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El
presidente “legítimo” asume casi clandestinamente
El
cruce de caminos de la crisis mexicana
Por
Isidoro Cruz Bernal
La
sociedad mexicana se encuentra en una grave crisis. La parte
visible de este enorme iceberg es su régimen político,
pero reducirlo a eso sería un grave error. No se trata
solamente del fraude en las elecciones del pasado 2 de
julio, que repite toda una larga historia de fraudes durante
el dominio del PRI, sino de una crisis de la configuración
de todo el capitalismo dependiente mexicano (tanto en lo
interno como en lo externo). El período de gobierno de
Felipe Calderón se inicia, por lo tanto, con un panorama
signado por el fin de la paciencia de amplias franjas de los
explotados y oprimidos ante la agresión neoliberal
burguesa, la fuerte deslegitimación del régimen, el desafío
que para el imperialismo y sectores de las clases dominantes
implica impulsar la privatización de las empresas estatales
y el surgimiento de varios frentes de conflicto (la Comuna
de Oaxaca, la movilización de los partidarios de López
Obrador y las luchas obreras). Todo indica que el gobierno
de Calderón no va a ser nada tranquilo.
Después
de la revolución mexicana, que abarca desde 1910 hasta los
inicios de los años 20, dominó el aparato de estado un
solo partido: el PRI, Partido Revolucionario Institucional
(llamado antes Partido Nacional Revolucionario y Partido de
la Revolución Mexicana durante el gobierno de Lázaro Cárdenas
en los años 30). Esta virtual fusión entre partido y régimen
político tuvo como objetivo en ese tiempo garantizar la
existencia de un poder centralizado que pusiese en orden al
país, después de una revolución que había llevado casi
al límite las tendencias a la disgregación expresadas en
movimientos caudillistas que se ponían a la cabeza de los
reclamos de los oprimidos (campesinos, indígenas u
obreros), muchas veces divididos regionalmente. El régimen
priísta también expresaba el interés de las clases
dominantes por maniatar y quitar toda autonomía a las
clases populares, al mismo tiempo que respetaba una serie de
conquistas que fueron producto de las luchas revolucionarias
de principios del siglo XX (reforma agraria, ciertos
derechos para los trabajadores, etc.).
El
régimen del PRI se caracterizó por esa dualidad: estableció
una serie de importantes concesiones materiales que le
permitían una importante base de masas, a la vez que manejó
el poder de forma exclusivista, tanto en el aparato de
estado como en los movimientos sociales (campesinos y
obreros). Se trataba de una combinación de integración
social y política con una feroz represión cuando esos
mecanismos integrativos fallaban, y que excluían cualquier
espacio para una disidencia organizada. Esta fue la esencia
del régimen priísta.
El
régimen al mismo tiempo reconoció varias fases. Algunas
tendientes a la izquierda (el período de Lázaro Cárdenas
es el mejor ejemplo) y otras claramente a la derecha (la
posterior a la Segunda Guerra, cuando México acompaña el
anticomunismo de EEUU). En lo económico, el régimen se
caracterizó por un desarrollismo industrialista hasta
mediados de los años 80. A partir de allí, el régimen se
orientó cada vez más al neoliberalismo, con el hito de la
firma del NAFTA (tratado de libre comercio con EEUU y Canadá)
en 1994.
Es
en ese tramo histórico que empieza a configurarse el origen
de la crisis política y social que ha estallado en México.
Por un lado, el régimen empezó a erosionar su propia base
social popular, al atacar las conquistas sociales que fueron
el subproducto de la revolución mexicana. Por otro lado,
este elemento comenzó a hacer cada vez más insoportable la
regimentación y el control que el PRI ejercía sobre la
sociedad mexicana.
Desde
1988 hasta el 2000 se intentó mantener el régimen priísta
al mismo tiempo que se implementaban las políticas
neoliberales. Esto se expresó en el fraude de las
elecciones presidenciales de 1988 contra C. Cárdenas, el
asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994 y la salida
elegante del PRI con la presidencia de Zedillo. A partir de
la presidencia de Fox, en el 2000, se dieron dos
situaciones: se canalizaron las aspiraciones democráticas
hacia la derecha, aprovechando que se prefería que
gobernara cualquiera menos el PRI, y se profundizaron las
políticas neoliberales iniciadas con los últimos gobiernos
priístas. El “libre comercio” impuesto por EEUU, que sólo
beneficia a la gran burguesía mexicana integrada a la
economía mundial y a sus apéndices de la clase media alta,
bastante reducidos en México, arrasó con las economías
campesinas, el salario de los trabajadores y las pequeñas y
medianas industrias. Toda esta dirección económica y
social de desigualdad, explotación y apertura económica al
absurdo se ha profundizado en el sexenio de Fox.
