Rosa Luxemburgo caía asesinada junto a Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919. Su asesinato fue efectuado por los “cuerpos libres”, bandas parapoliciales al servicio del gobierno de coalición entre socialdemócratas y burgueses formado luego de la huida del Kaiser de a Holanda poniéndole así fin a la monarquía alemana. Este cobarde asesinato es una muestra más de la podredumbre que dominaba a la socialdemocracia en Alemania luego de la irredimible traición de leso socialismo que significó el haber apoyado la carnicería humana que fue la Primera Guerra Mundial, y a la que luego le sumara durante los años siguientes el haber luchado codo a codo con la burguesía en defensa del estado burgués contra de los trabajadores.
Rosa Luxemburgo fue y es una de las teóricas más brillantes del marxismo revolucionario y una de sus espadas más afiladas junto con Lenin Trotsky, y desde ya Marx y Engels.
La única manera de honrar su legado es continuar su lucha infatigable contra el capitalismo y por la liberar a la humanidad de las cadenas de la miseria, la opresión y la explotación, lo que es decir militar la revolución obrera y por el socialismo.
Como homenaje a esa águila, como la definió Lenin, publicamos dos textos escritos pocos días antes de su muerte al calor de los acontecimientos de la revolución alemana de 1919.
El hermoso y pequeño plan para una revolución alemana muy agradable, «de acuerdo con la Constitución», que mantiene el «orden y la tranquilidad», y considera como su tarea primera y urgente la protección de la propiedad privada capitalista, se va al diablo: ¡Aqueronte ha comenzado a moverse! Mientras que en lo alto, en los círculos del gobierno, un acuerdo cordial con la burguesía se mantiene por todos los medios, por abajo, la masa del proletariado se levanta y agita el puño amenazadoramente, ¡las huelgas han comenzado! Se ha hecho huelga en la Alta Silesia, en Daimler, etc. Esto es sólo el comienzo. El movimiento va extenderse, como es natural, en oleadas cada vez mayores y más potentes.
¿Cómo podía ser de otra manera? Una revolución ha tenido lugar. Los obreros, los proletarios, en uniforme o en overoles de trabajo, la han hecho. En el gobierno, se sientan socialistas, los representantes de los obreros.
¿Y qué ha cambiado para la masa de los trabajadores en sus condiciones de salario diario, en sus condiciones de vida? Nada, o casi nada. Apenas aquí y allá algunas concesiones miserables se han hecho, y sin duda la patronal estará buscando arrebatar al proletariado estas migajas.
Se consuela a las masas diciéndoles que sus condiciones mejoraran cuando la Asamblea Nacional se reúna. Que debemos arrastrarnos lentamente y «tranquilamente» a la tierra prometida del socialismo con largos debates, discursos y resoluciones de la mayoría parlamentaria.
El sano instinto del proletariado insurrecto se manifiesta contra este esquema de cretinismo parlamentario. «La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores», se ha planteado en el Manifiesto Comunista. Y «los trabajadores» no son algunas centenas de funcionarios electos que dirigen los destinos de la sociedad con sus discursos y contra discursos, son aun menos de dos o tres docenas de líderes que ocupan puestos de gobierno. La clase obrera, es la propia masa, en toda su extensión. Y sólo a través de su cooperación activa en la superación de las relaciones capitalistas se podrá preparar la socialización de la economía.
En lugar de esperar el acierto de los decretos del Gobierno o de las resoluciones de la famosa Asamblea Nacional, las masas instintivamente recurren a la única forma que realmente conduce al socialismo: la lucha contra el capital. El gobierno hasta ahora ha hecho todo lo posible para castrar a la revolución, para establecer la armonía entre las clases, alzándose a grandes gritos contra todas las amenazas que pesan sobre el «orden y la tranquilidad»
La masa del proletariado arroja tranquilamente en el castillo de naipes de la armonía revolucionaria de las clases, y blande la terrible bandera de la lucha de clases.
