance de que lo maten si no les da el revólver, o entrega dinero y armas a unos bandoleros que van a robar, y él está enterado y participa en el reparto dl botín
«Naturalmente, yo llamo a esto liberar a Rusia de la dictadura de los tiranos; soy demócrata, por supuesto, pues apoyo la consabida democracia de Siberia o la de Arjánguelsk, y lucho, desde luego, por la Asamblea Constituyente. ¡No se atrevan a sospechar que estoy complicado en algo censurable, y si presto algún servicio a esos bandidos de imperialistas ingleses, franceses y norteamericanos, lo hago en bien de la democracia, de la Asamblea Constituyente, de la soberanía del pueblo, de la unidad de las clases trabajadoras de la población y del derrocamiento de los bolcheviques, esos usurpadores que gobiernan por la violencia!»
Ni que decir tiene que los fines son de lo más nobles. Pero ¿no han oído acaso los que se dedican a la política que no se juzga de ésta por las palabras, sino por su contenido real de clase? ¿A qué clase sirve u no? Si tiene algún convenio con los imperialistas, ¿participa del bandolerismo imperialista o no?
En mi Carta a los obreros norteamericanos decía yo, entre otras cosas, que cuando el pueblo revolucionario norteamericano sostuvo en el siglo XVIII, para emanciparse de Inglaterra, una de las primeras guerras verdaderamente liberadoras y más grandes de la historia, una de las pocas guerras verdaderamente revolucionarias de la historia de la humanidad, al luchar ese pueblo, el gran pueblo revolucionario norteamericano, por su emancipación concertó acuerdos con los bandidos del imperialismo español y francés, que entonces poseían colonias, contiguas a este pueblo, en la misma América. Aliado con estos bandidos, fue asestando golpes a los ingleses y se liberó de ellos. ¿Ha habido algún extravagante en alguna parte, han visto ustedes a algún socialista, socialista revolucionario, represen tan te de la democracia o corno quiera que se llame -incluso menchevique-, han oído alguna vez que se haya atrevido a acusar en público de eso al pueblo norteamericano, que se haya atrevido a decir que infringió los principios de la democracia, de la libertad, etc.? Aún no ha nacido ningún tipo tan raro; y ahora aparecen entre nosotros individuos como ésos, que se atribuyen dichas denominaciones e incluso tienen la pretensión de militar en la misma Internacional que nosotros, y dicen que no es sino una jugarreta de los bolcheviques -pues bien se sabe que los bolcheviques son u nos pillines – el que organicen su Internacional Comunista y no quieran entrar en la Internacional de Berna, ¡en la buena, vieja, una y única Internacional!
Y hay gente que dice: «No tenemos de qué arrepentirnos; vosotros concertasteis u n acuerdo con Guillermo, y nosotros con la Entente, ¡estamos en paz!»
Yo afirmo que si esos individuos tienen la noción política más elemental, son secuaces de Kolchak, por mucho que personalmente les repugne lo que representa Kolchak, por mucho que hayan sufrido personalmente de su mano y a despecho de haberse pasado a nuestro lado. Son secuaces de Kolchak, pues no es posible imaginarse que no vean la diferencia existente entre un pacto obligado en la lucha contra los explotadores -pacto como los que las clases explotadas se ha visto a menudo obligadas a concertar a lo largo de la historia de la revolución – y la conducta de los representantes más influyentes de nuestros demócratas de pacotilla, de nuestros intelectuales que se las dan de «socialistas» una parte de los cuales pactó ayer, y otra pacta hoy, con los bandidos y salteadores del imperialismo internacional contra una parte -como ellos dicen – de las clases trabajadoras de su propio país. Estos individuos son secuaces de Kolchak y con ellos no cabe otra actitud que la que deben tener los revolucionarios conscientes para con los secuaces de Kolchak.

III

Paso ahora al siguiente problema, al de nuestra actitud ante la democracia en general.
Ya he tenido ocasión de señalar que la justificación más corriente, la defensa más corriente de la postura política que los demócratas y los socialistas adoptan contra nosotros es apelar a la democracia. El propugnador más decidido de este punto de vista en las publicaciones europeas es, como sin duda saben ustedes, Kautsky, el jefe ideológico de la II Internacional y miembro de la Internacional de Berna hasta la fecha. «Los bolcheviques -dice Kautsky – han elegido un método que viola la democracia, han elegido el método de la dictadura, y por eso llevan mal camino.» Este es un argumento que se repite miles y millones de veces por doquier y siempre en todas las publicaciones y en los periódicos que he mencionado. Lo repiten siempre todos los intelectuales y, a veces, lo repite de manera medio inconsciente el común de las gentes. «Democracia es libertad, es igualdad, es acto de la voluntad de la mayoría; ¿qué puede haber superior a la libertad, a la igualdad y al acato de la voluntad de la mayoría? ¡Si vosotros, los bolcheviques, os habéis apartado de esto e incluso tenéis la desfachatez de afirmar púbicamente que estáis por encima de la libertad, de la igualdad y de la voluntad de la mayoría, no os extrañéis ni os quejéis de que os llamemos usurpadores que gobernáis por la violencia!»
No nos extraña en absoluto, porque lo que más anhelamos es la claridad y confiamos sólo en que el sector avanzado de los trabajadores tenga en realidad clara conciencia de su situación. Sí: hemos dicho y decimos siempre en nuestro Programa, en el Programa de nuestro Partido, que no nos dejaremos engañar por consignas tan bien sonantes como las de libertad, igualdad y acato de la voluntad de la mayoría y que tenemos por secuaces de Kolchak a quienes se llaman demócratas, partidarios de la democracia pura, adictos de la democracia consecuente y la oponen directa o indirectamente a la dictadura del proletariado.
Entendámonos, pues las cosas deben quedar claras. La culpa de los demócratas puros ¿consiste realmente en que predican la democracia pura, en que la defienden contra los usurpadores, o en que se ponen del lado de las clases poseedoras, del lado de Kolchak?
Comencemos a entendernos por el problema de la libertad. Ni que decir tiene que libertad es una consigna esencialísima para toda revolución, ya sea ésta socialista o democrática. Nuestro Programa enuncia: la libertad, si está en pugna con la liberación del trabajo del yugo del capital, es un engaño. Y todo el que, entre ustedes, haya leído a Marx -creo que incluso el que haya leído, al menos, una sola exposición popular de la doctrina de Marx – sabrá que Marx dedicó la mayor parte de su vida, la mayor parte de sus obras literarias y la mayor parte de sus investigaciones científicas precisamente a burlarse de la libertad, de la igualdad, del acato de la voluntad de la mayoría y de todos los Bentham que escribían palabras tan lindas sobre eso y a demostrar que, en el trasfondo de esas frases, no se ve nada más que los intereses de la libertad de los poseedores de mercancías, los intereses de la libertad del capital que éste utiliza para oprimir a las masas trabajadoras.
Cuando ha llegado la hora de derrocar la dominación del capital en el mundo entero, o en un país al menos; cuando ha llegado ese momento histórico, en que sale a primer plano la lucha de las clases trabajadoras oprimidas por el derrocamiento completo del capital y por la supresión completa de la producción mercantil , decimos que cuantos en ese momento político esgrimen el concepto de «libertad» en general y se oponen en nombre de esa libertad a la dictadura del proletariado no hacen más que ayudar a los explotadores y son secuaces suyos, ya que la libertad, si no se supedita a la tarea de emancipar el trabajo del yugo del capital, es un engaño, como lo declaramos abiertamente nosotros en el Programa de nuestro Partido. Es posible que huelgue desde el punto de vista de la estructura del Programa, pero es de lo más sustancial desdé el punto de vista de toda nuestra, propaganda y agitación, desde el punto de vista de los principios de la lucha proletaria y del poder proletario. Sabemos de sobra que es necesario luchar contra el capital mundial; sabemos de sobra que el capital mundial se proponía en su época conquistar la libertad, que dicho capital barrió la servidumbre feudal y dio la libertad burguesa. Sabemos perfectamente que éste es un progreso de trascendencia histórica. Y declaramos que luchamos contra el capitalismo en general, contra el capitalismo republicano, contra el capitalismo democrático, contra el capitalismo libre, aunque sabemos, naturalmente, que el capitalismo enarbolará contra nosotros la bandera de la libertad. Y le respondemos. Hemos creído necesario dar en nuestro Programa esta respuesta: la libertad es un engaño si está en pugna con la liberación del trabajo del yugo del capital. . ,
¿Por ventura eso no es así? ¿Acaso la libertad no está en pugna con la liberación del trabajo del yugo del capital? Fíjense en todos los países de Europa Occidental, en los que hayan estado o de los que, al menos, hayan leído algo. En todos los libros se pinta el régimen existente en esos países como el más libre de todos; y ahora, esos países civilizados de Europa Occidental -Francia, Inglaterra y Estados Unidos – han enarbolado esa bandera y arremeten contra los bolcheviques «en nombre de la libertad». El otro día -ahora los periódicos franceses nos llegan rara vez, ya que estamos cercados por completo, pero nos enteramos por radio de las noticias, pues del aire, a pesar de todo, no pueden apoderarse e interceptamos los radiogramas extranjeros-, el otro día tuve ocasión de leer un mensaje transmitido por el rapaz Gobierno de Francia: decía que Francia, al luchar contra los bolcheviques y apoyar a los adversarios de éstos, sigue llevando en alto el «sublime ideal de la libertad» que le es propio. Eso lo oímos a cada paso, ése es el tono fundamental de su polémica con nosotros. .
