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Crisis
energética
Y
todo a media luz…
Por
Mario Balmaceda
El “progresista” Kirchner hace suya la famosa frase
del chancho Alsogaray: “Hay que pasar el invierno”. El
factor suerte, que muchas veces le jugó a favor, ahora se
le dio vuelta, y justo cuando se acercan las elecciones y el
gobierno quiere que no salten los problemas, la crisis energética
disparada por un invierno más crudo que otros años (con
nieve en Buenos Aires y todo) amenaza instalar un pésimo
humor en la población.
Por supuesto, las
razones profundas de la crisis tienen que ver con todo menos
con el azar. Si había un problema que todo observador
serio de la economía venía anticipando, era el del manejo
irresponsable y de corto plazo en materia de energía.
Kirchner se escuda diciendo que la falta de inversión es de
larga data, pero eso es sólo una parte de la verdad.
Empecemos
con un cuadro de
situación. En momentos en que se cierra esta edición,
el sistema de provisión de energía trabaja al
límite. La luz y el gas domiciliario se garantizan a
los tumbos, con cortes parciales (sobre todo en el
interior), a costa de un “ahorro forzoso” impuesto a
casi 6.000 empresas grandes consumidoras de electricidad y
gas, que reciben energía sólo 16 de las 24 horas del día,
y a veces menos. El objetivo: ahorrar 1.200 megavatios (MW)
por día, para que el consumo diario total no exceda los
18.000 MW. Pasado ese límite, los cortes a la industria se
trasladarán indefectiblemente a los domicilios.
En
el interior, parques
industriales enteros están casi paralizados:
automotrices cordobesas y santafesinas, lácteas y frigoríficos
santafesinos, textiles catamarqueñas y riojanas. En algunas
ramas, la reducción de fluido eléctrico y/o de gas supera
el 45%. En Concordia, los vecinos aceptaron
“voluntariamente” cortes domiciliarios para no afectar a
la industria cítrica. Muchas oficinas del centro porteño
trabajan casi en penumbras. Falta GNC un día sí y el otro
también. Y aunque todavía no llegaron al Gran Buenos Aires
en escala masiva, los
cortes domiciliarios ya se hacen sentir en las provincias.
Las suspensiones están a la orden del día.
Un cálculo aproximado hecho por los sindicatos habla de un
13% de trabajadores suspendidos en la UOM, cerca de un 15%
en el SMATA y más del 20% en la alimentación (Alcadio Oña
en Clarín,
7-7-07). Desde ya que las empresas aprovechan la crisis en
su propio beneficio y descargan los problemas todo lo que
pueden sobre los trabajadores.
Por
supuesto, los industriales de la UIA y buena parte de los
gobernadores del interior aúllan como lobos reclamando que
la población le “ponga el hombro” a la crisis. En una
palabra, que se muera
de frío para que las industrias tengan menos cortes,
sobre todo las que exportan. Uno de los más furiosos fanáticos
del reclamo de energía para los empresarios, no para los
usuarios, es el gobernador de Mendoza Julio Cobos, el casi
seguro compañero de fórmula de Cristina: “Los usuarios
van a comprender que en base a la cultura del ahorro energético
estamos sosteniendo el empleo”, declaró. Si alguien
encuentra alguna diferencia con los típicos argumentos de
los 90 para aceptar cualquier basureo con el pretexto de
“cuidar la fuente de trabajo”, que lo diga.
La
crisis ya se ha convertido en una
cuestión de Estado a nivel de todo el Mercosur.
Kirchner gestionó un aumento de la importación de energía
desde Brasil, de 600 MW a 1.100, a pesar de que la
infraestructura debe ser adaptada –estaba pensada para exportar electricidad– y de que los costos son altísimos. Hay
negociaciones febriles con Bolivia para que el año que
viene aumente la provisión de gas de 7 a 27 millones de
metros cúbicos. Ruegos a Brasil de que importe menos gas
boliviano así el saldo se puede exportar a la Argentina. Se
piden disculpas a Bachelet por dejar colgadas las
exportaciones de gas a Chile. Se le hacen caritas simpáticas
a Chávez –en medio de su entredicho con Lula– porque
puede aportar el combustible necesario para hacer funcionar
los generadores privados.
El
gobierno le reza a todos los santos para que llueva en el
Comahue y en la cuenca del Uruguay, porque las represas
hidroeléctricas de Salto Grande, Piedra del Águila, Alicurá
y Pichi Picún Leufú están al borde de quedar fuera de
servicio por falta de agua. De hecho, las dos primeras, que
aportan cerca del 30% de la energía eléctrica del país,
ya están gastando las reservas destinada al consumo de agua
potable para la población de la zona. La situación, si las condiciones climáticas empeoran, bordea el
desastre. Y la provisión de energía eléctrica para el
verano ya está seriamente comprometida. Claro que a los K lo
único que les interesa es zafar del invierno y llegar a
octubre sin graves trastornos. Después, Dios proveerá…
¿Cómo se llegó a esto?
Por
lo pronto, este gobierno ha hecho oídos sordos y acusado de
agoreros a todos los que decían lo elemental: si aumenta el
consumo de energía y no crece la generación, la cosa no
funcionará de por vida. Según Cammesa, la compañía que
regula el mercado de electricidad, desde
2003 la demanda aumentó un 43,5%, pero la capacidad de
generación sólo un 2,5%. Esto no es la herencia
recibida: es la síntesis
del funcionamiento de la economía kirchnerista, con un
crecimiento que se debe a factores y méritos ajenos, pero
que se pone en peligro por las decisiones –y la falta de
ellas– de este gobierno.
