Hugo Moyano se equivocó si pensaba que Mauricio Macri lo iba a dejar desplegarse en la AFA en agradecimiento a su negativa a llamar un paro general contra el veto a la ley antidespidos.
Ante la posibilidad de que Moyano o su yerno Chiqui Tapia ganaran las elecciones, el gobierno intervino la AFA a través de la Inspección General de Justicia, dependiente del Ministerio de Justicia, y canceló los comicios previstos para este 30 de junio.
En el fútbol, como en todos los terrenos, Macri no cuida las formas democráticas para tratar de imponer su ofensiva reaccionaria. En este caso, subordinar completamente la pelota al negocio en general, y a las multinacionales como la estadounidense Turner dueña de la CNN, en particular. El paquete incluye la privatización de los clubes a través de sociedades anónimas.
Como a través del puntero macrista Angelici no logra hegemonía por dentro de la AFA, tensa la cuerda con renuncias masivas al comité ejecutivo e impulsa una Superliga que en términos concretos significa escindir a la Primera División y al Nacional B, del resto de la estructura del fútbol.
Un ejemplo de en qué lugar entran los intereses deportivos para el macrismo fue el sincericidio del presidente de River D’Onofrio, cuando a fines del año pasado la firma MP&Silva propuso desarticular la Copa Libertadores de América y armar una Champions Americana con equipos de todo el continente donde por cuestiones de mercado Estados Unidos tendría más representantes en el torneo que Argentina. “No hay que pensarlo ni veinte minutos” fue la reacción de D’Onofrio extasiado con la promesa de dólares. Países con tradición futbolera, pero con pocos televidentes como Uruguay, directamente quedan barridos del mapa en este esquema ideado desde el pochoclero soccer yanqui.
Para tomar el timón del barco del fútbol, Macri busca formar una comisión normalizadora liderada por el ex empleado de Socma y gerenciador de Racing, Fernando Marín –hoy a cargo del Fútbol Para Todos, es decir de su desmantelamiento- junto al dueño de América TV Daniel Vila y Graciela Ocaña. A ese organismo invita a sumarse a la Conmebol y la FIFA, para evitar salirse de los marcos de la organización internacional del fútbol y correr riesgo de sanciones.
Como en otros terrenos, el macrismo se ampara en la “herencia” para legitimarse. El FIFAgate y el grondonismo es un terreno fértil para justificar la intervención.
No son Moyano y Chiqui Tapia quienes representan los intereses más genuinos del fútbol. En primer lugar, estar con los clubes del ascenso contra los grandes suena épico pero no es equivalente a estar con los trabajadores contra los poderosos. En primer lugar, porque los clubes grandes, a diferencia de los empresarios, representan a la inmensa mayoría de los hinchas, inclusive a muchos de equipos del ascenso que comparten sentimiento, por ejemplo, por Boca e Ituzaingó o River y Berazategui.
La posibilidad de generar una alternativa de los propios futboleros requiere necesariamente de un involucramiento de los propios jugadores en todos sus niveles, que ni siquiera tienen un voto en la elección de AFA, de los técnicos y árbitros, de los trabajadores de los clubes y de los hinchas.
El moyanismo, entendido como fútbol de los “dirigentes”, y el macrismo, son incapaces de desterrar el monopolio de los barras, que se pueda mantener el fútbol televisado gratuito, y que Argentina deje de ser un fútbol exportador, con un fútbol doméstico empobrecido.
El derecho a disfrutar del fútbol es una pelea que va en la perspectiva de una sociedad en que sea más importante practicar el fútbol y el deporte en general que el ser un pasivo y consumista espectador, en donde el deporte se relacione con el juego, la cultura y la salud y no con la industria del entretenimiento.