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Piedra
libre para Kirchner que está atrás
de las sotanas
Luchemos
por el aborto legal, libre y gratuito
Las
Rojas
Mujeres del MAS
“Defender
la penalización del aborto no es evitarlo, pero quienes lo
defienden dan a entender que realizan algún tipo de cruzada
global contra el aborto. Sitúan así a los despenalizadores
en el incómodo terreno de aparentes exaltadores del aborto.
No hay por qué permitirles que realicen esta operación
tranquilamente. Si ser antiabortista es tratar de evitar el
aborto, entonces sólo somos antiabortistas los que
propugnamos un programa radical de igualdad de los sexos, el
acceso a los anticonceptivos y la absoluta protección
social a los niños. Los penalizadores del aborto no pueden
llamarse honestamente antiabortistas más de lo que pueden
llamarse filántropos los que piden mano dura para evitar la
mendicidad callejera.”
Joseph-Vincent
Marques, sociólogo catalán
Los
casos de las dos jóvenes discapacitadas que resultaron
embarazadas por violadores, convirtieron el tema del aborto
en una discusión pública candente y urgente. La Iglesia
puso toda la carne en el asador: movilizó, presionó a médicos
y políticos, presentó recursos de amparo y amenazó con
volar un hospital. El Estado, por su parte, dejó “actuar
a la Justicia”, con los desastrosos resultados que ya
hemos visto, sin que el kirchnerismo, como corriente política
que gobierna el país, emitiera opinión. La defensa de los
derechos de estas jóvenes y sus familias quedó en manos
del movimiento de mujeres, entre ellas la Comisión por el
Derecho al Aborto, que venía haciendo campaña por la
despenalización. Pero a pesar de la Iglesia, de la Justicia
y de la rastrera duplicidad K, la posición de la población
fue rotundamente a favor de las jóvenes y sus familias.
Esto fue decisivo para que la causa judicial, en el caso de
Mendoza, cambiara de manos y resolviera permitir el aborto,
aunque el gobernador Cobos (candidato a futuro
vicepresidente K) hiciera frente común con la Iglesia. En
el caso ocurrido en Buenos Aires, por medio de dinero
reunido solidariamente, un aborto clandestino resolvió la
cuestión.
Aunque
estos casos entran dentro del aborto no punible por la ley,
el gran debate que se armó alrededor de ellos abre una
situación muy favorable para batallar por una ley de aborto
legal, libre y gratuito. Las feministas cercanas al gobierno
esgrimen el siguiente argumento: “hay que ir de a poco,
porque en este país la Iglesia tiene mucha influencia y la
gente se pone en contra”. Así pretenden justificar la
doble cara del kirchnerismo, que por abajo tiene militantes
juntando firmas por la legalización, mientras sus
funcionarios se paralizan ante los gritos de los curas. Esta
doble cara ya viene de tiempo atrás, cuando Ginés se
pronunció a favor de la despenalización mientras Cristina,
de viaje por Francia, aseguró que ella no es progresista
sino peronista, y por lo tanto no va a legalizar el aborto.
Este
argumento de que “la gente está en contra” se disuelve
mirando las estadísticas: en la Argentina hay más abortos
que nacimientos. El gobierno es quien le da a la Iglesia el
lugar de interlocutor válido en esta discusión, permitiéndole
actuar como si fuera un estado paralelo representante de lo
que piensa la gente. Pero son muy pocos los católicos que
piden opinión a los curas, en cuanto a la vida en general y
al aborto en particular. La gente que se opone a la
legalización del aborto, lo hace por razones que nada
tienen que ver con mandatos religiosos (razones que
debatiremos más adelante), y los que están a favor son en
su mayoría católicos. En cuanto encontró un espacio “no
punible” (como son los casos de las chicas discapacitadas)
desde el cual mandar a la Iglesia al cuerno, la gente lo
hizo sin pensarlo dos veces.
Por
eso, una campaña seria no puede dejar de denunciar el papel
que el Estado y el gobierno están jugando en este tema.
Cuando el gobierno se decidió a derogar la ley de
obediencia debida, lanzó tal campaña de propaganda que
durante muchos días no se habló de otra cosa que de los crímenes
de los milicos. Podría hacer lo mismo para que se apruebe
una ley de educación sexual pública, un programa de
anticoncepción serio y la legalización del aborto como
medida de emergencia. Si no lo hace, es porque no quiere. El
gobierno quiere que esto siga siendo una discusión entre
“sectores”: los curas (nombrados por la TV como “los
sectores antiabortistas”) y las feministas.