¿A qué llaman ellos libertad? Esos franceses, ingleses y norteamericanos civilizados llaman libertad, al menos, la libertad de reunión. En la Constitución debe figurar un artículo que diga: «Libertad de reunión para todos los ciudadanos» «Ese es -dicen- el contenido, la manifestación fundamental de la libertad. Y ustedes, los bolcheviques, han violado la libertad de reunión.»
Sí -contestamos -, la libertad que predican ustedes señores ingleses, franceses y norteamericanos, es un engaño si está en pugna con la liberación del trabajo el yugo del capital. Se han olvidado de una pequeñez, señores civilizados. Se han olvidado de que la libertad de ustedes está inscrita en una Constitución que legitima la propiedad privada. He ahí el quid de la cuestión.
La libertad al lado de la propiedad: eso es lo que tienen ustedes inscrito en su Constitución. El que ustedes admitan la libertad de reunión es, por supuesto, un progreso inmenso en comparación con el régimen feudal, con la Edad Media, con la servidumbre. Lo han reconocido todos los socialistas mientras se han valido de la libertad de la sociedad burguesa para enseñar al proletariado a sacudirse el yugo del capitalismo.
Pero la libertad de ustedes no es más que libertad en el papel, y no en la práctica. Eso significa que si en las grandes ciudades existen locales espaciosos, como éste, pertenecen a los capitalistas y a los terratenientes y suelen llamarse «clubs de la nobleza». Pueden reunirse libremente, ciudadanos de la república democrática de Rusia, pero el salón es propiedad privada; perdone, por favor, pero hay que respetar la propiedad privada; si no la respetan, serán u nos bolcheviques, unos criminales, unos bandidos, unos salteadores y unos truhanes. Pero nosotros decimos: «Le daremos la vuelta a todo esto. Primero haremos que este edificio deje de ser ‘club de la nobleza’ y lo convertiremos en local para las organizaciones obreras; ya hablaremos luego de la libertad de reunión». Ustedes nos acusan de violar la libertad. Por nuestra parte, nosotros decimos que toda libertad, sí no se supedita a la tarea de emancipar el trabajo del yugo del capital, es un engaño. La libertad de reunión, inscrita en las Constituciones de todas las repúblicas burguesas, es un engaño, pues, para poder reunirse en un país civilizado que, pese a todo, no ha abolido el invierno ni ha cambiado el clima, hay que tener locales, y los mejores son propiedad privada. Primero confiscaremos los mejores locales y ya hablaremos luego de libertad.
Decimos que conceder libertad de reunión a los capitalistas es el mayor de los crímenes contra los trabajadores, es libertad de reunión para los contrarrevolucionarios. Decimo a los señores intelectuales burgueses, a los señores partidarios de la democracia: ¡ustedes mienten cuando nos acusan de que violamos la libertad! Cuando los grandes revolucionarios burgueses de ustedes hicieron la revolución en Inglaterra en 1649 y en Francia en 1792-1793, no dieron la libertad de reunión a los monárquicos. Y la revolución francesa se llama Gran Revolución precisamente porque no adoleció de la blandenguería, ni de las medías tintas, ni de la verborrea de muchas revoluciones de 1848, sino porque fue una revolución enérgica que, cuando hubo derribado a los monárquicos, los aplastó por completo. Y nosotros sabremos hacer lo mismo con los señores capitalistas, pues nos consta que, para liberar a los trabajadores del yugo del capital, hay que privar a os capitalistas de la libertad de reunión, hay que anular o restringir su «libertad». Eso es lo que sirve para emancipar el trabajo del yugo del capital; lo que sirve a la causa del auténtica libertad, en la que no habrá edificios enteros habitados por una sola familia y pertenecientes a algún articular, sea terrateniente o capitalista, o a alguna sociedad anónima. Cuando llegue ese día, cuando la gente se haya olvidado de que pueden haber edificios públicos en propiedad de alguien, estaremos a favor de la plena libertad.
Cuando en el mundo no haya más que trabajadores, y la gente se haya desacostumbrado de pensar que puede ser miembro de la sociedad alguien que no trabaje -y eso no sucederá tan pronto, por culpa de los señores burgueses Y los señores intelectuales burgueses -, estaremos en pro de la libertad de reunión para todos. Pero ahora la libertad de reunión es libertad de reunión para los capitalistas, para los contrarrevolucionarios. Luchamos contra ellos, los repelemos y declaramos que les anulamos esa libertad.
Vamos a la lucha: ése es el fondo de la dictadura del proletariado. Pasó el tiempo del socialismo candoroso, utópico, fantástico mecanicista y de intelectuales en que las cosas eran presentadas de manera que bastaba con persuadir a la mayoría y pintar un hermoso cuadro de la sociedad socialista para que esa mayoría optara por el socialismo. Paso el tiempo en que era posible entretenerse uno y entretener a los demás con esos cuentos para niños. El marxismo, que reconoce la necesidad de la lucha de clases, afirma: la humanidad llegará al socialismo sólo pasando por la dictadura del proletariado. Dictadura es una palabra rígida, pesada, cruenta y dolorosa, y palabras como ésta no se vocean al viento. Los socialistas proclaman esta consigna porque saben que los explotadores no se rendirán más que tras una lucha encarnizada y sin cuartel, que tratarán de encubrir su dominación con lindas palabras de todo género.
¡Qué puede haber más sublime ni mejor que las palabras libertad de reunión! ¿Puede concebirse el desarrollo de los trabajadores y de su conciencia sin libertad de reunión? ¿Pueden concebirse los principios del humanismo sin libertad de reunión? Pues nosotros afirmamos que la libertad de reunión inscrita en las Constituciones de Inglaterra y Estados Unidos de América del Norte es un engaño por que ata las manos a las masas trabajadoras durante todo el período de transición al socialismo; es un engaño porque sabemos muy bien que la burguesía hará todo lo posible por derrocar este poder que parece tan fuera de lo común y tan «monstruoso» en el comienzo. Y no puede ser de otra manera para quien haya meditado en la lucha de clases y tenga una idea más o menos clara y concreta de la actitud que deben adoptar los obreros sublevados ante la burguesía, que ha sido derrocada en un país, pero no en todos, y que, precisamente por no haber sido derrocada del todo, arremete en la lucha con más furia que nunca.
Precisamente después del derrocamiento de la burguesía, ‘la lucha entre las clases adopta las formas más enconadas. Y nada valen esos demócratas y socialistas que se engañan a sí mismos y luego engañan a otros, diciendo: como la burguesía ya está derrocada, se acabó la lucha. Lejos de haber acabado, la lucha sólo comienza, por que hasta ese momento la burguesía no se cree derrocada. En vísperas de la Revolución de Octubre, la burguesía bromeaba con suma gentileza y amabilidad; bromeaban los Miliukov, los Chernov los de Nóvaya Zhizn, diciendo: » ¡Tengan la bondad, señores bolcheviques; formen gabinete y asuman el poder por un par de semanitas, así nos prestarán un magnífico servicio!» Eso lo escribía Chernov en nombre de los eseristas, lo escribía Miliukov en Rech y también lo escribía el semi-menchevique Nóvaya Zhizn. Lo escribían en broma por que no tomaban las cosas en serio. Pero ahora ven que la cosa va en serio, y los señores burgueses de Inglaterra, Francia y Suiza, que creían que sus «repúblicas democráticas» eran corazas que los tenían a cubierto, ven y comprenden que la cosa se ha puesto fea, y todos se arman. Si vieran ustedes lo que ocurre en la libre Suiza, cómo se arman allí todos los burgueses sin excepción, cómo forman una guardia blanca, porque saben que lo que se pone en juego son los privilegios que les permiten mantener a millones de seres en la esclavitud asalariada. La lucha ha adquirido hoy proporciones mundiales; por eso, todo el que vaya contra nosotros con las palabras de «libertad» y «democracia» se pone del lado de las clases poseedoras y engaña al pueblo, pues no comprende que la libertad y la democracia han sido, hasta el día de hoy, libertad y democracia para los poseedores y sólo migajas del festín para los desposeídos.
¿Qué es la libertad de reunión, cuando la esclavitud del capital y el trabajo en beneficio del capital abruman a los trabajadores? Es un engaño; si se quiere conquistar la libertad para los trabajadores, hay que empezar por vencer la resistencia de los explotadores; y si se quiere vencer la resistencia de toda una clase, es evidente que no se puede prometer a esta clase ni libertad, m igualdad, ni acato de la voluntad de la mayoría.