Por
ejemplo, desde el año pasado existe una resolución de la
Secretaría de Energía que obliga a cualquier empresa que
pretenda gastar más que en 2005 a abastecerse por su
cuenta. Resultado inmediato: boom de importación de grupos
electrógenos. Resultado mediato: costos
crecientes que van a alimentar la siempre ascendente inflación,
por más que los risibles índices oficiales digan otra
cosa. ¿Acaso el gobierno no era capaz de prever esto? Así,
el famoso “crecimiento” no tiene nada de
“sustentable”.
La
reacción del gobierno es vergonzosa. Pasó de negar la
crisis que todo el mundo veía a cortar gas y luz a la
desesperada.
El
problema de fondo es sencillo: más allá de los discursos, la política energética de Kirchner no fue más que una continuación
apenas modificada de la de los 90. Ni la generación ni
el transporte de electricidad cambiaron de manos. Veamos un
caso típico: el Comahue. Todas las grandes presas de la
zona se construyeron en los 70 y los 80, por supuesto con
fondos públicos. Cuando a mediados de los 90 el negocio se
privatizó, “nadie
continuó con las inversiones. Quedaron sin construir
Muchihuao y Pantanito (en Limay Medio), la presa de Collón
Cura, la de Chihuidos 1 y su compensador, entre otros
proyectos” (Osvaldo Ortiz, Clarín,
4-7-07).
Otro
tema: el transporte. Transener, la transportista eléctrica
más importante del país, nacida de las estatales Hidronor
y Agua y Energía, se privatizó en los 90. Hoy la
administra uno de los grandes “burgueses K” –no por
ideología, sino por haber prosperado bajo su gestión–,
Marcelo Mindlin, junto con una sociedad
Enarsa-Electroingeniería. Uno de los dueños de esta última,
Gerardo Ferreyra, habla de ser “pioneros en el modelo
de asociación pública-privada que se viene para la operación
de los servicios estratégicos” (Clarín,
1º-7-07). No hace falta decir, quizá, que Ferreyra, ex
militante del ERP en los 70, es un ferviente admirador de
Kirchner.
Precisamente
de eso se trata: como lo demuestra también el caso de YPF
–ver al respecto nuestra nota en la edición anterior de
SoB–, el kirchnerismo no
busca poner en pie siquiera algo que se asemeje a un capitalismo
de Estado en los “servicios estratégicos”. Más
bien, de lo que se trata es de mantener
la gestión y los negocios privados, sólo que con gente más
“amiga” y más permeable a las necesidades políticas
del proyecto continuista K. Eso es todo. No hay estrategia, ni plan de inversión, ni desarrollo sustentable, ni
burguesía nacional, ni nada de eso.
La
fugaz “intervención” de Metrogas sigue el mismo patrón:
hacer un poco de ruido para echarle la culpa a la empresa
–ésta no era inocente, claro– para terminar removiendo
al presidente, un “técnico”, que fue reemplazado por un
directivo más “político” –esto es, más
sensible a los intereses electorales K–, no
casualmente ex directivo de Repsol. Éstas son las
“desprolijidades” que sacan de quicio, en privado, a los
capitalistas locales y extranjeros, pero todos saben que es cuestión de adaptarse al “estilo K” y seguir haciendo excelentes
negocios.
Dos
ejemplos más ilustran que detrás de estos gestos
rimbombantes no hay nada muy distinto a los 90. Uno: todos
saben que a Kirchner plata no es lo que le falta en el
Tesoro nacional. Sin embargo, a
la hora de decidir inversiones en serio en esta área
crucial, el Estado no talla. Los únicos proyectos son
un gasoducto en el Norte por US$ 2.500 millones y una
refinería de petróleo por US$ 4.000 millones. Pero el todo
terreno K, Guillermo Moreno (¿qué hace el secretario de
Comercio Interior metido en eso?), ya anunció que eso se
pondrá en marcha vía una “vaquita” entre las 20
petroleras más grandes. Traducción: si
esos señores no tienen como prioridad tales inversiones,
las obras básicas de infraestructura no las hará nadie,
y en el 2009 le cortarán a las empresas, a los usuarios, al
alumbrado público o a los partidos de fútbol nocturno.
Vaya uno a saber.
Dos:
es sabido que las provincias patagónicas, poseedoras de las
mayores reservas de hidrocarburos, cerraron en los 90 contratos
petroleros y gasíferos totalmente leoninos a favor de
las empresas privadas. A cambio de regalías
comparativamente miserables –pero suficientes para la
estrechez de miras de los caciquejos políticos locales–,
las compañías tenían larguísimos años de contrato en
condiciones de lo más ventajosas. Pues bien, Santa Cruz
acaba de acordar con Pan American Energy (PAE) una prórroga
hasta el 2027 de
las concesiones de tres áreas. Lo propio hizo Chubut. PAE
pertenece en un 60% a British Petroleum y en un 40% a los
Bulgheroni (viejos “capitanes de la industria” desde
Alfonsín para acá, y típicos representantes de la burguesía
antinacional que supimos conseguir). La entrega es tan escandalosa
que hasta el ex capo de la SIDE kirchnerista y ex gobernador
K Sergio Acevedo salió a decir que esto era “una
profundización de la política menemista”.
A
confesión de parte (aunque sea una ex-parte), relevo de
pruebas… Y mientras tanto, son los trabajadores
suspendidos, y será el conjunto de una población
agarrotada de frío, quienes paguen el pato de la imprevisión
y el continuismo kirchnerista.
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