El movimiento de huelga que se inicia es una prueba de que la revolución política ha penetrado en la base social de la sociedad. La revolución toma consciencia de sus propios fundamentos. Ella deja a un lado el decorado de cartón de los cambios de personal, que aún no han cambiado nada en la relación social entre el capital y el trabajo, y ella se monta sobre la escena de los acontecimientos.
La burguesía siente muy bien que se ha tocado su punto más sensible, que aquí se detienen las inofensivas bromas gubernamentales, y comienza la terriblemente seria confrontación, a cara descubierta, entre dos enemigos mortales. De ahí la angustia mortal y la furia desatada contra las huelgas. Luego vienen los esfuerzos febriles de los dirigentes sindicales dependientes para tomar entre las redes de sus vetustos medios burocráticos la tormenta que se desata, y para paralizar y encadenar a las masas.
¡Vano esfuerzo! Los pequeños canales de la diplomacia sindical al servicio de la dominación del capital han sido muy efectivos en el período de estancamiento político antes de la Guerra Mundial. En el período de la revolución, ellos fracasaran lamentablemente.
Ya, todas las revoluciones burguesas en los tiempos modernos han ido acompañadas de potentes movimientos huelguísticos: tanto en Francia a principios del siglo XIX, durante la revolución de julio y febrero en Alemania, Austria-Hungría e Italia.
Toda gran agitación social hace surgir naturalmente de una sociedad basada en la explotación y la opresión, luchas de clases violentas. Mientras que la sociedad burguesa mantenga el equilibrio de su tren parlamentario, el proletariado, también permanecerá pacientemente en el engranaje de los salarios, y sus huelgas no tendrán más que el carácter de pequeñas correcciones a la esclavitud asalariada, que se considera inmutable.
Pero cuando el equilibrio entre clases es roto por una tormenta revolucionaria, el suave chapoteo de la superficie se convierte en espada amenazante. Las profundidades mismas se ponen en movimiento, el esclavo no se levanta sólo contra la presión demasiado doloroso de sus cadenas, se rebela en contra las cadenas mismas.
Así, hasta ahora ha sido, en todas las revoluciones burguesas. Al final de las revoluciones, que se han traducido siempre en el fortalecimiento de la sociedad burguesa, la revuelta de los esclavos proletarios se hunde, el proletariado permanece en los engranajes, bajando la cabeza.
En esta revolución, las huelgas que acaban de estallar no constituyen un conflicto «sindical» concerniente a las condiciones de remuneración. Ellas son la respuesta natural de las masas para el poderoso choque que las relaciones capitalistas han sufrido como resultado del colapso del imperialismo alemán y de la breve revolución política de los obreros y soldados. Ellos son el inicio de una confrontación general entre el capital y el trabajo en Alemania, que anuncia el comienzo del formidable combate directo entre las clases, cuyo resultado puede no puede ser más que la eliminación de las condiciones capitalistas del salariado y la introducción de economía socialista.
Ellas liberan la fuerza social viviente de la revolución actual: la energía revolucionaria de clase de la masa proletaria. Ellas abren el período de actividad inmediata de la masa en su conjunto, de esta actividad cuyos decretos y medidas de socialización de cualquier órgano de representación o gobierno sólo puede constituir el fondo.
Este movimiento de huelga que ha iniciado es al mismo tiempo, la crítica más sucinta que las masas enviar a sus quimeras, los llamados «jefes» de «Asamblea Nacional». Que ellas ya tienen la «mayoría». ¡Los proletarios en huelga en las fábricas y las minas! ¡Los groseros! ¿Por qué no invitan a sus patrones a un pequeño debate, para pasar a continuación, sobre él por una «abrumadora mayoría», e imponer todas sus exigencias, sin alguna duda «respetando el orden? ¿No se trata primero, y formalmente, de verdaderas bagatelas, simples detalles de las condiciones del salario?
Que el Sr. Ebert o Haase ensayen ir a proponer este deplorable plan a los mineros en huelga de la Alta Silesia: seguramente recibirán una respuesta contundente. ¡Pero quien estalle como pompas de jabón cuando se trata de bagatelas, debería temblar cuando se trate de derrumbar todo el edificio social!