IV

Dejemos la libertad y pasemos ahora a hablar de la igualdad, que es un problema mucho más profundo y delicado todavía, un problema de mayor enjundia que provoca grandes discrepancias.
La revolución derroca a su paso a una clase explotadora tras otra. Al principio derrocó la monarquía y entendió por igualdad sólo un régimen electivo, la república. Al ir más allá derrocó a los terratenientes, y ustedes saben que toda la lucha contra el régimen medieval, contra el feudalismo, transcurrió bajo la consigna de «igualdad». Todos son iguales, cualquiera que sea el sector social a que pertenezcan; todos son iguales, tanto el millonario como el descamisado. Así hablaban, así pensaban y así lo creían sinceraren te los grandes revolucionarios del período que entró en la historia como la época de la Gran Revolución Francesa. La revolución se hizo contra los terratenientes bajo la consigna de igualdad, y por igualdad se entendía la concesión de los mismos derechos al millonario y al obrero. La revolución fue más allá. Dijo que la «igualdad» -esto no lo especificamos en nuestro Programa pero no hace falta repetir a cada paso, pues se trata de algo tan claro como lo que dijimos respecto a la libertad – es un engaño si está en pugna con la liberación del trabajo del yugo del capital. Esto es lo que decimos, y es la pura verdad. Decimos que la república democrática con la moderna igualdad es mentira, es un engaño; que en ella no hay ni puede haber igualdad y que lo que impide hacer uso de ella es la propiedad de los medios de producción, del dinero, del capital. Puede abolirse en el acto la propiedad de las ricas mansiones, puede abolirse con relativa presteza la propiedad sobre el capital y los medios de producción. Mas intenten abolir la propiedad sobre el dinero.
El dinero es riqueza social condensada, trabajo social condensado. El dinero es un certificado para cobrar tributo a todos los trabajadores, es un residuo de la explotación de ayer. Eso es el dinero. ¿Podría abolirse de golpe? No. Los socialistas escribieron antes aún de la revolución socialista que era imposible abolir el dinero de golpe, y nuestra experiencia lo confirma. Se necesitan numerosísimas conquistas técnicas y, lo que es mucho más difícil de conseguir y más importante: adelantos en el terreno de la organización, para poder abolir el dinero; entretanto, habrá que seguir con la igualdad de palabra escrita en la Constitución, transigiendo, además, con la situación de que quien posee dinero goza en la práctica del derecho a explotar. No hemos podido abolir el dinero de golpe. Y afirmamos que subsiste por ahora, y subsistirá durante bastante tiempo en el período de transición de la vieja sociedad capitalista a la nueva sociedad socialista. La igualdad es un engaño si está en pugna con los intereses de la liberación del trabajo del yugo del capital.
Engels tenía mil veces razón cuando escribió: tomado al margen de la supresión de las clases, el concepto de igualdad es el más necio y absurdo de los prejuicios. Los catedráticos burgueses han intentado imputarnos, escudándose en el concepto de igualdad, que queríamos hacer iguales todos los hombres. Pretendían culpar de esta necedad, urdida por ellos mismos, a los socialistas. Pero, dada su ignorancia, no sabían que los socialistas -concretamente, los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels- habían dicho que la igualdad es una frase vacía si por ella no se entiende la supresión de las clases. Queremos suprimir las clases, y en este sentido somos partidarios de la igualdad. Pero tener la pretensión de que haremos a todos los hombres iguales no es más que una frase vacía y una necia invención de intelectual que a veces busca y rebusca concienzudamente las palabras, pero estas palabras no tienen sentido, llámese escritor, hombre de ciencia o como mejor quiera.
Pues bien, nosotros decimos que nos proponemos alcanzar la igualdad, entendida como la supresión de las clases. Para ello habrá que suprimir también la diferencia de clase existente entre los obreros y los campesinos. Ese es precisamente nuestro objetivo. Una sociedad en la que perdure la diferencia de clase entre los obreros y los campesinos no es una sociedad comunista ni una sociedad socialista. Claro está que, si se interpreta la palabra socialismo en cierto sentido, se la podría llamar sociedad socialista, pero eso sería mera casuística, una discusión en torno a las palabras. El socialismo es la primera fase del comunismo, pero no vale la pena discutir en torno a las palabras. Lo único que está claro es que, mientras perdure la diferencia de clase entre los obreros y los campesinos, no podremos hablar de igualdad sin temer llevar el agua al molino de la burguesía. Los campesinos constituyen una clase de la época patriarcal, una clase que fue educada durante decenios y siglos de esclavitud, y durante todos esos decenios ellos existieron como pequeños propietarios, al principio sometidos a otras clases, luego libres e iguales en el papel, pero como propietarios y poseedores de productos alimenticios.
Aquí llegamos al problema que suscita más reproches de nuestros enemigos, al problema que más dudas despierta entre los incautos y poco habituados a pensar, el problema que más nos separa de quienes quieren que se les tenga por demócratas y socialistas y se enfadan con nosotros porque no los tenemos ni por los u nos ni por los otros y los llamamos partidarios de los capitalistas; tal vez por desconocimiento, pero son partidarios de los capitalistas.
La posición del campesino es tal que, por su manera de vivir y por las condiciones en que produce, vive y lleva su hacienda, es mitad trabajador y mitad especulador.
Eso es una realidad. Y una realidad de la que no se puede escapar mientras no se suprima el dinero, mientras no se anule el intercambio. Ahora bien, para poder hacerlo se necesitan años y años de sólida dominación del proletariado, ya que nadie más que él puede vencer a la burguesía. Cuando nos dicen: «Han infringido la igualdad, han infringido la igualdad no sólo con los explotadores -eso todavía lo puedo admitir, declara algún socialista revolucionario o menchevique, sin saber lo que dice-, sino que también han infringido la igualdad entre los obreros y los campesinos, la igualdad de la ‘democracia del trabajo’, ¡son unos criminales!» Respondemos: «Sí, hemos infringido la igualdad entre los obreros y los campesinos, y afirmamos que ustedes, los que propugnan esa igualdad, son secuaces de Kolchak». Hace poco he leído en Pravda un magnífico artículo del camarada Guérmanov que transcribe las tesis del ciudadano Sher, uno de los socialdemócratas mencheviques más «socialistas». Estas tesis fueron expuestas en una de nuestras organizaciones cooperativas. Y su naturaleza es tal que se deberían grabar en una placa y colgar en todos los comités ejecutivos distritales con la siguiente inscripción debajo: «Este es un secuaz de Kolchak».
Sé perfectamente que el ciudadano Sher y sus correligionarios me llamarán por esto calumniador y algo peor aún. No obstan te, invito a quienes hayan estudiado el abecé de la economía política y de la política en general a que diluciden atentamente a quién asiste la razón y a quien no. El ciudadano Sher dice: la política de abastecimiento y, en general, la política económica del Poder soviético son desastrosas y hay que pasar, primero poco a poco y luego con mayor amplitud, a la libertad de comercio de los productos alimenticios y a la protección de la propiedad privada. , .
Yo afirmo que ése es el programa económico, la base económica de Kolchak. Afirmo que quien haya leído a Marx, sobre todo el primer capítulo de El Capital, quien haya leído al menos el esbozo de divulgación de la teoría de Marx, escruto por Kautsky con el título de La teoría económica de Carlo Marx, ha de llegar a la conclusión de que, efectivamente, la libertad de comercio en cereales, cuando se ha producid la revolución proletaria contra la burguesía , cuando se comienza a abolir la propiedad de los terratenientes y los capitalistas y cuando el país, arruinado por los cuatro años de guerra imperialista, está pasando hambre, es la libertad para los capitalistas, la libertad para restaurar la dominación del capital. Ese es el programa económico de Kolchak, pues Kolchak no se apoya en el aire.
No es de mucha inteligencia criticar a Kolchak sólo porque ha empleado la violencia contra los obreros, o incluso porque ha mandado azotar a alguna maestra de escuela por simpatizar con los bolcheviques. Esa es una defensa vulgar de la democracia, eso son acusaciones estúpidas contra Kolchak. Kolchak aplica los métodos que mejor le parecen. Pero ¿en qué base económica se apoya? Se apoya en la libertad de comercio, lucha en aras de ella, y por eso tiene el concurso de todos los capitalistas. Y ustedes nos dicen: «Me he evadido del bando de Kolchak. Yo no estoy con él». Eso, claro está, les hace honor, pero aún no demuestra que tengan la cabeza para pensar. Así contestamos a esa gente, sin atentar en absoluto al honor de los eseristas y mencheviques que se han evadido del campo de Kolchak, al ver que es un tirano. Pero si en un país envuelto en desesperada contienda contra Kolchak hay quien sigue luchando por la «igualdad de la democracia del trabajo» y por la libertad de comercio en trigo y otros cereales, es un secuaz de Kolchak, si bien no comprende lo que hace ni sabe atar cabos.
