Un caso de barbarie capitalista
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“Se veía un tumulto de gente. Me termino de acercar y empiezo a ver lo dantesco. Un tipo grandote con uniforme de portero estaba arriba de un pibe de 16/7 años inmovilizándolo. De repente, una de las personas del tumulto se acerca corriendo y le mete una patada en la cara al pibe (…) Los otros que entraban y salían debían haber hecho lo mismo, porque el pibe ya estaba con la cara medio deformada. Para que se entienda: de la boca le salía un río de sangre que primero formaba un charco en las baldosas y luego un reguero hacia la calle. Una mina de unos 55/60 años se acercó corriendo y empezó a gritar ¡lo van a matar!, ¡paren que lo van a matar! En el medio se acercaba más gente. La gran mayoría gritaba ‘mátenlo, mátenlo así no jode más’. A la mina que pedía que no lo maten le empiezan a gritar ¡usted debe ser la madre y lo quiere proteger, hija de puta!”.
El testigo, horrorizado, agrega que “a uno de los que lo pateaban hasta le caía un hilo de saliva de la boca” y que cuando llegó la policía, a la mujer que había querido impedir esta salvajada, uno le dijo por lo bajo: “A vos también te doy, hija de puta”. Y se fue.
Siempre decimos que el problema de la “inseguridad” no es fácil de abordar, por lo menos para quienes defendemos los derechos de los trabajadores, o para quienes simplemente defienden honradamente principios democráticos. Y que no se puede tratar con recetas generales un problema social tan complejo, porque hay situaciones que caen en una “zona gris” donde tomar posición es difícil. Desde ya que nos oponemos rotundamente a matar a los asaltantes, pero también es verdad que los trabajadores tienen derecho a defenderse de ellos.
Pero empezamos esta nota con la descripción del intento de linchamiento ocurrido en el barrio de Palermo para dejar sentado de entrada de qué estamos hablando en cuanto a los ataques que se sucedieron en estos días, en uno de los cuales, en Rosario, fue asesinado un chico de 18 años.
Esta ola de asesinatos o intentos de asesinato por parte de turbas de clase media, no entran en ninguna “zona gris”. No hubo aquí ninguna “confrontación de derechos”. Esa gente, evidentemente, no temía por su vida ni estaba sobrepasada por el horror de un acto aberrante, como la ocasión en que los vecinos de un barrio del conurbano mataron al violador de una nena. Tampoco fue un laburante que mató al chorro que le quería robar el sueldo. Lo que hubo aquí fueron bandas fascistoides de tipos que, en cuanto vieron que tenían garantizada la impunidad, desahogaron sus frustraciones matando o lastimando a alguien indefenso. En estos casos, la impunidad estaba garantizada porque las víctimas eran (o se creía que eran) chorros y los victimarios, personas de las clases medias.
¿“Justicia popular” en ausencia del Estado?
Algunos medios y políticos hablaron de “justicia popular”. Pero estos hechos son lo contrario de la justicia popular. La palabra “pueblo” es también bastante difusa y confusa, pero categóricamente la justicia es popular no sólo cuando se produce “por fuera del Estado”, sino que es un acto de abajo hacia arriba: explotados ajusticiando a explotadores, oprimidos a opresores, o, por lo menos, abusados a abusadores: en suma, gente despojada defendiéndose de gente más poderosa. Por ejemplo, en algunos pueblos de México la gente se organizó y corrió a balazos a los capos narcos que dominaban la zona. Esto se parecería más a la justicia popular, aunque en esas organizaciones también haya gente de clase media. O cuando las mujeres se organizan para apalear a los golpeadores, como sucede en barrios populares de Buenos Aires. Cuando el pueblo de Rosario ajusticie a alguno de los narcos que reclutan a sus esclavos en barrios como el de David Moreyra, ahí podremos hablar de justicia popular. No ante el grupo de pequeñoburgueses ávidos de sangre de pobre que mataron a David Moreyra.