La masa proletaria, por su mera aparición en la lucha social de clases, más allá de sus insuficiencias, de cada medida a medias y las cobardías anteriores de la revolución, pasa a la orden del día. El Aqueronte se ha puesto en movimiento, y los abortos que dirigen su pequeño juego en la punta de la revolución serán barridos, a menos que finalmente comprendan el enorme tamaño del drama de la historia del mundo en el que se han mezclado.
«Die Rote Fahne, 27 de noviembre 1918
Es en estos términos que fue formulado el segundo punto del orden del día del Congreso de conejos obreros y de soldados, y es en efecto la cuestión cardinal de la revolución en el momento presente. O Asamblea Nacional o todo el poder a los Consejos Obreros, o renuncia al socialismo, o lucha de clases la más rigurosa contra la burguesía, con el pleno armamento del proletariado: tal es el dilema.
Hay un plan idilio que pretende realizar el socialismo por la vía parlamentaria, por la simple decisión de una mayoría. Este ideal rosa no tiene para nada en cuenta la experiencia histórica de la revolución burguesa, sin hablar del carácter específico de la revolución proletaria.
¿Cómo pasaron las cosas en Inglaterra? Esta fue la cuna del parlamentarismo burgués, donde se desarrolló muy pronto, con más fuerza. Cuando en 1649 el momento de la primera revolución burguesa moderna acuñada en Inglaterra, el Parlamento Inglés ya tenía tras de sí una historia de más de tres siglos de antigüedad. Por lo tanto, por ello el Parlamento devino en el primer momento de la revolución, su centro, sus murallas, su cuartel general. El famoso «Parlamento Largo» ha visto salir de su seno todas las fases de la Revolución Inglesa. Desde las primeras escaramuzas entre la oposición y el poder real, hasta el juicio y ejecución de Charles Stuart, el Parlamento estando en manos de la burguesía en ascenso, fue un instrumento sin igual, perfectamente adaptado.
¿Y qué pasó con él? Este mismo Parlamento había creado un «ejército parlamentario especial, que como generales elegidos entre sus miembros condujeron el combate, para completar la derrota, durante una larga guerra civil, feroz y sangrienta, sobre feudalismo, el Ejército «caballeros» leales al rey. No fue en los debates en la Abadía de Westminster, aunque fuera entonces el centro espiritual de la revolución, sino en los campos de batalla de Naseby y Marstonmoor, no fue debido a los brillantes discursos en el parlamento, sino por la caballería campesina, por las «Côtes de Fer» de Cromwell que se decidió el destino de la Revolución Inglesa. Y su desarrollo llevado al Parlamento, a través de la Guerra Civil, para la «depuración» por la fuerza, en dos ocasiones, este mismo Parlamento, y, finalmente, la dictadura de Cromwell.
¿Y en Francia? Ahí donde nació la idea de la Asamblea Nacional. Este fue en la historia mundial, una inspiración genial del instinto de clase, mientras Mirabeau y otros, declaraban en 1789: «los Tres Estados, hasta ahora separados, la nobleza, el clero y el Tercer Estado , ahora deben sentarse juntos en tanto que una Asamblea Nacional». Esta asamblea devino en efecto de inmediato por la reunión de Estados, en un instrumento de la burguesía en la lucha de clases. Con el apoyo de fuertes minorías de los dos estados superiores, el Tercer Estado, es decir, la burguesía revolucionaria, dispuso de inmediato en la asamblea nacional de una mayoría compacta.
¿Y en que se convirtió, una vez más? La Vendée, la emigración, la traición de los generales, la Constitución civil del clero, el levantamiento de 50 departamentos, las guerras de coalición de la Europa feudal, y, por último, ya como la única forma de asegurar la victoria final de la revolución: la dictadura, y con ella el reinado de terror. He ahí el valor de la mayoría parlamentaria para la defensa de las revoluciones burguesas. Y, sin embargo, lo que fue la oposición entre la burguesía y el feudalismo, hay abismo gigante con el que se inauguró hoy entre el trabajo y el capital. ¡Cual fue la conciencia de clase de los combatientes en ambos bandos enfrentados en 1649 o 1789, en comparación con el odio mortal, inextinguible que flamea hoy entre el proletariado y la clase capitalista!