Kolchak -llámese Kolchak o Denikin, pues aun que los uniformes sean distintos, el fondo es el mismo- se sostiene porque se ha apoderado de una rica región cerealista e implanta la libertad de comercio en trigo y centeno y la libertad de restauración del capitalismo. Así ocurrió en todas las revoluciones y así nos ocurrirá también a nosotros, si renunciamos a la dictadura del proletariado para adoptar esta «libertad» y esta «igualdad» de los señores demócratas, eseristas, mencheviques de izquierda, etc., incluidos a veces los anarquistas, pues los calificativos son muchos. En Ucrania cada banda elige hoy un calificativo político a cual más libre, a cual más democrático, y cada distrito tiene su banda.
Preconizan la igualdad de los obreros y los campesinos los «defensores de los intereses del campesinado trabajador», en su mayoría eseristas. Otros, como el ciudadano Sher, han estudiado el marxismo; pero, aun con todo, no comprenden que en el período de transición del capitalismo al socialismo no puede haber igualdad alguna entre los obreros y los campesinos, y a quienes prometen tal cosa hay que tenerlos por gente que desarrolla el programa de Kolchak, aun que lo hagan sin darse cuenta. Yo afirmo que todo el que se pare a pensar en las condiciones concretas del país, sobre todo un país arruinado por completo, lo comprenderá.
Nuestros «socialistas», que afirman que nos encontramos en el período de la revolución burguesa, nos acusan constantemente de haber implantado un comunismo de consumo. Algunos dicen que es un comunismo cuartelero; y se imaginan que ellos están por encima, que se han elevado a mayor altura que ese comunismo de «baja estofa». Son, sencillamente, personas que juegan con las palabras. Han visto libros, se los han aprendido al dedillo, los han repasado, pero no han entendido ni papa de lo que traen. Hay gente tan docta e incluso doctísima. Han leído en los libros que el socialismo es el desarrollo máximo de la producción. Kautsky hasta hoy no hace más que repetirlo. El otro día leí en un periódico alemán, que llegó por casualidad a nuestro país, una información acerca del último Congreso de los Consejos en Alemania Kautsky fue u no de los informantes, y en su informe subrayó -no él personalmente, sino su esposa, que fue la que leyó el informe, pues él estaba enfermo, que el socialismo es el desarrollo máximo de la producción, que sin producción no se puede sostener ni el capitalismo ni el socialismo, y que los obreros alemanes no lo comprenden.
¡Pobres obreros alemanes! ¡Luchan contra Scheidemann y Noske luchan contra los verdugos, se esfuerzan por derrocar el poder de los verdugos Scheidemann y Noske, que siguen haciéndose pasar por socialdemócratas, y creen que están haciendo una guerra civil! Liebknecht ha sido asesinado. Rosa Luxemburgo también. Todos los burgueses rusos dicen -lo ha publicado un· periódico de Ekaterinodar-: «¡Así es como hay que hacer con nuestros bolcheviques!» Como lo digo: se ha publicado. Y quien comprende las cosas se da perfecta cuenta de que ésa es la opinión de toda la burguesía mundial. Tenemos que defendernos. Scheidemann y Noske hacen la guerra civil contra el proletariado. La guerra es la guerra. Los obreros alemanes creen que se halla en guerra civil y que todos los demás problemas son de importancia secundaria. Ante todo hay que alimentar a los obreros. Kautsky estima que esto es comunismo de cartel o de consumo. ¡Hay que desarrollar la producción! ….
¡Oh, sapientísimos señores! ¿Cómo podrán ustedes desarrollar la producción en un país saqueado y arrumado por los imperialistas, en un país donde no hay carbón, ni materias primas, ni máquinas? ¡»Desarrollar la producción»! No hay una sola reunión del Consejo de Comisarios del Pueblo o del Consejo de Defensa donde no repartamos los últimos millones de puds de hulla o petróleo y pasemos una angustia terrible cuando todos los comisarios se llevan lo último que queda, y ninguno tiene bastante, y hemos de opta ente cerrar las fábricas de aquí o las de allá, entre dejar sin trabajo a los obreros de aquí o a los de allá; problema angustioso, pero tenemos que decidirnos, porque no hay hulla. La hulla está en la cuenca del Donets; y las minas han sido destrozadas por la invasión alemana. Es un fenómeno típico. Tomemos a Bélgica o Polonia. En todas partes ocurre lo mismo como secuela de la guerra imperialista. Eso quiere decir que el desempleo y el hambre durarán muchos años, pues hay minas que cuando se anegan, tardan muchos años en restaurarse. Y nos dicen: «El socialismo es aumentar el rendimiento». Habrán leído y escrito libros, mis buenos señores, pero no han entendido ni papa de lo que ponen. (Aplausos.)
Por supuesto, si se tratara de una sociedad capitalista que pasase pacíficamente al socialismo en tiempos de paz, no se nos plantearían tareas más urgentes que la de aumentar el rendimiento. Pero hay que proferir una brevísima palabreja: «si». Si el socialismo naciera con tanta paz como los señores capitalistas no han querido permitirle. Pero ha faltado una pequeñez. Aun si no hubiese habido guerra, los señores capitalistas habrían hecho todo lo posible por impedir esa evolución pacífica. Las grandes revoluciones, aun habiendo comenzado pacíficamente, como la Gran Revolución Francesa, acabaron en sañudas guerras desencadenadas por la burguesía contrarrevolucionaria. Y no puede ser de otra manera, de enfocar el problema desde el punto de vista de la lucha de clases, y no desde el punto de vista de la fraseología pequeñoburguesa sobre la libertad, la igualdad, la democracia del trabajo y la voluntad de la mayoría, de toda la estúpida fraseología filistea con que nos obsequian los mencheviques, los eseristas y todos esos «demócratas». No puede haber evolución pacífica hacia el socialismo. Y en el período actual, después de la guerra imperialista, es ridículo esperar que la evolución sea pacífica, sobre todo en un país arruinado. Tomemos a Francia. Francia ha vencido, y, a pesar de ello, su producción de cereales ha disminuido a la mitad. He leído en periódicos burgueses de Inglaterra que los ingleses dicen: «Ahora somos u nos pordioseros». ¡Y en un país arruinado nos quieren echar a los comunistas la culpa de que la producción se halle estancada! Quien diga eso es tonto de remate, aunque se llame tres veces jefe de la Internacional de Berna, o hace traición a los obreros.
En un país arruinado, la tarea primordial es salvar a los trabajadores. La primera fuerza productiva de toda la humanidad es el obrero, el trabajador. Si él sobrevive, lo salvaremos y lo restauraremos todo.
Tendremos que soportar muchos años de miseria, de retorno a la barbarie. La guerra imperialista nos ha hecho retroceder hacia la barbarie, y si salvamos al trabajador, si salvamos la principal fuerza productiva de la humanidad -el obrero- lo recuperaremos todo; pero pereceremos si no logramos salvarlo. Por eso quienes gritan en estos momentos acerca_ del comunismo de consumo o del comunismo cuartelero, quienes miran a los demás por encima del hombro, imaginándose que se han elevado más que estos comunistas bolcheviques, son, repito, gente que no entiende un palabra de Economía política y se aferra a las citas de los libros como los eruditos que parecen tener un fichero de citas en la cabeza y las sacan a relucir cuando las necesitan; pero si se da una situación nueva no descrita en los libros, se desconciertan y sacan del fichero justamente la cita que no viene al caso.
En los momentos en que el país está arrumado, nuestra tarea principal y fundamental es poner a cubierto la vida del obrero, salvar al obrero, pues los obreros sucumben porque las fábricas se paran, y las fábricas se paran porque no hay combustible y porque nuestra producción es toda artificiosa, la industria está aislada de las fuentes de materias primas. Eso es en todo el mundo así. Las fábricas rusas de tejidos de algodón necesitan importar la materia prima de Egipto, de Estados Unidos y del Turkestán, que es la fuente más cercana. Y cómo traer el algodón de allí, si las bandas contrarrevolucionarias y las fuerzas inglesas se han apoderado de Ashjabad y Krasnovodsk? ¿Cómo traerlo de Egipto, de Estados Unidos, si los ferrocarriles están destrozados, si no funcionan y no hay carbón?
Hay que salvar al obrero, aunque éste no pueda trabajar. Si lo salvamos por estos años, unos pocos años, salaremos al país, salvaremos a la sociedad y el socialismo: Si no logramos salvarlo, nos veremos lanzados atrás, hacia la esclavitud asalariada. Así está planteado el problema del socialismo, que no nace de la fantasía de un tontaina deseoso del desarrollo pacífico, que se da el nombre de socialdemócrata sino de la realidad de la vida, de la rabiosa, desesperada y sañuda lucha entre las clases. Eso es un hecho. Hay que hacer todos los sacrificios necesarios para salvar la existencia del obrero. Y desde este punto de vista, cuando vienen a decirnos: «Nosotros estamos en pro de la igualdad de la democracia del trabajo, mientras que ustedes, los comunistas no permiten siquiera la igualdad entre los obreros y los campesinos, respondemos: los obreros y los campesinos son iguales como trabajadores; pero el ahíto que especula con cereales no es igual que el obrero hambriento. Sólo por eso se ha inscrito en nuestra Constitución que los obreros y los campesinos no son iguales.
