Por Ale Kur
Compartir el post "Atentados en Bélgica: el racismo y la marginalidad engendran terrorismo"
Una semana atrás, desde la corriente Socialismo o Barbarie publicamos un comunicado[1] condenando los brutales ataques terroristas de Bruselas, que dejaron el triste saldo de más de 30 muertos. Explicábamos allí que se trató de atentados profundamente reaccionarios, injustificables desde todo punto de vista. Sus objetivos y sus métodos son regresivos por donde se los mire: el Estado Islámico asesina inocentes para propagandizar su “califato” medieval. Y por si esto ya de por sí fuera poco, sirve de excusa a los imperialismos para recortar las libertades democráticas en su interior, estableciendo Estados de emergencia, inundando de soldados y policías los barrios populares, generando una sospecha generalizada contra los inmigrantes y contra todo persona árabe o musulmana, etc.
En esta nota queremos agregar a lo anterior algunos aspectos que ayudan a comprender mejor los atentados, especialmente el “caldo de cultivo” del cual surgieron.
¿De dónde vienen los terroristas?
Un primer vistazo sobre las biografías de los ejecutores de los atentados de Bélgica ya revela bastante información. Se conoce por lo menos a tres de ellos: Ibrahim el Bakraoui, su hermano Jalid y Najim Laachraoui[2]. El primer dato que salta a la vista es que los tres eran belgas de nacimiento. No inmigrantes sirios, no refugiados de guerra, sino ciudadanos europeos de pleno derecho. Los tres de ellos rondaban los 30 años. Los hermanos Bakraoui ya poseían antecedentes penales, entre ellos por realización de asaltos (sin motivación política ni religiosa).
También era de nacionalidad belga Salah Abdeslam, responsable logístico de los atentados realizados en París el pasado mes de noviembre, y por lo menos dos más de los ejecutores de dicha masacre. Todos ellos parecen estar vinculados entre sí, seguramente formando parte de una misma red operativa del Estado Islámico.
¿Qué otra cosa tienen en común todos estos jihadistas? Muchos de ellos provenían de los barrios populares de Bruselas como el de Molenbeek, donde se concentran las familias procedentes de la inmigración (ocurrida hace una o dos generaciones atrás). Familias mayormente de origen árabe, en especial del Magreb (norte de África). Estos barrios conforman lo que algunos denominan “medialuna salafista”[3], de donde el terrorismo obtiene muchos de sus reclutas y soporte logístico.
El patrón se repite con respecto a los atentados ocurridos en París a comienzos de 2015. Allí los ejecutores (los hermanos Kouachi) también eran ciudadanos del propio país (franceses en su caso), provenientes de los barrios pobres de inmigración. También tenían antecedentes relacionados a la delincuencia común, al consumo y venta de drogas, etc.
Estos datos no son casuales. La situación se repite en cientos de casos a lo largo de Bélgica, de Francia y de toda Europa. Esto queda confirmado con sólo considerar este hecho: aproximadamente 6 mil de los miembros del Estado Islámico en Siria e Irak provienen de Europa[4]. De éstos, aproximadamente 500 nacieron en Bélgica y 1.700 en Francia (datos de AFP). Paradójicamente, el flujo de jihadistas no va de Medio Oriente a Europa (vía refugiados, como pretenden los xenófobos europeos) sino exactamente al revés: de Europa a Medio Oriente.
Vemos entonces que se trata de un fenómeno generalizado (aunque no por ello masivo). Europa en su conjunto es un caldo de cultivo para el terrorismo jihadista. ¿Cómo se explica este fenómeno?
El “apartheid” europeo
La clave del fenómeno está precisamente en los barrios como Molenbeek. Allí se vive una realidad similar a la de los regímenes de apartheid.
Es decir: barrios donde se concentran (y hacinan) miembros de un grupo social completamente diferenciados del resto de la población. No importa que sean “belgas” o “franceses” en los papeles y en su nacimiento. En la práctica, si provienen, aunque sea varias generaciones atrás, del mundo árabe (o de cualquier otro punto de Asia y África), no son “europeos” propiamente dichos. Frente a ellos se levanta una barrera de profunda discriminación, que abarca todos los aspectos de la vida: económicos, culturales, habitacionales, educativos, etc.
Una radiografía del barrio de Molenbeek muestra exactamente esto. Como afirma la periodista del diario El País[5], allí existen tasas de desempleo mucho mayores que en los barrios circundantes, especialmente en la juventud (donde pueden llegar hasta el 40 por ciento). Los empleadores belgas prefieren no contratar gente con apellido árabe. Las escuelas locales, en pésimo estado, reciben solamente alumnos provenientes de esas mismas familias árabes. En definitiva, no existe prácticamente ningún ámbito de socialización común entre los “belgas-árabes” y los “belgas-belgas”.
