Por Ale Kur


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Noticias de último momento: con la retirada de sus dos competidores en las internas del Partido Republicano, Donald Trump se convierte en el único candidato presidencial de esa fuerza política. De esta manera, disputará en noviembre las elecciones presidenciales de EEUU con el candidato que resulte ganador de las internas del Partido Demócrata (probablemente, Hillary Clinton).

La retirada de Ted Cruz y John Kasich (los dos competidores de la interna republicana que seguían en pie hasta hace pocos días) se produjo luego de que Trump ganara las primarias en Indiana, coronando una larga de serie de triunfos en la mayor parte del país. De esta manera demostró que la base del partido republicano está abrumadoramente a su favor, y que no hay forma de derrotarlo con combinaciones “por arriba”.

Donald Trump es un “showman” multimillonario que consiguió en muy poco tiempo un ascenso meteórico en las filas del Partido Republicano (tradicional ala derecha del clásico bipartidismo yanqui), a pesar de la resistencia del establishment partidario. No se trata de un candidato “tradicional”, sino todo lo contrario: es visto como un “outsider” ya que la premisa de su campaña es la ruptura con todo elemento de “corrección política”, apelando a (y llevando al extremo) todos los elementos de sentido común reaccionario de ciertos sectores de la sociedad norteamericana.

En este sentido, es un “cruzado” contra la inmigración latina y contra los musulmanes, un retrógrada machista y feroz enemigo de las mujeres, un racista descarado contra los negros e hispanos, etc. Su prédica por momentos roza el fascismo, además de ser de un bajísimo nivel y extremadamente vulgar para lo que se espera de un líder político.

Al mismo tiempo, posa de “anti-sistema” criticando la globalización desde una perspectiva nacionalista-proteccionista (en un sentido similar al del Front National francés y otras fuerzas de ultraderecha). Se ubica como defensor de la “industria nacional” frente a la deslocalización productiva y los tratados de libre comercio.

Todos estos rasgos le otorgan una alta popularidad entre el sector más atrasado de la sociedad yanqui, con núcleo entre los blancos anglosajones de clase obrera y pequeño-burguesía urbana y rural (no ilustrada).Se trata de sectores que vienen golpeados económica y socialmente desde la crisis de 2008, que destruyó gran parte de la así llamada “clase media” tradicional norteamericana. Por un lado, creció fuertemente la desocupación, pero más aún, se perdieron los viejos puestos de trabajo relativamente bien pagos, para ser reemplazados por otros extremadamente precarizados y de super-explotación. Se vive un auge de lo que se conoce como “workingpoor” o trabajadores pobres.

Estos sectores se ven seducidos por una retórica que aparece como “anti-establishment”, agresiva y “auténtica”, y que empalma con su sentido común atrasado dando una respuesta por derecha a la crisis. Aunque el fenómeno Trump no reúne los elementos para ser propiamente una forma de fascismo (en el sentido pleno y no “metafórico” del término), sin duda se nutre de varios de sus componentes clásicos.

Sin embargo, la popularidad de Trump tiene (por ahora) fuertes límites en sectores más amplios de la sociedad: según encuestas, posee una imagen negativa del 65% de la población[1]. Es detestado por un amplio sector progresista o liberal (fuerte entre las clases medias urbanas), por los negros y latinos, por amplios sectores de la clase trabajadora que lo miran con desconfianza. Su orientación política choca de lleno con una acumulación de experiencias “por izquierda” que viene desarrollándose en EEUU en los últimos años (Occupy Wall Street, Black LivesMatter, el movimiento por los 15 dólarespor hora de trabajo, la larga trayectoria de lucha de los inmigrantes por sus derechos, etc.), y con una sensibilidad “progresista” que viene creciendo a nivel internacional como parte integral del ciclo de rebeliones populares (Indignados, Primavera Árabe, etc.). Sensibilidad que no es de ninguna manera minoritaria o marginal, sino que se hace carne inclusive en el “mainstream” cultural de EEUU (como se puede observar, por ejemplo, en los discursos de la ceremonia de los premios Oscar).

Por todas estas razones, al momento de escribir esta nota no parece el escenario más probable un triunfo de Trump en las elecciones presidenciales de Noviembre. Sin embargo, no puede descartarse en absoluto, teniendo en cuenta el tiempo que todavía falta hacia las mismas y la dinámica vertiginosa que posee el mundo actual -signado por la presencia de una gran crisis económica no resuelta, por grandes problemas geopolíticos, por la volatilidad que introduce en la política el protagonismo de las “redes sociales”, el estallido recurrente de grandes escándalos que minan la popularidad de los políticos, etc.

En el caso de que Trump finalmente lograra imponerse en las elecciones de Noviembre, sería un importante salto a la derechade la situación política de EEUU y de todo el planeta, que traería una enorme polarización y grandes choques (dentro y fuera de Estados Unidos).