No
vemos que se pueda avanzar en esta pelea si las cosas se
mantienen en estos términos. Tenemos que sacar el tema a la
calle, promover la movilización de las mujeres,
organizarnos en los barrios pobres, no para que venga una
socióloga a censarnos, sino para luchar. Y para que se sepa
la verdadera acción del gobierno: Ginés puede haber
firmado el petitorio a favor del aborto legal, pero en los
hospitales públicos bajo su mando se sigue interrogando
como a criminales a las mujeres que acuden a atenderse por
secuelas de un aborto. O sea, se sigue asustando a las
mujeres para que no vayan al hospital y se mueran en su
casa. Estas muertes son responsabilidad de Ginés: saquémosle
la careta. Y el Encuentro Nacional de Mujeres, que moviliza
cada año a decenas de miles, tiene que definirse de una vez
y echar a la Iglesia del Encuentro. No es sólo K el que se
esconde atrás de las sotanas; también lo hacen los
sectores feministas que prefieren que la Iglesia siga
impidiendo que el Encuentro llegue a alguna conclusión práctica,
para no confrontar abiertamente con el gobierno.
El
miedo a decidir
En
estos días de debate público, ronda una idea que podría
expresarse así: está bien que se legalice el aborto
“cuando es necesario”. ¿Y cuándo es necesario?
“Cuando hubo violación, cuando hay peligro de muerte para
la mujer, cuando la familia es demasiado pobre, cuando el
bebé puede nacer enfermo... pero el aborto no tiene que ser
libre, porque las pibas son muy irresponsables, y no se
cuidarían y se harían abortos todo el tiempo.”
Cuando
pasó lo de Romina Tejerina, una chica de un barrio muy
pobre nos decía: “está bien que la metan presa, porque
si no, todas las mujeres van a hacer lo mismo”. Esta increíble
idea de que las mujeres son unas fieras agazapadas que sólo
esperan que les suelten la soga para asesinar en masa a sus
hijos, reaparece (algo atenuada) en esta discusión:
sobrevuela la idea de que, si el aborto se legaliza, las
mujeres correrán a hacerse abortos en medio de una fiesta
de promiscuidad.
A
nuestro entender, el aborto es necesario en cualquier caso
de embarazo no deseado, que ocurre porque a las mujeres,
sobre todo a las más pobres, se les ha expropiado la
capacidad de pensar en su sexualidad sin sentirse culpables.
Quizás las chicas ya no se sientan “una puta” si se
acuestan con el novio, pero sí se sienten putas si le
exigen que se ponga un preservativo, porque así aparecen
manejando la situación, en vez de ser la palomita indefensa
arrebatada en alas del amor que les han ordenado ser. Este
miedo es lo que produce miles de mujeres haciéndose
abortos, y no precisamente asociados con el goce, sino en
medio de la pesadilla de dolor, ocultamiento, ideas de
mutilación y culpa que es el aborto clandestino, que lleva
a la muerte a tantas mujeres jóvenes y pobres.
La
idea de que la legalización del aborto traería más
abortos está desmentida por la realidad: hay más abortos
en los países donde está penalizado. Y es que en estos países,
los más pobres, el Estado debe mantener un control más férreo
sobre la vida de la población. No existen países donde el
aborto sea ilegal y, a la vez, exista educación sexual pública
y anticoncepción adecuada, medidas que disminuirían la
cantidad de embarazos no deseados y por lo tanto de abortos.
La penalización del aborto siempre está acompañada de la
prohibición de la educación sexual en las escuelas, e
incluso la anticoncepción está parcialmente penalizada:
las menores no pueden recibir anticonceptivos sin autorización
de los padres, las mujeres casadas no pueden ponerse un DIU
sin permiso del marido; restricciones que ponen a las
mujeres más cerca del embarazo no deseado y, por lo tanto,
del aborto.