¿Dicen ustedes que deben ser iguales? Vamos a sopesarlo y sacar la cuenta. Tomemos a sesenta campesinos y a diez obreros. Los sesenta campesinos poseen un excedente de cereal. Van vestidos con harapos, pero tienen pan. Tomemos a los diez obreros. Después de la guerra imperialista, van también harapientos, y, además, están exhaustos, no tienen pan, ni combustible, ni materias primas. Las fábricas están paradas.
¿Siguen opinando que son iguales? ¿Los sesenta campesinos tienen derecho a hacer su voluntad, y los diez obreros están obligados a obedecer? ¡Magno principio de la igualdad, de la unidad de la democracia del trabajo y del acato de la voluntad de la mayoría!
Eso es lo que nos dicen. Nosotros respondemos: «Son unos payasos de siete suelas, pues encubren y disimulan con palabras rimbombantes la cuestión del hambre».
Les preguntamos: Los obreros hambrientos de un país arruinado, donde las fábricas están paradas, ¿están obligados acatar la voluntad de la mayoría de los campesinos, si estos no quieren entregar los cereales excedentes? ¿Tienen derecho a recoger esos excedentes, incluso por la fuerza, si no hay más recurso? ¡Contesten con franqueza! Pero cuando se va al grano, empiezan a irse por las ramas y escapar por la tangente.
La industria está arruinada en todos los países y seguirá en el mismo estado duran te algunos años, porque no cuesta mucho incendiar las fábricas o anegar las minas, y resulta fácil volar los vagones o destrozar las locomotoras: cualquier memo puede hacerlo, aunque se llame oficial alemán o francés, sobre todo si dispone de buenos artefactos explosivos, buenas armas de fuego, etc.; pero restaurar todo lo destruido resulta muy difícil, es una labor de años.
Los campesinos forman una clase especial. Como trabajadores son enemigos de la explotación capitalista; pero, al mismo tiempo, son propietarios. Al campesino le han inculcado durante siglos que el cereal es suyo y que puede venderlo libremente. Estoy en mi derecho -piensa -, pues se trata del fruto de mi trabajo, del sudor de mi frente, del gasto de mi sangre. No es posible hacer cambiar esa mentalidad de la noche a la mañana; sólo se la puede hacer cambiar tras una lucha larga y difícil. Quien se imagine que puede pasarse al socialismo si éste convence a ése, y ése convence a aquél, es, en el mejor de los casos, un niño, o bien un hipócrita en política ; y la mayoría de los que hablan desde las tribunas políticas pertenece, sin duda, a la segunda categoría.
El problema es que los campesinos están acostumbrados a vender libremente su cereal. Cuando hemos derrocado las instituciones capitalistas, hemos visto que existe todavía otra fuerza que sostiene al capitalismo, y es la fuerza de la costumbre. Y cuanta más energía hemos puesto en suprimir las instituciones que sostenían al capitalismo, más se ha manifestado esta otra fuerza que sostenía al capitalismo: la fuerza de la costumbre. Si la situación es propicia, una institución puede ser derribada de golpe; la costumbre nunca puede ser suprimida así, por muy favorables que sean las condiciones. Hemos entregado toda la tierra a los campesinos, los hemos librado del régimen de propiedad de la tierra de los terratenientes y de todas las ataduras que los sujetaban, y ellos siguen creyendo que «libertad» es la venta libre del cereal, y que es tiranía la entrega obligatoria de los excedentes del mismo a precios de tasa. ¿Pero qué es eso y a santo de qué voy a «entregar» el cereal? -exclama indignado el campesino, sobre todo si, por añadidura, aún funciona mal el organismo encargado del abastecimiento de cereales, y funciona mal porque toda la intelectualidad burguesa está de parte de los mercachifles de Sújarevka. Se comprende que este organismo ha de apoyarse en personas que están aprendiendo y que, en el mejor de los casos, si son honrados y fieles a la causa, aprenderán en pocos años; pero, mientras tanto, el organismo seguirá funcionando mal y, a veces, se arrimarán a él truhanes de toda calaña que se dirán comunistas. Este peligro amenaza a todo partido gobernante, al proletariado victorioso de todos los países, pues no es posible vencer de la noche a la mañana la resistencia de la burguesía ni montar un organismo perfecto. De sobra sabemos que el organismo del Comisariado de Abastecimiento es todavía malo. Recientemente se ha hecho un estudio científico estadístico de cómo se alimentan los obreros en las provincias no agrícolas. Resulta que los obreros reciben del Comisariado de Abastecimiento la mitad de sus alimentos, y la otra mitad se la compran a los especuladores; por la primera mitad desembolsan la décima parte de sus gastos totales en alimentación; por la otra mitad pagan las nueve décimas restantes.
La mitad de los víveres acopiados y transportados por el Comisariado de Abastecimiento se acopian mal, claro, pero se acopian con métodos socialistas, y no capitalistas. Se acopian venciendo a los especuladores, y no haciendo transacciones con ellos; se acopian sacrificando a los intereses de los obreros hambrientos todos los demás intereses del mundo, entre ellos los intereses de la «igualdad» en el papel, de la que tanto presumen los señores mencheviques, eseristas y Cía. Quédense con su «igualdad», señores, y nosotros nos quedaremos con nuestros obreros hambrientos, a quienes hemos salvado del hambre. Por mucho que los mencheviques nos acusen de haber infringido la «igualdad», el hecho es que hemos resuelto la mitad del problema del abastecimiento entre dificultades inauditas e increíbles. Y decimos que si sesenta campesinos poseen excedentes de trigo y centeno, y diez obreros pasan hambre, no hay que hablar de «igualdad» en general, ni de «igualdad de los trabajadores», sino del deber insoslayable de los sesenta campesinos de acatar la voluntad de los diez obreros y entregarles, aunque sea a crédito, sus excedentes de cereal panificable .
Toda la Economía política, si alguien ha aprendido algo de ella, toda la historia de la revolución y toda la historia del desarrollo político a lo largo del siglo XIX nos ensenan que los campesinos siguen a los obreros o a los burgueses. No pueden tomar otro camino. Habrá, naturalmente algún demócrata a quien le parezca enojoso lo que digo, también habrá algún otro que piense que calumnio a los campesinos, llevado de mi malevolencia marxista. Siendo los campesinos la mayoría, y trabajadores, además, ¡por qué no han de poder llevar su propio camino!
Si no saben por qué, diría yo a esos camaradas, lean los rudimentos de Economía política de Marx Y cómo los expone Kautsky; mediten en el desarrollo de cualquiera de las grandes revoluciones de los siglos XVIII y XIX, en la historia política de cualquier país del siglo XIX, y obtendrán la respuesta. La economía de la sociedad capitalista es de tal naturaleza que la fuerza dominante puede ser solo el capital o el proletariado que lo derroca.
No hay otras fuerzas en la economía de esa sociedad.
El campesino es mitad trabajador y mitad especulador. Es trabajador porque se gana el pan con el sudor de su frente y con su sangre, porque lo explotan los terratenientes, los capitalistas y los comerciantes. Es especulador, porque vende trigo, artículo de primera necesidad, artículo que, cando falta vale todo lo que se pida, y uno entrega por el todo lo que posee. Hambre y esperar hacen rabiar. Por el pan se pagarían mil rublos, cualquier suma de dinero, todo lo que se tenga.
El campesino no tiene la culpa de eso: las condiciones en que se desenvuelve le hacen vivir en la economía mercantil y durante decenios y siglos se ha acostumbrado a trocar sus cereales por dinero. No puede cambiarse una costumbre ni suprimirse el dinero de la noche a la mañana. Para suprimir el dinero hay que organizar la distribución de alimentos para centenares de millones de personas, y eso es algo que llevará muchos años. Pues bien, mientras exista la economía mercantil, mientras haya obreros hambrientos junto a campesinos ahítos que esconden sus excedentes de trigo, mientras eso ocurra persistirá cierta oposición entre los intereses de los obreros y los de los campesinos. Y quien trate de desentenderse de esta oposición real, nacida de la vida, con palabras de «libertad», «igualdad» y «democracia del trabajo» será en el mejor de los casos, un charlatán de lo más insulso: y en el peor, un hipócrita defensor del capitalismo. Si el capitalismo vence a la revolución, lo hará aprovechándose de la ignorancia de los campesinos, sobornándolos y seduciéndolos con la perspectiva del retomo a la libertad de comercio. De hecho, los mencheviques y los eseristas están a favor del capitalismo en contra del socialismo. ‘
El programa económico de Kolchak, de Denikin y de todos los guardias blancos rusos es la libertad de comercio. Ellos sí que lo comprenden y no tienen la culpa de que el ciudadano Sher no lo entienda. Los hechos económicos de la vida no cambian porque determinado partido no los comprenda. La consigna de la burguesía es la libertad de comercio. Se intenta engañar a los campesinos, haciéndoles las siguientes preguntas: «¿No sería mejor vivir como antes? ¿Acaso no se vivía mejor vendiendo libremente los frutos del trabajo agrícola? ¿Puede haber algo más justo?» Así se expresan los partidarios conscientes de Kolchak, y tienen razón desde el punto de vista de los intereses del capital. Para restaurar el poder del capital en Rusia hay que apoyarse en la tradición, en los prejuicios de los campesinos contra su sentido común, en el viejo apego al libre comercio, y aplastar por la fuerza la resistencia de los obreros. No hay otra salida. Los secuaces de Kolchak tienen razón desde el punto de vista del capital; saben atar cabos en su programa económico y político, se las saben todas, comprenden que existe un nexo entre la libertad de los campesinos para comerciar y el ametrallamiento de los obreros. Ese nexo existe aunque el ciudadano Sher no lo vea. La libertad de comercio en trigo y otros cereales es el programa económico de la gente de Kolchak; el ametrallamiento de decenas de miles de obreros (como en Finlandia) es un medio necesario para llevar a cabo ese programa, porque los obreros no entregarán por las buenas sus conquistas. El nexo es indisoluble, y quienes no comprenden absolutamente nada de ciencia económica ni de política, quienes por pusilanimidad filistea ha olvidado el abecé del socialismo, concretamente, los mencheviques y los «socialrevolucionarios», tratan de hacernos olvidar este nexo hablando de «igualdad» y de «libertad», clamando que -infringimos el principio de la igualdad dentro de la «democracia del trabajo» y diciendo que nuestra Constitución es injusta.
