Comencemos por lo más elemental: una descripción breve de los hechos. El 29 de julio de 1966 se produjo el desalojo por parte de la Dirección General de Orden Urbano de la Policía Federal de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA), fundamentalmente la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que se hallaban tomadas por estudiantes, profesores y graduados, en oposición a la decisión del gobierno militar de intervenir las universidades y anular el régimen de gobierno universitario existente. La policía bajo intervención militar tenía órdenes de reprimir duramente, aspecto que cumplió acabadamente como veremos.
El nombre por el que se lo recuerda proviene de los bastones largos usados por efectivos policiales para golpear con dureza a las autoridades universitarias, los estudiantes, los profesores y los graduados, cuando los hicieron pasar por una doble fila al salir de los edificios, luego de ser detenidos. En el caso de la intervención a la Facultad de Ciencias Exactas, Rolando García (luego colaborador de Jean Piaget) en ese entonces, se hallaba con el vicedecano, Manuel Sadosky, cuando entraron los policías, y salió a recibirlos, diciéndole al oficial que dirigía el operativo: “¿Cómo se atreve a cometer este atropello? Todavía soy el decano de esta casa de estudios”. Un corpulento custodio le golpeó entonces la cabeza con su bastón. El decano se levantó con sangre sobre la cara, y repitió sus palabras: el corpulento repitió el bastonazo por toda respuesta. Fueron detenidas en total 400 personas y destruidos laboratorios y bibliotecas universitarias.
Hagamos un poco de historia para lograr una necesaria contextualización. En septiembre de 1955 se produjo el golpe gorila contra el segundo gobierno constitucional de Perón. A partir de allí, “la Fusiladora” (nombre que los trabajadores y sectores populares le dieron a la Revolución Libertadora de Aramburu y Rojas) emprendió un furibundo ataque económico y de persecución política a los trabajadores y el pueblo. La proscripción del peronismo y la intervención de los sindicatos fueron rasgos característicos del período abierto. La resistencia de la clase obrera y también de parte de la clase media, fue in crescendo. Esto provocó que el régimen no pudiera consolidarse y tuviese que convocar a elecciones y el bloque dominante tuviese que soportar gobiernos no enteramente de su control y agrado, como fueron los de Frondizi primero y el radical Illia después. Precisamente contra este último gobierno se produce en junio de 1966 el golpe del caudillo militar Onganía, nacionalista y católico confeso, quien llevará a cabo la Noche de los Bastones Largos.
Como narrábamos al comienzo, las ocupaciones de facultades como antes las tomas de fábricas, muchas veces apoyadas por la burocracia sindical peronista, que tenía ahora cierta expectativa con el onganiato, eran moneda corriente y el objetivo primero de la “Revolución Argentina” era cortar “esa hidra” y estabilizar el país. Como aquel mago que no supo controlar sus conjuros, Onganía fue apagando esos incendios arrojando nafta y reavivando el incendio de los conflictos. La lucha universitaria se combinó luego con la emergencia de luchas obreras y de trabajadores de cuello blanco, el surgimiento de los denominados “curas” del Tercer Mundo que pretendían unir cristianismo y socialismo (no olvidemos la influencia de la revolución cubana) es otra expresión de lo mismo y hasta la irrupción de una vanguardia anti burocrática y clasista de variado signo político con un peso relativamente importante de la izquierda revolucionaria; empezarían a marcar las horas regresivas del onganiato, fundamentalmente con el Cordobazo que ocurriría tres años después.
Volviendo a La noche… digamos que alrededor de 300 profesores tuvieron que exiliarse a distintos lugares de América y Europa. A los ya mencionados, agreguemos a los historiadores Sergio Bagú y Tulio Halperin Dongui, el filósofo Risieri Frondizi, el geólogo Félix González Bonborino y el matemático Gregorio Klimovsky, entre otros. Algo que Mafalda, historieta que aparecía en esos días y se convertiría en un verdadero “comic de culto”, bautizaría como “la fuga de cerebros”.
Al día siguiente de lo sucedido se publicó en la edición matutina del The New York Times una carta al editor del mismo enviada por Warren Ambrose, profesor de matemáticas en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y en la Universidad de Buenos Aires. Ambrose había sido testigo y víctima del ingreso violento de fuerzas policiales a la Facultad de Ciencias Exactas. En ella afirmaba: “Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas que resultaron ser gases lacrimógenos. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo –se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros-). Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de 10 pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles, y que nos pateaban rudamente, en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno del otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan duramente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros: mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes”.
Podemos decir que hoy existe un consenso casi total entre historiadores y cientistas políticos en señalar que La Noche de los Bastones Largos, en el marco de lo que ya señalamos, es un mojón en ese proceso aún capilar que se iba gestando contra el cercenamiento de las libertades democráticas que el gobierno militar ejercía, además de los duros planes de ajuste y persecución sindical y política que la acompañaba. La burocracia sindical se dividió, diversas corrientes antiburocráticas empezaban lentamente a surgir y también sectores medios y estudiantiles optaban por una salida armada para derribar al onganiato. A partir de 1969 todos esos elementos pegaron un salto en calidad y casi en forma unánime la clase dominante y dirigente entendió que la vuelta de Perón, aquel a quien había estigmatizado y derrocado, podía ser quien cerrara la crisis abierta y absorbiera aquélla con la vuelta de un gobierno “nacional y popular”. Pero eso ya escapa al propósito de esta nota.
Guillermo Pessoa