Maternidad:
deber, poder, querer
Y,
por sobre todo, la penalización moral de la sexualidad, que
considera lícita la sexualidad femenina sólo cuando está
asociada a la reproducción, provocando lo que se llama
“maternidad compulsiva”. Pero escarbemos un poco: ¿Es sólo
la Iglesia la que necesita esta represión? ¿O más bien es
un instrumento que la ejerce y la justifica? En el anterior
Encuentro de la Mujer, después de divagar un par de horas,
las chicas del Opus Dei confesaron la verdad, por boca de
una madre de cuatro niños adoptivos: “Los hijos que
ustedes no quieren, nosotros los queremos”. Clarísimo:
ustedes, las pobres, tengan hijos para nosotras, las señoras
bien. Los salmos del Evangelio recorren miles de años para
disfrazar de santa a una simple burguesa que, como buen
ejemplar de su clase, cree sinceramente que la humanidad es
una máquina creada para servirla. Ella quiere hijos, y si
los pobres no se los fabrican, es pecado.
Esta
es la función de la Iglesia: revestir de santidad las
necesidades de la clase dominante de turno. Y en esto no es
nada “rígida”, ya que su idea sobre cuándo un embrión
es persona (en sus palabras, en qué momento adquiere alma)
fue cambiando a lo largo de los siglos cuantas veces fue
necesario.
Agreguemos
a esto que detrás de esta mamá burguesa están los que
también “quieren” a nuestros hijos para venderlos,
prostituirlos, alquilarlos a los pedófilos, explotarlos y
venderles drogas. Son muchos los poderosos que necesitan
cantidad de pobres de reserva. Consideremos también la
fuerza de coacción para los trabajadores que significa la
necesidad de mantener a muchos hijos. Y los millones de
pesos que se ahorran muchas empresas pagando miseria por el
trabajo domiciliario de las mujeres, que tienen que trabajar
en su casa porque no hay una guardería estatal donde dejar
a sus hijos. Estas son las razones, con Iglesia o sin ella,
por la cual en nuestros países no se legaliza el aborto ni
se reglamenta una educación sexual eficaz, ni hay planes
reales de salud que incluyan la anticoncepción, ni el
“gobierno progre” mueve un dedo para devolver a las
mujeres el derecho a decidir sobre su sexualidad o su
trabajo.
Claro
que hay sectores de la burguesía que, en ocasiones,
incentivan el control de la natalidad, por las mismas
razones económicas que hoy los llevan a reprimirlo. Son
conocidos los casos de las indígenas peruanas a las que se
les ligaban las trompas compulsivamente, o la situación en
China, donde se incentiva el aborto si el feto es mujer, o
en Cuba, donde se lo incentiva si el feto tiene síndrome de
Dawn.
Por
eso, en el caso del aborto, la palabra “libre” tiene un
enorme significado. Significa que la mujer tenga
derecho a decidir, y pueda realizarse un aborto
gratuitamente y en condiciones clínicas, y que sólo ella
decida si continuar con su embarazo o no, sin presiones del
Estado en ningún sentido.
Pero
el derecho al aborto legal, libre y gratuito, es sólo un
paso para salvar la vida de miles de mujeres. Es el
“triste derecho”, como lo llamó León Trotsky, que
responde a una triste situación. El objetivo que nos
tenemos que poner es el rescate de la mujer trabajadora del
rol exclusivo de vaca paridora, hermano inseparable del
rescate de los trabajadores del rol exclusivo de burro de
carga. Al trabajador se lo reprime “moralmente” con
razones parecidas. Si peleás por aumento, todo el mundo lo
entiende. Pero cuando la pelea incluye dejar de hacer tantas
horas extra, dobles turnos o no trabajar los francos, en
seguida se escucha “son unos vagos”. Claro, ¿qué vas a
hacer si no trabajás todo el día? ¿Gozar de la vida?
Nones. El placer es cosa de putas y vagos. Y esta es la
basura que los explotadores nos meten en la cabeza. ¡Y cómo
pega! Hasta las prostitutas hacen esa diferencia: “Yo no
soy puta, yo lo hago por plata; putas son las que lo hacen
porque les gusta”.
Sólo
si la vida humana deja de organizarse al servicio del orden
y progreso de un puñado de poderosos, la maternidad dejará
de ser “reproducción de fuerza de trabajo”, materia de
cálculos económicos y políticos, y renacerá como una
libre y feliz elección personal, socialmente protegida.
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