El voto de un obrero vale por el de varios campesinos. ¿Eso es injusto?
No, es justo cuando hay que derrocar el capital. Yo sé de dónde sacan sus conceptos de la justicia; los sacan del ayer capitalista. La igualdad y la libertad del propietario de mercancías: ésos son los conceptos que tienen de la Justicia. Son residuos pequeñoburgueses de prejuicios pequeñoburgueses: ésas son para ustedes la justicia, la igualdad y su democracia del trabajo. Para nosotros, la justicia se supedita a la necesidad de derrocar el capital. Y no es posible derrocarlo más que con las fuerzas aunadas del proletariado.
¿Se puede agrupar de golpe y firmemente a decenas de millones de campesinos contra el capital, contra la libertad de comercio? No se puede, en virtud de las condiciones económicas, aunque los campesinos disfruten de plena libertad Y sean mucho más cultos. No se puede, porque para ello se necesitan otras condiciones económicas y largos años de preparación. ¿Y quién se encargará de esa preparación? El proletariado o la burguesía.
Por su posición económica en la sociedad burguesa, los campesinos se ven indefectiblemente impulsados a seguir a los obreros o a la burguesía. No hay término medio. Podrán vacila, embrollarse, fantasear ; podrán reprender, imprecar, maldecir a los «rígidos» representantes del proletariado y a los «rígidos» representantes de la burguesía, decir de unos y otros que son minorías . Se podrá echar pestes de ellos; se podrán pronunciar palabras sonoras sobre la mayoría, sobre el carácter amplio y universal de su democracia del trabajo, de la democracia pura. Se podrán ensartar cuantas palabras se quieran pero serán palabras para encubrir el hecho de que si los campesinos no siguen a los obreros, siguen a la burguesía. No hay ni puede haber u n término medio. Y quienes en este gravísimo trance de la historia, cuando los obreros pasan hambre, su industria está paralizada, no ayudan a los obreros adquirir el pan a un precio más justo, que no es ni de “mercado libre”, ni capitalista, ni de especulación, son gentes que aplican el programa de Kolchak, por más que se lo nieguen a sí mismos y por más convencidos que estén de que cumplen a conciencia su propio programa.

V

Voy a hablar ahora de la última cuestión que me había propuesto, de la derrota y la victoria de la revolución. Kautsky, a quien les he mencionado como el principal representante del socialismo viejo y podrido, no ha comprendido las tareas de la dictadura del proletariado. Nos echa en cara que no hemos ido a la solución pacífica, posible de haber acatado la voluntad de la mayoría. La solución mediante una dictadura es u na solución de fuerza armada. Por lo tanto, si no vence uno por la fuerza de las armas será derrotado y aniquilado, porque la guerra civil no hace prisioneros, extermina al enemigo. Así ha querido «intimidarnos» el atemorizado Kautsky.
. Esa es la pura verdad. Es un hecho. Damos fe de que la observación es atinada. Ni que decir tiene. La guerra civil es más dura y cruel que cualquier otra. Así ha sido siempre en la histona, comenzando por las guerras civiles de la antigua Roma; las guerras entre naciones siempre acabaron en pactos entre las clases poseedoras; sólo en la guerra civil pone la clase oprimida sus esfuerzos en exterminar totalmente a la clase opresora, en suprimir las condiciones económicas de la existencia de esta clase.
Ahora les pregunto: ¿qué vale un «revolucionario» que intimida a los que han iniciado la revolución, diciéndoles que ésta puede ser derrotada? Jamás ha habido, ni hay, ni habrá, ni puede haber revolución alguna que no se arriesgue a ser derrotada. Una revolución es una lucha encarnizada que ha alcanzado el máximo ensañamiento entre las clases. La lucha entre las clases es inevitable. Hay que renunciar a la revolución en general o hay que reconocer que la lucha contra las clases poseedoras será la revolución más enconada de todas. En cuanto a esto, jamás ha habido disparidad de opinión entre los socialistas que saben algo. Hace un año, cuando hube de analizar todo el fondo de apostasía que hay en esos escarceos de Kautsky, escribí: aun cuando los imperialistas derrocaran mañana (eso fue en septiembre del año pasado) el poder bolchevique, ni por un segundo nos arrepentiríamos de haberlo tomado. Y ni un solo obrero consciente que defienda los intereses de las masas trabajadoras se arrepentirá de ello ni dudará de que nuestra revolución, a pesar de todo, ha triunfado. Pues la revolución triunfa cuando lleva adelante a la clase de vanguardia que asesta rudos golpes a la explotación. En esas circunstancias, las revoluciones triunfan incluso cuando son derrotadas. Podrá parecer un juego de palabras, pero, para demostrar que eso es así, tomemos un ejemplo concreto de la historia.
Veamos la Gran Revolución Francesa. Por algo recibió el calificativo de grande. Hizo tanto para la burguesía, la clase a la cual sirvió, que todo el siglo XIX, el siglo que ha ofrendado la civilización y la cultura a toda la humanidad, transcurrió bajo el signo de la revolución francesa. El siglo XIX no hizo más que aplicar, poner en práctica por partes y llevar a cabo en todos los confines del mundo lo creado por los grandes revolucionarios franceses de la burguesía, al servicio de cuyos intereses se ponían, aun sin darse cuenta de ello, escudándose en las palabras de libertad, igualdad y fraternidad.
Nuestra revolución ha hecho ya en año y medio por nuestra clase, el proletariado, a cuyo servició nos ponemos, incomparablemente más de lo que hicieron los grandes revolucionarios franceses por la suya.
Ellos se sostuvieron en su país dos años y sucumbieron bajo los golpes de la reacción europea coligada, bajo los golpes de las hordas coligadas del mundo entero, las cuales arrollaron a los revolucionarios franceses, restauraron en Francia al monarca legítimo, el Románov de aquel período, restauraron a los terratenientes y aplastaron por largos decenios todo movimiento revolucionario en Francia. Y a pesar de ello, la Gran Revolución Francesa triunfó.
Todo el que estudie en serio la historia admitirá que, pese a haber sido derrotada, la revolución francesa triunfó por que dio al mundo entero unos puntales de la democracia burguesa y de la libertad burguesa que ya no se podían derribar.
Nuestra revolución ha hecho en año y medio para el proletariado, para la clase a cuyo servicio estamos, para la meta a que aspiramos, para el derrocamiento de la dominación del capital, inconmensurablemente más de lo que hizo la revolución francesa para su clase. Por eso decimos que incluso admitiendo la hipotética posibilidad, el peor de los casos probables, el de que mañana algún Kolchak afortunado no dejara vivo ni a un bolchevique, la revolución seguiría siendo invencible. Y la prueba de que eso es así está en que el nuevo tipo de organización estatal creado por esta revolución ha alcanzado ya la victoria moral entre la clase obrera de todo el mundo y cuenta ya con su apoyo. Cuando los grandes revolucionarios burgueses de Francia sucumbieron en la lucha, sucumbieron solos, pues no contaban con apoyo en otros países. Contra ellos se lanzaron todos los Estados europeos y, más que nadie, la adelantada Inglaterra. En solo año y medio de poder bolchevique, nuestra revolución ha conseguido que la nueva organización estatal creada por ella, la organización soviética, haya llegado a ser comprendida, conocida y popular entre los obreros de todo el mundo, haya llegado a ser algo propio de ellos.