Pero el más tramposo de los argumentos de quienes defienden o pretenden “comprender” esta clase de acciones, es que la gente estaría haciendo “lo que el Estado no hace”, como dice Massa. Eso es mentira. El Estado asesina pibes chorros todos los días (además de a muchos pibes no-chorros). La policía y los servicios penitenciarios se cargan pobres y ladrones por docena. Los asesinos de Moreyra y los que atacaron al otro pibe en Palermo hicieron exactamente lo mismo que hace el Estado al que tanto critican los fascistas que salieron a aplaudirlos o justificarlos: matar a los esclavos y seguir conviviendo armoniosamente con los amos de los negocios ilícitos.
El kirchnerismo, con un discurso para cada rubro
El diario La Nación dice que en estos días se sucedieron doce casos de linchamientos, o intentos. Mete en la misma bolsa a los psicópatas de chalet de dos plantas rosarinos o a los pequeñoburgueses babeantes de Palermo con los que iniciamos esta nota; a un grupo de gente de Córdoba que le pegó a un tipo que quiso robarle la mochila a una nena, y otro caso en La Rioja donde también le pegaron a un chorro que agredió a una anciana para asaltarle el kiosco. No, no todo es lo mismo. Es inocultable la cantidad de ladrones, y que la policía, podrida hasta los tuétanos, generalmente dedicada a cuidar los barrios de clase media y alta, ni en sueños cuida a nenas ni a ancianas en los barrios populares, ni a los trabajadores cuando salimos de noche del trabajo, ocasiones en que la gente se ve en situación de tener que ejercer una legítima autodefensa.
El gobierno, lejos de ayudar a aclarar las cosas, agrava la situación con una cuota de maldad y otra de estupidez. La presidenta dijo que todo se resuelve con más “inclusión”. Entonces lanzó un plan con el Sedronar, institución que se encarga de contener a los adictos a las drogas, al frente de la cual puso a un cura cuya primera genialidad fue declarar que la gente quiere a los narcos porque los ve como a Robin Hood. El tipo no entiende nada. Los narcos no le regalan cosas a la gente de las villas, reclutan esclavos en las villas aprovechando la miseria y bajo un régimen de terror.
La cuota de maldad la puso Berni, que frente a los linchamientos salió a decir que son asesinatos, pero agregó que la gente se siente abandonada por la Justicia y su “puerta giratoria”. O sea, formalmente los repudió, pero aprovechó para abonar la idea de mano dura, que tanto necesita para poder reprimir más y mejor las luchas obreras y populares.
El kirchnerismo mediático progre, pobrecito, es el que peor quedó en esta discusión, diciendo que los linchamientos son producto de la propaganda de los medios de derecha, que instalan un clima de terror, y que no hay ninguna ruptura de los lazos sociales.
Lo cierto es que después de diez años de bonanza económica, y a pesar de los años de casi pleno empleo, el gobierno K no combatió la descomposición social originada en los 90. Gran parte de la población siguió condenada a la changa de miseria, al empleo informal y a los planes sociales también de miseria; los planes de vivienda quedaron lejísimos de erradicar las villas; la “inclusión” en la educación no pasó del amontonamiento de pibes en la escuela a costa de que no se enseñe ni se aprenda nada. Y sobre esa situación ya deficitaria, caen la crisis y el ajuste actuales. Así que probablemente esta situación de violencia social aumente.
Una política anticapitalista
La crisis no afecta solo a los más pobres, también a los trabajadores y a la clase media. Los pobres se desesperan y salen a robar, la clase media se desespera y sale a matar. Si los trabajadores salimos a pelear en serio contra el ajuste creando nuevas organizaciones obreras, independientes y combativas, podremos ofrecer una salida al conjunto de los sectores populares y la violencia social podrá transformarse en lucha política contra los verdaderos responsables de la violencia, los únicos que no pierden con la crisis, los patrones y sus agentes en el gobierno. Así sí vamos a estar haciendo “lo que el Estado no hace”: luchar para que la riqueza que producimos se emplee en curar las lacras sociales y construir una sociedad verdaderamente solidaria.
Patricia López