El Partido Demócrata

Por otro lado, en las primarias del Partido Demócrata, Hillary Clinton logró establecer una importante ventaja sobre su competidor Bernie Sanders, que a esta altura es prácticamente imposible de remontar. Esto deja a Sanders con la decisión de, o bien aceptar la nominación de la candidata del “establishment” imperialista como “mal menor” frente a Trump, o bien correr como candidato independiente.

Hillary Clinton representa en casi todos los aspectos una continuidad de la política de Obama (más allá de matices puntuales o de forma). Y a diferencia de Obama, su trayectoria, su apellido y sus rasgos personales la convierten en una candidata absolutamente tradicional, con un clásico perfil de “política profesional”, representante directa de los intereses del gran capital, que no desentona ni un milímetro con el mundillo de las oficinas del poder imperialista.Esto genera efectos contradictorios: por un lado la vuelve una candidata “amigable” para la burguesía y el aparato partidario demócrata, y “votable” para todo el espectro político de centro. Pero por otro lado, la debilita frente a los sectores descontentos con el establishment, que son cada vez mayores: esto reflejan las encuestas que le otorgan una visión negativa del 56 por ciento de la población[2].

El mismo fenómeno político que llevó al ascenso de Trump por la derecha, es el que llevó al ascenso de Sanders por la izquierda (o para ser más precisos, centro-izquierda). Se trata de un creciente descontento con el conjunto del sistema, motorizado por la crisis económica y social, por el largo declive de la hegemonía mundial norteamericana, por el desgaste que produjeron las fallidas intervenciones exteriores (especialmente en Medio Oriente), etc.

En el caso de Bernie Sanders, su base social es centralmente la juventud (en especial la universitaria) que forma parte de la “nueva generación” mundial que cuestiona al statu quo desde la izquierda. El mismo fenómeno que expresa en España Podemos, que en sus comienzos expresó Syriza en Grecia, que actualmente representa Jeremy Corbyn en Reino Unido, etc. En el caso de Estados Unidos esto tiene además un condimento muy interesante: que Sanders se proclama a sí mismo “socialista” al igual que la mayor parte de sus seguidores. Aunque está claro que su concepción de “socialismo” es la de la socialdemocracia y no la de la izquierda revolucionaria, no deja de ser un elemento sintomático de la crisis en la que se encuentra sumida la legitimidaddel régimen (político, económico, social) norteamericano.

Bernie Sanders ganó las primarias demócratas en muchos más distritos de los que inicialmente se esperaban, y cosechó enormes votaciones inclusive en aquellos donde perdió (incluidas ciudades estratégicas como Nueva York). Esto refleja que se trata de un fenómeno político realmente amplio, y que existen enormes reservas progresistas en la sociedad yanqui. Sin embargo, este entusiasmo por abajo no consiguió vencer al aparato partidario demócrata, que se encolumnó atrás de Hillary. Por esta razón, lo más probable es que ella sea la candidata que va a enfrentar a Donald Trump en las elecciones presidenciales.

En caso de un triunfo de Clinton en noviembre, sin duda alguna el proceso de deslegitimación del régimen yanqui continuaría su curso, y es muy probable que se desarrollen importantesdesbordes tanto por izquierda como por derecha.

¿Hacia una ruptura del bipartidismo?

La gran incógnita que deja planteado el escenario actual es si en los partidos Demócrata y Republicano se desarrollarán rupturas en formato de “candidaturas independientes”. Por un lado, está la posibilidad de que el establishment republicano decida presentar un candidato “anti-Trump”, un “conservador moderado” de perfil más tradicional. Por otro lado, sería también posible (aunque por el momento parece lo menos probable) que Bernie Sanders decida correr por fuera del Partido Demócrata.

En cualquiera de ambos casos, sería una enorme novedad en la política estadounidense, ya que rompería por primera vez el tradicional bipartidismo, y podría señalar una nueva dinámica política (mucho más fluida, y que abriría más grietas para que se expresen otros sectores político-sociales).

La tarea central para los trabajadores, la juventud, las mujeres, el movimiento negro y latino (y todos los sectores populares de EEUU) es enfrentar tantola deriva reaccionaria y derechista encarnada en Donald Trump, como a la continuidad imperialista clásica de Hillary Clinton. Hace falta una candidatura independiente del bipartidismo y de izquierda que exprese las mejores experiencias de lucha de los últimos años, y no a los grandes partidos de Wall Street y del “1%” de multimillonarios que gobierna el mundo.

[1]Encuesta realizada por The Wall Street Journal y la NBC, citada en Diario El País (España), 21/4/16: “Clinton y Trump rozan la nominación con su popularidad en mínimos”, http://internacional.elpais.com/internacional/2016/04/20/estados_unidos/1461173628_417565.html

 

[2] Ídem referencia anterior.

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