He procurado demostrarles que la dictadura del proletariado es inevitable, necesaria y absolutamente indispensable para salir del capitalismo. Dictadura no significa sólo violencia, si bien es imposible sin violencia; significa también u na organización del trabajo superior a· la precedente. Por eso en el breve discurso de saludo que pronuncié al comenzar el Congreso, hice hincapié en esta sencillísima y elemental tarea básica de organización; por eso arremeto también con hostilidad tan implacable contra todos esos devaneos intelectuales, contra todas esas «culturas proletarias». Opongo a esos devaneos el abecé de la organización. Distribuyan el trigo el centeno y la hulla, cuidando celosamente de cada pud de hulla y de cada pud de grano: ésa es la misión de la disciplina proletaria. No esa disciplina que se mantiene a palos, como se mantenía la de los señores feudales, a fuerza de hambre como la mantienen los capitalistas, sino la disciplina del compañerismo, la disciplina de las asociaciones obreras. Cumplan esta sencillísima y elemental, tarea e organización y venceremos, pues entonces se vendrán enteramente con nosotros los campesinos, que vacilan entre los obreros y los capitalistas, que no saben si deben ir con gentes en quienes aún no confían, pero a quienes no pueden negar que están creando un sistema de trabajo más justo, en cual no habrá explotación y en el cual el «libre» comercio del trigo será un delito de Estado; que no saben si deben ir con éstos o con quienes les prometen como antes la libertad de comercio en trigo, libertad que parece implicar también la libertad de trabajo. Cuando los campesinos vean que el proletariado organiza su poder estatal de manera que puede mantener el orden -cosa que los campesinos quieren y exigen con razón, aunque este deseo de orden esté ligado a muchas cosas confusas y reaccionarias, a muchos prejuicios-, seguirán en definitiva, después de una serie de vacilaciones, a los obreros. Los campesinos no pueden pasar simple y llanamente, de golpe y porrazo, de la vieja sociedad a i, nueva. Saben que la vieja sociedad les proporcionaba el orden a costa de arruinar y hacer esclavos a los trabajadores. Pero no saben si el proletariado podrá garantizarles el orden. No se puede pedir más a esos campesinos embrutecidos, ignorantes y dispersos. No creen en palabras ni programa de ningún género y hacen bien en no creer en palabras, pues de otro modo no saldrían de engaños. Creen solo en los hechos, en la experiencia práctica. Demuéstrenles que ustedes, el proletariado unido, el poder estatal proletario, la dictadura del proletariado, saben distribuir los cereales y la hulla sin que se pierda u n solo pud, que saben organizar las cosas para que no vaya ni un pud de carbón ni un pud de trigo excedente a la especulación, que no beneficien a los personajes de Sújarevka, que se distribuyan con justicia para el suministro de los obreros hambrientos, para darles sustento incluso cuando hay desempleo, cuando hay fábricas y talleres parados. Demuéstrenles que pueden hacer eso. Esa es la tarea fundamental de la cultura proletaria, de la organización proletaria. La violencia puede aplicarse aun sin tener raíces económicas, pero entonces está condenada al fracaso por la historia. Puede aplicarse también con el apoyo de la clase avanzada, basándose en los principios más elevados del régimen, el orden y la organización socialistas. Entonces puede sufrir un revés temporal, pero es invencible.
Si la organización proletaria demuestra al campesino que puede mantener bien el orden, que puede organizar bien la distribución del trabajo y del pan, que se vela por cada pud de trigo y de carbón, que los obreros somos capaces de hacer todo eso con nuestra disciplina de camaradas, con la disciplina que nos da la unión, que recurrimos a la violencia en nuestra lucha sólo para defender los intereses del trabajo, que confiscamos los cereales a los especuladores y no a los trabajadores, que queremos llegar a u n entendimiento con los campesinos medios, con los campesinos trabajadores, y que estamos dispuestos a darles todo lo que podemos darles hoy, su alianza con la clase obrera, su alianza con el proletariado será indestructible, y hacia eso vamos.
Pero me he desviado algo y debo volver al tema. Las palabras «bolchevique» y «Soviet» han dejado ya de ser en todos los países palabras raras, como eran hasta hace poco, igual que la palabra «boxer», que repetíamos sin comprender lo que significaba. «Bolchevique» y «Soviet» son palabras que se repiten hoy en todos los idiomas del mundo. Los obreros conscientes ven que la burguesía de todos los países colma de calumnias cada día, en los millones de ejemplares de sus periódicos, al Poder soviético y aprenden de esas injurias. He visto hace poco algunos periódicos norteamericanos. He leído el discurso de un cura norteamericano que afirma que los bolcheviques somos unos inmorales, que hemos nacionalizado a las mujeres, que somos unos bandidos y unos saqueadores. He leído también la respuesta de los socialistas norteamericanos. Difunden al precio de cinco centavos la Constitución de la República Soviética de Rusia, de esta «dictadura» que no concede la «igualdad de la democracia del trabajo». Los socialistas norteamericanos responden, citando un artículo de la Constitución de estos «usurpadores», de estos «bandidos» y «tiranos» que rompen la unidad de la democracia del trabajo. Por cierto, cuando se dio la bienvenida a Breshkóvskaya el día de su llegada a Norteamérica, el principal periódico capitalista de Nueva York imprimió con letras de molde: «¡Bienvenida, abuela!” Los socialistas norteamericanos reprodujeron el saludo con el siguiente comentario: «Breshkóvskaya es partidaria de la democracia política. ¿De qué se asombran, obreros norteamericanos, si la elogian los capitalistas?» Es partidaria de la democracia política. ¿Por qué han de elogiarla los capitalistas? Pues porque está en contra de la Constitución Soviética. «He aquí -dicen los socialistas norteamericanos – un artículo de la Constitución de esos bandidos.» Y citan siempre el mismo, el que dice que no tendrá derecho a elegir ni a ser elegido quien explote el trabajo de otros. Este artículo de nuestra Constitución es conocido en todo el mundo. El Poder soviético se ha granjeado la simpatía de los obreros de todo el mundo precisamente porque ha dicho con franqueza que a la dictadura del proletariado se supedita todo, que la dictadura del proletariado es un nuevo tipo de organización estatal. Esta nueva organización estatal nace con un esfuerzo ímprobo, porque vencer nuestra indisciplina pequeñoburguesa y desorganizadora es lo más difícil, es un millón de veces más difícil que vencer a los terratenientes tiranos o a los capitalistas tiranos; pero el esfuerzo es también un millón de veces más fructífero para obtener una organización nueva, libre de explotación . Cuando la organización proletaria cumpla esta misión, el socialismo habrá triunfado por completo. A esto deben dedicar ustedes toda su actividad tanto en la enseñanza extraescolar como en la escolar. Pese a las gravísimas circunstancias imperantes, pese a que la primera revolución socialista de la historia se está haciendo en un país de nivel cultural tan bajo, pese a todo eso el Poder soviético se ha ganado ya el reconocimiento de los obreros de otros países. La expresión «dictadura del proletariado» es una expresión latina, y los trabajadores que la oyeron por primera vez no sabían qué significaba ni cómo podía ponerse en práctica. Ahora ha sido traducida del latín a los idiomas contemporáneos de los pueblos y hemos demostrado que la dictadura del proletariado es el Poder soviético, el poder de los propios obreros organizados que dicen: «Nuestra organización es superior a cualquier otra; a ella no puede pertenecer nadie que no trabaje, ningún explotador. Esta organización tiene un solo fin: derrocar el capitalismo. No se nos engañará con ninguna consigna falsa, con ningún fetiche por el estilo de ‘libertad’ e ‘igualdad’. No admitimos ni la libertad, ni la igualdad, ni la democracia del trabajo si están en pugna con la causa de emancipar el trabajo del yugo del capital». Esto lo hemos incluido en la Constitución Soviética, y ya le hemos granjeado la simpatía de los obreros de todo el mundo. Estos obreros saben que, por muy difícil que haya sido el nacimiento del nuevo régimen, por duras que sean las pruebas y grandes las derrotas que algunas de las repúblicas soviéticas tengan que sufrir, no hay fuerza en el mundo capaz de hacer retroceder a la humanidad. (Clamorosos a plausos.)
PREFACIO A LA PUBLICACION DEL DISCURSO «ACERCA DE COMO SE ENGAÑA AL PUEBLO
CON LAS CONSIGNAS DE LIBERTAD E IGUALDAD»

El problema que traté en mi discurso del 19 de mayo ante el Congreso de Enseñanza Extraescolar, el problema de la igualdad en general y de la igualdad entre el obrero y el campesino en particular, es, sin duda, uno de los más escabrosos y «delicados» de nuestros días que atañe a los prejuicios más arraigados del pequeño burgués, del pequeño propietario, del pequeño poseedor de mercancías, de todo liste? Y de las nueve décimas partes de los intelectuales (incluidos los intelectuales mencheviques y eseristas).
¡Negar la igualdad del obrero y el campesino! ¡Quien se lo podía imaginar! ¡Qué monstruosidad! Está claro que procurarán aferrarse a esta monstruosidad todos los amigos de los capitalistas, todos sus lacayos, y en primer término los mencheviques y los eseristas, para “excitar” a los campesinos, para «soliviantarlos», para indisponerlos con los obreros, con los comunistas. Tales tentativas son inevitables, pero, como se basan en mentiras, su vergonzoso fracaso es seguro.