La juventud de estos barrios, desempleada o precarizada laboralmente, carece de cualquier tipo de futuro. Sufre del racismo y la discriminación cotidiana de parte de los “europeos tradicionales”. Busca evadirse con el consumo de drogas. Se gana la vida, en algunos casos, vendiéndola, o mediante el delito común y corriente. Hasta aquí, como puede verse, se trata de un fenómeno similar al de los barrios negros de las ciudades de Estados Unidos, o inclusive de las “favelas” o villas miseria de América Latina. En todos lados del mundo, la marginalidad, la discriminación y la falta de perspectivas engendran podredumbre social.
Este mismo fenómeno se puede observar en muchas de sus consecuencias. En la última década se multiplicaron las revueltas de jóvenes de los suburbios pobres en Francia (los Banlieus), en Inglaterra y en los países nórdicos. Por supuesto, estas revueltas no son “prolijas” ni muestran grandes elementos de conciencia: al contrario, se manifiestan en la destrucción generalizada, en los saqueos, etc. Es la reacción más o menos espontánea ante condiciones de vida muy degradantes.
Con estos elementos se comprende mucho mejor cuál es el caldo de cultivo del terrorismo jihadista en Europa. Entre estos jóvenes más o menos marginales no es nada difícil reclutar algunos extremistas para todo tipo de acciones antisociales.
El jihadismo, es decir, la ideología de la guerra con motivos religiosos, permite canalizar (de manera extremadamente reaccionaria) todo este resentimiento, el odio acumulado durante décadas contra la sociedad que los marginó. Resulta muy ilustrativo el hecho de que la enorme mayoría de los terroristas europeos del Estado Islámico no provengan de familias especialmente religiosas. Ellos mismos, en casi todos los casos, no mostraban previamente particular interés por la religión. Distintos relatos muestran cómo los futuros suicidas no participaban de los sermones en las mezquitas, ni de las actividades comunitarias político-religiosas (sea relacionadas al Islam o a las causas del mundo árabe). Prácticamente todos llevaban “vidas de vicio”, según la propia visión del extremismo islámico: tomando alcohol, consumiendo drogas, yendo a discotecas, etc. Algunos de ellos ni siquiera eran musulmanes previamente, sino que se convirtieron al Islam luego de conocer al jihadismo.
Esto es lo que explica el autor Olivier Roy[6], que señala que lo atractivo del discurso jihadista es precisamente su radicalidad y violencia. El extremo conservadurismo religioso no es algo que se herede de los padres o del entorno: por el contrario, es una elección de los propios jóvenes, que buscan de esa manera un elemento identitario que a la vez los una entre sí, los diferencie de los demás y les otorgue un sentido a sus vidas.
Las nuevas generaciones, paradójicamente, son mucho más “rigoristas” que las anteriores: se expresa aquí un fenómeno de quiebre generacional. En un sentido, el Salafismo (conservadurismo religioso islámico) y el jihadismo (ideología de la guerra santa) vienen a reemplazar un vacío: el de una ideología auténticamente revolucionaria que dé una salida progresiva a sus problemas. Pero lo hacen en el sentido exactamente opuesto: en clave semi-fascista, profundamente retrógrada. En este sentido, el Salafismo-jihadismo actual es uno de los herederos de la “crisis de subjetividad” posterior a la caída de la URSS. Pero no es un producto “espontáneo”: es estimulado desde las potencias reaccionarias del mundo árabe (en primer lugar Arabia Saudita) como medio para expandir su influencia en todo el globo. Y es absolutamente funcional al mantenimiento del statu quo.
Todo lo explicado hasta aquí sólo nos permite sacar una conclusión: el terrorismo jihadista no va a desaparecer porque se apliquen medidas “securitarias” (Estado de emergencia, despliegue del ejército, etc.) ni con bombardeos o invasiones a Medio Oriente. El jihadismo en Europa sólo puede ser eliminado si se consigue acabar con el apartheid en la propia Europa, acabando con toda segregación racial-religiosa y con toda desigualdad social.
[1] “Repudiamos los brutales atentados en Bruselas”, Declaración de la corriente Socialismo o Barbarie, 22 de marzo del 2016, http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7480
[2] “Lo que se sabe hasta ahora de los cuatro terroristas de Bruselas”, El País (España), 25/3/16, http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/23/actualidad/1458740487_787178.html
[3] “»Belgistán», el patio trasero del jihadismo en el continente”, Luisa Corradini, La Nación (Argentina), 27/3/16, http://www.lanacion.com.ar/1883471-belgistan-el-patio-trasero-del-jihadismo-en-el-continente
[4] Iraq and Syria: How many foreign fighters are fighting for Isil?, Telegraph (UK), 24/3/16, http://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/islamic-state/11770816/Iraq-and-Syria-How-many-foreign-fighters-are-fighting-for-Isil.html
[5] “Molenbeek, la guarida del yihadismo en Europa”, Ana Carbajosa, 3/1/16, diario El País (España), http://elpais.com/elpais/2015/12/30/eps/1451471467_101355.html
[6] “Le djihadisme est une révolte générationnelle et nihiliste”, Olivier Roy, Le Monde (France), 24/11/15, http://www.tamoudre.org/le-djihadisme-est-une-revolte-generationnelle-et-nihiliste/touaregs/societe/