No
hagan olas
La
llegada al gobierno de Felipe Calderón concentra, en forma
exasperada, el cansancio y el hartazgo de las clases
populares, que ven evaporarse sus expectativas de progreso,
por mínimas que fueran, o de mantener su situación en la
sociedad. A esto se suma la creciente conciencia del fraude
electoral perpetrado por el régimen del PAN y el PRI en las
últimas elecciones.
La
situación en la que llega Calderón a la presidencia tuvo
como consecuencia adelgazar de solemnidad y contenidos
formales las ceremonias mediante las cuales la democracia
burguesa oficia el traspaso de un gobierno a otro. Aunque México
no es exactamente una democracia burguesa, la forma en que
buscaba simularlo se adornaba con los oropeles de un
supuesto respeto a la institucionalidad. Los presidentes no
eran constitucionales hasta que éstos recibían los poderes
en pleno Congreso de la Unión, ante los legisladores del
gobierno electo como ante los de la oposición, como
corresponde en un “país en serio”. Todo eso se hacía
pausada y tranquilamente, con los clásicos modales políticos
que emocionan a los cultores de la virtud republicana
(siempre para defender al imperialismo y a la burguesía).
De
más está decir que esas expectativas institucionales
estuvieron muy lejos de verse cumplidas. El Congreso fue
copado por una patota de parlamentarios del Partido de Acción
Nacional (PAN), que tomaron a golpes y empujones, sin mucha
voluntad de parlamentar y haciendo honor a la primera parte
del nombre de su partido, toda la tribuna legislativa. En
esa tarea fueron asistidos por 40 agentes del Estado mayor
presidencial. También asistió, como adorno legal para esa
acción de hecho, el presidente de la Suprema Corte de
Justicia. Los legisladores del PRD de López Obrador y sus
aliados quedaron a más de 20 metros de Calderón.
Si
bien, como sabemos, las ceremonias de asunción no duran
horas, ésta fue realizada a la velocidad del rayo. Duró
menos de cinco minutos. Además, Calderón y Fox aparecieron
por una puerta secreta ubicada en el estrado del Congreso.
Toda la asunción estuvo marcada por el siguiente rasgo: su
desarrollo dependió de y fue garantizado por los resortes
del aparato estatal que poseen un contenido de hecho, sin
elementos deliberativos. A este respecto es ilustrativo
mencionar que un día antes Calderón almorzó con los más
altos oficiales de las FFAA. Es decir, un cambio de guardia
institucional que puede hacer poco por esconder el garrote
que le da sustento.
Este
panorama deja a la vista que el gobierno de Calderón sube
al poder con un peso político específico muy escaso. No
tiene legitimidad para una gran parte de la población, sube
en un momento en que amplias franjas de las clases populares
pelean por sus derechos y tiene, como si lo anterior fuera
poco, que avanzar en más y más contrarreformas
neoliberales. El imperialismo y amplios sectores de las
clases dominantes le adjudican la tarea de llevar adelante
las “reformas pendientes” que abarcan la desregulación
y privatización de los recursos energéticos, agua, tierra
y la reforma fiscal. Es decir, el gobierno llega con poco y
tiene que hacer mucho.
La
consecuencia de esto es que va a tener que –usando un
“concepto” afín a autonomistas y kirchneristas–
“construir poder” todos los días. Asume el gobierno sin
la usual luna de miel que disfrutan los gobiernos burgueses
normales. Esto lo ha obligado a producir hechos desde antes
de poder gobernar. Se ha rebajado el sueldo y el de sus
ministros, en un intento de quitarle banderas democrático-reformistas
a López Obrador. El otro perfil al que ha recurrido es a
levantar las demandas de “mano dura” con Oaxaca y las
luchas obreras y populares. En resumen, Calderón llega al
poder con una mixtura de debilidad y de potencial uso del
“estado de excepción” para enfrentar las diversas
rebeliones existentes en el país, pero cuya resonancia
atraviesa todo México. Su falta de legitimidad es un gran
obstáculo para que pueda llegar a la meta. Pero también es
un error subestimar la fuerza que el control del aparato
estatal confiere a sus ocupantes. Si bien no es verdad que
haya en México un momento de rebelión generalizada –más
bien hay diferentes rebeliones de distinto grado de
profundidad y contundencia– el período que se abre parece
augurar de todo menos un tránsito tranquilo para la
dominación burguesa.
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