Los campesinos son gentes sensatas, prácticas y realistas. Hay que explicarles las cosas con hechos, con ejemplos sencillos de la vida. ¿Es justo que los campesinos que poseen grano sobrante lo escondan en espera de que los precios suban hasta alcanzar proporciones de especulación, de locura, sin contar para nada con los obreros hambrientos? ¿O lo justo es que el poder del Estado, que se encuentra en manos de los obreros, se haga cargo de todos los excedentes de trigo, y no a precio de especulación, de trapicheo, de verdadero robo sino al precio de tasa establecido por el Estado? ‘
El problema está planteado así precisamente. Ahí está el quid, del que quieren «desentenderse» con frases de todo género acerca de la «igualdad» y la «unidad de la democracia del trabajo» todos los trapaceros que, como los mencheviques Y los eseristas, hacen el caldo gordo a los capitalistas y les propician la restauración de su poder omnímodo. ·
El campesino debe optar:
por el comercio libre en trigo, lo cual significa especular con el trigo, significa la libertad de los ricos de lucrarse y la libertad de los pobres de arruinarse y pasar hambre, significa la restauración del poder omnímodo de los terratenientes y los capitalistas, la ruptura de la alianza de los campesinos y los obreros;
o por la entrega de los excedentes de trigo a precio de tasa al Estado, es decir, al poder obrero unido lo cual significa pronunciarse a favor de la alianza de los campesinos y los obreros para aniquilar por completo a la burguesía, para descartar toda posibilidad de que retome su poder.
Esta es la alternativa.
Los campesinos ricos, los kulaks, optarán por lo primero, querrán probar fortuna en alianza con los capitalistas y los terratenientes contra los obreros, contra los campesinos pobres; pero esos campesinos ricos serán en Rusia una minoría. La mayoría de los campesinos se inclinará por la alianza con los obreros contra la restauración del poder de los capitalistas, contra la libertad de los ricos de lucrarse» contra la «libertad de los pobres de pasar hambre», contra las engañosas tentativas de disfrazar esta maldita «libertad» capitalista (la libertad de morirse de hambre) con palabras rimbombantes sobre la «igualdad» (sobre la igualdad del ahíto, del que posee excedentes de trigo, y el hambriento).
Nuestra tarea es deshacer la astuta superchería capitalista que propagan los mencheviques y los eseristas con sonoras Y pomposas frases sobre la «libertad» y la «igualdad».
Campesinos: Arranquen la careta a los lobos con piel de cordero que entonan almibarados ditirambos a la «libertad» a la «igualdad», a la «unidad de la democracia del trabajo», pero que en la práctica defienden así la «libertad» del terrateniente de oprimir a los campesinos, la «igualdad» de los ricachones capitalistas y los obreros o los campesinos semihambrientos, la «igualdad» del ahíto que esconde los excedentes de trigo y el obrero atormentado por el hambre y el paro forzoso debido a la ruina del país como consecuencia de la guerra. Esos lobos con piel de cordero son los peores enemigos de los trabajadores; aunque se llamen mencheviques, eseristas o no militen en ningún partido son, en realidad, amigos de los capitalistas.
«El obrero y el campesino son iguales, pues son trabajadores; pero no hay igualdad entre el especulador de trigo que está ahíto y el trabajador que pasa hambre.» «Nosotros luchamos en defensa exclusiva de los intereses del trabajo y nos incautamos del trigo del que especula, y no del que trabaja.» «Queremos un pacto con los campesinos medios con los campesinos trabajadores»: eso es lo que dije en mi discurso ése es el fondo de la cuestión, ésa es la pura verdad embrollada con frases altisonantes sobre la «igualdad». Y la inmensa mayoría de los campesinos sabe que eso es verdad, que el Estado obrero combate a los especuladores y a los ricos, ayudando por todos los medios a los trabajadores y a los pobres, mientras que el Estado de los terratenientes como el zar) y el Estado de los capitalistas (con la republica más libre y democrática) , siempre, en todas partes y en todos los países, ayudan a los ricos a desvalijar a los trabajadores, ayudan los especuladores y a los ricos a lucrarse a costa de los pobres, precipitados en la ruina.
Esta verdad la conocen todos los campesinos. Y por eso la mayoría de ellos, con tanta mayor rapidez y firmeza cuanto más conscientes sean, harán su elección: ¡por la alianza con los obreros, por el pacto con el Gobierno obrero, contra el Estado terrateniente o capitalista; por el Poder soviético, contra la «Asamblea Constituyente» o contra la «república democrática»; por el pacto con los comunistas bolcheviques, contra todo apoyo a los capitalistas, a los mencheviques y a los eseristas!

* * *

En cuanto a los señores «instruidos», a los demócratas a los socialistas, a los socialdemócratas, a los socialistas revolucionarios, etc., les diremos de palabra, todos ustedes admiten la «lucha de clases»; pero, de hecho se olvidan de ella en el preciso momento en que más se encona. Pero olvidarse de la lucha de clases, significa pasarse al lado del capital, al lado de la burguesía, contra los trabajadores.
Quien admite la lucha de clases debe reconocer que jamás en una república burguesa, ni aun en la más libre y democrática, pudieron ser ni han sido nunca la «libertad» y la «igualdad» otra cosa que expresión de la igualdad y la libertad de los poseedores de mercancías, expresión de la igualdad y la libertad del capital. En todas sus obras, sobre todo en El Capital (que, todos ustedes celebran de palabra), Marx lo explicó y se mofo miles de veces de la concepción abstracta de la «libertad e igualdad», de los adocenados Bentham que no lo veían y puso al descubierto las raíces materiales de esas abstracciones’.
En el régimen burgués (es decir, en tanto se mantenga la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción) y en la democracia burguesa, la «libertad y la igualdad» no son sino meros formalismos que implican en realidad la esclavitud asalariada de los obreros (libres en el papel investidos e iguales derechos en el papel) y el poder omnímodo del capital, la opresión del trabajo por el capital. Este es el abecé del socialismo, señores «instruidos», y lo han olvidado.
De ese abecé se desprende que durante la revolución proletaria, cuando la lucha de clases se ha exacerbado hasta desencadenar la guerra civil, únicamente los mentecatos y los traidores pueden salir del paso con frases sobre la «libertad» la «igualdad» y la «unidad de la democracia del trabajo»‘. En la práctica, todo lo decide el desenlace de la lucha del proletariado contra la burguesía, y las clases intermedias, las clases medias (comprendida toda la pequeña burguesía y, por lo tanto, todo el «campesinado») vacilan inevitablemente entre uno y otro bando.
Se trata de la adhesión de esos sectores intermedios a una de las fuerzas principales, al proletariado o a la burguesía. No puede haber otra alternativa: quien no lo haya comprendido, al leer El Capital de Marx, no ha aprendido nada de Marx no ha comprendido nada del socialismo y es, de hecho, un filisteo, un mesócrata que sigue ciegamente en pos de la burguesía. Quien lo haya comprendido, no se dejará engañar con frases sobre la libertad y la igualad, pensará y hablará de cosas reales, es decir, de las condiciones concretas de aproximación de los campesinos y los obreros, de alianza de unos y otros contra los capitalistas, del pacto de unos y otros contra los explotadores, los ricos y los especuladores.
La dictadura del proletariado no es la terminación de la lucha de las clases, sino su continuación bajo nuevas formas. La dictadura del proletariado es la lucha de la clase proletaria, que ha triunfado y ha tomado en sus manos el poder político, contra la burguesía que ha sido vencida, pero que no ha sido aniquilada, que no ha desaparecido, que no ha dejado de oponer resistencia, contra la burguesía que ha intensificado su resistencia. La dictadura del proletariado es una forma singular de alianza de clase del proletariado, vanguardia de los trabajadores, y los numerosos sectores no proletarios (pequeña burguesía, pequeños propietarios, campesinos, intelectuales, etc.) de trabajadores la mayoría de ellos, alianza dirigida contra el capital, alianza que persigue el derrocamiento completo del capital, el aplastamiento completo de la resistencia de la burguesía y de sus tentativas de restauración , alianza que se propone la instauración y consolidación definitivas del socialismo. Es una alianza de tipo especial que se concierta en una situación especial, en medio de una furiosa guerra civil; es una alianza de los partidarios resueltos del socialismo con sus aliados vacilantes, y a veces con los «neutrales» (en cuyo caso la alianza deja de ser pacto de lucha y se convierte en pacto de neutralidad); es una alianza entre clases diferentes en los aspectos económico, político, social y espiritual. Desentenderse del estudio de las formas, condiciones y tareas concretas de esta alianza con frases generales sobre la «libertad», la «igualdad» y la «unidad de la democracia del trabajo», esto es, con retazos del bagaje ideológico de la época de la economía mercantil, pueden únicamente los podridos líderes de la podrida Internacional «de Berna» o amarilla, como Kautsky, Mártov y Cía.

23 de junio de 1919. N. Lenin

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