No es en vano que Karl Marx haya alumbrado con su linterna científica los resortes más recónditos de la Ciencia de la lógica económica y política de la sociedad burguesa. Esto no es en vano que él haya mostrado, vívidamente, todas sus componentes, hasta las formas más sublimes de sentimiento y pensamiento, como una emanación de este hecho fundamental donde nutre su vida, como un vampiro, de la sangre del proletariado.
Esto no es en vano que Auguste Bebel, que como conclusión de su famoso discurso en el Congreso del Partido en Dresde, exclamara: «Yo soy y sigo siendo enemigo mortal de la sociedad burguesa»,
Esta es la última gran batalla, donde se juega el mantenimiento o la abolición de la explotación, es un punto de inflexión en la historia de la humanidad, un combate en la que no puede haber otra salida, o compromiso, o piedad.
Y este combate, que, por la dimensión de sus tareas, más allá de lo que hemos conocido, no ha sido llevado a bien por ninguna lucha de clases, ni por ninguna revolución: disolver la lucha a muerte entre dos mundos en un suave murmullo luchas de oratorias en el Parlamento y de decisiones adoptadas por la mayoría.
El sistema parlamentario fue, para el proletariado, una arena de lucha de clases, tanto como ha durado la rutina diaria de la sociedad burguesa: se trataba de un foro en el que las masas se reunieron alrededor de la bandera del socialismo, donde se educaban para el combate
Hoy en día, estamos en medio de una revolución proletaria, y hoy en día se trata llevar el hacha hacia el árbol de la explotación capitalista. El parlamentarismo burgués, como la dominación de clase de la burguesía, del cual es el objetivo político fundamental, es despojado de su derecho a la existencia. Ahora es la lucha de clases en su forma más descarnada, más desnuda, que entra en escena. El Capital y el Trabajo no tienen nada más que decir, ahora sólo tienen que enfrentarse entre sí en un combate cuerpo a cuerpo, sin gracias por que el combate decida quien será lanzado al suelo.
La palabra de Lassalle es ahora vale más que nunca: la acción revolucionaria consiste siempre en expresar lo que es. Y lo que se llama: aquí está el trabajo – aquí el capital. No la hipócrita negociación amistosa, aquí se juega la vida o la muerte, no hay victoria de la comunidad, de lo que se trata es de estar en un lado u otro de las barricadas. Es clara, abierta, y honestamente, así como con toda la fuerza que confiere la claridad y honestidad, que el proletariado debe, como una clase constituida, reunir en sus manos todo el poder político.
«La igualdad de los derechos políticos, la democracia» nos han cantado durante décadas a los profetas grandes y pequeños de la dominación de clase burguesa.
«La igualdad de los derechos políticos, la democracia» cantan hoy como un eco, los hombres al servicio de la burguesía, los Scheidemann.
Sí, esta consigna debe ahora hacerse realidad, pues la «igualdad política» se encarna por el momento allí donde la explotación económica está totalmente aniquilada. Y la democracia, el gobierno del pueblo comienza cuando el pueblo trabajador tome el poder político. De los que se trata es de ejercer sobre las consignas mal usadas por las clases burguesas durante un siglo y medio, una crítica práctica de la acción histórica. Se trata de hacer por primera vez, una verdad del lema de la burguesía francesa en 1789, «Libertad, Igualdad, Fraternidad» – mediante la supresión de la dominación de clase de la burguesía. Y como primer paso, el momento ante el mundo entero y para los siglos de la historia mundial, inscribir altamente en orden del día: lo que hasta la fecha fue la igualdad de derechos y la democracia -el parlamento, la Asamblea Nacional, el mismo derecho al voto- fue una mentira y un engaño. Todo el poder a las manos de las masas trabajadoras como arma revolucionaria para el exterminio del capitalismo -esto es la única verdadera igualdad de derechos, esto es la verdadera democracia.
«Die Rote Fahne, 17 de diciembre 1918